A los dictadores hay que conocerlos, no reconocerlos
Mi teoría conspiranoica favorita de las que rodean a Hitler es aquella que afirma que huyó a una base lunar nazi. La posibilidad de que el genocida siguiera vivo después de 1945 ha despertado las más disparatadas fantasías frente a una realidad bastante más prosaica. El fürher se quitó la vida en su búnker para evitar ser capturado por las tropas aliadas, ya a las puertas de Berlín. Sus restos fueron quemados por su guardia pretoriana y el edificio fue primero olvidado y finalmente derrumbado en varias fases. A 200 metros, un memorial rinde tributo a sus víctimas, pero allá donde estuvo un día el führerbunker hoy solo queda un práctico parking subterráneo. El Gobierno alemán no quiso que hubiera un lugar de peregrinación y exaltación del nazismo y su líder
En España, en cambio, sí existe ese lugar. Una cruz de 150 metros de altura corona la sierra de Guadarrama, última frontera natural entre Madrid y Castilla y León. La Autovía del Noroeste hunde sus entrañas en esta cordillera que acoge Cuelgamuros, rebautizado como Valle de los Caídos por su, hasta la fecha, más famoso inquilino: el dictador Francisco Franco.
En 2017, 42 años después de que los restos del general fueran inhumados por decisión de las autoridades franquistas en la basílica del Valle de los Caídos, el pleno del Congreso aprobó por mayoría absoluta una proposición no de ley que instaba al Gobierno a exhumarlos. El Ejecutivo, entonces del Partido Popular (PP) -que se abstuvo en la votación- no mostró la menor intención de hacer efectiva la voluntad parlamentaria pero ahora el nuevo Gobierno de España ha anunciado su decisión de cumplir con el mandato de la Cámara y entregar los huesos del dictador a la familia para que proceda a su enterramiento privado (previsiblemente en el cementerio de Mingorrubio, junto a su viuda).
Si el Gobierno de Sánchez cumple con su palabra, antes de que acabe el año lo que queda de Franco abandonará por fin el monumento que corona la mayor fosa común de España, que acoge los restos de unas 33.000 personas.
El Valle de los Caídos jamás fue concebido como un lugar de reconciliación, como afirman sin pudor los monjes benedictinos que gestionan el conjunto monumental. El decreto fundacional de 1940 describe claramente su fin como "lugar perenne de peregrinación, en que lo grandioso de la naturaleza ponga un digno marco al campo en que reposan los héroes y mártires de la Cruzada (el golpe de Estado en la terminología franquista)".
Incluso en 1957, cuando el franquismo empezaba a suavizar su discurso de cara a la galería internacional, otro decreto firmado por el entonces jefe de Estado afirmaba que el Valle de los Caídos debía ser un lugar en el que "se ofrezcan sufragios por las almas de los que dieron su vida por su fe y por su Patria". Por si cupiera alguna duda, la simbología nacionalcatólica inunda la obra y José Antonio Primo de Rivera (fundador de Falange y, él sí, "caído" en la contienda) permanece enterrado a la espalda de Franco en "representación de todos los caídos sepultados", como indica la web del monumento.
Solo en 1958 empezó el giro discursivo y, ante su inminente inauguración, se inhumaron restos de muertos y asesinados durante la guerra en ambos bandos y fusilados por el franquismo en los primeros años del terror (1939-1945). Decenas de miles de los cuerpos que reposan en Cuelgamuros son, pues, ejecutados por orden del dictador y enterrados junto a él contra la voluntad de sus familias, muchas de las cuales (agrupadas en la Asociación Pro Exhumación de los Republicanos del Valle de los Caídos) siguen peleando por sacar a sus muertos del lugar de culto al hombre y la ideología contra los que lucharon.
La construcción del complejo se realizó con mano de obra libre y presos comunes, pero también con el trabajo de prisioneros políticos que conmutaban su pena arrastrando y demoliendo piedra al achicharrante sol en verano y bajo la nieve en invierno. Famosa es la fuga a Francia del historiador Nicolás Sánchez-Albornoz que pidió conmutar su pena en Cuelgamuros convencido de que tendría más oportunidades de escapar de allí que de la cárcel, donde había ingresado por pertenecer a la FUE (organización clandestina de estudiantes antifranquistas) y haber realizado pintadas pidiendo una España libre. Con él escaparon 43 personas, pero sólo Sánchez-Albornoz y su amigo Manuel Lamana se libraron de ser nuevamente apresados.
La tumba de Francisco Franco está en el altar de la basílica, un área que el derecho canónico reserva exclusivamente a obispos y papas. Un custodio riñe (literalmente) a los niños que pisan accidentalmente la lápida (a ras de suelo) y siempre hay flores frescas sobre el granito, se dice que suministradas por la Fundación Francisco Franco, una asociación dedicada a mantener vivo el "legado" del dictador.
Desde 1977 todos los Gobiernos (excepto los del PP) han intentado abordar el incómodo asunto del Valle de los Caídos, pero la situación se ha enquistado de tal manera que España es, en 2018, una de las pocas democracias que mantiene un mausoleo a un dictador.
Durante la Transición, la sociedad española en su conjunto se vio obligada a hacer concesiones y aparcar un rosario de viejas afrentas para alcanzar un acuerdo de mínimos. Solo así se explica que líderes tan distantes como Santiago Carrillo, del Partido Comunista, y Manuel Fraga, exministro de Franco, se sentaran en la misma mesa y fueran capaces de elaborar una Constitución que, sin ser la ideal de cada uno, ambos podían defender.
Nada cura el dolor causado en ambos bandos durante la Guerra Civil, pero las víctimas del lado vencedor pudieron empezar a recomponerse a partir del 1 de abril de 1939. El nuevo Gobierno les dio el reconocimiento (cuando no la venganza) económico y moral a lo largo de 40 años que el régimen consideró "de paz". Para los vencidos solo hubo lo que se conoció como la paz de los cementerios. La represión se concretó en juicios sumarísimos con fusilamientos masivos, años de prisión, internamiento en campos de concentración o exilio. Los republicanos y sus familiares sufrieron, además, la confiscación de bienes, el ostracismo (económico y social) o las delaciones. Muchos de ellos no pudieron jamás recuperar los cuerpos de sus seres queridos para enterrarlos y otros se vieron obligados a mantenerlos en el Valle, junto a sus verdugos.
Gracias al sacrificio de esos anónimos que tuvieron que renunciar a obtener justicia (la ley de Amnistía aún hoy impide juzgar a personas vinculadas a la dictadura) a cambio de mantener la paz social se logró la Transición. Han pasado 40 años y la democracia española sigue en deuda con ellos.
Sacar a Franco del Valle de los Caídos no va a solucionar ningún problema de los que tiene España, pero la reparación a las víctimas es un gesto necesario para la reconciliación.
Ninguna herida sana con el olvido, es necesario limpiarla y extraer el pus que la corrompe. Estudiar la historia del franquismo, comprenderla y evitar, en la medida de lo posible, repetir errores es un deber intelectual y moral. Pero honrar y homenajear al dictador no solo dista mucho de este propósito, sino que es una vergüenza nacional.
Aún no se sabe qué va a pasar con el complejo del Valle de los Caídos una vez esté fuera el general. Los expertos se dividen entre demolerlo, reconvertirlo -esta vez de verdad- en símbolo de la reconciliación o dejar que el tiempo lo consuma. Pero parece haber unanimidad en que no puede seguir como está.
Es hora de dar sepultura privada a los huesos de Franco allí donde sus familiares consideren oportuno. No es revisionismo ni revancha, es la voluntad de la soberanía nacional que reside en el Congreso. Y es, también, algo muy sencillo y a la vez muy importante para cualquier democracia decente. Franco tiene que salir del Valle de los Caídos porque a los dictadores hay que conocerlos, no reconocerlos. Solo así cientos de miles de muertos en España podrán por fin descansar en paz.
ROSA PASCUAL, MADRID