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General: Josephine Baker, de Nueva York a París, luego a Cuba
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De: ciudadano del mundo  (Mensaje original) Enviado: 15/05/2018 16:48
“ROMANCE” CON FRIDA KAHLO
Yo fui lastimada por haber nacido negra… No se me permitió ser la verdadera norteamericana que yo deseaba ser… En Estados Unidos me reprimiero, muchos de nuestra raza debimos emigrar no por decisión propia, sino porque no pudimos tolerar el racismo del que fuimos víctimas, contaba.

DE NUEVA YORK,  PARÍS,  A CUBA
Se cambia señores, se cambia (de ropa),  su frase al salir del escenario
Josephine Baker en La Habana, la historia de un romance entre una mujer y una nación
Freda Joséphine McDonald nació y creció en los suburbios de St. Louis limpiando casas y cuidando bebés de familias blancas adineradas desde los ocho años de edad. A los 13 consiguió trabajo de mesera en un bar donde conoció a su primer marido, de quien se separó dos años después. Otras historias cuentan aquella primera relación de un modo distinto.
 
De niña, Joséphine sufrió abuso sexual aunque nada de eso se conoce con detalles; pero a los 13 años de edad jugaba a “la casita” con un tal Míster Dad (Señor papi), asistente vendedor de dulces en un carro ambulante de helados cerca de la mansión donde ella laboraba. Con él huyó para casarse el 22 de diciembre de 1919, convirtiéndose en la señora de Willie Wells.
 
Fue entonces cuando comenzó a bailar en las calles y presentarse en sketches cómicos de la Jones Family Band y los Dixie Steppers. En 1921 se casó nuevamente, pero con Willie Baker (cambiando su apellido natal por el Baker que le daría triunfos). En el Plantation Club de Nueva York actuó con Ethel Waters en Chocolate Dandies.
 
La carrera de Joséphine Baker despuntó en 1925 cuando se presentó en el teatro de los Champs-Elysées con el teatro de comedia La Revue Nègre, viajando luego a Bruselas y Berlín; sin embargo, en Austria fue abucheada, así que volvió a París para consagrarse en Folies-Bergère, danzando con su penca de bananas.
 
Hacia 1926, un gigoló italiano, Guiseppe Abatino, Pepito, entró a su vida como representante y amante. Pronto, Joséphine eclipsaría a sus contemporáneas: la genial parisina Mistinguett (5 de abril 1875-5 de enero 1956), la rubia alemana Marlene Dietrich (27 de diciembre 1901-6 de mayo 1992) y la seductora sueca Greta Garbo (18 de septiembre 1905-15 de abril, 1990). Joséphine era la reina de los musicales en cine y del cabaret francés. Su película muda de 1927, Sirena de los Trópicos y la sonora de 1934 Zou Zou quedaron para la historia.
 
Por aquella década de los treintas abrió su propio centro nocturno, Chez Joséphine. En 1935 se alejó de Pepito y dos años más tarde se casó con un francés, el empresario Jean Lion (sin jamás haberse divorciado de sus primeros dos maridos afronorteamericanos).
 
El matrimonio fracasó en 1941, pero habiendo obtenido la ciudadanía gala, durante la segunda guerra mundial ella participó en la resistencia francesa y entretuvo a los combatientes con una condición: que juntos, tanto los soldados aliados negros y de otras razas, fueran a verla actuar.
 
En 1936 regresó a Estados Unidos para espectáculos en Ziegfeld Follies con Bob Hope y Fanny Brice, siendo atacada por la liberalidad erótica del show, aparte de que varios hoteles y restaurantes le impidieron su entrada.
 
Cuando regresó a París, en octubre de 1944, fue aclamada en los Campos Elíseos y la condecoraron con la Medalla de la Resistencia y de la Legión de Honor. También se involucró con el jazzista francés de raza blanca Jo Bouillon, con quien se casó el 3 de junio de 1947 (divorciándose nueve años después). Un hecho importante debe mencionarse para esta etapa con Bouillon: como ella no podía tener hijos, compró un castillo al sur de Francia, Les Milandes, y adoptaron 12 niños de diversos colores de piel (“La tribu del arcoiris”) para simbolizar la armonía entre las razas humanas.
 
“Romance” con Frida Kahlo
De las pocas referencias que las nuevas generaciones en el siglo XXI podrían tener acerca de Joséphine Baker, una aparece en la película Frida, de Julie Taymor (Masachussets, 1952), entre la actriz veracruzana Selma Hayek (en el papel de Frida Kahlo) y Karine Plantadit-Bageot (Francia, 1970).
 
Salma sale completamente desnuda con una mano entre sus piernas, mientras Karine se desviste también y enseguida se observa los cuerpos de ambas frotándose mutuamente. Pero es una de las demasiadas libertades que se tomó la directora de Frida, señaló al criticar el filme la recientemente fallecida crítica plástica y experta de la Kahlo, Raquel Tibol (Argentina, 1923-Ciudad de México, 2015), cuando expresó a la reportera Judith Amador Tello en la revista Proceso número 1361:
 
“Todo el asunto de las fornicaciones está puesto bruscamente, como para dejar consignado que era una persona muy dada a la cogedera, para decirlo a la manera como está dicho en la película. Los momentos en que Frida pasó en París no fueron como se plasman en el filme…”
 
“Para hablar del lesbianismo de Frida”, señaló Tibol, “la película tiene una escena en la que aparece una artista negra en un escenario de París y momentos después está haciendo el amor con la pintora… la negra de entonces (1939, cuando la artista expone en París) era la cantante estadunidense Joséphine Baker, ridículo que se muestre a Frida viéndola bailar, corten la escena y al momento siguiente ‘¡pum!’, estén juntas en la cama, porque el lesbianismo de la pintora no era de ‘venga a mi reino cualquiera’”.
 
Según uno de los 12 hijos adoptivos de Joséphine Baker, Jean-Claude Baker, en la biografía que en 1993 escribió con Chris Chase sobre su madre The Hungry Heart (El corazón hambriento), ella era bisexual y se vio involucrada en varios romances lésbicos a lo largo de su vida, por ejemplo, con las afroamericanas Clara Smith, Evelyn Sheppard, Bessie Allison, Ada Bricktop Smith y Mildred Smallwood al comienzo de su carrera; o después, con la escritora francesa Colette, pero no menciona nada de amoríos con Frida Kahlo.
 
También se cuenta que en México Joséphine se casó por mera bufonada con el pintor, diseñador y coleccionista de arte Robert Brady (Iowa, 1928-Cuernavaca 1986), quien era homosexual y cuyo legado de alrededor de mil 300 piezas conforma el Museo Brady Casa de la Torre en Cuernavaca, Morelos.
 
Wikipedia explica que en 1963 Joséphine participó en la marcha en Washington por el trabajo y la libertad organizada por Martin Luther King. Hacia junio de 1964, para salvar su castillo en la que había reunido a todos sus hijos, conmovida y molesta por la angustia de esta mujer, el símbolo sexual galo Brigitte Bardot se involucró en su rescate financiero.
 
El 2 de octubre de 1925, había sido la primera presentación de Joséphine Baker en París. Esta mujer de brillante piel morena, fulgurantes cabellos negros, chispeantes ojos y atrevido contoneo había cautivado a la mayoría de los parisinos ante los cuales actuó. Apenas unos cuantos se sintieron disgustados...
 
Su osadía, novedad, buen humor y atributos físicos de negra norteamericana, la convirtieron en el icono de la era del jazz y del naciente estilo art deco, tan influido por lo africano.
 
La fascinación de Europa por la cultura negra —tanto en la pintura como en la música— aumentaba gradualmente. Por ejemplo, en 1917, la primera banda de jazz actuó en París, donde ocho años después se sucedieron al unísono dos importantes acontecimientos: la exposición Arts Décoratives, por una parte, y, por la otra, el debut de Joséphine Baker con la Revue Nègre en el teatro Champs-Elysées.
 
París estaba extasiado. El crítico André Levinson escribió acerca de la actuación de Joséphine: «Parece ordenar al hechizado tamborilero, al saxofonista que se inclina amorosamente hacia ella con el vibrante lenguaje de los blues, en el que el insistente martilleo que resquebraja el oído se acentúa con las más inesperadas síncopas. En medio del aire, sílaba a sílaba, los ejecutantes del jazz se asen al fantástico monólogo de este cuerpo enajenado. La danza crea la música. ¡Y qué danza!...el breve pas de deux sauvage del final alcanza las alturas con bestialidad soberbia e indómita».
 
El encantamiento provocado por Joséphine sobre la ciudad fue recíproco. Ella también se sintió conmovida ante aquella urbe. De eso dan fe —por ejemplo— las declaraciones que le hiciera al propio Carpentier, en una entrevista para la edición de la revista cubana Carteles, correspondiente a agosto de 1935. Entonces le expresó su asombro y placer ante la manera de comportarse los parisinos: «¡Tanta alegría por las calles, tanta gente besándose! Aquello resultaba extraordinario para mí, porque en América cuando las personas se besa en las calles, las meten en la cárcel».
 
Al igual que el arte chino había incidido en los pintores y diseñadores del siglo XIX, los ritmos palpitantes, la paleta fauve y los repetitivos diseños geométricos del continente africano, se difundieron vertiginosamente en el mundo de la moda durante el período que separó las dos grandes guerras, en la centuria pasada.Carpentier había sido director de los estudios Fonoric de París, dedicado a grabaciones musicales y programas de radio. Quien años después llegaría a ser uno de los más eruditos musicólogos del continente americano, ya en esa época conocía a cabalidad el medio donde se movía aquella mujer, la primera artista que —según revela— conociera al llegar a París: Miss para sus amigos, para sus compañeros, para sus músicos... pero algo más que «La Platanitos», como le llamaban en el mundo del espectáculo.
 
«En ella se reúnen las cualidades esenciales que hacen a los verdaderos grandes artistas: facultades innatas, voluntad de trabajo, conocimientos técnicos, disciplina física, severidad en la autocrítica, sencillez e inteligencia...», escribió. De simple amigo y admirador de esta mujer, Carpentier había pasado a la condición de colaborador: planeó, dirigió y «puso en ondas» los dos últimos festivales por radio que ofreciera José phine; el primero, en Poste Parisien, y el segundo, en Radio Luxemburgo, la estación más potente de Europa en ese momento.
 
Para entonces, pocos recordaban en París que Joséphine Baker había nacido en un barrio pobre de Saint Louis, Missouri, Estados Unidos, el 3 de junio de 1906. La madre descendía de indios apalaches y negros esclavos de Carolina del Sur, en tanto el padre tenía sangre española y africana.
 
Dada la difícil situación económica de la familia, la pequeña Joséphine asistió a la escuela por poco tiempo. Incluso, ella y sus hermanos se vieron obligados a buscar alimentos entre los desechos de los mercados, además de vender el carbón que recogían en terrenos pertenecientes a los ferrocarriles.
 
Antes de los 15 años, abandonó su ciudad natal para enrolarse en un grupo de baile. Sus primeras apariciones en el escenario, fueron en el New York Music Hall y en el Plantation Club, en el barrio negro de Harlem.
 
A pesar de que esas actuaciones iniciales estaban enmarcadas en una especie de danza cómica, tipo parodia, que subvaloraba la identidad afronorteamericana, la joven Joséphine mostraba su calidad de estrella.
 
«No sé de dónde la sacó», señaló en una ocasión la cantante negra norteamericana Elisabeth Welch, «porque sus antecedentes humildes son conocidos; sin embargo, desde el principio era elegante. Tenía un abrigo de piel de foca negra, no sé si era o no real, pero cuando se lo ponía parecía real. Tomaba un retazo de seda y lo enrollaba en su cabeza e incluso así, lucía como una emperatriz oriental».
 
En 1922, Joséphine se unió al elenco de Shuffle Along, primer musical de negros norteamericanos en su país, que había servido el año anterior para el debut profesional en las tablas, del mítico Paul Robeson (1898-1976).
 
En la primavera de 1925, ella estaba entre los artistas que, tras ensayar durante todo el viaje a través del Atlántico, actuarían en la Revue Nègre de París.

Al finalizar su participación en esta revista, Joséphine desempeñó un papel protagónico en el teatro Folies Bergère, siendo la única negra en el elenco. Fue a partir de esta presentación que ella se convirtió en «La Platanitos».
 
Mientras trabajaba en el Folies Bergère, Joséphine inauguró su propio nightclub, el Chez Joséphine, en la calle Fontaine. Después de actuar en el Folies, llegaba allí acompañada de su doncella y uno o dos animales exóticos. En este sitio inició la transformación de su imagen, en lo que su amigo André Rivollet describió como «su roucoulement fantasmagorique, o sea, su arrullo fantasmagórico, en una manera vocal muy personal: un collage auditivo único en el estilo de la ópera ligera sobre un fondo musical de jazz vívido».
 
En la primavera de 1928, una recién sofisticada Joséphine inició una gira durante la cual cantaría por primera vez en francés. Aparte de su voluminoso equipaje, de 196 pares de zapatos, 137 piezas de vestuario para teatro, pieles mixtas, innumerables vestidos y 64 kilos de polvos de tocador, llevaba sus perros Fifi y Bebé.
 
En el periódico Paris Soir, Paul Reboux publicó una nostálgica despedida a aquella primera Joséphine:
 
«Ahí estás, preparándote para conquistar el mundo. Creo que para ti será fácil pero, mientras te aplaudan los extranjeros, recuerda que París nutrió tu fantástica gloria vigorosa y descubrió que aquella pequeña y desconocida bailarina, era realmente la gran artista en la que te has convertido».
 
Después de actuar en toda Europa, Joséphine viajó a Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. Cuando apareció en Buenos Aires le obsequiaron tres pequeños cocodrilos, regalo que agradeció cantando tres tangos.
 
En diciembre de 1934, protagonizó el reestreno de la ópera cómica de Jacques Offenbach (1819-80) La Criolla. Sus actuaciones fueron ovacionadas por todo París. A propósito, en el mismo trabajo citado en Carteles, de agosto de 1935, Carpentier recuerda que esta opereta le costó a ella un año de trabajo: «Dese-chando contratos, renunciando a tour-nées ventajosas, quiso demostrar que era perfectamente capaz de cantar las 300 páginas de una partitura escrita para la Judic, cantante de escuela italiana que enloqueció al París del Segundo Imperio. La Criolla de la Judic se mantuvo 20 días en el cartel, la de Joséphine anda ya por 200 representaciones consecutivas.
 
«Es adorable», escribió por su parte el compositor Henri Sauget, «su canto, actuación y danza se ajustan al estilo de Offenbach... cada una de sus apariciones es un milagro de fina gracia y tacto. Éste es su debut en la opereta, es deslumbrante, simplemente no existe nadie en estos momentos que posea tal brillantez, espontaneidad y encanto único...»
 
Con esta presentación, Joséphine consiguió despojarse de su anterior identidad de salvaje erótica ataviada con plátanos.
 
El éxtasis y la adoración que saludaban sus actuaciones en Francia en nada se pareció a la recepción que le dieron sus compatriotas. Durante su primera gira por América del Norte, fue calumniada por la crítica. La revista Time trató de desvirtuar esa imagen triunfal: «Joséphine Baker es hija de una lavandera de St. Louis que pasó de un espectáculo paródico negro a una vida de adulación y lujos en París durante el esplendor de la década del 20. Para los saciados europeos que aman el jazz, una mujerzuela negra posee mayores ventajas en cuanto a atracción sexual se refiere».
 
Tales señalamientos ofensivos se exacerbaron durante su gira por Estados Unidos, donde la administración de un hotel en el que reservó una habitación, se negó a alojarla pues no deseaba molestar a sus huéspedes blancos.
 
El Chicago Defender, por su parte, respondió con una carta a los editores de la Times: «Estamos renuentes a creer que el editor y los editores-jefes de Time vivan en tan bajo y degradado canal mental. Preferimos, por respeto a la caridad, creer que Time desafortunadamente seleccionó a un miembro de su personal cuya idea de la decencia periodística encuentra asociación propia y justa en las cloacas... la vil palabra “mujerzuela” no pertenece al vocabulario de los caballeros cultos... El simple hecho de utilizar tal palabra para referirse a una mujer tiene sus raíces en una mente enferma».
 
Como rechazo ante el hostil recibimiento estadounidense, la vedette se negó a cantar en otra lengua que no fuese la francesa y pronto retornó a Francia donde inauguró el espectáculo Paris Qui Remue. Al igual que siempre, los parisinos le reiteraron su adoración. «Joséphine Baker, quelle surprise, quelle stupéfaction!», escribió Pierre Varenne en el Paris Soir: «Dijimos adiós a la amable muchachita... una artista, una gran artista, ha retornado a nosotros».
 
Poco tiempo después, Joséphine renunció a la ciudadanía norteamericana y se convirtió en francesa naturalizada. Cuando se declaró la segunda guerra mundial en 1939, se ofreció como voluntaria en la Cruz Roja y, a la vez, actuaba cada noche en el Casino de Paris. Pronto inició sus viajes semanales al Frente para entretener a las tropas y, a partir de 1940, trabajó en el servicio secreto del Ejército Francés Independiente, brindando su castillo en Les Milandes como centro de operaciones, el mismo que —años después— albergaría a lo que llamó la Tribu Arco Iris, un grupo de 12 niños huérfanos, procedentes de diferentes países, que ella adoptaría como hijos.
 
Durante algún tiempo, viajó al exterior portando noticias e información para los grupos de la resistencia. Escritos con tinta invisible sobre su música, al menos en una ocasión llevó mensajes de los partidarios de Charles de Gaulle en Portugal a sus asociados en Gran Bretaña.
 
Después de la guerra, Joséphine actuó nuevamente en el Folies Bergère. De inmediato iniciaría una gira. Viajó primero a Italia en el verano de 1950 y, posteriormente a Cuba.
 
En 1931, a sólo seis años del debut de Joséphine Baker en París, la revista Social ofrecía —en exclusiva a los lectores cubanos— un artículo periodístico sobre la diva afronorteamericana, del escritor Alejo Carpentier, un gran conocedor de la música en todas sus variantes.
 
Precisamente, en el número correspondiente a diciembre de 1931, se publica esa crónica que su autor —colaborador en la capital francesa— titularía: «Moisés Simons y el piano Luis XV de Josephine Baker», y que revela los nexos existentes entre la vedette y la música cubana, en especial con el creador de la popular pieza musical El manisero.
 
Ilustrado con una fotografía, autografiada por la «Diosa de ébano» para la revista, el texto evoca la velada celebrada durante una visita de Simons a la residencia de Joséphine en la villa Beau Chéne, en el Vesinec.
 
«Es tiempo de apurar una taza de café y encender un tabaco de Cuba, y Simons es obligado a atacar, en el piano Luis XV, las primeras notas de una rumba... San Bongó y Santa Maraca asoman el rostro entre dos nubles mofletudas. Los ritmos criollos se apoderan del ambiente.
 
¡Cei sii jioliü! ¡Cei sii jioliü !, exclama sin cesar Josephine. ¡Quién no bailaría con una música así! ¡Eso sí que puede llamarse ritmo!
 
Y para ayudar la palabra con el gesto, mientras la mano izquierda de Simons produce implacables bajos de tambor ñáñigo, la actriz comienza a improvisar una danza capaz de aterrorizar a las pastoras y comediantes de Watteau.
 
El estilo penetró la moda, la gráfica y la arquitectura, en tanto el jazz, su versión musical, reverberó en los exóticos apartamentos de sus sofisticados devotos. El art deco está especialmente bien representado en el patrimonio edificado de La Habana.


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: ciudadano del mundo Enviado: 15/05/2018 16:53
En La Habana
Josephine Baker, la última gran vedette de la escena parisiense, visitó La Habana en 5 ocasiones. Apodada la Platanitos debido al número con el que triunfó en París, que consistía en bailar llevando solo platanitos colgados de la cintura. Su gracia y el color oscuro de su piel la convirtieron en la estrella del naciente estilo Art Decó francés que tuvo una profunda influencia africana.  La cantante, bailarina, actriz, vedette y diva norteamericana, hizo varias visita a Cuba, montó varios conciertos unipersonales y grabó un disco como “regalo para el pueblo de Cuba”.
 
Idolatrada hasta el paroxismo por el público parisino, esta espectacular vedette también actuó en La Habana, y aunque no todas sus estancias aquí fueron felices, ello no impidió que profesara un sincero cariño por la Isla y su música.
 
Los vínculos con intelectuales y artistas cubanos radicados en París, hicieron que persistiera en ella la idea de venir a la Isla. En 1948, durante una gira por América del Sur, incluso estuvo casi contratada para actuar en el cabaret Tropicana, pero la fecha no le convino y regresó a Francia.
 
De 1950 a 1966 estuvo cinco veces en Cuba. Las visitas más significativas —sin dudas— fueron las realizadas en 1950 y las dos últimas, en 1966.
 
En el invierno de 1950, llegó por primera vez a La Habana en un frío día de diciembre. Aquella imagen de la ciudad invernal, carente del calor y de la luz del sol, distaba mucho de la que ella había soñado, según expresara a los numerosos periodistas que acudieron a dar cobertura al relevante acontecimiento del mundo del espectáculo. Bohemia y Gente de la Semana publicaron sendas entrevistas en las cuales la vedette expresa su desencanto por el clima existente entonces en la capital cubana.  A esta circunstancia, se le sumaría el dolor ante la noticia de la muerte de su amigo, el compositor cubano Eliseo Grenet.
 
En cuanto desembarqué en La Habana, pregunté por el maestro, que fue un gran amigo y camarada en París. Juntos trabajamos meses enteros en la traducción al francés de su Virgen Morena que yo quería presentar bajo su propia dirección. ¡Qué tristeza, señor, cuando me dijeron que ha muerto hace unos días!»
 
Grenet había fallecido el 4 de noviembre. En junio de 1934, el compositor llegó a París procedente de España, con el propósito de crear la conga, un nuevo baile que concibió para opacar a todos los ritmos existentes, incluida la rumba que entonces estaba de moda. En pocas semanas logró su objetivo: la conga se hizo exclusiva en el Casino de París, en el Folies Bergère y en los centros más aristocráticos de Europa. Fue en esos años que Joséphine hizo amistad con Grenet y le prometió visitar su tierra natal.
 
En este primer viaje a Cuba en noviembre de 1950,  vino acompañada de su tercer esposo, el compositor y director de orquesta, el francés Joseph Bouillon, quien —a propósito— precisó a la prensa que la vedette tenía dos sucu sucus del maestro Grenet, los cuales se aprendería en La Habana para incluirlos en su repertorio. Pero ella interpretaba con frecuencia otras canciones cubanas como Mamá Inés, del propio Grenet, que estrenó en París, y Anoche hablé con la luna, de Orlando de la Rosa.
 
A una pregunta del reportero sobre si conocía el ya afamado mambo, creado por el también cubano Dámaso Pérez Prado responde categórica: «Sí, lo he oído con mucha frecuencia en México. Pero quiero ver, oír y cantar el mambo en Cuba. Y también quiero ver bailar la rumba. La verdadera rumba cubana.
 
En su primera visita a Cuba en noviembre de 1950 se le impidió hospedarse en el Hotel Nacional debido al color de su piel, la excusa que esgrimieron los dueños del hotel era que no tenían habitaciones disponibles. De nada le sirvió ser aclamada por la prensa como la Vedette Mundial ni haber recibido la Legión de Honor por formar parte de la resistencia francesa contra la invasión de Hitler.
 
La Platanitos tuvo que alojarse en una estancia más modesta, pero no se dejó amedrentar por la humillación. Actuó de manera excepcional en el teatro América, donde implantó record de actuaciones consecutivas durante las 5 semanas que se presentó.
 
En 1952, Joséphine regresó a La Habana, donde volvió a sufrir la tan familiar humillación de ser rechazada en un hotel porque era negra. Temerosa de perder sus negocios con sus acaudalados visitantes norteamericanos, la administración del Hotel Nacional se negó a acogerla. Joséphine estaba furiosa y en dos horas había movilizado a un grupo de cubanos, «gente de color como yo», y encontrado un abogado y un testigo para dar fe de que se le había prohibido la entrada a la instalación hotelera. Al abandonar Cuba, Joséphine viajó a Estados Unidos, donde inicialmente se le dio una bienvenida más entusiasta que durante su primera gira.
 
En 1953 sufriría una gran decepción
En su tercera visita a La Habana que tuvo lugar en 1953 había sido declarada persona no grata por la Embajada de Estados Unidos y debido a la presión ejercida por esta institución sus contratos para actuar en los estudios de televisión de la CMQ, en el Cabaret Montmartre y en el teatro América fueron cancelados.
 
Pese a estos desplantes la diosa de ébano se pudo presentar exitosamente en el teatro Campoamor, además visitó la Universidad de La Habana para realizar una guardia póstuma al mártir universitario Rubén Batista Rubio.   En es visita sufriría una gran decepción, la búsqueda de alojamiento resultó difícil y al llegar a los estudios de televisión CMQ, donde había sido contratada para actuar, la policía le impidió la entrada y se le informó que sus tres contratos para presentarse en La Habana —con la CMQ, el Cabaret Montmartre y el Cine-teatro América— se habían cancelado. La razón que se le dio fue que había arribado a La Habana demasiado tarde para cumplir con sus obligaciones contractuales, pero esta excusa resultaba ridícula porque realmente estuvo en la ciudad con cinco días de antelación.  En señal de protesta la artista congrega un grupo de cubanos “gente de color como yo” y a un abogado para dar testimonio de tan indignante suceso. Luego se retira hacia Estados Unidos para iniciar su primera gira.
 
Gente de la semana publicaría parte de la conferencia de prensa, durante la cual ella misma se ocuparía de denunciar todas las arbitrariedades.
 
Lo cierto era que la embajada de Estados Unidos había declarado a Joséphine persona non grata y coaccionó a aquellas tres entidades para que le prohibieran actuar en La Habana.
 
No obstante, en 1953 «Joséphine se presentó exitosamente en el teatro Campoamor, situado en Industria y San Martín, al costado del Capitolio», según recuerda López Martínez en su atenta misiva. Además —afirma—, la estrella afronorteamericana estuvo en la Universidad de La Habana para realizar una guardia póstuma a Rubén Batista Rubio, asesinado por los esbirros del dictador Fulgencio Batista en la esquina de San Lázaro y Prado, frente al Malecón.
 
Josephine volvió a la Isla en enero de 1966, como participante especial en la Conferencia Tricontinental a la que asistieron 500 delegados de 100 naciones de África, Asia y América Latina. Estaba encantada con la invitación y declaró a la prensa que aquel evento «simboliza aquello que siempre he deseado para toda la Humanidad: el entendimiento entre todos los continentes sin ninguna clase de prejuicios».
 
Entonces, actuó en el Teatro García Lorca, y compartió el concierto con el popular Cuarteto de Meme Solis y «el legendario Bola de Nieve», quienes fue elegido como la contraparte de lo que probó ser un programa espectacular.
 
El segundo viaje fue invitada por el Caudillo Fidel Castro, regresó en el verano con sus hijos adoptivos para disfrutar una estancia de unos días en una casa, ubicada en una playa cercana a La Habana.
 
El último adios a la gran vedette
Joséphine estaba prácticamente en la ruina; no obstante, nunca dejó de actuar. La princesa Grace de Mónaco (quien la conoció en su visita a Estados Unidos cuando en cierto restaurante se negaron a servirle de cenar y un periodista gringo la difamó) con otro amigo de la cantante, y un artista estadunidense, le ofrecieron una casa en Roquebrune para que pasara el resto de su vida, y la invitaron a Mónaco para que asistiera a espectáculos en funciones de caridad.
 
El 8 de abril de 1975, participó en una gala en la que se dio lectura a un telegrama del entonces presidente francés Giscard d’Estaing: «Como tributo a tu talento ilimitado y en nombre de una Francia agradecida cuyo corazón ha tantas veces latido junto al tuyo, te envío saludos afectuosos, querida Joséphine, en este aniversario dorado que París celebra junto a ti».
 
Josephine Baker con 69 años, medio siglo después de su debut en la Revue Nègre en París, apareció en un espectáculo retrospectivo nombrado simplemente Joséphine, en el teatro Bobino de Montparnasse. Para ésta, su última presentación, ensayó durante seis semanas en un show en el cual 40 artistas contaban la historia de su vida.
 
El 9 de abril de 1975, Joséphine se encontraba en su apartamento, tras una presentación entusiasta ante el príncipe Raniero y Grace Kelly de Mónaco. A la mañana siguiente, el 10 de abril, sufrió un derrame cerebral y fue transportada en coma al hospital Pitié-Salpêtrière, donde murió a la edad de 69 años, el 12 de abril.
 
Cuando murió, en 1975, era una persona muy querida y respetada en el mundo,   los parisinos estaban profundamente consternados por la muerte de su última gran diva de la escena. Más de 20 mil personas se congregaron en las calles para ver pasar el ataúd, en procesión solemne desde el Salpêtrière hasta la Iglesia Madeleine. Fue enterrada en el cementerio de Mónaco con honores militares.
 
Los restos mortales de la persona a quien Ernest Hemingway una vez llamó “la mujer más sensacional que nadie haya visto jamás -o nunca lo hará-”, reposan en el cementerio de Mónaco.
 
LA LEYENDA DE LA GRAN VEDETTE ESTADOUNIDENSE  ES ETERNA

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