El 10 de mayo de 1957, los expedicionarios del Granma bajo custodia de agentes del orden batistiano fueron condenados —junto con otros alzados detenidos en Oriente— a penas de entre uno y ocho años de cárcel. El juez Manuel Urrutia emitió un voto particular en contra del veredicto y la historiografía descuidada trastoca este pasaje con otro imaginario en el juicio del Moncada.
Aquel juicio [Causa 56/1956] venía andando desde el 22 de abril de 1957 con 226 acusados —83 presos, 73 en libertad y 70 en rebeldía— por delitos “contra la estabilidad de la República”: el desembarco del Granma el 2 de diciembre de 1956 y los levantamientos el 30 de noviembre en Santiago de Cuba y el central Ermita de Guantánamo. La causa se había radicado en el Tribunal de Urgencia de Oriente y Urrutia presidió la sala juzgadora. Los otros jueces fueron Eduardo Cutié y Alberto Segrera. Participaron el mismo fiscal del juicio del Moncada [Causa 37/1953], Francisco Mendieta, y 22 abogados defensores. De los acusados presentes salieron 110 absueltos y 40 sancionados, entre estos los 22 expedicionarios confesos del Granma
El juicio dio pie al mito consolador de que Hitler fue evocado por Castro al cierre de su alegato de autodefensa; el ingreso a prisión, por el contrario, propició la experiencia carcelaria que serviría al Dr. Antonio de la Cova para destruir otro mito consolador entre cubanos: la revolución traicionada.
A pesar de que tanto el juicio como la prisión han sido requete manoseados, aún se meten forros historiográficos como, por ejemplo, que el magistrado “Urrutia emitió un voto particular en contra del veredicto” condenatorio de Castro. Ya vimos que así no fue ni por asomo. Vayamos a los mitos.
Analogía anticastrista perdida
A partir de que Castro concluyó su autodefensa, el 16 de octubre de 1953 en Santiago de Cuba, con la frase desafiante: “Condenadme, no importa, la historia me absolverá”, la mitología exiliar urdió que así Castro revelaba idéntica mala entraña que Hitler, quien cerró de manera similar su autodefensa, el 27 de marzo de 1924 en Múnich, al ser enjuiciado por la tángana de cervecería que había dado contra el gobierno bávaro en noviembre de 1923.
Ante todo, Castro profirió en juicio: “El silencio de hoy no importa. La historia definitivamente lo dirá todo”. Este cierre se mejoró al dar su alegato a imprenta y en el panfleto impreso (1954) aquella frase desafiante. Por la abundancia de citas, autores y temas de filosofía política y jurídica, impensables sin revisión bibliográfica, se infiere que alguien pasó la mano al texto y es plausible que fuera Jorge Mañach, como apuntan el juez que presidió el juicio del Moncada, Adolfo Nieto, y uno de los acusados absueltos, Dr. Ramiro Arango Alsina.
En Mein Kampf (1925), Hitler citó su remate de autodefensa en Múnich así: Die Richter dieses Staates mögen uns ruhig ob unseres damaligen Handelns verurteilen, die Geschichte als Göttin einer höheren Wahrheit und eines besseren Rechtes, sie wird dennoch dereinst dieses Urteil lächelnd zerreißen, um uns alle freizusprechen von Schuld und Fehle [Los jueces de este Estado podrán condenarnos tranquilamente por nuestras acciones de hoy; pero la Historia, como diosa de una verdad superior y un mejor derecho, sonriente, hará trizas algún día esta sentencia para absolvernos de toda culpa y falta].
Por supuesto que es la misma idea panfletaria de La historia me absolverá, pero si Castro llevaba más de 15 alusiones a José Martí en el juicio del Moncada cuando se aprestaba a terminar su autodefensa, no tenía por qué tomar prestado de Hitler. La frase desafiante estaba facilita de aprehender —por Castro o por Mañach, biógrafo de Martí— en el propio Apóstol: “La Historia no nos ha de declararnos culpables”, reza el cierre de La oración de Tampa y Cayo Hueso (1892). Al tenor del anticastrismo analógico perdido, Hitler copió de Martí.
La revolución traicionada
Además de enlazar citas por los pelos, otra sonsera del anticastrismo perdido estriba en que Castro traicionó a la revolución, como si ese fenómeno histórico denominado revolución cubana no fuera precisamente la revolución de Fidel Castro, ya que toda revolución siempre es de quien se lleva el gato [político] al agua [social]. La coartada de que la gente de buena fe vino a darse cuenta más tarde de quién era Castro fue destruida por De la Cova en su rescate historiográfico del moncadista Eduardo Montano, exiliado en Nueva Jersey.
Junto a Fidel Labrador, Fidel Castro llegó a Isla de Pinos el 17 de octubre de 1953 en avión de transporte militar. Otros 29 asaltantes, entre ellos Montano, cumplían ya sus condenas en el Presidio Modelo. A poco de arribar Castro, Montano caló a fondo cómo aquel ejercía su liderazgo entre los reos de la causa del Moncada: “Coño, pero si esa es la táctica de los comunistas viejos”. El resto del testimonio de Montano a De la Cova puedea resumirse así:
“Durante el presidio fue que yo pude conocer prácticamente la ideología de todos, de casi todos los que estaban allí. Había una biblioteca. Esa biblioteca tenía más de comunismo que de otras cosas. Carlos Marx y toda esa gente. Entonces se veía ya claramente a Fidel Castro en todas sus manifestaciones, echándole al imperialismo yanqui y defendiendo el socialismo. Ya eso era allí entonces [y] Fidel fue dictatorial allí mismo. No se podía discutir una cosa con él, porque lo que él dijera era sagrado. Y cuando veía que tú tenías otra ideología y que hablabas de otra cosa distinta, te ponía en la picota, como se dice. Ahí fue que yo no compartí ya las ideas de Fidel. Ya me había dado cuenta que Fidel tenía la tendencia esa. Cuando nos dan la amnistía, él empezó a decir que todos se fueran para México, pero yo realmente no tomé ningún interés y no quise seguir a Fidel Castro. Yo me mantuve al margen de todo el movimiento y no acepté ningún puesto después del triunfo. Me quedé en la barbería hasta que me la quitaron. En 1969 una cuñada que estaba aquí en los Estados Unidos nos mandó el dinero por vía España. Y estuvimos en Madrid dos años hasta que al fin pudimos salir para acá”.
El falso adelantado
El diagnóstico temprano de Castro como dictador se atribuye al finado Rafael Díaz-Balart, pero su descarga en 1955 —de que la amnistía a Castro, “tan imprudentemente aprobada, traerá muchos días de luto, de dolor, de sangre y de miseria [y] enseñará al pueblo el verdadero significado de lo que es la tiranía”— es otro mito exiliar, que deriva de otro forro historiográfico en la saga del Moncada. Para desinflar este mito basta consultar el Diario de Sesiones del Congreso de la República de Cuba, atesorado en la Universidad de la Florida.
El volumen 91 recoge en su número 19 la relatoría completa de la sesión del 18-19 de abril de 1955 sobre la Ley de Amnistía. En sus 74 páginas no hay ni rastro del cacareado discurso de Díaz-Balart en contra de amnistiar a Castro, quien no consta mencionado en acta ni siquiera de pasada. Por el contrario, Díaz-Balart sí aparece en el acta del 18 de abril entre quienes “emitieron sus votos a favor” de la Ley de Amnistía. Y en el acta del día siguiente Díaz-Balart reaparece para confirmar: “Nuestro Partido [Acción Progresista] y el Presidente Batista han amnistiado a los presos del Cuartel Moncada” (página 66).
Coda
Cabría preguntarse si para detectar a los fantoches políticos que tanto abundan hoy entre cubanos se requiere ser más perspicaz que aquel oscuro barbero en el barrio La Ceiba, Marianao, que siguió a Castro en el asalto al cuartel Moncada y prefirió apartarse al percibir que era un dictador en cierne, o resulta mejor continuar en la sonsera de tragarse guayabas incluso mayores que la profecía de Díaz-Balart.
Cartas de presidioEl 16 de octubre de 1953, Fidel Castro acusó al gobierno de Fulgencio Batista de impedirle prepararse adecuadamente para su defensa en el juicio por el asalto al cuartel Moncada, alegando que "un abogado debe conversar privadamente con su defendido, y este derecho se respeta en cualquier lugar del mundo, salvo que se trate de un prisionero de guerra cubano en manos de un implacable despotismo que no reconozca reglas legales ni humanas''.
Sin embargo, el joven abogado tuvo la oportunidad de defenderse en un juicio oral donde pidió al tribunal --y se le concedió-- que se respetara su derecho a expresarse con entera libertad, porque: "Cuando concluya, no quiero tener que reprocharme a mí mismo haber dejado principio por defender, verdad sin decir, ni crimen sin denunciar'' (La historia me absolverá).
En su alegato, el acusado no recurrió a la filosofía marxista para sustentar su posición política, sino a los principios de la constitución de 1940 --que luego desmanteló-- y a los grandes pensadores occidentales que sentaron las bases de esa democracia liberal que lo protegía y que hoy tanto desprecia, citando desde John Milton y John Locke hasta Thomas Paine y la Declaración de Independencia de Estados Unidos.
Al final de su defensa, después de haber hablado de las leyes revolucionarias que pensaba proclamar, y hasta de la Declaración francesa de los derechos del hombre de 1789, Castro sentenció que para él, la cárcel sería dura ''como no lo ha sido nunca para nadie'', y que estaría preñada de ruin y cobarde ensañamiento.
Castro fue sentenciado a quince años de prisión y salió en libertad bajo amnistía el 15 de mayo de 1955, tras haber cumplido alrededor de un año y seis meses de cárcel por el asalto a dos cuarteles en la provincia de Oriente el 26 de julio de 1953, en los que murieron numerosos civiles y militares.
En cuanto al ensañamiento de sus carceleros, Castro dejó en su epistolario testimonio sobrado de todo lo contrario: ''¿Has logrado imaginarte la soledad de esta celda? Como soy cocinero, de vez en cuando me entretengo preparando algún pisto. Hace poco me mandó mi hermano desde Oriente un pequeño jamón y preparé un bisté con jalea de guayaba. Pero eso no es nada: hoy me mandaron los muchachos un potecito con ruedas de piña en almíbar. Y mañana comeré jamón con piña. ¿Qué te parece?'' (24 de marzo de 1953, tomado de El diario de la revolución cubana).
En una carta fechada en junio de ese año, Castro dice: "Trajeron a Raúl para acá. Comunicaron mi celda (que tú viste en Bohemia) con otro departamento cuatro veces mayor y un patio grande, abierto desde las 7 am hasta las 9 y 30 pm. La limpieza corresponde al personal de la prisión, dormimos con la luz apagada, no tenemos recuentos ni formaciones en todo el día, nos levantamos a cualquier hora [...] Agua abundante, luz eléctrica, comida, ropa limpia, y todo gratis. No se paga alquiler. ¿Crees que por allá se está mejor?''
Cincuenta años después, en una misiva fechada el 1 de junio de 2003, el médico Oscar Elías Biscet, condenado arbitrariamente a 25 años de prisión por oponerse pacíficamente al régimen castrista, cuenta lo siguiente:
'Estoy en la cárcel Kilo 5 ½ de máximo rigor en la provincia de Pinar del Río. Desde un inicio me he negado a usar el uniforme de preso porque lesiona mi dignidad de ciudadano inocente; además, no acepto el título de 'mercenario' que nos quieren imponer, como tampoco acepto el falso juicio dirigido por Torquemada. Posteriormente, me quitaron todas mis pertenencias, incluyendo mi ropa interior, y me condujeron hasta una celda oscura y sucia, donde la única ventilación que recibía era hollín y humo de petróleo de la cocina de la cárcel''.
''Mi inspiración está viva'', concluye Biscet escribiendo desde una celda aislada. "Dios y los grandes maestros de la no violencia, presentes hoy más que nunca. Como dijera Martin Luther King: 'Si un pueblo es capaz de encontrar entre sus filas un 5% de sus hombres dispuestos a ir voluntariamente a la cárcel por una causa que ellos consideran justa, entonces no habrá obstáculo que pueda detenerlo''.
Oscar Elías Biscet no fue encarcelado por atacar ningún cuartel, ni por matar a nadie, sino por oponerse al aborto, denunciar las violaciones de los derechos civiles cometidas por el gobierno, y por propagar la Declaración de los Derechos Humanos de Naciones Unidas. No obstante, Castro no le permitió el amparo de las libertades individuales que él gozó en 1953, y Biscet fue condenado tras un juicio sumarísimo que apenas duró 72 horas, digno de un implacable despotismo "que no reconoce reglas legales ni humanas''.
La historia no lo absolverá
Les prometió libertades a los cubanos, los traicionó y calcó el modelo soviético de gobierno. Acabó con uno de los países más prósperos de América Latina y diezmó y dispersó a la clase empresarial, pulverizando el aparato productivo.
Tres generaciones de cubanos no han conocido otros gobernantes durante cincuenta y tantos años de partido único y terror. Extendió la educación pública y la salud, pero ese dato lo incrimina aún más. Confirma el fracaso de un sistema con mucha gente educada y saludable, incapaz de producir, hambrienta y entristecida por no poder vivir siquiera como clase media, lo que los precipita a las balsas.
Fusiló a miles de adversarios. Mantuvo en las cárceles a decenas de miles de presos políticos durante muchos años. Persiguió y acosó a los homosexuales, a los cultivadores del jazz o el rock, a los jóvenes de pelo largo, a quienes escuchaban emisoras extranjeras o leían libros prohibidos. Impuso un macho feroz y rural como estereotipo revolucionario. El 20% de la sociedad acabó exiliada.
Creó una sociedad coral dedicada públicamente a las alabanzas del Jefe y de su régimen. Por su enfermiza búsqueda de protagonismo, miles de soldados cubanos resultaron muertos en guerras y guerrillas extranjeras dedicadas a crear paraísos estalinistas o a destruir democracias como la uruguaya, la venezolana o la peruana de los años sesenta.
Carecía de escrúpulos políticos. Se alió a Corea del Norte y a la teocracia iraní. Apoyó la invasión soviética a Checoslovaquia. Defendió a los gorilas argentinos en los foros internacionales. El 90% de su tiempo lo dedicó a jugar a la revolución planetaria. Deja un país mucho peor del que lo recibió como a un héroe. La historia lo condenará. Es cuestión de tiempo.
¿Qué tu opinas, absolvió la historia a Fidel Castro?