Cajas de aires acondicionados se acumulaban en el aeropuerto de La Habana
El vuelo 254 se eleva sobre Bogotá en una mañana gris y fría. En su interior, viaja de regreso a La Habana parte de la delegación cubana que participa en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, que se celebran en Barranquilla, Colombia. Durante más de tres horas, los inquietos atletas llenan parte de la nave con sus conversaciones -que van de un lado a otro del pasillo- y que giran, fundamentalmente, alrededor de un tema: las compras que han hecho para llevar a la Isla.
Los viajeros que hacían la ruta con la aerolínea Avianca se toparon, el martes, con más de una veintena de deportistas vestidos con uniformes de color azul y la enseña de la estrella solitaria. El grupo tenía una composición heterogénea. Los había jóvenes y en perfecta forma física que, evidentemente, participaron en las competencias; otros de pelo canoso y apariencia de entrenadores y, unos terceros que no eran lo uno ni lo otro, sino que actuaban como vigilantes.
La nave atravesó la densa capa de nubes que cubría la capital colombiana y una pregunta rompió el hipnótico silencio del ascenso. "¿Oye, pudiste comprar el split (aparato de aire acondicionado)?", dijo alzando la voz un atleta sentado en la fila 11 a otro que estaba tres puestos más adelante. La respuesta llegó también para que todos escucharan. "Sí, lo compré sin problemas, y también la bicicleta y las piezas que me hacen falta para la moto". El breve diálogo detonó una avalancha de comentarios del mismo estilo.
En todo el tiempo en que el avión cruzó los aires aquel grupo no intercambió una sola palabra sobre la competencia deportiva, las medallas alcanzadas o la dura lid de Cuba para llegar a la segunda plaza por países, después de haber perdido el cetro del evento por primera vez en casi cincuenta años. La justa de la que se habló fue otra. La protagonista fue la partida contrarreloj para poder "salir de la villa y llegar hasta los mercados" cercanos, según uno de los deportistas, o "encontrar donde venden más barato para estirar el dinero", expresó otro.
El premio mayor, lo que realmente les entusiasmaba y arrancaba sonrisas, no fue para muchos de estos jóvenes talentos alcanzar una presea dorada, plateada o de bronce, sino poder regresar a casa con productos y dispositivos que mejorarán su calidad de vida. Uno se ufanó de haber podido "levantar un poco la maleta con la mano" para que no marcara todo el peso durante el chequeo en la aerolínea.
"Le dije a la empleada que eran partes de una bicicleta aunque son de moto porque así es más fácil pasarlas", se vanagloriaba otro. "A mi me dejaron traer tres maletas y lo que me cobraron lo recupero rápido, porque todo eso que traje vale mucho más en La Habana", añadió un señor mayor que parecía ser el mánager de alguna selección. A su lado, un hombre con un pelado militar y el mismo mono deportivo del resto de la delegación escuchaba sin abrir la boca, pero la mochila que había colocado en el compartimento superior apenas podía cerrarse.
La nave empezó a hacer círculos sobre La Habana. "Tenemos que esperar porque nos han informado que el aeropuerto está cerrado por operaciones", informó el capitán. En el tiempo en que los pasajeros veían por las ventanillas repetirse una y otra vez el mismo paisaje, los atletas se intercambiaron los últimas recomendaciones para el equipaje. "Yo voy a pasar el pantalla plana porque todavía no tengo una importación este año, pero necesito que tú me pases los dos teléfonos que traje", le pidió uno a su compañero de fila.
Finalmente, el vuelo tocó tierra y tras una larga fila en inmigración llegó el momento más esperado por los ansiosos deportistas: recoger el equipaje en la estera. Por un costado de la cinta transportadora un empleado de la Aduana gritó a voz en cuello que los splits y los televisores salen por una pequeña puerta que da a la sala donde escanean cada bulto para revisar su interior. La delegación deportiva se aglomeró completa en el lugar.
Entonces salió un aparato de aire acondicionado, seguido de otro y luego varios más. Las cajas se acumulaban, las sonrisas se avivaron, algunos se hacían un selfie frente a la creciente montaña de electrodomésticos. Nadie hablaba todavía de medallas.
Llegó el momento de salir a la atestada sala de espera del Aeropuerto Internacional José Martí. Había familias completas que esperaban con los bebés o los ancianos en sillas de rueda. Gritos, conmoción y una mujer con lágrimas que le dice a un atleta que parece ser su hijo: "Yo sabía que tú lo ibas a traer", y toca la caja del split con el alivio de quien imagina noches sin sudar en una habitación por debajo de los 25 grados Celsius.
La escena se repite. Los miembros de la delegación deportiva van abrazando a sus parientes y repartiendo los primeros regalos. Los turistas que han llegado en el mismo vuelo entienden cada vez menos. "¿Y por qué tienen que traer esas cosas?", pregunta un sorprendido chileno que ha llegado para la despedida de soltera de una prima. Nadie le contesta.
Yoani Sánchez