Frida Kahlo es, como suele repetirse hasta el cansancio, la artista mexicana más famosa en el mundo. De hecho, es muy probable que sea, sin más atributos, la artista más famosa del mundo. O, incluso, el artista más famoso (en masculino, para abarcarlos a todos). Picasso, Van Gogh y Da Vinci le llevan años de ventaja, pero ninguno, ni siquiera el que se cortó la oreja, puede competir con el coctel exquisito que se consigue al mezclar la vida, la obra, el cuerpo y las ideas de Frida, así, sin apellido. “Un listón alrededor de una bomba”, diría André Breton, el padre del surrealismo.
Algo con lo que parece estar de acuerdo hasta el gigante tecnológico Google, que ha dado el salto del pequeño doodle que le dedicó a la artista mexicana en 2010 a ponerla en el centro indiscutible de su proyecto Arts & Culture, al que el público puede acceder desde hoy.
Incluso el propio Diego Rivera —más célebre que ella, y que todos, en vida—, ha ido quedando eclipsado por su joven esposa, a la que las feministas se encargaron de rescatar del olvido a finales de los años setenta, y a quien la cantante Madonna terminó por llevar hasta la cima en que ella misma reside, comprando su obra y vistiéndose como ella.
Las Fridas juntas —no solo el par del famoso cuadro, todas: la pintora y su modelo, la doliente (“no estoy enferma, estoy rota”, solía decir), la esposa sumisa que de a ratos se liberaba (y mucho), la dueña del guardarropa que las gringas “quieren imitar”, la madre frustrada, el personaje singularísimo que con sus peinados y sus monos y sus lágrimas se volvió parte del paisaje de México—, todas ellas reúnen los ingredientes necesarios para fundar un culto.
“Frida es la artista perfecta”, dice Amit Sood, director del Instituto Cultural de Google. “Lo pensamos un poco, pero muy pronto estuvimos todos de acuerdo: ella tenía que ser la primera artista a la que le haríamos una retrospectiva en 360 grados”.
Más cerca que nunca
En 2011 Google lanzó una plataforma en línea —“un experimento”, como lo llama Sood— para que la gente pudiera visitar algunos de los grandes museos del mundo, como el Metropolitano de Nueva York o el Hermitage de San Petersburgo, y ver las obras maestras que albergan sin tener que moverse de su silla. No solo verlas sino adentrarse en ellas, gracias a una cámara desarrollada por Google que es capaz de obtener imágenes digitales de más de 10.000 pixeles, algo impensable hace unos años.
Decir alta resolución es poco: lo que se consigue con el paso de las pinturas a representaciones numéricas de esa magnitud es una suerte de mapa gigantesco por el que el usuario puede transitar hasta perderse, como suele ocurrir cuando se está explorando el mundo en Google Earth (que, básicamente, utiliza la misma tecnología).
Acercarse de este modo a los cuadros es algo que, desde luego, no puede hacerse ni estando dentro de los museos, donde suele haber guardias y obstáculos que mantienen al espectador a una distancia imposible para cualquiera interesado en el detalle. En pocas palabras, la cámara de gigapixeles es a las obras lo que los microscopios a las células: un medio para penetrar en estructuras que de otro modo permanecerían invisibles. Esta tecnología, que para individuos profundamente legos parece magia, hizo del experimento de Google un éxito.
En unos años se pasó de 17 museos y 200 obras a más de 1000 instituciones y 45.000 imágenes. Ya no solo se trata de obras maestras del canon occidental, pues en algún momento el equipo del ahora colosal proyecto Arts & Culture de Google se dio cuenta, explica Sood, “de que era más interesante abrirse a toda clase de paisajes culturales”, donde la pintura no es más que una parcela de un territorio que abarca múltiples prácticas y modos de expresión.
Aquí es donde entra Frida. Cuando Sood habla de una retrospectiva en 360 grados se refiere a que el visitante curioso va a poder “pasar horas, días, meses, explorando el sitio. Como una cebolla a la que le vas quitando las capas una a una”. Lo habían intentado antes con el pintor flamenco Pieter Brueghel, porque sus obras “dan para mucho con la cantidad de detalles que tienen”, cuenta. Pero Frida “es especial”.
Por eso creyeron que era necesario dar la vuelta completa, alrededor de todas sus facetas, porque ella no es “una persona pintada en un lienzo nada más, ¡es tantas cosas!”. Aun así, sesenta y nueve obras estarán allí a la mano y veinte de ellas contarán con el poderoso zoom de la Art Camera, que revelará con altísimo detalle los mecanismos silenciosos que organizan la superficie de las telas de Frida; un punto de vista privilegiado al que ni siquiera la propia pintora tenía acceso del todo. Así lo explica Adriana Jaramillo, la directora del Museo Dolores Olmedo, donde se encuentra la mayor colección de obras de Kahlo: “Aquí puedes ver a detalle del filito del ojo, las pestañas, puedes ver realmente lo minuciosa y detallista que era Frida, su pincelada pequeña, las texturas, todo”.
El acercamiento extremo puede, no obstante, derivar en una perspectiva inquietante en algunas pinturas de Kahlo, de por sí sobrecogedoras. La escena de Unos cuantos piquetitos (1935), por ejemplo, en la que Frida muestra a una mujer tan violentamente apuñalada que la sangre ha salpicado incluso el marco del cuadro, se tiñe a tal punto de rojo al ir hacia dentro que en un segundo pasa de retablo dramático a pesadilla apocalíptica.
Y ni qué decir de toda la imaginería médica presente en la obra de esta artista, que padeció una poliomielitis temprana y tuvo que someterse a más de treinta procedimientos quirúrgicos a lo largo de su vida, después de que un accidente de tránsito la partiera en dos y la dejara al borde de la parálisis, entrando y saliendo de hospitales y, lo más doloroso para ella, incapaz de llevar a término un embarazo. “Hay algunos que nacen con estrella y otros estrellados”, escribió Frida en una carta, “yo soy de las estrelladísimas”.
Sus pinturas, de las que ella misma se fue volviendo cada vez más el tema a medida que avanzaba su vida, están por eso llenas de visiones que involucran heridas, embarazos, fetos, camas y toda clase de aparatos ortopédicos. Asuntos que no parecían tener cabida en la historia del arte occidental, donde claro que aparecen madres con sus hijos –empezando por María–, pero nunca una directamente pariendo, como presenta Frida a la suya en Mi nacimiento (1932): un óleo pequeño en el que vemos a la cabeza de cejas inconfundibles salir del útero materno en medio de un charco de sangre.
Su infinita variedad femenina’
Pero ni toda la obra de Kahlo es pura tragedia, pues ahí están también los símbolos festivos —la comida, los animales, las flores, los listones del pelo—; ni Google, ya lo decíamos, se contentó con mostrar nada más que las pinturas.
“Esta retrospectiva es una oportunidad única para acercarse a Frida Kahlo”, señala Jaramillo, pues además de cerca de veinte museos, “participan coleccionistas privados, algunos que rara vez muestran las obras que tienen”. Uno de ellos, cuenta, ha prestado las cartas que Frida le escribió a su primer novio, Alejandro Gómez Arias. “Frida era muy buena escritora”, cuenta Jaramillo, “y tenía un gran sentido del humor. Es muy interesante poder descubrir aquí a esa Frida simpática, sarcástica y optimista”.
El Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo ha contribuido al proyecto con la apertura de su archivo fotográfico, que cuenta con imágenes poco conocidas. “Las fotos luego están archivadas y nadie las ve”, reconoce Jaramillo, “es una suerte poder ver todo eso junto por primera vez”. Y, por supuesto, también están los recorridos virtuales por los interiores de su casa, que con el tiempo se ha vuelto, en palabras de la sobrina nieta de Frida, la fotógrafa Cristina Kahlo, “un personaje más en su vida, como lo fue Diego Rivera”. De eso se dio cuenta, relata, un día que estaba en el patio de la casa y escuchó que una mujer le decía a la persona con la que hablaba por celular: “Estoy en casa de Frida”.
“Como si solo hubiera una Frida en el mundo”, dice Cristina Kahlo, “y fue ahí cuando me di cuenta de que su casa era un personaje también”.
Pensemos que ese lugar, donde nació y murió, y donde trabajó más intensamente, aun desde la cama, “se convirtió en una extensión de ella, de su obra, de sus pensamientos”, ahonda; “la casa tiene una parte de la personalidad de Frida”. Y lo que muchas veces aparece retratado en sus cuadros, los animales, por ejemplo, “que llevaron a muchos a decir que era surrealista”, elabora Kahlo, “eran en realidad parte de su vida cotidiana: el venado vivía en la casa, al igual que los changos, los perros, los pericos y los peces”.
En la plataforma de Google también podrá echársele un vistazo a ese otro personaje clave de su vida: su clóset. “Es difícil decir si fue primero la obra, donde ella se representa a sí misma con estos tocados y vestidos, o si primero fue el personaje”, se cuestiona Cristina Kahlo. Sea como fuere, ella era eso, como la describió Carlos Fuentes: “Una Cleopatra quebrada que escondía su cuerpo torturado bajo los lujos espectaculares de las campesinas mexicanas”. Los encajes, los listones, las trenzas, los huipiles, todo eso era Frida, “diciéndonos”, según Fuentes, “que el sufrimiento no marchitaría, ni la enfermedad haría rancia, su infinita variedad femenina”.
Por eso Google hace bien en mostrar todo junto —más de 800 objetos—, porque con un personaje así no puede ser de otro modo. Y tal vez solo quepa esperar, como desea Adriana Jaramillo, que esto no sea más que “una primera aproximación a su obra, para que la gente que no la conoce, se le antoje venir a ver los originales”.
Porque es cierto que estas herramientas nos acercan espectacularmente a los lienzos. Pero la pintura no es solo una superficie. También es un contexto; un entramado de asuntos. Una experiencia, diríamos ahora. Es salir de la casa, desplazarse, entrar a un museo y recorrerlo hasta llegar a esa obra admirada que sorprende, precisamente, porque no es ni del tamaño ni del color que parecía tener en los libros o internet.
Y claro que, como expresa Cristina Kahlo, “cualquier investigación o proyecto en que se valore la obra de Frida con seriedad y respeto es algo bueno”. Todo intento, entonces, de darle sustancia a ese espectro que recorre el mundo desde hace décadas sin mucho más contenido que una ceja ininterrumpida debe agradecerse. Google sin duda ha añadido materia con, por ejemplo, una serie de textos inéditos —las llaman “historias”—, con las que buscan ahondar en el asunto.
No cabe duda de que, como expresa con entusiasmo Amit Sood, “este paquete de tecnologías va a ser muy atractivo, y no solo para los expertos”. Le digo que todo esto es muy nuevo y no sabemos a dónde nos llevará. Como buen emprendedor digital me responde que no tanto, “que tiene siete u ocho años”. La cosa es que la historia del arte tiene ocho milenios, así que ya veremos.
MARÍA MINERA, CIUDAD DE MÉXICO