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General: Canadá se disculpa después de 79 años por rechazar a barco de judíos
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 09/11/2018 17:54
79 ÑOS DESPUÉS CUBA NO SE DISCULPA
El barco zarpó, pero al llegar a La Habana se les prohibió desembarcar. Lo intentaron en Canadá y Estados Unidos, donde muchos de los judíos pensaban establecerse con documentos que también habían pagado previamente pero también les denegaron la entrada. Más de 250 posteriormente murieron en campos nazis de exterminio. Posteriormente al regreso más de 250 murieron en campos nazis de exterminio.

Pasajeros a bordo del Saint Louis en 1939
Canadá se disculpa por rechazar a un barco de judíos que huían de los nazis, 79 años después
POR CATHERINE PORTER
EL miércoles 7 de noviembre, el primer ministro canadiense Justin Trudeau se disculpó por la decisión de Canadá de rechazar a un barco de vapor lleno de refugiados judíos que escapaban de la Alemania nazi en la víspera del Holocausto hace 79 años; Trudeau dijo que la decisión reflejaba una lamentable política exterior antisemita.
 
El gobierno canadiense de esa época, en manos del mismo Partido Liberal que Trudeau encabeza actualmente, no permitió que el barco Saint Louis tocara tierra en junio de 1939, tras haber sido impedido de atracar en su destino original, La Habana. La embarcación tenía a bordo a más de novecientos pasajeros, la mayoría de ellos judíos que habían escapado de Alemania cuatro meses antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial.
 
“Nos disculpamos con las madres y los padres de aquellos niños que no salvamos, con las hijas y los hijos a cuyos padres no ayudamos”, dijo Trudeau.
 
Estados Unidos también rechazó las desesperadas súplicas de asilo del capitán, al igual que Argentina, Uruguay, Paraguay y Panamá. Al final, el barco regresó a Europa pero no a Alemania. Organizaciones judías les aseguraron visas para Reino Unido, los Países Bajos, Bélgica y Francia. Sin embargo, a medida que Alemania expandió su territorio, alrededor de 254 fueron capturados y asesinados en campos de exterminio.
 
“Nos rehusamos a ayudarlos cuando pudimos hacerlo. Contribuimos a sellar los crueles destinos de demasiados en lugares como Auschwitz, Treblinka y Bełżec. Les fallamos. Y lo lamentamos”, dijo Trudeau, que portaba una amapola roja en la solapa de su saco siguiendo una tradición canadiense en noviembre para marcar el Día del Recuerdo.
 
Desde que fue elegido hace tres años, Trudeau ha hecho de la disculpa un ritual frecuente, incluso para los estándares canadienses. Los pedidos de perdón, en gran medida, son un reflejo de la continua lucha del país por purgar su pasado colonial y racista, particularmente cuando se refiere al trato a personas de las naciones originarias.
 
Mientras que algunos han comenzado a expresar su disgusto, otros dicen estar orgullosos de que el país intente disculparse.
 
Los canadienses actuales tienden a pensar que su país es compasivo y tolerante. Sin embargo, su postura sobre los refugiados judíos antes, durante y después de la guerra fue articulada de manera infame por un funcionario del gobierno de esa época: “Ninguno son demasiados”.
 
El Reino Unido aceptó a setenta mil refugiados judíos entre el ascenso de Hitler al poder en 1933 y el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Estados Unidos admitió a doscientos mil. La vasta y poco poblada Canadá aceptó a cinco mil.
 
La disculpa de Trudeau se da a menos de dos semanas de que un tirador disparara en una sinagoga de Pittsburgh, Pensilvania, y matara a once asistentes en un momento en que el antisemitismo crece en América del Norte. Muchos se dieron cuenta de que la disculpa llegó un día después de una elección en Estados Unidos marcada por los ataques contra los refugiados.
 
“La retórica que escuchamos del otro lado de la frontera es muy similar a la retórica que escuchamos en la década de los treinta (el vilipendio de la otra persona, el vilipendio de la prensa). Realmente da miedo”, dijo Danny Gruner, que asistió a la disculpa del 7 de noviembre con su madre, Ana Maria Gordon, la única sobreviviente del Saint Louis que actualmente vive en Canadá.
 
Gordon, quien se reunió con Trudeau en forma privada, estaba rodeada de muchos de sus nietos y bisnietos.
 
La semana pasada Trudeau se disculpó con una nación originaria de la Columbia Británica por la traición del gobierno al invitar a seis jefes de la etnia tsilhqot’in a pláticas de paz hace 150 años. En vez de hablar, el gobierno los arrestó, los llevó a juicio y los condenó a la horca.
 
También se ha disculpado con Omar Khadr, el único canadiense que estuvo encerrado en la base militar de Estados Unidos en la bahía de Guantánamo, en Cuba. Se disculpó emotivamente con miembros gays del ejército, de la policía y del servicio público que fueron perseguidos, algunos incluso encarcelados, debido a su orientación sexual.
 
Y con lágrimas en los ojos se disculpó ante personas indígenas en la provincia de Terranova y Labrador, en donde los niños indígenas fueron separados de sus familias y obligados a asistir a internados durante la mayor parte del siglo XX.
 
“No borrarás la culpa de los perpetradores del horror”, dijo Gruner. “Pero al menos puedes entender cómo era el país en ese momento e intentar comprender cómo somos en este momento en particular y cómo queremos ser”.
 
Judith Steel, una abuela de 80 años que vive en Queens, Nueva York, viajó a Ottawa para presenciar la disculpa de Trudeau. Ella tenía 14 meses cuando abordó el Saint Louis con sus padres.
 
Ellos acabaron en Francia, donde ella permaneció escondida durante la guerra. Sus dos padres fueron enviados a Auschwitz y asesinados.
 
“Sentí que el primer ministro habló con el corazón. Fue tan abierto y honesto”, dijo Steel, quien lloró durante la ceremonia del miércoles.
 
“Las disculpas son una gran parte de mi vida”, dijo Steel, quien emigró a Estados Unidos después de la guerra para ser criada por sus tíos. “Lo que te consume es la ira, el miedo y todas las emociones relacionadas con la pérdida. Tenemos que perdonar; no por ellos, sino por nosotros”.
 
Trudeau mencionó el creciente antisemitismo en Canadá, que atraviesa un momento de efervescencia como lo ha hecho en Estados Unidos, y prometió erradicarlo.
 
“Canadá y todos los canadienses deben oponerse a la xenofobia y a las actitudes antisemitas que todavía existen en nuestra comunidad, en nuestras escuelas y en nuestros lugares de trabajo”, expresó.
 
La política de Canadá hacia los judíos durante y después de la Segunda Guerra Mundial fue expuesta por dos profesores universitarios, primero en un artículo académico y posteriormente en un libro publicado en 1982, None Is Too Many: Canada and the Jews of Europe. Sus hallazgos tuvieron un impacto profundo en la psique del país e influyeron directamente la decisión del gobierno canadiense de recibir con los brazos abiertos a los refugiados vietnamitas, al aceptar a alrededor de sesenta mil personas que huían del gobierno comunista.
 
Ese legado continuó cuando el país aceptó a alrededor de 58.000 refugiados que escapaban de la guerra en Siria durante los últimos tres años.
 
No obstante, después de que Trudeau tuiteara que los refugiados eran bienvenidos en Canadá “sin importar su fe” y los solicitantes de asilo comenzaran a inundar el cruce fronterizo de Estados Unidos a Canadá, el tema de la inmigración se ha vuelto de nuevo políticamente controversial en el país.
 
LOS JUDÍOS DEL ‘SAINT LOUIS’ QUE NADIE QUERÍA
El cubano Armando Lucas Correa recupera en la novela ‘La niña alemana’ la historia de los huidos de Hitler, que fueron rechazados por Cuba, Estados Unidos y Canadá y devueltos a Europa.
 
“Es el miedo al otro. Rechazar al otro está en el ADN humano. Rechazamos al que tiene distinto color de piel u otro acento… no queremos que nuestros hijos se casen con el que es diferente a nosotros… Hay que luchar contra eso y aceptar la diferencia”, clama el periodista cubano, residente en Estados Unidos desde 1991, Armando Lucas Correa, que ha rescatado para su primera novela, ‘La niña alemana’ (Ediciones B), un vergonzoso episodio de 1939 que muchos aún prefieren olvidar y que las nuevas generaciones desconocen: la historia del ‘Saint Louis’.
 
Tras la Noche de los cristales rotos, el 9 y 10 de noviembre de 1938, de la que este miércoles se cumplieron 78 años, los judíos de la Alemania nazi sabían que nada bueno se avecinaba para ellos. La persecución racial, social y económica para arrebatarles derechos y bienes era un hecho y muchos decidieron dejar el país en que nacieron viéndose obligados a dejar todas sus posesiones, negocios y casas al Tercer Reich. 907 de ellos gastaron todos sus ahorros en comprar a precio de oro las visas para entrar en Cuba y el pasaje (debía ser de ida y vuelta aunque sabían que no podrían volver) a bordo del ‘Saint Louis’. El barco zarpó, pero al llegar a La Habana se les prohibió desembarcar. Lo intentaron en Canadá y Estados Unidos, donde muchos de los judíos pensaban establecerse con documentos que también habían pagado previamente pero también les denegaron la entrada. El navío regresó a Europa y los refugiados acabaron acogidos en Francia, Holanda, Bélgica y Gran Bretaña, a pocas semanas del inicio de la segunda guerra mundial y del Holocausto, que devoró a los que se quedaron en el continente.
 
“Mi abuela me habló de ello cuando yo era niño. Decía que Cuba iba a pagar durante 100 años por lo que les hizo a aquellos judíos. Estaba embarazada de mi madre cuando llegó el barco y recordaba una gran manifestación de 40.000 personas que gritaban ‘Cuba para los cubanos’. A ella, que era hija de inmigrantes gallegos que llegaron a la isla a principios del siglo XX, le dolió mucho ese rechazo”, explica por teléfono desde Miami el escritor y jefe de redacción de ‘People en español’.
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El Gobierno cubano de Federico Laredo Bru invalidó por decreto, mientras el barco estaba en alta mar, las visas de los judíos firmadas por el director general de Inmigración. “Probablemente él y Fulgencio Batista, entonces militar, se quedaron con el dinero. El nivel de corrupción era muy alto. Pero, aunque no puede probarse, diversos documentos revelan el temor de Estados Unidos a la llegada de tantos refugiados. Probablemente el Departamento de Estado presionó a Cuba y los países aledaños para que no los aceptaran”, especula Correa.

Resulta imposible disociar la odisea de aquellos refugiados de la que hoy sufren en Europa tantos exiliados que huyen de la guerra en Siria. “No hay que olvidar que el Holocausto ocurrió en pleno siglo XX, un siglo de erudición, y en medio del continente más civilizado del mundo. Hitler mató a seis millones de judíos pero todos dieron la espalda a lo que ocurría. Hoy Europa recibe a millones de sirios, en Siria están muriendo… los países deben hallar una solución a esto”, señala.
 
La novela cabalga entre dos épocas y dos niñas de 13 años. Hannah, refugiada del ‘Saint Louis’ que logra desembarcar en Cuba y su sobrina nieta, Anna, que vive en Nueva York y que en el 2014 descubre el pasado familiar. Correa accedió a más de mil documentos sobre el caso conservados en el Museo del Holocausto de Washington, recorrió las calles de Berlín por las que transitan sus personajes -lujoso Hotel Adlon incluido- fue a Auschwitz y al Yad Vashem de Jerusalén, hizo idéntico recorrido en barco, compró postales y el menú del barco, monedas de la época y hasta un pequeño recipiente de bronce para guardar cápsulas de cianuro, tan codiciadas como el oro, para suicidarse.
 
Sin embargo, el autor no quiso hablar con algunos de los supervivientes hasta haber terminado el libro. “Me emocioné con sus testimonios. Todos eran entonces muy chiquititos pero sabían que si volvían a Europa no tenían futuro porque lo habían perdido todo. Algunos no quieren hablar porque aún les duele demasiado. Muchos, como Herbert Karliner y su hermano, perdieron a toda su familia en Auschwitz”.
Campos de concentración en Cuba
 
Correa regresó a Cuba, el pasado febrero, tras la apertura del régimen. “Los lugares y las casas de la novela son las que yo habité de niño. En secundaria me daba clases de inglés un profesor alemán al que llamaban ‘el nazi’ porque era rubio y tenía los ojos azules. Mi madre me daba comida para él porque era viejito. Al final descubrí que era un refugiado judío”. En la historia hay ecos del 11-S y también de la revolución cubana, de la pasión de los seguidores del Che y de Castro pero también de “los campos de concentración de Cuba entre 1962 y 1964 de los que nadie habla, donde metieron a maestros, gays, testigos de Jehová u opositores. Tenían miedo a las ideas”.
CATHERINE PORTER, TORONTO— NOVIEMBRE DE 2018   
Fuente: NY Times


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