Esto es lo que pasa en las duchas de las cárceles, contado en primera persona
Como organizaciones como Amnistía Internacional han denunciado periódicamente, es muy difícil conocer qué ocurre detrás de las rejas de una prisión, ya que las instituciones penitenciarias son probablemente los centros más inescrutables del mundo, incluso en los países desarrollados. Y de entre todo lo que allí acontece, lo más complicado es averiguar qué ocurre con los casos de abusos sexuales.
Por una parte, porque es muy difícil averiguar hasta qué grado dichas agresiones se realizan con la conmiseración de los guardas de la cárcel y cuál ha sido su papel. Por otra, porque es muy poco probable que un preso que está siendo abusado delate a sus agresores si no las tiene todas consigo en que su situación va a mejorar. Sólo hay una cosa peor que haberse convertido en el juguete sexual de parte de la cárcel: ser un chivato, para los que hay reservado un trato aún más especial.
Es difícil, por lo tanto, hablar de datos completamente sólidos sobre el número de abusos, así como valorar si se trata de algo generalizado o puntual. La intensidad del hacinamiento es uno de los factores que más influyen a la hora de propiciar abusos en cárceles, como sugiere un documento publicado por UNODC (Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito). En España, el artículo 16 de la Ley Orgánica General de Penitenciaría obliga a la separación entre hombres y mujeres (salvo excepciones); entre detenidos y condenados; entre primarios y reincidentes; entre jóvenes y adultos; entre enfermos y sanos; y entre presos de delitos dolosos y delitos de imprudencia. Son mecanismos que intentan evitar, ante todo, la violencia y los abusos.
El pasado mes de enero, siete reclusas de la prisión de Brieva denunciaron haber sido forzadas por varios funcionarios de prisiones; en 2013 un funcionario de prisiones fue condenado por abusos a dos presos. Sin embargo, es más difícil ser escuchado, no digamos ya salir bien parado, cuando se acusa a otros presos. Una de esas historias ha sido reflejada en un reportaje publicado en The Atlantic, a través de las vivencias de un joven de 20 años cuya historia resume bien el calvario de ser violado en prisión. Estados Unidos no es el único país donde se está pidiendo una reforma de las condiciones de los presos: en Inglaterra, la Liga Howard para la Reforma Penal ha animado a realizar de forma urgente una investigación sobre el sexo entre rejas y las condiciones en que se lleva a cabo.
Paso 1: una infancia complicada
John entró en la cárcel de Richard A. Handlon, en Ionia, Michigan, a los 17 años. Tenía que cumplir una pena mínima de tres años por allanamiento de morada. John es afroamericano, sufre asma y a los cuatro años estuvo a punto de morir entre las llamas cuando su madre decidió que no podía seguir cuidándolo y prendió fuego al apartamento en el que vivía. Entonces fue trasladado con sus abuelos, pero durante su adolescencia, volvió a tener contacto con su madre, que se prostituía y tomaba drogas. Ella le convenció para que le ayudase económicamente perpetrando pequeños robos. En el último de ellos, fue persuadido por un miembro de su familia para entrar en el hogar de una de las zonas privilegiadas de Detroit, donde se encontró a un niño de 9 años y robó una pistola de calibre 45. Sus huellas quedaron impresas en una de las ventanas de la urbanización, y el niño declaró que John había abusado de él. La sentencia le obligaba a pasar un mínimo de 3 años y un máximo de 20 entre rejas.
Paso 2: bienvenido a la cárcel
Lo primero que hizo John después de ser revisado en todos sus orificios por los guardas fue mostrarse duro y peligroso ante sus compañeros. Sin embargo, poco podía hacer para ocultar su fisonomía de adolescente y su voz aguda, que le convertían en un candidato perfecto para satisfacer los deseos sexuales de los reclusos. Era uno de los más jóvenes de su bloque, lo que es conocido como un fish (“pescado”). Poco a poco, empezó a recibir cartas de otros prisioneros por debajo de la puerta de su celda. Algunas eran explícitas, otras no: “Eres un negro atractivo”, decía una. “Necesitas a un blanco que te enseñe”. Al parecer, comentaba otro de sus compañeros, había levantado pasiones entre la población reclusa.
Paso 3: la primera violación
John tuvo un par de compañeros antes de conocer a David, que le preguntó si alguna vez había pensado tener relaciones con otro hombre. A John, que había perdido la virginidad con una chica el año antes, le parecía ridículo. Pero una noche, David le atacó, le bajó los pantalones y le penetró durante siete minutos. No pudo hacer nada contra los 30 kilos de más que pesaba su compañero, que le ordenó que no dijese nada. Dicho y hecho: John se calló y admitió lo ocurrido.
Paso 4: parte del día a día
El artículo escrito por Maurice Chammah cita una de las grandes obras sobre el abuso en las cárceles, The Sexual Jungle de Wilbert Rideau, en la que el periodista explicaba en qué consiste ser violado en dicho contexto: “La violación en prisión raramente es un acto sexual, sino uno violento, político y una representación de los roles de poder”. En esa situación, el violado se convierte en “una mujer en esta perversa subcultura, y debe asumir su rol como ‘propiedad’ de su conquistador o quien quiera que lo haya reclamado y llevado a cabo su emasculación. Se convierte en un esclavo en todo el sentido del término”.
Es lo que le ocurrió a John, que empezó a ser violado repetidamente por David, que se había armado con una navaja de andar por casa (en realidad, un cepillo de dientes aderezado con cuchillas). Al principio le hacía falta colocarla en el cuello de John; más tarde, le bastaba con dejarla encima de la mesa. En una de las violaciones que sufrió, John se dio cuenta de que había sangrado analmente: el sexo nunca se llevaba a cabo con protección o lubricantes.
El resto de presos también utilizaron a John como juguete sexual. Además, empezó a ser consciente de que probablemente, los guardas sabían lo que ocurría, ya que veían continuamente ver a los hombres entrar y salir de la celda sin hacer nada.
Paso 5: indiferencia y burlas
No sólo eso, sino que muchos de los oficiales de la prisión empezaron a referirse a él con términos que manifestaban su conocimiento de la situación. Eran palabras como “maricón”, o “chica” que utilizaban para bromear. El resto de presos empezaron a considerarlo un fuckboy, el término con el que se conoce a los hombres que intercambian sexo a cambio de otros favores como comida. Pero John nunca lo fue.
Paso 6: protección a cambio de sexo
John comenzó a aceptar las relaciones sexuales con otros presos a cambio de protección. Es lo que ocurrió con un rubio narcotraficante que le prometió cuidar de él si lo masturbaba. Pero fueron pillados en las duchas y, al no gozar de ninguna autorización, pasó dos semanas en confinamiento solitario. Así que decidió explicarle su situación a las autoridades de la cárcel, que lo trasladaron al correccional Bellamy Creek. Allí también fue objeto de intentos de agresiones sexuales y se prestó a besar y acariciar a otros hombres para garantizar su protección.
Paso 7: fin del placer sexual para siempre
Estas circunstancias han provocado que John deje de disfrutar de las relaciones sexuales, aunque sea con mujeres: “No siento deseo por ninguno de los sexos”. John sigue encarcelado, y ahora pasa el día leyendo, viendo las noticias y pintando gracias a la protección que ha recibido del grupo de abogados que, liderado por Deborah Labelle, se ha propuesto proteger a los cientos de prisioneros que contaban con menos de 18 años entre el 2010 y el 2013 y que han manifestado, como John, haber sido víctimas de brutales violaciones entre rejas. Como reconoce el propio prisionero, es un entorno perversamente igualitario, y no culpa a sus orígenes sociales de lo que le ha ocurrido: “Si eres vulnerable, da igual cuál sea tu color”.