Aunque los cubanos nos tenemos por seres especiales, pocos saben que hasta tuvimos un aspirante a homínido criollo antecesor del ser humano, bautizado como Homo Cubensis, u Homo de Sancti Spiritus. Quizás el único candidato americano en la larga lista de los eslabones perdidos entre el Homo Sapiens actual y los homininos del Mioceno, hace unos 4 millones de años, vaya que unos añitos más o menos no vendrían al caso.
Todo comenzó el 19 de junio de 1888, cuando la Real Academia de Ciencias Médicas y Naturales de La Habana comisionó al antropólogo cubano Luis Montané y Dardé para dirigir una expedición a la Cueva La Boca del Purial y el Pico Tuerto del Naranjal, en las Lomas de Banao, en la región central de Sancti Spiritus, con el objetivo de buscar objetos arqueológicos y antropológicos para conformar el museo de la institución.
En pos de convencer a sus ahorrativos colegas, Montané presentó un argumento sorprendente: la caja con fragmentos de huesos antiguos encontrados en el sitio espirituano, que el sacerdote de Tunas de Zaza, Andrés Pertigón, hiciera llegar a su amigo José Torralbas un tiempo antes. La excavación sacó a la luz, según sus palabras: “una serie de cráneos que reposaban sobre un lecho de abundante ceniza” [que estaban] “dispuestos intencionalmente formando una semicircunferencia concéntrica”. Además, recogió un valioso ajuar de piedra y concha y una mandíbula de simio que terminaría por ser el más importante de todos aquellos descubrimientos al tratarse de una especie fósil, el primero conocido de las Antillas, que fue bautizada en su honor como Montaneia antropomorpha.
El revuelo internacional en torno a este hallazgo se iniciaría por tres cráneos que la Academia enviara para su estudio al Laboratorio de Antropología de París, pues allí se propusieron varias cifras hipotéticas sobre su datación que asombrarían al mundo al cifrarla en millones de años.
La historia de los cráneos parecía muy bien contada: por ese entonces, Cuba formaba parte del terreno continental de lo que hoy llamamos América y estaba habitada por antepasados humanoides. Con el tiempo el terreno de Cuba se separó del continente y quedó aislado como una isla, de ahí que la evolución siguiera un curso diferente al resto del continente por lo que, al cabo de otros milloncitos de años, sus habitantes ya se diferenciaban tanto de los del resto del mundo que formaban la especie del pretendido Homo Cubensis y de ellos eran los restos de Banao. Pero la historia tenía un defecto: era verosímil, pero no verdadera desde el punto de vista de la metodología científica pues carecía de pruebas.
Su principal propagandista era uno de los más famosos antropólogos y paleontólogos de su tiempo: el argentino Florentino Ameghino, quien acuñó el término Homo Cubensis y propagó que se había descubierto un hombre fósil cubano autóctono de América. Pero rápidamente recibió la respuesta adversa del no menos famoso francés Ernest Hamy, uno de los descubridores del Hombre de Cro-Magnon y de los primeros en reconocer al de Neandertal como un tipo de homínido-, quien se oponía a esas afirmaciones. Para resolver el debate de manera científica, en 1904, el Congreso de Americanistas de Stuggart, solicitó a Montané que volviera a El Purial y obtuviera nuevas evidencias para confirmar, o negar, la hipótesis de Ameghino.
El cubano aceptó el reto, hizo una nueva exploración aún más concienzuda y, en el Congreso de Antropología y Arqueología Prehistórica de Mónaco (1906), presentó su ponencia “L´Homme de Sancti Spíritus” donde demostró que estaban erradas las teorías sobre un hombre fósil americano. Los restos de El Purial pertenecían a individuos que vivieron en comunidades pre agro-alfareras de aproximadamente 4600 años de antigüedad, según las pruebas de Carbono 14 del Laboratorio de Barcelona.
Gracias a sus expediciones a Banao y Santiago de Cuba (1892) este gran científico criollo recolectó un buen número de piezas arqueológicas y antropológicas que le permitieron fundamentar la existencia de grupos aborígenes pre-taínos, sin deformación craneal. Fue también uno de los primeros en dar a conocer los grupos descendientes de aborígenes, muy mezclados ya, que aún perduran en la región oriental.
No obstante, la existencia del homo cubensis ha sobrevivido en el reino del mito y durante la primera mitad del siglo XX todavía podían encontrarse referencias a su existencia en publicaciones pseudo-científicas. Aún hoy proliferan en la web las más fantasiosas interpretaciones de lo ocurrido en torno a este tema que muchas veces irrespetan la memoria de los grandes científicos que protagonizaron esta historia.
Nada que -con perdón de los que ya se hacían ilusiones- debemos asumir que, aunque los cubanos seamos los mejores, tampoco es que constituyamos una especie diferente del género humano. Ni siquiera los espirituanos.