“Nadie sabe que soy prostituta”
Ella ama a su hombre y asegura que por él haría cualquier cosa. Bastaron unas semanas para estar segura. Hace dos años que están juntos y solo los separan las clases en la universidad donde Ella estudia una especialidad de “humanidades” que me pidió no revelar. Ninguno de sus compañeros conoce sus intimidades. Las relaciones con el resto de los estudiantes son discretas, y esquiva esos apegos que la pudieran comprometer. “Nadie sabe que soy una prostituta”.
Supone que la salva su condición de “guajira”. “Al hecho de que soy una muchacha de provincia achacan mi parquedad…, y yo me alegro”. Sus ademanes son moderados y aunque viste con cierta gracia prefiere la prudencia para no llamar la atención. “No soy severa pero consigo que la comunicación con los demás fluya sin derroches”. Nunca suspendió un examen y en dos años estará graduada. Le gustaría indagar, en su “trabajo de diploma”, sobre la prostitución en Cuba.
De eso cree saber algo. “Yo soy prostituta y Él es proxeneta”. Aunque nos sentáramos frente a frente para hablar del asunto, el desenfado y la severidad de su declaración me conmovieron y ella lo notó. “¿No viniste a conversar del asunto?”, preguntó, y yo afirmé. Además de su formación académica, sus desempeños de alcoba hicieron que fluyera lo que pudo ser una entrevista y que se convirtió en soliloquio. Sus certezas, su facundia, sus conocimientos sobre el asunto, me permitieron, de vez en cuando, intercalara una pregunta, y sobre todo muchos silencios.
Ella vino a La Habana para centrarse en los estudios y volver al pueblo con un título universitario, el primero en la familia. “No tengo una foto con el Alma Mater a mis espaldas, quizá fui la única que no sintió un flashazo ese primer día en la universidad. Al principio me sentí muy sola”. La mayoría de sus compañeros eran de la ciudad y ella vivía en la beca, “hasta que lo conocí a Él”.
Él la salvó de una violación. Él venía en el auto que abrió una de sus puertas aquella madrugada cuando regresaba de la casa de sus padres. Eran cerca de las tres de la madrugada y caminaba desde la terminal de ómnibus hacia la beca. “¡Fue horrible!”. Salieron dos jóvenes que la obligaron a entrar al auto a la fuerza. “Estuve aterrada, lloré, grité, pedí auxilio”. Él desobedeció a los otros. “Me salvó su insubordinación”. A pesar de las amenazas el muchacho consiguió neutralizar a los demás y la acompañó hasta la beca.
“Él era uno de ellos, pero me salvó de una violación”. Lo volvió a encontrar tres meses después, en el cementerio de Colón. Los dos visitaban la tumba de Yarini. Él para ponerle ofrendas, y ella para comprobar si eran ciertas esas reverencias que anunciaba un artículo en la revista “Espacio Laical”, donde hacían advertencias de las devociones que despertaba aquel famoso proxeneta cubano de inicios del siglo XX.
Un profesor propuso algunos temas para escribir un texto, y entre ellos estaba el proxenetismo. Ella se decidió por ese. A fin de cuentas estuvo a punto de ser atrapada por algunos discípulos de Yarini y violada por aquellos “yumas”. “Lo reconocí de inmediato y a Él le pasó lo mismo. Nerviosa, y después de agradecer, intenté marcharme, pero Él se interpuso, pidió que habláramos. Volví a intentar la huida que él interrumpió. En medio de tanto desamparo me dejé llevar, desnudar, amar, y desde entonces lo quiero…”
“Aquella experiencia y los dos años que llevo a su lado me hicieron entender su profesión. Si Yarini llegó por vocación, sin que antes lo asistieran penurias económicas, él es hijo de una prostituta y de un ‘yuma’ que jamás se enteró de su existencia. Su madre estuvo presa en dos ocasiones y su abuela, como ocurrió con su madre, no supo educarlo. La infeliz tuvo que ocuparse demasiado en procurar la comida del nieto”.
“Tanto lo amo. Tanto respeto siento por Él, que alguna vez, a sus espaldas, me prostituí.” Él se molestó al principio, pero Ella lo convenció. “Si tu trabajas, yo también”. “Ahora vivimos mejor, tenemos rentado un apartamentico y no pasamos hambre”. Supone que hará una buena tesis que abordará, mejor que otros que ya lo hicieron, el tema de la prostitución y el proxenetismo en Cuba. Ahora reconoce mejor las causas y puede entender a los implicados.
Ella tiene la certeza de que no hay consecuencias sin causas. Si su marido es proxeneta es porque Cuba lo precisa, como necesita también de esas putas a las que Él protege. “La figura del proxeneta no tiene por qué estar asociada al abuso. Él y yo existimos porque el país está repleto de miserias y de allí salen los vicios, los peores comportamientos”. Ella cree que la principal causa del crecimiento de esos “males” está asociado a la pobreza, la indigencia, al estómago vacío.
Asegura que la prostitución es también un acto de civilidad, que no siempre se ejerce por la fuerza, que la mayoría de las veces viene del mutuo acuerdo. Considera que no es criminal la prostitución, porque quien la ejerce no actúa con fuerza, llega a la cama por la voluntad de su cliente y también de ella. Ahora ve al proxeneta como ese hombre que es capaz de asegurar el bienestar de la prostituta, de auxiliarla, de negociar juntos.
“Demonizarlos a todos es ridículo”. En su tesis demostrará, aunque la suspendan, que el proxeneta puede ser considerado con buenos ojos, como un “empresario”. “Él ahorra el tiempo de búsqueda a la prostituta, le propicia los encuentros, y por eso debe cobrar, como el médico o el carpintero”.
Cuba está llena de proxenetas y prostitutas, pero también abundan los políticos corruptos y ladrones que jamás van a la cárcel. El proxeneta y la prostituta no pueden ser asociados siempre con el robo. Tales profesiones aparecen por el desnivel en el acceso a las “riquezas”, y peor será la cosa tras la estigmatización. “En Cuba —dice Ella—, la prostituta y el proxeneta, quedan manchados para siempre, tanto que no se les permite acceder a un empleo bien remunerado.”
La mayoría de quienes en la isla venden el cuerpo agotaron todos los recursos antes de que se vieran obligados a conseguir la sobrevivencia a través de ese mercado que se tilda de ilegal. Es que, como Ella dice, la moral depende también de la libertad. Las prostitutas son víctimas de una economía pedestre, de una sociedad prosaica. La representación de la prostitución que aparece en los estudios cubanos sobre el tema debe ser desacreditada. En este país jamás se relaciona la prostitución con la miseria y la inseguridad de quienes la ejercen, sin que se entienda que esas posiciones llevan al ejercicio clandestino y a la precariedad, reforzando, incluso, el proxenetismo.
Quienes llevan a las prostitutas a prisión no entendieron jamás, o se hicieron los ciegos, que son un sector en extremo vulnerable, que sus condiciones de vida son más que precarias y que vender su cuerpo es en muchos caso el último recurso, sobre todo si le está vedadas una verdadera integración. La prostituta y el proxeneta que van a la cárcel terminan reincidiendo, en eso que la ley cubana sigue considerando como un grave delito, porque la reinserción es una mentira, y está casi siempre relacionada con los trabajos peor remunerados y también con el escarnio.
Ella es una muestra de la crudeza de la vida cubana. Esta muchacha, universitaria inteligente, se prostituye porque precisa la sobrevivencia, y ojalá esos saberes que consigue en la academia, juntados con los de la calle, aporten a este país un gran estudio sobre el tema. ¡Lo estamos necesitando!