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From: cubanet20 (Original message) |
Sent: 30/10/2018 17:30 |
BRASIL TIENE UN NUEVO PRESIDENTE A LO TRUMP “Es incapaz de generar un consenso, un acuerdo. No hay diálogo con él”. Los exabruptos de Bolsonaro contra las mujeres, las personas LGBT, los afrobrasileños e incluso la democracia —“Vayamos directo a la dictadura”, alguna vez dijo cuando era diputado— lo han vuelto una figura tan divisoria que no consiguió un candidato a vicepresidente sino hasta principios de agosto. Los políticos y partidos tradicionales lo consideraban demasiado extremo.
JAIR BOLSONARO TRUMP, EL PRESIDENTE
ELECTO DE BRASIL, SABE APROVECHAR LAS CRISIS
Ernesto Londoño y Manuela Andreoni—en English, NY TIMES
Si el cuchillo hubiera perforado unos centímetros más del abdomen de Jair Bolsonaro, es posible que el pastor evangélico que fue a visitarlo al hospital hubiera tenido que alistar un discurso fúnebre sobre cómo las aspiraciones presidenciales de su amigo fueron frenadas por la misma violencia cuyo rechazo había facilitado el ascenso de la candidatura de Bolsonaro.
En cambio, cuando el pastor célebre en Brasil Silas Malafaia vio a Bolsonaro, prefirió hacer una broma.
“¡Mira lo que hizo Dios!”, le dijo Malafaia al candidato, quien estaba atolondrado por las intervenciones para coser su tracto intestinal y otros órganos afectados en el ataque. “Te apuñalaron y ahora los demás candidatos se están quejando de cuánto tiempo te han dedicado en las noticias”.
Bolsonaro ya empezaba a lucir como un fenómeno imparable antes del ataque de principios de septiembre, con una campaña de declaraciones contra la corrupción y la violencia que resonaron con el sentimiento de los brasileños al respecto.
Pero en vez de frenar su ascenso, el apuñalamiento reforzó la convicción de Bolsonaro de que solamente él podía enderezar al país tras años de problemas económicos, escándalos de corrupción y niveles récord de homicidio, dijo el pastor Malafaia.
“Creo que reafirmó su propósito”, mencionó. “Me dijo: ‘Ahora más que nunca mi voluntad para ayudar a esta gente, para rescatar esta nación, ha aumentado’”.
La capacidad de aprovechar los reveses ha sido una constante a lo largo de la vida de Bolsonaro, el populista de ultraderecha que ganó la segunda vuelta el domingo y fue electo el próximo presidente, con lo que puso en jaque las normas políticas y a los partidos que han gobernado Brasil desde el fin de la dictadura militar, hace más de treinta años.
Los secretos de Costa Rica detrás de un decorado de lujo
Los exabruptos de Bolsonaro contra las mujeres, las personas LGBT, los afrobrasileños e incluso la democracia —“Vayamos directo a la dictadura”, alguna vez dijo cuando era diputado— lo han vuelto una figura tan divisoria que no consiguió un candidato a vicepresidente sino hasta principios de agosto. Los políticos y partidos tradicionales lo consideraban demasiado extremo.
“Las elecciones no cambiarán nada en este país”, dijo durante uno de sus siete mandatos en el Congreso. “Desafortunadamente, las cosas solo cambiarán el día en el que se desate la guerra civil y se haga el trabajo que no hizo el régimen militar de matar a 30.000. Si algunas personas inocentes mueren, está bien. En cada guerra mueren inocentes. Yo estaré feliz si es que muero con tal de que lo hagan 30.000 personas”.
Declaraciones polémicas como estas que ha hecho a lo largo de los años y que hizo durante la campaña, más que descalificarlo, lo volvieron más atractivo para millones de brasileños. Muchos ven en él el potencial de alguien que romperá con el orden establecido, el mismo que ayudó a la campaña de Donald Trump en 2016.
Bolsonaro dijo durante su discurso de victoria, el domingo, que será un defensor de la Constitución y de los principios democráticos.
Mientras sus rivales realizaron campañas tradicionales, Bolsonaro, de 63 años, se refirió a la ira y exasperación de muchos brasileños respecto a los delitos y el desempleo, en alza; problemas que muchos creían que la clase gobernante asediada por la corrupción era incapaz de atender.
La carrera de Bolsonaro empezó con un periodo corto como paracaidista del ejército, que terminó en controversia y le abrió la puerta para su primera victoria electoral en 1988.
Bolsonaro se emocionó con la idea de unirse a las fuerzas armadas a principios de los años setenta, cuando llegaron soldados a un área de Campinas, su pueblo natal en el estado de São Paulo, en busca de un líder guerrillero comunista. Bolsonaro, cuya candidatura fue respaldada por el ejército, ha dicho que él fue quien guio a los soldados ese día entre las colinas. La operación fue una de varias similares durante la dictadura militar, que gobernó entre 1964 y 1985.
Después de graduarse de una academia militar en 1977, Bolsonaro estudió Educación Física y alcanzó el rango de capitán de una unidad de artillería.
Pero su vida en uniforme terminó justo en momentos en que la democracia regresaba al país. En 1986, en un acto de insubordinación, Bolsonaro publicó un ensayo en la revista Veja titulado “Los salarios son bajos”, en el que criticó a sus superiores sobre la paga a militares.
“Corro el riesgo de ver mi carrera como devoto militar seriamente amenazada”, escribió Bolsonaro. Pese a su ferviente patriotismo, añadió: “No puedo ni soñar con cubrir las necesidades mínimas que una persona de mi nivel cultural y social debería poder anhelar”.
Fue arrestado temporalmente tras publicar el artículo e investigado por otra acusación más seria: que era parte de una trama que pretendía hacer estallar explosivos en bases militares para presionar a los funcionarios a que les pagaran más a los soldados. Bolsonaro ha negado su participación en un plan de esta índole, que nunca sucedió.
Sin embargo, en vez de que amenazara su carrera, la controversia lo volvió una suerte de héroe popular entre militares. Bolsonaro utilizó la atención para postularse al consejo local de Río de Janeiro en 1988 y, en 1990, se postuló para una diputación y obtuvo el puesto con amplio apoyo de partidarios del ejército.
Bolsonaro se volvió una figura divisoria desde que llegó a Brasilia a principios de los años noventa, cuando los líderes recién electos del país buscaban reconstruir las instituciones democráticas.
En 1993, dio un discurso feroz ante la Cámara de Diputados en el que exhortaba el fin de la institución porque consideraba que la versión de la democracia que empezaba a forjarse en Brasil era una causa perdida.
“Estoy a favor de una dictadura”, dijo. “Nunca solucionaremos los problemas nacionales graves con esta irresponsable democracia”.
Dijo que había gente de todo el país que anhelaba el regreso de los militares. “Nos preguntan: ‘¿Cuándo regresarán?’”.
Bolsonaro se volvió alguien prominente durante su tiempo como diputado en Brasilia, pero su fama no era correspondida por la promoción de nuevas propuestas legislativas. Tampoco era visto como alguien capaz de construir consensos en un Congreso dividido.
Solo dos de las decenas de medidas y enmiendas que propuso en sus veintisiete años en el Congreso se volvieron ley.
Chico Alencar, integrante del Congreso que ha seguido la carrera de Bolsonaro desde que los dos llegaron al consejo de Río de Janeiro, dijo que Bolsonaro era visto como un legislador poco involucrado y solo enfocado en un puñado de temas, como el comunismo y la homosexualidad.
“Nunca lo he visto participar en debates sobre la red eléctrica, el medioambiente, la educación, la salud, la movilidad urbana o la vivienda”, dijo Alencar, parte del Partido Socialismo y Libertad. “Es monotemático. Todo trata de una supuesta amenaza comunista. No ha salido de la Guerra Fría”.
Alencar recordó que Bolsonaro se ensañó en contra de materiales educativos en 2011 que buscaban generar conciencia sobre la homofobia y que los denunció como un modo de incitar a que los niños fueran sexualmente activos y cuestionaran sus identidades de género.
“Está obsesionado con el tema de la homosexualidad”, dijo Alencar. “Cuando había una audiencia sobre derechos de personas gays sí iba y se ponía intenso”. En 2011, Bolsonaro declaró a la revista Playboy que preferiría que su hijo “muera en un accidente automovilístico” a que sea homosexual.
Los puntos de vista conservadores de Bolsonaro sobre temas como los derechos de las personas LGBT y el aborto le han ganado adeptos entre grupos evangélicos y legisladores religiosos, que han aumentado en los últimos años.
Sin embargo, era principalmente conocido por sus arrebatos, como en 2003 cuando empujó a una colega de izquierda, Maria do Rosário Nunes, enfrente de una cámara después de decirle que ella no era suficientemente atractiva como para ser violada.
Ahora Nunes, antes secretaria de Derechos Humanos, dice temer que Bolsonaro —quien ha amenazado con llevar al exilio a los opositores políticos y facilitar que la policía pueda disparar contra sospechosos y posibles criminales— será despiadado.
“Es incapaz de generar un consenso, un acuerdo”, dijo Nunes. “No hay diálogo con él”.
En 2013, Bolsonaro les comentó a algunas amistades que tenía la intención de postularse a la presidencia.
“Hombre, estás loco” recuerda Malafaia que le respondió a Bolsonaro poco antes de que el pastor presidiera el tercer matrimonio del ahora presidente electo. “No le creí”.
Malafaia dijo que Bolsonaro le indicó que quería pelear contra “los criminales de la izquierda”, en referencia al Partido de los Trabajadores, que entonces estaba en el poder.
En los meses siguientes, cientos de miles de brasileños salieron a manifestarse en las calles contra el descuido de los servicios públicos y contra la corrupción. Bolsonaro le contó a otro compañero del Congreso que pensaba postularse.
“¿Por qué no intentas primero en el Senado?”, le respondió Alberto Fraga, quien conocía a Bolsonaro desde sus días en la academia militar. Fraga recordó que el mismo Bolsonaro reconoció que era un enorme reto. “Dijo: ‘Mira, si consigo 10 por ciento, estaré satisfecho'”.
En 2014, el ahora presidente electo fue reelegido al Congreso con casi cuatro veces más votos que los que obtuvo en 2010 y empezó a viajar por el país para celebrar mítines y presentarse como el que no se guarda comentarios y quiere irrumpir con la política típica.
Usualmente decía groserías durante sus discursos, algo poco común entre aspirantes presidenciales. Donde fuera que viajaba también tendía a hacer formas de pistolas con las manos, en alusión a las propuestas para combatir la violencia permitiéndole a la policía disparar contra presuntos criminales. Sus partidarios lo empezaron a llamar “mito” y a utilizar camisetas de color amarillo, similares a las de la selección de fútbol, con el lema: “Brasil es mi partido”.
Muchos analistas esperaban que la candidatura de Bolsonaro se deshiciera en cuanto los votantes supieran de su historial de declaraciones contra mujeres y personas de diversas razas. Pero lo que se pensó sería un lastre terminó por ser una ventaja ante un electorado fastidiado con una clase política calificada como deshonesta e hipócrita, dijo Joice Hasselman, quien fue electa al Congreso a principios de octubre después de vincular su campaña a la de Bolsonaro.
“Jair no tiene filtro”, dijo Hasselman. “Hay una conexión directa entre lo que piensa y lo que dice”.
Después del apuñalamiento, Bolsonaro estuvo sobre todo en el hospital y después en su hogar en Río. Ha dado pocas entrevistas y rechazó participar en los debates presidenciales.
Pero publicaba videos prácticamente a diario en Facebook, donde tiene más de ocho millones de seguidores. En las grabaciones, usualmente acompañado de uno de sus hijos, pontifica sobre varios temas con tono a momentos sarcástico; en otros de inquietud.
A medida que crecía su ventaja en las encuestas, los operadores políticos brasileños expresaron su sorpresa de que una estrategia de campaña que parecía improvisada tuviera mejores resultados que las otras. Y Malafaia indicó que si lucía caótica es porque lo era.
“Voy a decir algo y quizá se quieran reír”, dijo. Bolsonaro y su campaña, aseguró, “no tenían ninguna estrategia”.
ERNESTO LONDOÑO Y MANUELA ANDREONI, RÍO DE JANEIRO 2018
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Un autoritario ha sido electo presidente de Brasil. ¿Y ahora qué?
En una entrevista de 1964, la filósofa Hannah Arendt le recordó al periodista Günter Gaus que el incendio del Reichstag, en Berlín, poco después de la llegada de Hitler al poder en 1933, le permitió al líder nazi imponer un estado de emergencia que duró doce años.
¿Y AHORA QUÉ?
La estrategia que llevó a Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil avanza por el mundo: el desprecio por las reglas democráticas, las minorías sociales puestas como chivos expiatorios, la nostalgia de un pasado supuestamente mejor y la popularización del antiintelectualismo, que favorece el saber de las redes sociales sobre el conocimiento de los expertos y la verdad de los periodistas. Todo diseminado a través de mentiras y noticias falsas o tergiversadas para causar un caos que solo el nuevo líder, contrario a la política tradicional establecida —llámese Trump, Erdogan, Duterte u Orbán—, será capaz de solucionar.
Con el 55 por ciento de los votos, Jair Bolsonaro le dio una victoria contundente a la extrema derecha, en parte porque convenció a sus electores de que las soluciones a la crisis no han sido rápidas solo por la falta de voluntad política. Pero ahora tendrá que entregar resultados, no solo retórica. A partir de enero de 2019, deberá resolver sus contradicciones para cumplir sus promesas electorales: leyes de posesión de armas a la población, erradicar la inseguridad pública —en un país donde 60.000 personas fueron asesinadas en 2017— y la disminución del gasto público.
Como es probable que Bolsonaro no pueda ofrecer resultados tangibles en poco tiempo, podría elegir esconderse en la trinchera que mejor maneja: la guerra cultural. Desconocido fuera de su reducto electoral en sus veintisiete años como diputado federal y electo presidente sin el respaldo de un partido importante, Bolsonaro se dio a conocer y construyó su poder político atacando a las instituciones democráticas y distorsionando el discurso feminista y de las minorías. Una de sus primeras cruzadas fue contra al “kit gay”, un libro que supuestamente iba a servir para enseñar sexualidad a los niños pero que en realidad nunca existió. Hay varios otros episodios que muestran que su campaña se ha basado en mentiras.
Las redes sociales y servicios de mensajes instantáneos fueron un factor determinante en estas elecciones. Un estudio de cien mil mensajes de WhatsApp de contenido electoral compartidos en Brasil determinó que más de la mitad tenía información engañosa o falsa. Y no eran solo distorsiones. Entre la información que las agencias de verificación de datos tuvieron que desmentir decía que Fernando Haddad, el candidato derrotado del Partido de los Trabajadores, había abusado sexualmente de una niña. Un reportaje de Folha de S. Paulo reveló que empresarios que respaldaron a Bolsonaro pagaron hasta 12 millones de reales por servicios de mensajería masiva contra el adversario de Bolsonaro —lo que está prohibido por la ley electoral brasileña—. La periodista que firmó el reportaje ha sido atacada digitalmente por grupos que apoyan a Bolsonaro. Pero no es el único caso: otros 140 periodistas más, incluida yo, hemos sido agredidos por seguidores del presidente electo.
En una entrevista de 1964, la filósofa Hannah Arendt le recordó al periodista Günter Gaus que el incendio del Reichstag, en Berlín, poco después de la llegada de Hitler al poder en 1933, le permitió al líder nazi imponer un estado de emergencia que duró doce años. El incendio se le atribuyó a un joven albañil comunista que acababa de llegar a Alemania, pero esta acusación nunca fue probada. Lo cierto es que el estado de emergencia permitió la persecución sistemática y masiva contra comunistas y llevó a la ampliación de poderes del nazismo. El punto es que no hay que esperar a que se repita un ejemplo extremo para entender cómo otros gobiernos autoritarios hicieron para garantizar la sumisión de la sociedad y consolidar su poder.
En el caso de Brasil, donde el 44 por ciento de la población rechaza a Bolsonaro, el desafío más urgente es no dejar que la indignación se diluya en la apatía, porque eso sería darle más poder a quien desdeña los valores democráticos. Sabemos que hay mucha más gente dispuesta a diseminar mentiras que a combatirlas. Y si Bolsonaro actúa como lo hizo durante la campaña, uno de sus principales blancos será la verdad.
La sociedad civil, la oposición política, la prensa y las instituciones públicas independientes, no pueden bajar la guardia. Un primer paso es proteger y rescatar la verdad, empezando por la verdad histórica.
Nuestra redemocratización fue construida a partir de un pacto de olvido —la Ley de Amnistía— que perdonó a quienes habían cometido “crímenes políticos”: militantes contrarios al régimen, pero también funcionarios del Estado acusados de tortura y asesinato. Años después, nuestra tardía comisión de la verdad terminó sin castigos a los torturadores de la dictadura militar (1964-1985), lo que permitió que fuera casi normal que un militar retirado del ejército que apoya la tortura gane la presidencia.
Si los brasileños no queremos perder las conquistas sociales más importantes logradas en los últimos gobiernos, debemos crear un contrapeso sólido para frenar los rasgos antidemocráticos de Bolsonaro. La prensa y los tribunales superiores tendrán que vigilar al poder ejecutivo más que nunca.
Bolsonaro dijo recientemente que los “rojos” (los del Partido de los Trabajadores) tendrán que salir del país o irán a la cárcel, una amenaza que suena a una dictadura, en donde no hay espacio para adversarios políticos. Sus seguidores se han contagiado de su discurso polarizante y violento. Y su concepto de quién es “rojo” es amplio: va de periodistas que lo molestan hasta el filósofo liberal Francis Fukuyama, quien dijo que Bolsonaro era una amenaza para la democracia.
Sus partidarios están haciendo de ese diagnóstico una realidad. Durante la campaña, protagonizaron al menos cincuenta ataques físicos por razones políticas. Bolsonaro dijo que no podía hacerse responsable por las acciones de quienes lo apoyan. Pero si no logra controlar ni a sus partidarios, ¿cómo va a solucionar la violencia de todo un país?
En su primer discurso como presidente electo, Bolsonaro pronunció una oración evangélica y prometió respetar la Constitución y los valores democráticos, pero no hizo un llamado poselectoral a la unidad nacional, como se esperaba. En cambio, imprimió a su discurso un giro que podría parecer irónico: “El pueblo brasileño ha entendido la verdad. Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, dijo citando un versículo de la Biblia. Esto sugiere que tendrá un gobierno a imagen y semejanza de la fórmula que le dio resultado durante la elección: polarizador, mentiroso y cargado de prejuicios raciales, sociales y sexuales. Es también probable que haga uso de la represión estatal, con un precio importante para las libertades individuales de los brasileños.
Así que quienes creemos que hay que rechazar el autoritarismo, debemos estar alerta en momentos de choque y escrutar en las razones y pretextos que Bolsonaro podría usar para justificar la fuerza. Frente a las mentiras, será indispensable defender la verdad y nunca ceder en nuestra indignación.
Carol Pires es reportera política y colaboradora regular de The New York Times en Español
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