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PLAYA DE MASPALOMAS - GRAN CANARIA - ESPAÑA
Hay mayor proporción de clubes de intercambio de parejas que de ambulatorios, uno por cada 3.000 habitantes. El sexo es el principal motor económico de la zona y empezó a practicarse en la playa, que sigue siendo el enclave favorito aunque se ha extendido a los centros comerciales.
La capital mundial del sexo en público está a 3 horas de Barcelona
Sexo en las dunas y en el centro comercial; así es Maspalomas, la capital mundial del vicio
Es una tarde cualquiera en la playa de Maspalomas (Gran Canaria). Unos niños y sus padres juegan con cubos y palas en la arena. A unos metros de distancia, unos excursionistas holandeses pasean rumbo a las dunas. Un poco más allá, dos matrimonios alemanes practican sexo en grupo detrás de unos arbustos. Y más al fondo, cuatro o cinco veinteañeros gays que se acaban de conocer se lo montan debajo de unos árboles. Varios mirones, totalmente desnudos, se masturban viendo el espectáculo. Nadie se escandaliza. Es una tarde cualquiera en la playa de Maspalomas.
Este municipio canario se ha convertido, por números, en la capital mundial del sexo. Tal cual. Ningún otro pueblo o ciudad del planeta tiene una ratio de oferta turística sexual por habitante tan amplia y variada. Maspalomas, con poco más de 30.000 personas censadas, cuenta con más de una decena de clubes swingers (sale a casi uno por cada 3.000 habitantes). Pero además tiene cines X con cuartos oscuros, hoteles y apartamentos exclusivos para intercambios de parejas, clubes de striptease, locales de ambiente gay, playas donde tener sexo con desconocido es el principal reclamo y multitudinarias fiestas LGTB que congregan a miles de personas de todo el mundo. Estas actividades se han convertido en el principal motor económico de Maspalomas, una localidad que cada año cuenta recibe a más turistas que Cuba.
Maspalomas es el epicentro mundial del llamado turismo libertino (naughty journey). Ningún lugar de este planeta tiene una oferta sexual por habitante tan abundante. Ni siquiera el pueblo francés de Cap d’Agde. ¿Se acuerdan de Cap d’Agde? Muchos la consideran la capital mundial del sexo en público. Ambos lugares son paraísos del mundo swinger. Pero haciendo números, los canarios adelantan por la izquierda a los franceses sin despeinarse.
Los dos sitios cuentan con muchas similitudes, pero también muchas diferencias y elementos identitarios propios. Uno de los más curiosos de Maspalomas es que la mayor parte del sexo se practica en dos lugares atípicos: el primero es en un enorme parque natural lleno de dunas. Un paraíso del vicio que se ha convertido en todo un reclamo turístico, igual que un monumento. El segundo son los centros comerciales, en los que usted puede comprar una cámara de fotos en un bazar ahorrándose el IVA y en el local de al lado meterse en un garito gay con mazmorras y cuartos oscuros.
Breve historia de Maspalomas
Maspalomas ya aparece en las cartas de navegación de Colón, como un lugar en el que los barcos cargaban provisiones en su viaje a América. Y aparece con ese nombre, que algunos dicen que procede de la cantidad de palomas que había en la zona, otros sostienen que es una derivación del nombre original guanche, y otros aseguran que su origen es catalán y es el resultado de fusionar los apellidos Mas y Palomares. Los del Institut Nova Història, esos que trincan grandes cantidades de dinero inventándose que Colón, Cervantes y hasta Halloween eran catalanes, aprobarán esa tesis.
Aparece el nombre de Maspalomas ya por el siglo XV, pero hasta mediados del XX sólo había dunas, un faro y casitas de pescadores. Es en 1960 cuando se empieza a crear la localidad turística que es hoy en día, aprovechando el inicio del aperturismo español. Dependía, como ahora, del Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana.
Al igual que Cap d’Agde, Maspalomas es una localidad artificial que pronto tiene al sexo como protagonista. Pero en Francia el proceso fue distinto. La revolución sexual fue desde dentro hacia afuera. Esto es, desde tierra firme hasta la playa. Llegaron los primeros nudistas allá por los 60, acamparon en el pueblo y después fueron tomando la costa, que hoy en día es un lugar donde se practica sexo. En Maspalomas fue al revés. El sexo fue desde fuera hacia dentro (del municipio, se entiende). Porque los clubes swingers y todo lo demás llegaron hace relativamente poco. Pero el origen, donde empezó todo, fue la playa. Las dunas. Un vasto paraíso que es parque natural y picadero a partes iguales.
Arena y matorrales: contigo empezó todo
Las dunas es el origen porque fue el primer sitio en el que se practicó sexo en público en la isla de forma masiva. Cuando España se abrió al turismo en los 60, viajeros de Alemania, Inglaterra y Escandinavia encontraron allí el paraíso para dar rienda suelta a sus más bajos instintos. En el sur de Gran Canaria el clima es privilegiado. Sólo hay verano y primavera. El lugar ideal para ir desnudo. Y como estaba tan lejos de sus hogares y no había móviles con cámara ni redes sociales, lo que pasaba en Maspalomas se quedaba en Maspalomas.
Este concepto fue bien entendido por los homosexuales, que vieron en Maspalomas un lugar bien escondido para tener sexo. Un sexo entre personas del mismo género que tan censurado estaba a mediados del siglo XX. Aquí las dunas no juzgan.
Las Dunas, el parque natural del sexo
La costa de Maspalomas casi 20 kilómetros de, pero 9 de ellos son los que están destinados a practicar sexo. Desde el faro hasta el final de la Playa del Inglés. De ahí hacia el interior, es una vasta extensión de terrenos llena de dunas de arena en las que nace una vegetación endémica. Árboles, arbustos y maderas con forma de nidos de cigüeña que ofrecen un refugio natural idóneo para el que busca privacidad.
La parte más próxima a la costa, a unos 500 metros de la orilla, es la que ocupan las parejas heterosexuales buscando sexo o voyeurs. La estampa es realmente surrealista, porque la gente tiende su toalla a más de medio kilómetro del agua. Porque aquí la gente no viene a bañarse. No al menos con agua.
La diferencia con Cap d’Agde es notable en este sentido. La localidad francesa tiene sólo 900 metros de playa, por lo que se producen aglomeraciones. La gente va en manada, de uno a otro lado, moviéndose entre melés sexuales. En Maspalomas es distinto. Al ser un espacio tan grande, decenas de hombres (la inmensa mayoría son varones) se dispersan en solitario, vagando sin rumbo entre montañas de arena.
Se paran en lo alto de las dunas, mirando al horizonte como el Che Guevara en su foto más mítica, en busca de parejas que estén en plena faena. Cuando los encuentran, se paran a una distancia prudencial y se empiezan a masturbar. Si la pareja les invita a participar, entran. Si no, se quedan mirando de lejos, atizándose.
Adentrándonos un poco más, se llega a la zona gay. Está mucho más frecuentada, pero también es mucho más extensa, por lo que se tiene que caminar mucho. Tal vez sea gratificante, pero buscar sexo por las dunas de Maspalomas es una actividad físicamente agotadora desde antes incluso del coito.
Aparece en lo alto de una loma un transexual con acento italiano. Varios hombres se aproximan y ella les aclara con vehemencia que ella no es italiana sino suiza, de la parte de Lugano. Que por eso habla así. Nadie le ha preguntado y el dato parece resultar irrelevante para los hombres que la empiezan a magrear. Se esconden un poco y se ponen todos a follar.
Es una estampa habitual en Maspalomas y lleva más de 50 años siéndolo. Con los polvos en las dunas empezó todo, pero el sexo llama al sexo y el dinero llama al dinero. Personas de toda Europa fueron llegando, consolidando la localidad 100% turística. Como el tabú del sexo (hetero y homosexual) estaba más que superado, varios visionarios aprovecharon la coyuntura a principios de este siglo y empezaron a rentabilizar el sexo. ¿Cómo? organizando festivales de temática sexual y abriendo locales de intercambios de parejas. Los clubes swingers se han convertido en una de las señas de identidad de Maspalomas y cuentan con una particularidad: están todos ubicados en centros comerciales. En el mismo sitio donde se compra la comida o la ropa.
Sexo en el Centro Comercial
Maspalomas tiene un club hetero de intercambio de parejas por cada 3.300 habitantes, Más que ambulatorios. Además hay bares de encuentro previos a la fiesta (meeting point) y hasta salas de cine X donde el público acaba montando orgías. El elemento en común, más allá del sexo, es que todos estos establecimientos están en centros comerciales al uso.
Como localidad turística que es, Maspalomas está orientada al consumo. Y el sexo también se consume, por lo que los pioneros en abrir estos locales decidieron que los bajos de las galerías comerciales podían ser un buen lugar para que vienese clientela. Hay 4 centros comerciales referentes en este tema: el Cita, La Sandía, el Nilo y el Yumbo.
Detrás de ese nombre tan sugerente se esconde el más antiguo y decadente centro comercial de los 4. Aquí es donde los alquileres son más baratos. En las plantas de arriba hay restaurantes, bazares y antiguos recreativos reconvertidos a salas de apuestas. En los sótanos están los topless, el cine X y los clubes de intercambio. El más grande y famoso se llama Secret y es una discoteca de más de 200 metros cuadrados con una estética casi industrial. Huele a desinfectante y (como en todos los clubes swingers) hay una zona para parejas (vetada a hombres que van solos) y otra para todo el mundo. Allí, desnudos y cubiertos con una toalla, deambulan varones de todas las edades en busca de sexo, la mayoría de veces sin éxito. Y es que, en el mundo swinger, el single nunca acaba de estar totalmente integrado en la fiesta.
Al lado del jacuzzi hay un veinteañero canario que se hace llamar Bob Esponja “porque llevo a Bob Esponja tatuado en la polla”, explica con orgullo mientras luce el dibujo animado en el pubis. Él y su amigo se han hecho el trayecto de media hora desde Las Palmas, como cada mes, “porque es como una costumbre ya. Los canarios sabemos que en Maspalomas hay sexo, así que venimos cada 3 o 4 semanas”, aseguran. El Secret es uno de sus destinos favoritos porque es grande y se llena, “pero el más famoso es el 2x2, que está en el CC La Sandía”.
La mayor parte de los swingers que visitan la isla vienen de Inglaterra, Holanda, Alemania y Escandinavia. Cada uno tiene su zona preferida. La de los alemanes es el centro comercial La Sandía. Hay restaurantes temáticos de equipos de fútbol germanos, como uno dedicado sólo al Werder Bremen y otro al Borussia de Dortmund.
Entre equipos de la Bundesliga se encuentra el 2x2; es el único club swinger del centro comercial y tal vez el más frecuentado de la isla. Cada noche organiza fiestas temáticas con elementos extraños. Una de ellas, por ejemplo, es la noche española. No es más que un reclamo, porque en esa zona de la isla apenas se habla español. Los clientes son cada vez más jóvenes, Si antes era habitual que la media de edad no bajase de los 50 (siendo benévolos), ahora es mucho más habitual encontrar a gente de 30 o 40.
El 2x2 es un club de intercambio bastante diferente al de los del Cita. Se encuadraría en la categoría de clubes swinger premium, entre los que también se ubica el Moonlight. Para muchos, el mejor club swinger de la isla… pero ubicado en el Centro Comercial Nilo.
Justo al lado de la comisaría de la Policía Nacional está el Centro Comercial Nilo. Es más pequeño que los otros dos, pero alberga, puerta con puerta, dos de los clubes más reputados de Maspalomas. Uno de ellos es el Eternity. Pero el que goza de mejor reputación es el Moonlight. Un lugar con unas instalaciones top, con una decoración muy cuidada, con espectáculos eróticos para calentar al personal, y que no huele a desinfectante.
Lo gestiona Giuseppe, que tampoco es italiano sino alemán. Entró en el mundo swinger hace 10 años, “pero mi mujer lleva 40 en el tema”: Hace 3 que decidió abrir el local y desde entonces se ha convertido en uno de los referentes del mundo swinger en Europa. Está contento con cómo le han ido las cosas, pero critica “que la administración no ponga más facilidades para los que regentamos este tipo de locales, que es el motor económico de la zona. Es un turismo de calidad, porque viene mucha gente de dinero. No verás ni una sola pelea en este público”, reivindica.
De fondo, un actor disfrazado de ladrón penetra a una actriz vestida de policía en el espectáculo de cada noche. En la calle, la comisaría de policía real es el único lugar donde hay actividad. Porque el resto del CC Nilo está cerrado. Todo lo contrario al Yumbo, que está lleno de vida.
¿Es posible que cohabiten en paz un montón de clubes gays y una mezquita? En Maspalomas sí. Concretamente en el Yumbo. Es el más grande de los centros comerciales de la localidad y el que se ha especializado en el público LGTBI. Allí somparten espacio un templo de rezo musulmán y casi todos los llamados locales de ambiente. “No hace mucho, sobre las 7 de la mañana, los de mantenimiento del centro comercial tuvieron que echar de malas maneras a unos turistas que estaban haciendo el trenecito (sexo en grupo masivo) en la puerta de la mezquita", cuenta un camarero de un restaurante de la zona.
En el Yumbo se celebran también varios festivales LGTBI muy importantes al año: el Pride en mayo, el Freedom en octubre y el Winterpride, que está teniendo lugar esta misma semana. La farmacéutica del centro comercial dice que en esas épocas se dispara la venta de viagras. “No sólo para la gente mayor. También la toman los jóvenes. Piensa que es sexo a todas horas; de alguna forma tendrán que aguantar”.
Los hoteles para el público homosexual ya hace años que existen. Para el público heterosexual empieza a emerger con fuerza. ¿Dónde? En Maspalomas, cómo no. Resorts en los que sólo se puede acceder con pareja y en los que se puede practicar sexo en todos lados. “En la piscina, en el gimnasio, en el escenario...” enumera Manuela, una alemana que gestiona el Venus Resort.
Este hotel swinger empezó con 12 bungalows, pero la demanda fue tan alta que decidieron comprar un conjunto de 53 apartamentos que acaban de rehabilitar. La inauguración tuvo lugar hace poco más de un mes y ya tienen completas muchas fechas: “Faltan casi dos meses para fin de año y ya se han agotado las reservas”. explica. Cada bungalow cuesta 139 euros por noche.
No es el único. La Mirage fue el pionero en abrir este tipo de establecimientos en Maspalomas. Su dueño, un canario llamado Kiko, entró en el negocio sin ser swinger. Vio una oportunidad de negocio y la realidad está superando las previsiones. Se debe a que la clientela swinger está consolidada. Es habitual que parejas entren en el mundo del intercambio sexual. Lo que no es tan habitual es que salgan. El que es swingers se suele quedar. Así, es un público objetivo que va creciendo y que está conformado por turistas pudientes. La demanda es mucho mayor que la oferta.
Maspalomas y el sexo: un futuro incierto
¿Hasta dónde va a crecer el sexo en Maspalomas? Siguiendo la progresión lógica, en una década podría acabar siendo una especie de parque temático sexual. Se ha consolidado la oferta y la tarta tiene trozos para todo el que quiera entrar en el negocio (y hacer las cosas bien).
Pero no todo el mundo lo tiene tan claro. A pesar de los clubes de intercambio, los cines, los hoteles para swingers y los festivales gays, el principal reclamo de la Maspalomas sexual sigue siendo su parque natural. Las dunas. El morbo de pasear por un desierto y acabar teniendo sexo con un extraño es la piedra angular sobre la que se ha construido este imperio del vicio.
Pero más tarde o más temprano se acabará prohibiendo el acceso a las dunas. Por motivos puramente ecológicos. La zona está perdiendo arena por momentos. Sufre una grave erosión que terminará indefectiblemente con su clausura. “Si cierran las dunas matarán Maspalomas. La gente cambia de gustos y si prohiben el sitio más emblemático, se acabarán buscando otro destino turístico. Entonces allí abrirán clubes gays, clubes de intercambio...” barrunta un camarero del Yumbo.
“Eso de que van a cerrar las dunas llevan diciéndolo mucho tiempo. Pero no serán capaces. Saben que si las prohíben van a matar a la gallina de los huevos de oro, y eso no le interesa a nadie”; rebate otro camarero. Sea como sea, y si tiene curiosidad por ver el principal destino de turismo libertino del mundo, dese prisa: puede que antes de lo que parece todo acabe volando todo por los aires. Como la arena de las dunas en una tarde de sexo cualquiera en la playa de Maspalomas.
*****La capital mundial del sexo en público
Cap D'Agde es una villa nudista en la que incluso se puede entrar desnudo a comprar en las tiendas. La playa se convierte cada tarde en una orgía. 40.000 personas van cada verano a esta Sodoma y Gomorra de nuestros días.
Son las siete de la tarde y el sol empieza a caer en la playa nudista. De repente, la mayoría de los bañistas que reposaban en sus toallas salen corriendo en bloque hacia un punto concreto de la arena. El motivo es que hay una pareja que ha empezado a practicar sexo. Están rodeados por una masa de hombres desnudos. La chica pide a los presentes un bukkake y ellos, al menos una treintena de desconocidos, empiezan a eyacular sobre ella.
¿Es el guión de una película porno? En absoluto. Es una tarde cualquiera, un miércoles laborable, en Cap D'Agde. El auténtico pueblo del sexo en Europa. Sodoma y Gomorra del siglo XXI. Una pequeña villa costera del sur de Francia que está a tres horas en coche de Barcelona. Cap D'Agde es la capital europea (si no mundial) del sexo. Porque el sexo se practica en público cada día y a todas horas. Y no pasa nada. De hecho, esta 'sexocracia' ha puesto al pueblo en el mapa y se ha convertido en la principal fuente de ingresos del pueblo.
En Cap D'Agde (pronúnciese Kap Dajd), el sexo es el motivo. De todo. Hay decenas de clubes de intercambio de parejas. Hoteles exclusivos para swingers (parejas liberales). La gente va desnuda hasta a comprar medicinas y el sexo se practica a todas horas en la playa. Por las noches, las discotecas se convierten en bacanales, auténticas orgías multitudinarias. Y esta es la razón por la que Cap D'Agde puede llegar a atraer hasta a 40.000 turistas cada verano. Vienen de todas partes del mundo con un eslogan claro en la cabeza: sexo y nudismo.
Para entrar al pueblo nudista de Cap D'Agde hay que pagar. 8 euros por peatón, 18 por pasar con coche. Esa tarifa es trampa, porque si tienes que salir del pueblo por cualquier razón, no te dejan volver a entrar. No hay sello, como en las discotecas. Para experimentar a fondo lo que es Cap D'Agde conviene hacerse como mínimo con un bono de acceso de 3 días. Cuesta 45 euros. La tasa es innegociable. Aunque hayas reservado un hotel dentro del pueblo, sin el bono no te dejan pasar. Es imprescindible entregar primero el DNI. Todo visitante queda registrado.
Dentro, la atracción no se hace esperar. Casi todo el mundo va desnudo desde la entrada. No se imaginen la playa de Malibú en California. Ni la de Ipanema. Ni la bahía de Sidney, llena jóvenes con cuerpos esculturales y cincelados en el gimnasio. No. La media de edad de los veraneantes de Cap D'Agde es de cincuenta y pico. Hay mucho pellejo colgando. Es todo más… real.
La mayor parte de los turistas son franceses, aunque abundan los alemanes, los belgas y los holandeses. El nudismo no sólo está permitido en todos lados; en algunas zonas es obligatorio. Yo voy vestido y la gente me mira raro. Y como donde fueres, haz lo que vieres, peleo a muerte contra mi pudor: “Está bien, habéis ganado”, pienso. Y me desnudo. No pasa nada. De hecho, es la mejor forma de pasar desapercibido. Sin ropa es todo mucho más fácil. Se puede entrar desnudo al supermercado, a la farmacia o a denunciar ante la policía. Resulta curioso ver a un hombre dándole explicaciones a un gendarme, muy vehemente... y con los genitales colgando y en movimiento. No parece serio.
Las fotos están prohibidas en casi todas partes. La gente tolera a los mirones, pero no a los chivatos. Lo que pasa en Cap D'Agde, se queda en Cap D'Agde. Y más en el siglo XXI, con internet propagando de inmediato cualquier imagen indiscreta. Los veraneantes son gente que luego tiene una vida pública en sus respectivos lugares de origen y no quieren que esta afición por la desnudez y el sexo en público trascienda los límites del pueblo.
Breve historia de Cap D'Agde
Hasta los 50, Cap D'Agde fue un pueblo de pescadores y todos iban vestidos. A mediados de la década se instaló un camping nudista. Poco más tarde, el gobierno de De Gaulle le dio impulso turístico a la zona y permitió la construcción de varios resorts. Ambos conceptos, nudismo y turismo, se entendieron bien en conjunto y acabaron yendo de la mano. A principios de los 70, Cap D'Agde ya era uno de los principales focos naturistas de Europa.
En los 90, atraídos por ese espíritu libertino, llegaron los echangistes. O swingers en inglés. Una palabra que no tiene equivalente en castellano y que designa a las parejas liberales que practican el intercambio. Se empezaron a construir locales para ese tipo de clientela y acabaron levantando hoteles enteros para swingers. Michel Houellebecq retrató el pueblo en su novela “Las partículas elementales”, donde uno de los protagonistas es un pervertido.
El nudismo en Cap D'Agde es vocacional. Tanto, que cuando empieza a refrescar (porque esto es Francia y refresca), la gente se pone sólo la camiseta. Se tapan la parte de arriba y se dejan los genitales al aire, como si fuese una cuestión de principios. Durante el día hay más hombres que mujeres desnudos por completo. Ellas se ponen a menudo un pareo que les tapa la parte de abajo. Ellos, muy coquetos, lucen en su mayoría aros en la base genital. De cuero, con diamantes (supongo que de imitación) o pinchos. Porque ir desnudo no está reñido con ir elegante.
Hay comercios de todo tipo: supermercados, restaurantes, heladerías, un estanco y todo lo necesario para no salir del pueblo en todas las vacaciones. Las panaderías venden el Zizi, el dulce típico del pueblo, que no es nada más que un merengue con forma de pene. Pero más de la mitad de los locales son tiendas de ropa erótico-festiva. Tangas, collares, corsés, cuerdas y máscaras llenan los escaparates. La mayoría de los complementos son de color negro.
Hasta los paquetes de tabaco de los estancos son negros. “¿Eso también es un guiño al tema del sexo?”, le pregunto a la estanquera. “No, eso es porque en Francia vivimos en una dictadura socialista y nos obligan a poner todas las cajetillas de color negro”, me responde ella, visiblemente enfadada. Y así me entero yo de que los paquetes de tabaco en Francia son todos iguales.
Le pido un paquete de Winston Red (que aquí es Black) y le pregunto con pudor: “Me han dicho que aquí se practica sexo en público, pero yo no veo a nadie por la calle...”. Ella me corrige: “En el pueblo no se puede. Si te pillan te puede caer una multa de 15.000 euros. Aquí se folla en la playa”.
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La playa de Cap D'Agde tiene unos 2 kilómetros de longitud y está dividida en tres partes: la primera es la playa naturista familiar. Es la más grande. Aproximadamente un kilómetro de arena para familias totalmente desnudas. Niños y mayores comparten espacio en perfecta armonía. En esa zona nadie practica sexo.
La segunda parte se llama 'Le Baie des Cochons' (Bahía Cochinos, como la de Cuba. Un nombre que le viene al pelo) y es la playa naturista para swingers. Ocupa aproximadamente un tercio de los dos kilómetros de playa y el acceso a los niños está prohibido. La tercera parte es la zona gay. Es la más pequeña (no más de 200 metros) y la más vacía. Cap D'Agde es un destino más demandado por parejas heterosexuales que homosexuales.
En la playa va desnudo hasta el que vende los helados. Helados, por cierto, marca 'Los Pistoleros' (en español, no me pregunten por qué). Y a medida que avanza el día, los ánimos se van caldeando. Si por la mañana resulta un lugar relativamente tranquilo, por la tarde empiezan las “melés”. Como en rugby. Se trata de una aglomeración de gente que se forma en torno a una pareja (o grupos de personas) que se animan a tener sexo delante de todos. Para encontrar una melé sólo hay que levantar un poco la cabeza y buscar una montonera de gente formando un corro.
Es llamativo ver a grupos heterogéneos de personas desplazarse de forma simultánea de un lado a otro de la playa, como un rebaño de borregos. Una pareja empieza a tener sexo y se concentran en torno a ellos 20, 30, 40 personas. Cuando acaban (o cuando el pudor les hace desistir), la masa se desplaza hasta otra toalla donde otros estén fornicando. Y así toda la tarde.
Incluso la morfología de cada “melé” es distinta. Cuando hay una especie de corro abierto, significa que las personas que hay en el centro están practicando sexo, pero sólo permiten mirar. Si la melé es muy cerrada, es que los amantes les han dado a los espectadores, de algún modo, permiso para participar.
A veces hay mala suerte; la pareja que tienes al lado se calienta y el corro de los pervertidos se forma justo a un metro de ti. No puedes evitar que se concentren a tu lado como medio centenar de personas, la mayoría hombres, en pelotas y masturbándose. Lo mejor en esos casos es huir a otra parte de la playa, porque la masa no atiende a razones del tipo: “Perdona, ¿te puedes apartar por favor, que me tapas el sol o me vas a sacar un ojo?”.
Hay un pacto no escrito que prohíbe de forma rotunda la captura de imágenes. Un belga saca el móvil y se dispone a grabar sin taparse demasiado. En cuestión de segundos, cuatro personas le echan una buena bronca. El belga, abochornado, guarda el teléfono. Hacer fotos en Bahía Cochinos puede ser motivo de un linchamiento. Es jugársela. Pero aquí hemos venido a jugar.
No publicaremos vídeos por ser demasiado explícitos, pero una búsqueda simple en Google con las palabras “Cap D'Agde Sex” le proporcionará, en las primeras entradas, una aproximación en vídeo de lo que se vive a diario en la playa de los swingers.
Otras cosa que llama la atención es que, cuando la gente sale en estampida en dirección a un corro, deja sus cosas sin vigilancia en la toalla. Me imagino una escena así en cualquier playa de mi Barcelona natal y cuando vuelves, los rateros se han llevado hasta la arena. “¿Es que aquí no roban?”, le pregunto a un matrimonio francés de unos 50 años que lleva 10 veraneando aquí. “No, nunca pasa nada. Presentas el DNI cuando entras. Si falta algo, es fácil identificar al ladrón y pillarlo”, me explica la mujer. El marido aprovecha para tirarme un chiste muy recurrente aquí en Cap D'Adge y que he escuchado varias veces en dos días: “Aquí no hay ladrones. ¿Dónde iban a meterse lo robado? ¿En el culo?” y ríe a carcajadas.
No todo el mundo está de acuerdo con que se practique sexo en la playa. Cerca de mi toalla hay una melé de sexo y al lado una pareja de británicos de unos 60 años. Desnudos, pero con mala cara. Especialmente él. Le pregunto que qué le parece el espectáculo y me contesta que “disgusting”, palabra que yo traduzco como “asqueroso”. El señor cree que estas prácticas desvirtúan el espíritu naturista. “Es asqueroso. Somos nudistas desde hace muchos años y esto sólo le da mala reputación. Esto no es nudismo, es vicio”, espeta. Le pregunto que por qué no se va entonces a la playa familiar, donde está prohibido el sexo. “Disgusting”, me replica como única respuesta. Pero no se va.
Las melés van rotando por toda la playa casi a cada instante. Sería divertido ver toda la secuencia desde el aire, observar cómo una masa uniforme de gente se desplaza de un lado a otro de la playa buscando su ración de voyeurismo, como manadas de nómadas. Una pareja se anima y ella le empieza a practicar a él una felación. Enseguida están rodeados de mirones masturbándose. Ella se corta, se arrepiente, deja lo que estaba haciendo y se tumba boca abajo, como escondiéndose. Los mirones, decepcionados, se alejan poco a poco. Ni un minuto más tarde, eso mismos mirones salen en bloque, como una exhalación, hacia otro punto de la playa: la razón es que cuatro sexagenarios (creo que alemanes) empiezan a practicarse mutuamente sexo oral, formando una especie de trenecito muy raro, bastante más efectista que efectivo. Medio centenar de personas se concentra en torno a ellos.
Detrás de la arena hay unas dunas. Dos chicos con camiseta se masturban desde allí. Un tercer amigo, que está metido en el corro, les dice que se acerquen, que no pasa nada. Los otros dos niegan con la cabeza y siguen zurrándose la sardina desde las dunas. Tal vez lo consideran mas auténtico así, escondidos. Cosas del morbo.
A las siete, los ánimos ya están muy caldeados. Una pareja empieza a practicar sexo. De inmediato se arremolina en torno a ellos un gentío no visto antes en toda la tarde. El motivo es que ella, al acabar, ha pedido a los presentes un bukkake. Una treintena de hombres eyacula sobre ella. Cuando parece que todos han acabado, ella pregunta si queda alguno. Interpreta el silencio administrativo como un “no” y se mete en el agua a limpiarse. Cuando sale, un hombre se va a preguntarle algo, no sé exactamente qué. Ella lo rechaza cortésmente. “Esta noche, en la fiesta”, le emplaza. Porque en realidad, la fiesta todavía no ha empezado.
La fiesta es el elemento central de Cap D'Agde. Hay un sinfín de bares, locales, saunas, piscinas, hoteles, spas y discotecas enfocadas exclusivamente al sexo. Siempre hay algo abierto, por si a alguno le sobreviene un sofocón.
De todos modos, el auténtico enclave estrella es Le Glamour. Es la discoteca más grande del pueblo y está situada en el barrio de Heliópolis, que es el mismo nombre que el barrio de Sevilla donde está el campo del Betis. Si se enterase Don Manuel Ruiz de Lopera se llevaría un buen disgusto.
Le Glamour organiza cada tarde un evento que se llama 'La Mousse'. No es más que una fiesta de la espuma en un patio, pero se forman tales bacanales que hasta en las guías swingers advierten de que no se trata de una fiesta apta para principiantes. Es muy fuerte. Bajo la espuma pasa de todo.
Pero el plato principal llega por la noche. Y eso se palpa en el ambiente enseguida. Al caer el sol, todo el mundo se pone guapo. Si por el día son los hombres los que tienden más al nudismo, por la noche son las mujeres el centro de atención. De noche, ellos pasan a adoptar un look formal: pantalón largo y camisa. Es el código de etiqueta que exige cualquier club para permitir la entrada. Ellas, en cambio, se ponen bodys transparentes, lencería sexy o microvestidos de cuero muy provocativos. El sujetador es una prenda casi inédita en Cap D'Adge.
Intento entrar en Le Glamour. Llevo unos vaqueros y una camisa. Todo en orden, pienso yo. Error. El portero me dice que no puedo entrar porque llevo el pantalón roto y se me ve la rodilla. “¿En serio? Me estás diciendo que en la meca mundial del nudismo no me vas a dejar entrar porque estoy enseñando la rodilla?”, le pregunto estupefacto. El jefe de puerta me aclara, en inglés, que con las personas que van solas son el doble de exigentes y tienen que venir impecables. Es el filtro que tienen para que no se les cuelen indeseables en la discoteca, se llene de hombres y desvirtúe el ambiente de parejas.
Salgo corriendo en dirección al centro del pueblo. Son las doce de la noche y ya sólo queda una tienda de ropa abierta. Le pido al vendedor un pantalón. “¿Para entrar al club? Coge estos”, me propone, y me ofrece unos negros, como no podía ser de otra manera. Son de mi talla y el hombre me pide 50 euros por ellos. “¡50 euros por unos pantalones! ¿Es que los ha cosido a mano el propio Michel Platini?”, le pregunto. “No, es que es la única forma que tienes de poder entrar al club”, me replica cortésmente. Bien visto. Ahí van mis 50 euros.
Me cambio en mi coche y vuelvo a intentar entrar. “Voilà”, le digo al portero mostrando mi carísima adquisición y exhibiendo una de las pocas palabras que pronuncio bien en francés. “C'est magnifique”, me vacila. Y me deja entrar previo pago de los 90 euros del ala. Antes me somete a un exhaustivo cacheo para cerciorarse de que no llevo teléfono móvil encima. Están prohibidos. Además, para que quede claro al resto de la concurrencia que voy solo (lo que significa ser casi un apestado) me marcan con una pulsera verde que no me puedo quitar en toda la noche. Las parejas no la llevan.
Le Glamour es una gran discoteca de dos plantas. La superior está compuesta por una pista de baile con un enorme escenario central. En todas las esquinas hay televisores donde ponen películas porno, para entonar. También hay un patio para fumadores. Pero el sexo se practica en la planta de abajo. Un sótano de más de 300 metros cuadrados dividido en dos zonas: a la izquierda, la de tríos y hombres solos como yo. Hay habitaciones abiertas, cerradas, mazmorras, duchas y gloryholes, que son habitaciones con agujeritos en las paredes para introducir el miembro desde fuera. A la derecha está la zona para parejas y mujeres solas. Los de la pulsera verde no tenemos derecho a entrar ahí, que es donde realmente se monta la fiesta.
Tres cosas que conviene llevar encima si pretendes encontrar sexo en una discoteca de Cap D'Agde: un buen nivel de francés, una pareja y mucho dinero.
Lo del idioma se debe a que la mayoría de los veraneantes son franceses. También hay alemanes, holandeses, belgas y suizos. Pero el pueblo es eminentemente francófono. De inglés poquito. El español apenas se escucha. Y por norma general, los swingers no son de “aquí te pillo, aquí te mato”. Establecen primero conversaciones con la gente que les atrae. Si, como es mi caso, tienes el francés justo para sobrevivir, pero no para seducir, estás fuera. Ya no del sexo, sino de la más mínima interacción personal.
Lo de la pareja es porque el que va solo acaba bastante apartado. Las parejas se lo huelen. Vienen muchos chicos solos con la intención de tener sexo y no ofrecer nada a cambio. Eso no acaba de estar bien visto entre los swingers. De hecho, no sólo Le Glamour, sino todos los locales del pueblo tienen zonas reservadas exclusivamente a parejas.
Lo del dinero es porque Cap D'Agde es caro. Los alojamientos son caros. La comida es cara. El impuesto de estancia es caro. La entrada a las discotecas no baja de los 60 euros. 90 con dos consumiciones si vas solo. El single (soltero), el que va sin pareja, es normalmente el que mira y paga la fiesta. Y me parece bien. Es la forma que tienen en el pueblo de mantener alejados a hombres o grupos de varones que creen que van a venir aquí para hartarse de sexo. El mensaje que les mandan a los avispados es: "Ok, ven: paga un dineral para entrar al pueblo, paga un dineral por hospedarte, paga un dineral por entrar a las discotecas y beber. Y si tienes suerte y alguna pareja te lo permite, igual pillas algo". No compensa. Así se mantiene el espíritu de parejas.
Las copas son decepcionantes. No son de 33 centilitros como es habitual, sino de 20, como una botella pequeña de Coca-Cola. El alcohol es de baja calidad. La ginebra es marca Gordon's y los camareros miden la cantidad con un dosificador, pero cobran 12 euros por esa especie de big chupito de gin-tonic. Si eres muy selecto puedes pedir una botella de Jack Daniels o Bombay Shappire por 160 euros. Y si eres un sibarita, te vienes arriba y quieres impresionar, tienes la posibilidad de comprar una botella de champán Möet Chandon de 600 centilitros (poco más de medio litro) por la anecdótica cantidad de 1.100 euros. Yo pido un agua y me cobran 10 euros por la botellita. Le pido al camarero que me ponga un vaso con muchísimo hielo, para al menos hacerme la idea de que amortizo ese atraco.
Va entrando gente en la discoteca a medida que avanza la noche, pero la pista se va quedando vacía. Todos se van directos al sótano, que es donde se folla. La zona de tríos está semidesierta, aunque de vez en cuando entran grupos de franceses a tener sexo allí. Por cambiar de aires, se entiende. Mientras tanto, no deja de entrar gente en la zona de la derecha, en la de parejas, en la que me han vetado el paso. Desde la puerta de esa zona se escuchan gemidos y se divisan siluetas contoneándose. La fiesta está ahí dentro, justo donde los de la pulsera verde no tenemos acceso. Yo me acabo mis dos copas pírricas, mi agua con mucho hielo y me canso de fumar en solitario en el patio. De fondo suena Bailando de Enrique Iglesias y yo creo que es una señal para que me largue de ahí cuanto antes. Me voy del tugurio enfundado en mis pantalones de 50 pavos.
En la puerta coincido con tres parejas de franceses, de entre 45 y 60 años. Han estado follando todos con todos en el sótano hace un rato. Y todos se marchan a sus respectivos alojamientos, semidesnudos y felices. “Au revoir. Demain à la piscine” (“Adiós. Mañana, en la piscina”) concluye uno, para quedar al día siguiente. Ahora se despiden con un frío apretón de manos. No es porque la cosa haya ido mal. No es nada personal. Es que ya han tenido sexo y ahora no es necesario ser más efusivo.
Mientras en España nos seguimos llevando las manos a la cabeza por lo que pasa en Magaluf, en esta aldea francesa de irreductibles se han pasado entero el juego del sexo. Como (casi) dirían en los tebeos de Astérix. “Están locos estos galos”.
David López Frías, Maspalomas (Gran Canaria) 2018
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