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General: Es peligroso dejar a Brasil en las manos de Bolsonero un populista histérico
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Réponse  Message 1 de 4 de ce thème 
De: cubanodelmundo  (message original) Envoyé: 21/10/2018 16:20

Jair Bolsonaro y Fidel Castro,  simplemente pura coincidencias
El 28 de octubre, es la segunda vuelta electoral por la presidencia de Brasil
El candidato, que lidera la carrera por la Presidencia de Brasil, no sabe nada de economía, difunde mentiras, ofende a minorías y jamás ha hecho nada de relevante en su carrera, es visto como la salvación.  Sus polémicas declaraciones incluyen la defensa de la dictadura militar que sufrió Brasil 1964, sus críticas a la izquierda, validar algunas tortura como una práctica legítima y sus férreas opiniones contra los movimientos que defienden los derechos de la comunidad LGTB.


Trump a la brasileña, pero no es millonario
El candidato Jair Bolsonaro es malísima idea para Brasil
Por Camilla Feltrin
Artículo publicado originalmente por Vice Brasil.
Las definiciones de fascismo nunca fueron actualizadas. Desde principios del siglo XX son las siguientes: a) culto a la personalidad; b) uso estatal de la fuerza y la violencia; c) discurso de odio contra minorías; d) simpatía por el conservadurismo y el nacionalismo y e) un poquitito-no-tan-poquito de apoyo de populares frustrados con la política.
 
Esto es lo que se está viendo en Brasil, sobretodo en el debate de los candidatos a la Presidencia de la República. Jair Bolsonaro (PSL), el candidato que lleva la delantera con el 46,03 por ciento de los votos válidos, es conocido en el país por sus declaraciones racistas, homofóbicas y misóginas. En 28 años de vida parlamentaria, aprobó solamente dos proyectos de ley. Su adversario, Fernando Haddad, heredero político de Lula, tuvo el 29,28% de los votos válidos. Ambos siguen rumbo a la segunda vuelta.
 
Aún así, como una prensa libre —que es el campo en que trabajamos en VICE— solo funciona de verdad en una democracia plena, recopilamos aquí algunas recomendaciones para que muestres a tu amigo o familiar que lo peor que podemos hacer con nuestra libertad de expresión y con el país es votar a Jair Bolsonaro. A continuación explicamos por qué.
 
Apoyar a Bolsonaro no es ser rebelde
Puede que la idea de que el Partido de los Trabajadores (PT) sea el dueño del status quo tenga algún sentido si consideramos que estuvo 13 años en el comando del gobierno nacional y se fue con una bajísima popularidad motivada por la crisis económica y denuncias de corrupción. Bolsonaro busca venderse como la antítesis de todo esto al postularse como el paladín de la honestidad y contrario a las pautas identitarias, que avanzaron no solamente en los gobiernos Lula y Dilma como en el contexto global en ese mismo periodo.
 
Pero no lo es. El candidato está acusado de tener una empleada fantasma en su equipo, reconoció que medió la entrega de una coima de parte de la empresa JBS a su partido en ese entonces (el Partido Progresista), además de haber usado el beneficio parlamentario conocido como auxilio-vivienda a pesar de ser propietario de un inmueble en Brasilia y es una ametralladora de ofensas hacia los más vulnerables. Lo dijo él mismo y públicamente que no gobernará para las minorías, sino para las mayorías. Esto no es democrático, como quieren argumentar algunos de sus defensores. Es excludente.
 
Lo más curioso: en uno de los videos que registran el cuchillazo de Bolsonaro, un chico aparece vestido con una camiseta de Nirvana, banda conocida por su rebeldía, su afinidad con el movimiento feminista y sus cuestionamientos de las normas sociales. Recordamos entonces una celebrada frase de Kurt Cobain, que se conoció tras la publicación de sus diarios: “Si alguno de ustedes, de alguna manera, odia a los homosexuales, a las personas de otras razas o a las mujeres, háganos un favor: ¡déjennos en paz! No vengan a nuestros shows y no compren nuestros discos.”
 
#ÉlNo sabe nada de economía
El Presidente de la República trata de prioridades sociales y presupuestarias. Apoyar a un candidato que, en un momento de crisis, se enorgullece de ser un ignorante en esa área parece una elección poco razonable para superar la crisis. El asesor económico de Bolsonaro, y futuro ministro de Hacienda en el caso de su elección, Paulo Guedes es llamado por el político de “Ipiranga”, en referencia a una publicidad de televisión en la que la respuesta a todo tipo de pregunta que puede hacer un viajero en el medio de la ruta es “vaya a la gasolinera Ipiranga”. Guedes incluso lo convenció a Bolsonaro a cambiar sus pautas varias veces hacia el liberalismo y, por lo que se nota en los medios, se olvida de ponerse de acuerdo con el candidato en algunas pautas más controvertidas. Mientras el candidato del PSL estaba internado, el “Ipiranga” Guedes le comentó a algunos inversores que pretendía crear un nuevo impuesto según el modelo de lo que era la CPMF (una tasa cobrada sobre todos los movimientos bancarios). Innecesario decir que se huele un fuerte amateurismo. Como si fuera poco, baluartes del liberalismo económico global, como la revista inglesa The Economist y la agencia de riesgo S&P, no se dejaron convencer por las propuestas de Guedes y alertaron para el riesgo de una posible victoria de su candidato. Eso significa que, si tu amigo es un fanático del liberalismo económico, no tiene ninguna razón para votar al exmilitar. Debería haber votado a Amoêdo o a Meirelles.
 
Todas las personas merecen respeto
Respetar las diferencias es lo correcto desde la perspectiva de las leyes, la ética, la Biblia y muy probablemente fue lo que te enseñaron tus padres. Andar diciendo que los refugiados son la “escoria del mundo”; gritar, durante una entrevista, que la periodista es una “idiota”, que una mujer no merece que la violen por ser muy fea; defender que se fusilen a sus opositores; asegurar que le daría una paliza a un hijo que demostrara ser gay son comentarios que no se esperan de nadie, mucho menos de un legislador. Bolsonaro fue el único candidato a presidente a no hacer una declaración pública sobre el asesinato de la concejala carioca Marielle Franco y su chofer, Anderson Gomes.
 
Las declaraciones son frecuentes y tienen al delito de discurso de odio. La socióloga, profesora de la Unifesp (Universidad Federal de San Pablo) y organizadora de El Odio como Política - la Reinvención de las Derechas en Brasil (Boitempo, 2018), Esther Solano cree que esas groserías y “chistes” de Bolsonaro y sus seguidores son parte de la identidad de la nueva ultraderecha. “Es un lenguaje que se presenta de forma lúdica, folclórica, incluso ridícula. Hay todo un proceso de banalización del discurso de odio, que se presenta como si fuera algo divertido[1] ”, dice. De nuevo: al reproducir una declaración prejuiciosa de Bolsonaro, no estás siendo rebelde. Solo actúas como un imbécil y legitimas la violencia contra las minorías.
 
Difundir mentiras entorpece la democracia
Información es poder. Bolsonaro y sus hijos lo saben (y VICE lo dice desde el 2013). No es casual que propaguen mentiras y distorsionen hechos en beneficio propio. Un ejemplo reciente fue el uso de una captura de pantalla del grupo de Facebook “Mujeres Unidas Contra Bolsonaro”, que luego de ser invadido por hackers tuvo su nombre cambiado a “Mujeres Con Bolsonaro”. El candidato le agradeció a las electoras por el supuesto apoyo en su perfil oficial en las redes sociales, ignorando que aquello se logró por medios torpes y sin informar que se trataba de un fraude. Anteriormente, en el noticiero de mayor audiencia en el país, Jornal Nacional, de Red Globo, el candidato mostró indignación con un “Seminario LGBT Infantil”, evento que jamás existió. En una entrevista reciente, mintió todo el tiempo. La revista Istoé describió a Bolsonaro como un Candidato Fake. Y una encuesta del Instituto Datafolha de la semana pasada mostró que los electores del candidato del PSL son los que más consumen y difunden noticias falsas por Whatsapp.
 
La democracia presupone el acceso a información verdadera para que existan diferentes interpretaciones y análisis. Es sumamente desonesto que se difundan mentiras deliberadamente. ¿Qué se puede esperar del gobierno de alguien que no tienen ningún compromiso con la verdad durante el proceso electoral?
 
Poca actividad parlamentaria
Jair Bolsonaro, diputado federal con siete mandatos consecutivos desde 1997, tiene más controversias en su curriculum que proyectos sancionados. Solamente dos se volvieron leyes.
 
La mayor parte de las pautas en trámite atiende a los intereses de los militares, que es su principal base electoral, pero hay iniciativas asustadoras y otras inútiles. La asustadora: el PL (Proyecto de Ley) 6055/2013, del cual es coautor, pretende revocar la ley 12.845/2013, que regulariza la atención médica a mujeres víctimas de violación por el SUS (Sistema Único de Salud, público y gratuito). En la práctica, la medida dificulta el uso de la píldora anticonceptiva de emergencia (“píldora del día después”) y la profilaxis contra enfermedades de transmisión sexual para mujeres violadas, con el argumento de que eso facilitaría la realización de un aborto. La inútil: el PL 443/2015 quiere bautizar la franja oceánica brasileña como “Mar Presidente Médici - Amazonia Azul” (Médici fue uno de los presidentes durante la dictadura militar en Brasil). Merecemos más que eso.
 
Su discurso es vacío
¿Cuáles son las propuestas de Bolsonaro? Esto no se explicita de ninguna manera, apenas sobresalen las ideas genéricas. La cientista social y profesora de la Universidad Federal de la región del ABC (UFABC) Luci Praun cree que el vaciamiento del debate público incentivado por Bolsonaro, quien defiende conceptos abstractos como “patria”, “familia”, “justicia”, “orden” y “combate al comunismo”, se hace de forma deliberada. “Su discurso opera a partir de la reducción de los problemas sociales a la dicotomía entre el bien y el mal”, dice. Un retrato de ese discurso estéril puede ser visto en sus entrevistas con vehículos que acusa de ser contrarios a él. Su falta de propuestas es tan evidente que, para no perder puntos, se ha escapado constantemente de debates y encuentros propositivos.
 
El vice Mourão es un problema
El general Hamilton Mourão, candidato a vicepresidente en la fórmula de Bolsonaro, no es de fiarse. Además de ser simpático a la dictadura militar (1964-1985), de copiar al presidenciable al decirle “héroe” al torturador Carlos Alberto Brilhante Ustra y de haber declarado que quiere retirar el derecho al aguinaldo, ha propuesto una nueva Constitución hecha por notables de su propia elección, sin ese detalle que para algunos es motivo de chacota: la participación popular. Mourão habla sin tapujos de un “autogolpe”. Las declaraciones polémicas del vice llevaron tanto malestar al PSL que el partido consideró sustituirlo. Aún así, el hombre sigue firme, fuerte y defiende a su correligionario del partido Partido Renovador Laboral Brasileño Levy Fidelix a la presidencia de la Cmara de Diputados en el caso de que venzan las elecciones. Brasil no puede volverse un sketch militarista de un programa humorístico cualquiera.
 
Había otros candidatos en la contienda
El sentimiento antipetista tiene sus motivos de existir, pero dirigirlo al apoyo del fascismo no puede tener buen resultado. Sin los postulantes de PSL y de PT, Brasil ofrecía un menú con más de diez opciones. ¿Candidatos de centro-derecha? Geraldo Alckmin (PSDB), Álvaro Dias (Podemos) e João Amoêdo (Novo) eran algunas de las opciones. Al que prefiriese un candidato más zurdo, Ciro Gomes (PDT), Guilherme Boulos (PSOL) y Vera Lúcia (PSTU) estaban en la disputa. ¿Lo esencial es tener a un religioso en el poder? Marina Silva (Rede), Henrique Meirelles (MDB) y Cabo Daciolo (Patriotas) eran alternativas. Si querías un candidato de un partido chico, estaban Eymael (DC) y João Goulart Filho (PPL).
 
Fetiche se aplaca en la cama, no en las urnas
El líder conductor de la nueva ultraderecha brasileña está siempre cercado de hombres, los que más simpatizan con sus modos militarizados y deliran al escuchar sus estupideces prejuiciosas y violentas. Al vivo y en internet, esos discípulos lo declaran “mito”, en un tipo de admiración tan intensa que se asemeja a una pasión, sentimiento de vislumbre y excitación, o fetiche sexual, comportamiento que, entre otras cosas, encuentra placer en actividades, situaciones y objetos específicos. Para el psicoanalista y profesor de la USP (Universidad de San Pablo) Christian Dunker, los fanáticos del político tienen su beneficio con el apoyo incondicional que le ofrecen: a cambio de su sumisión, obtienen una sensación de seguridad. “Cuando nuestras experiencias infantiles enfatizaron demasiado la identificación entre amor-miedo-protección, tenemos cierta disposición a reproducirlo en la vida adulta. Y la vida política no sería una excepción”, considera.
 
Conservador, polémico y anti LGBT
Trump a la brasileña, pero no es millonario
Bolsonaro es un ex militar de reserva y actualmente cumple su séptimo mandato en la Cámara de Diputados de Brasil, elegido por el Partido Progresista. Su fama la consiguió por sus firmes posturas nacionalistas y conservadoras. Sus polémicas declaraciones incluyen la defensa de la dictadura militar que sufrió Brasil 1964, sus críticas a la izquierda, validar algunas tortura como una práctica legítima y sus férreas opiniones contra los movimientos que defienden los derechos de la comunidad LGBT.
 
Sus controversias le han generado denuncias, una treintena de pedidos de casación y tres condenas judiciales. Sus posiciones políticas generalmente son clasificadas como alineadas a los discursos de extrema derecha.
 
Jair Bolsonaro y Fidel Castro, simplemente pura coincidencias
A propósito del candidato a la presidencia en Brasil, Jair Bolsonaro, y sus similitudes con Fidel Castro.
El odio, la violencia, el asedio moral, la homofobia, etc., han sido invitados recurrentes en los discursos de Bolsonaro. Y a pesar de que ni él mismo se proponga tal similitud, algunos contenidos de sus discursos me remiten a Fidel Castro. ¿Será pura coincidencia? Lo cierto es que, aunque reconozca no existir total semejanza entre ellos, esos discursos no solo me causan dudas, también repulsión al pensar en un presidente como este, para un país tan grande y diverso como Brasil (para cualquier país, en realidad).

El error de la dictadura fue torturar no matar
La dictadura de 1964 que azotó la población de Brasil durante dos décadas es un tema que delata sus posiciones antidemocráticas. Estamos en el año 2016 y Bolsonaro, ni corto ni perezoso, afirma en un programa radiofónico: “El error de la dictadura fue torturar no matar”.
 
Cuando el referido candidato defiende y justifica la tortura y los fusilamientos, no puedo olvidar triste hechos de la realidad cubana después del 59:
 
El principal hecho en el cual pienso, es en el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa Sánchez, en 1989. Como todos sabemos, no fue un militar común, sino un militar con bastantes reconocimientos y condecoraciones. ¿Siendo él fusilado, que quedaría para los otros “mortales”?
 
Sin embargo, en caso de que a alguien le resulte aceptable el anterior hecho, no debemos olvidar otros. En este caso, el fusilamiento de los secuestradores de la lanchita de Regla, el 11 de abril de 2003 (Lorenzo Enrique Copello Castillo; Bárbaro L. Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaac).
 
Lo peor de esa situación, ha sido el carácter “legal”, natural, que ese tipo de práctica adquirió en Cuba, sustentada en una configuración sociocultural, emocional, política de la época. Una configuración que, en cierta medida, estuvo condicionada por la indiferencia frente a la violación de los derechos y las esencias de los “otros”, por la ignorancia, por la confianza ciega, irreflexiva, entre otros aspectos.
 
Por otro lado, una sensación parecida experimento cuando escucho al candidato decir:
“Sería incapaz de amar un hijo homosexual. No voy a ser hipócrita aquí. Prefiero que un hijo mío muera en un accidente a que aparezca con un bigotudo por ahí... Para mí, estaría muerto de cualquier forma”.  Al hijo que empieza a verse así, un poco gay, hay que darle una buena tunda para cambiar su comportamiento ¿no? Algunas personas que conozco me han dicho ‘qué bueno que me pegaron de niño, mi papá me enseñó a ser hombre’”.
 
“Si veo a dos hombres besándose en la calle, les voy a pegar“, afirmación por la que fue sentenciado a pagar 150.000 reales de multa (unos 35.000 euros según el cambio actual).
 
En la Cuba de los Castro, sabemos cómo la población LGBT ha sido discriminada. En la base de esta problemática, también ha estado la idea de que esas poblaciones desvalorizan un proyecto de sociedad a semejanza de los intereses, las ideas y convicciones de líderes y/o clases sociales, que pretenden universalizarse (similar al candidato brasileño). Lo que ha escondido ese proyecto de sociedad, esos discursos, como mínimo, es una desvalorización de la condición humana que, inevitablemente, se configura a partir de las diferencias. Lo que se esconde es un proyecto de nación que atenta contra la inclusión social, desde el punto de vista cultural, social, estructural, práctico, político, simbólico, etc.
 
Y en el caso de que esas frases del candidato brasileiro se asuman como jocosas, bromistas para alguien, debemos recordar que la misma jocosidad de Fidel Castro en los primeros años de revolución, terminó con las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Y digo jocosas, para referirme a las posturas de algunos defensores de Bolsonaro, no porque considere que ellas en realidad lo sean, como tampoco lo han sido las de Fidel Castro. Al contrario, me resultan bastante discriminatorias:
 
“Personas que viven de forma extravagante, con estilo “elvipresliano”, hijos de burgueses, con pantaloncitos apretados, que han llevado su libertinaje hasta el extremo de querer ir a lugares públicos para organizar sus shows feminoides”; “Ellos no pueden confundir la generosidad de la revolución, con las debilidades de revolución”. “la sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones”. “Te voy a explicar de dónde nace eso, de la defensa del país”.
 
Por último, hay otras tres ideas que me interesan destacar, con el objetivo de presentar más semejanzas entre Fidel y Bolsonaro. La primera idea, es el sentido de exclusión de grupos sociales presentes en el discurso del brasileño, que me remite a la famosa frase de Fidel Castro: “con la revolución todos, contra la revolución nada”. En este sentido, la intención está claramente alineada con la siguiente expresión de Bolsonaro:
 
Una segunda idea, puede ser sustentada en la frase:
"Tengo cinco hijos, cuatro fueron hombres, en la quinta tuve un momento de fragilidad y vino una mujer", dijo en una conferencia, provocando carcajadas y aplausos entre sus seguidores. Mis hijos nunca tendrán una novia negra porque han sido bien educados, refiriéndose a la posibilidad de que sus hijos tuvieran una novia negra o fuesen homosexuales.
 
En referencia a los residentes afrobrasileños de un quilombo (las comunidades formados por esclavos fugitivos y reconocidos por el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva) afirmó en abril de 2017: “No hacen nada, mientras nos gastamos más de mil millones de dólares al año con ellos. No sirven ni para procrear”.
 
Esta frase, no necesita mayor explicación en relación con sus connotaciones. Pero, es preocupante que, a la vez de reconocer el carácter autoritario del régimen cubano, nunca escuché a ninguno de sus dirigentes comentar públicamente semejante aberración. ¿Será peor Bolsonaro que Fidel Castro?
 
La última idea, es el hecho de que tanto Bolsonaro como los Castro, construyen, identifican un enemigo común para justificar sus acciones: izquierda vs derecha; Cuba y Venezuela vs USA; pobres vs burguesía, etc. Este enemigo construido, que necesita ser combatido, destruido ya existió, incluso en la época de Hitler. Eso, sin expresar, reconocer que ambos han sido parte de esa estructura que ha llevado a ambos países a ser lo que hoy son.
 
Tanto la política brasileira como la cubana han sido el resultado de lo que sus políticos (y grupos civiles) han sido capaces de hacer o no. Por tanto, esa crisis de la cual parten hoy los discursos del presidenciable brasileño, también es un resultado (negado por el candidato), de sus (in)capacidades y/o (in)voluntades para la mejora del país. Como mínimo, para la mejora del estado de Río de Janeiro, donde Bolsonaro ha ejercido mas de 25 años como político y hoy está en sus peores momentos después de la dictadura militar.
 
En fin, lo que pudiéramos visualizar en este escenario electoral brasileño, a mi modo de ver, no representa una mejora significativa para el futuro de Brasil, en caso de ser Bolsonaro su presidente (lo cual es probable). Eso, sin considerar los planes previstos en el orden económico y social (seguridad), que pudieran constituir una especie de retroceso en uno de los países mas marcados por la desigualdad y la violencia en la región latinoamericana.
 
Si bien, para algunas personas este candidato representa la salvación para trascender una realidad económica, política y social erosionada, las semejanzas entre algunas ideas de sus discursos y las de Fidel Castro, no me inspiran confianza. No concibo, no existe una democracia con prosperidad económica, pero, discriminatoria, no inclusiva, violenta, represiva y, lo peor, donde se banalicen estos males. ¿Para algunos de ustedes estas semejanzas descritas constituyen una paranoia? Bueno, esperemos la historia. Quién sabe si se trata, simplemente, de coincidencias.
Es de lo más peligroso dejar a Brasil en las manos de un populista histérico.
Traducido al español por Isabela Gaia
Fuente: Vice
Con información de Cuba Encuentro



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Réponse  Message 2 de 4 de ce thème 
De: cubanodelmundo Envoyé: 21/10/2018 17:19
 


Réponse  Message 3 de 4 de ce thème 
De: cubanet20 Envoyé: 26/10/2018 15:53
 

 

Réponse  Message 4 de 4 de ce thème 
De: cubicheporelmundo Envoyé: 28/10/2018 00:47
 PERISCOPIO ELECTORAL
Estamos en una encrucijada, si la democracia produce monstruos, lo primero es ver qué hacer con los monstruos; lo segundo, enseguida, qué con la democracia. El hecho es claro: si algún dios aburrido no lo impide, en unos días el país más poderoso de América Latina será gobernado por un militar retirado que celebra torturadores y desprecia mujeres, chupa cirios y revolea pistolas
 
Contra la antipolítica
                   MARTÍN CAPARRÓS |  NEW YORK TIMES
BARCELONA — El hecho es claro: si algún dios aburrido no lo impide, en unos días el país más poderoso de América Latina será gobernado por un militar retirado que celebra torturadores y desprecia mujeres, chupa cirios y revolea pistolas: Jair Bolsonaro, un compendio de pesadillas del pasado. Y lo será porque alrededor de 60 millones de personas lo habrán decidido en uso de sus derechos democráticos.
 
Un fantasma recorre el continente y no sabemos bien cuál es. En la mayoría de nuestros países los reclamos se parecen: que urge acabar con las formas más brutas del delito —asesinatos, narco, corrupción— y garantizar cierta base económica. Es la lucha contra la inseguridad, en todos sus sentidos: se trata de conseguir seguridades. Los más ricos, la seguridad de que van a seguir siéndolo: que conservarán lo suyo, que no los matarán. Los más pobres, de que van a seguir vivos: que tendrán algún trabajo, comida, sus remedios, techo.
 
Y cada vez importa menos cómo. Poco a poco la democracia, que fue, tras años de dictaduras, un fin en sí misma, se volvió un medio que no siempre sirve para obtener aquellos fines. Y muchos no lo lamentan porque ven a sus líderes —“los políticos”— como una casta autónoma con sus propios intereses y sus propios delitos, otra amenaza a la seguridad. El fenómeno es global: ahora gana quien consigue ocupar el espacio de la “antipolítica”. Quien consigue difundir la idea —generalmente falsa— de que no viene de la política ni quiere hacer política; que solo pretende hacer cumplir la ley, poner orden, acabar con delitos y desaguisados. En un mundo radicalmente insatisfecho, todo consiste en apropiarse de esa insatisfacción, presentarse como alternativa a un sistema que no funciona.
 
Allí habría una clave. La crítica del presente, la busca de un futuro distinto, fueron, durante el siglo XX, el privilegio de las diversas izquierdas: su fuerza se basó en convencer a millones de que eran las agentes del cambio. Hacia 1989 esa pretensión sufrió un golpe brutal con la caída de los regímenes soviéticos. Con ella terminaba la modernidad definida como intención de construir otro mundo, otro sistema, porque ese mundo y ese sistema no solo habían fracasado: se habían vuelto indeseables.
 
Huérfanas de proyecto para una sociedad futura, las izquierdas propusieron mejorar las sociedades presentes. Para eso buscaron formas que las integraron más y más a esas sociedades: en Europa fueron socialdemócratas que favorecían a bancos y corporaciones y olvidaban a los más pobres; en América Latina, populistas que decían defender a los más pobres y se enriquecían con el dinero del Estado.
 
(Aquellos jefes latinoamericanos —Kirchners, Lula, Correa y compañía— se proclamaban de izquierda aunque tuvieran la más derechista de las conductas: usar su poder para ganar plata. Algunos se justificaron diciendo que lo hacían para poder hacer política, porque nunca quisieron o supieron romper con esas reglas que establecen que para hacer política lo principal es tener mucho dinero: porque nunca quisieron cambiar en serio la política).
 
Así, esos discursos “de izquierda” quedaron identificados con el gran capital o el gran latrocinio, y perdieron su potencial de cambio. O, peor, se convirtieron en el objeto del cambio: ahora, para millones, lo que hay que cambiar son ellos. Y así contribuyeron a deslegitimar la política y ayudaron a la llegada de los Bolsonaros y Duques y Maduros y Macris de este mundo. Y dejaron vacío el espacio del cambio.
 
Sin propuestas que seguir, sin ilusiones, los disconformes se refugian en el retorno a un tiempo mítico, una edad de oro donde el sistema supuestamente funcionaba. Es lo que representan estos grandes movimientos defensivos: Make America —o Polonia o Italia o Brasil— Great Again. Son expresiones del miedo, reacciones contra la invasión de los extraños o de los delincuentes o de los políticos, vistos como extraños y como delincuentes.Vivimos tiempos sin mañana: casi nadie se imagina un futuro realmente mejor en términos políticos o sociales. El último gran cambio fue que se perdió la expectativa de un gran cambio. Algunos, si acaso, piensan el futuro en términos técnicos, máquinas que nos mejorarán las vidas, o económicos, un poco más de nada para todos. Pero, en general, el futuro no aparece como esperanza sino como amenaza: cambio climático, exceso de personas, desempleo, barbarie y zozobra.
 
El pasado contraataca; uno de sus abanderados va a apoderarse del gigante latinoamericano. Será muy duro para millones de brasileños y será duro para todos los demás. Su triunfo quebrará un tabú. Vivíamos en una confusión feliz: que, en estos tiempos, despreciar a las mujeres, atacar a los homosexuales o reivindicar la tortura eran errores que se pagaban caro porque la mayoría los repudiaba. Si el pistolero termina de demostrar que no, será el pistoletazo de partida para muchas carreras. Su triunfo correrá todo el tablero: pronto, los demás estaremos satisfechos si solo podemos evitar un Bolsonaro. Será una invitación al chiraquismo, aquel voto de millones de progres por el derechista Jacques Chirac en las presidenciales francesas de 2002 para que no ganara Jean-Marie Le Pen, que lo era más aún.
 
El trayecto de Bolsonaro en las últimas semanas es todo un curso sobre la acción política del gran capital: los capitanes de la economía brasileña lo consideraban un outsider, pero un outsider con éxito se transforma en el mejor insider —Krupp, Thyssen, Hitler—. En cuanto vieron que ganaba y les podía servir, lo cooptaron —lo adoptaron— y ahora es su candidato.
 
El problema es que es, también, el candidato de millones y millones de brasileños: que será elegido por su pueblo. Bolsonaro, si gana, será un puro producto de la democracia representativa. El problema no es él; son ellos. Y “nosotros”: otra vez, habrá que tratar de entender cómo entendimos tan poco, nos equivocamos tanto. Otra vez descontamos que alguien así no podía ser elegido; Trump, frente a su tele de innúmeras pulgadas, se retuerce de risa.
 
Bolsonaro es grave en sí, pero es más grave como síntoma, como expresión extrema de algo que sucede, con intensidades variadas, en demasiados sitios. Estamos en una encrucijada. Si la democracia produce monstruos, lo primero es ver qué hacer con los monstruos; lo segundo, enseguida, qué con la democracia.
 
Nada será posible sin crear una idea de futuro que les pelee a esos monstruos democráticos la posibilidad de la esperanza. Contra la antipolítica, devolverle a la política su rol: el de proponer modos y maneras de vivir para que, con el tiempo, suficientes personas las deseen e intenten realizarlas.
 
Es urgente. Mientras no aparezca una propuesta alternativa con la fuerza suficiente para convertirse en meta, en mito, el mundo será más y más de los nostálgicos, de los que gritan que el futuro puede ser como el pasado: como un pasado que nunca existió, que siguen inventando todo el tiempo. Mientras nos devuelven, en cambio, a ese pasado real que tanto costó dejar atrás.
 
ACERCA DEL AUTOR:
Martín Caparrós es periodista y novelista. Su libro más reciente es la novela "Todo por la patria". Nació en Buenos Aires, vive en Barcelona y es colaborador regular de The New York Times en Español.


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