Home  |  Contact  

Email:

Password:

Sign Up Now!

Forgot your password?

Cuba Eterna
 
What’s New
  Join Now
  Message Board 
  Image Gallery 
 Files and Documents 
 Polls and Test 
  Member List
 BANDERA DE CUBA 
 MALECÓN Habanero 
 *BANDERA GAY 
 EL ORIGEN DEL ORGULLO GAY 
 ALAN TURING 
 HARVEY MILK 
 JUSTIN FASHANU FUTBOLISTA GAY 
 MATTHEW SHEPARD MÁRTIR GAY 
 OSCAR WILDE 
 REINALDO ARENAS 
 ORGULLO GAY 
 GAYS EN CUBA 
 LA UMAP EN CUBA 
 CUBA CURIOSIDADES 
 DESI ARNAZ 
 ANA DE ARMAS 
 ROSITA FORNÉS 
 HISTORIA-SALSA 
 CELIA CRUZ 
 GLORIA ESTEFAN 
 WILLY CHIRINO 
 LEONORA REGA 
 MORAIMA SECADA 
 MARTA STRADA 
 ELENA BURKE 
 LA LUPE 
 RECORDANDO LA LUPE 
 OLGA GUILLOT 
 FOTOS LA GUILLOT 
 REINAS DE CUBA 
 GEORGIA GÁLVEZ 
 LUISA MARIA GÜELL 
 RAQUEL OLMEDO 
 MEME SOLÍS 
 MEME EN MIAMI 
 FARAH MARIA 
 ERNESTO LECUONA 
 BOLA DE NIEVE 
 RITA MONTANER 
 BENNY MORÉ 
 MAGGIE CARLÉS 
 Generación sacrificada 
 José Lezama Lima y Virgilio Piñera 
 Caballero de Paris 
 SABIA USTED? 
 NUEVA YORK 
 ROCÍO JURADO 
 ELTON JOHN 
 STEVE GRAND 
 SUSY LEMAN 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 
 
  Tools
 
General: ESTAFADOS UNIDOS DE AMÉRICA
Choose another message board
Previous subject  Next subject
Reply  Message 1 of 1 on the subject 
From: ciudadano del mundo  (Original message) Sent: 28/09/2018 14:09
La estafa comenzó en el momento en que millones y millones de estadounidenses coincidieron en que su país ya no era grande. Y entonces ese presidente —demagogo al fin— lo asumió y gobernó para confirmarlo. A eso, en esos tiempos, dirán, llamaban populismo. Y que el hombre había entendido lo que sabe cualquier mago de cabaret: que para hacer el truco hay que lograr que el público mire otra cosa, y que entonces desviaba la atención general con sus gestos y desplantes; que la política, entonces, era eso que pasaba mientras el presidente decía tonterías.
 
Estafados Unidos de América
POR MARTÍN CAPARRÓS — BARCELONA
Es difícil predecir cómo verán el mundo actual los historiadores dentro de cien años. Pero —si es que hay historiadores, si es que hay mundo— seguramente se divertirán leyendo a esos idiotas que tratábamos de imaginar cómo verán el mundo actual los historiadores dentro de cien años.
 
Así que para entretenerlos podríamos arriesgar, por ejemplo, que dirán que el final del ciclo americano —el “siglo americano”, tan largo, tan potente— empezó cuando un candidato presidencial inverosímil dijo que había que “volver a hacer grande a Estados Unidos” y, en lugar de reírse de su barbaridad, sus compatriotas lo votaron.
 
O sea: que ese fue el momento en que millones y millones de estadounidenses coincidieron en que su país ya no era grande. Y entonces ese presidente —demagogo al fin— lo asumió y gobernó para confirmarlo. A eso, en esos tiempos, dirán, llamaban populismo. Y que el hombre había entendido lo que sabe cualquier mago de cabaret: que para hacer el truco hay que lograr que el público mire otra cosa, y que entonces desviaba la atención general con sus gestos y desplantes; que la política, entonces, era eso que pasaba mientras el presidente decía tonterías. Y contarán que empezaron unos años raros: que millones de estadounidenses perdieron ese respeto que los unía a la institución presidencial, a su jefe supremo.
 
Es lo que está pasando: hasta ahora, la mayoría de los estadounidenses tenía un respeto casi reverencial por Mr. President, aunque fuera un truhan como aquel Nixon o un incompetente como algún Bush. Pero el señor Trump consiguió destruirlo, con el simple expediente de mostrarles que un presidente también puede pensar, hablar y actuar como un patán.
 
Al principio, su patanería tuvo un efecto útil para Estados Unidos: lo convirtió, retrospectivamente, en un país espléndido. Frente al presente humillante que producía el nuevo presidente, el pasado se veía tanto mejor que lo volvieron magnífico. Un articulista ignoto lo escribió en los primeros días de su gobierno: “Ahora el espejo roto del señor Trump hace que políticos, columnistas, actrices de Hollywood y otros opinadores despechados extrañen ese ‘ejemplo para el mundo’ —así lo llaman algunos— que solían ser los Estados Unidos de América”.
 
Y el plumilla citaba, para rebatir esa construcción, datos de aquel país a. T. —antes de Trump—: que en él la desigualdad crecía sin cesar, que un uno por ciento de las personas concentraba un tercio de las riquezas, que otro uno por ciento —o casi— estaba preso, que solo la administración Obama había deportado a tres millones de inmigrantes, que solo en 2016 había lanzado 26.000 explosivos sobre Asia, que la mitad de la población apoyaba la pena de muerte, que sus billetes decían “En Dios confiamos” y cuatro de cada diez adultos creían que un dios había creado al hombre en su forma actual hace menos de diez mil años, que habían decidido que los gobernara un multimillonario machista y racista y gritón. Ese era el país que el señor Trump consiguió hacer grande en la memoria.
 
Pero, una vez disipada esa primera ventaja, una vez difuminada la nostalgia por ese paraíso que nunca había sido, los estadounidenses se quedaron a solas con su presidente. Y entonces, de pronto, los atacó ese momento abominable en que uno entiende que eso que cree que solo les pasa a los otros les pasa a todos: que tú, que él, que yo también nos vamos a morir. Y que todos somos susceptibles de tener un bufón en el puesto de mando.
 
Fue horrible. La mayoría de los estadounidenses siempre se habían reído —o condolido— de esos países donde pasaban esas cosas. Siempre se habían reído —o condolido— de los políticos payasos del resto del mundo, subidos a ese banquito o superioridad moral que suponía que ellos no eran así, que no hacían esas cosas. Fue bruto golpe cuando tuvieron que aceptar que sí.
 
En el resto del mundo hubo, entonces, sonrisas de sorna. Y no fue por Schadenfreude, esa palabra solo alemana para decir el placer de ver cómo a otros les va mal. Fue, más bien, el gusto levemente vengativo de ver bajarse del púlpito o banquito a los que solían mirarnos desde arriba. Y la esperanza de que, menos soberbios, aprendan a ver el mundo de otro modo, más amable, más modesto, más empático: como si todos fuéramos un poco más iguales. En eso, por lo menos.
 
  ACERCA DEL AUTOR:
Martín Caparrós es periodista y novelista. Es autor, entre otros libros, de "El hambre". Nació en Buenos Aires, vive en Barcelona y es colaborador regular de The New York Times en Español.


First  Previous  Without answer  Next   Last  

 
©2024 - Gabitos - All rights reserved