HISTORIA DE CUBA Y ESPAÑA
Algunos historiadores como John Lawrence Tone afirman que la mayor parte de los soldados que se alistaron en las tropas independentistas, «lo hicieron en el último mes de la contienda, cuando los españoles declararon el alto el fuego»
La verdad incómoda de 1898:
Lucharon más cubanos por España que por la independencia
«La patria ha sido defendida con honor. La satisfacción del deber cumplido deja nuestras conciencias tranquilas, con solo la amargura de lamentar la pérdida de nuestros queridos compañeros y las desdichas de la patria», escribía el almirante Cervera en el parte de guerra de la batalla naval de Santiago de Cuba. Aquella derrota, acaecida el 3 de julio de 1898, era el episodio final del conflicto en el que España perdió sus últimas colonias de ultramar, tan solo un mes antes de que se firmara el armisticio con Estados Unidos.
Desde entonces, la Guerra de Cuba ha generado ríos de tinta, con interpretaciones de lo más variopintas y partidistas a uno y otro lado del Atlántico. En la historiografía cubana, por ejemplo, se ha tendido a minimizar, salvo algunas excepciones, el papel de España a causa del escaso uso que ha hecho esta de los archivos españoles. En su literatura de la isla se muestra a todos los oficiales de la península como monstruos y a los hombres que mandaban como instrumentos «desvalidos» de una monarquía casi feudal, como si fueran una masa informe. Y, además, muchos de sus estudiosos retratan a los insurrectos cubanos de una manera unidimensional: todos son heroicos, amigos de los campesinos pobres y de los trabajadores castigados por los españoles, además de, por supuesto, hombres dispuestos a dar su vida por una Cuba independiente. Pero, ¿cuánto hay de cierto en esta imagen transmitida en algunos libros sobre la guerra del 98?
Si atendemos a las cifras, la más importante en el plano militar es que España realizó, en cuatro años, el segundo mayor desplazamiento de soldados de la historia después del protagonizado por los estadounidenses, en la Segunda Guerra Mundial, para luchar contra los nazis. Hablamos de 200.000 españoles que cruzaron el Atlántico para enfrentarse en Cuba a los 40.000 hombres del Ejército libertador. Pero aquí hay que tener en cuenta lo que apunta John Lawrence Tone en «Guerra y genocidio en Cuba, 1895-1898» (Turner, 2008): la mayor parte de los que se alistaron en las tropas independentistas «lo hicieron en el último mes de la contienda, una vez que los españoles declararon el alto el fuego». Un movimiento el de estos desertores realizado por «mera supervivencia, ante el derrumbe inminente del poder español, puesto que sus familias e intereses estaban en Cuba».
Entre 60.000 y 80.000 voluntarios
Fernando J. Padilla, de la Universidad de Bristol, cifra a los desertores en una quinta parte de los voluntarios que lucharon bajo la bandera de España. Cuando se firmó la rendición, el 13 de agosto de 1898, se calcula que este cuerpo estaba formado por 60.000 hombres. Otras fuentes dicen que llegaron a los 80.000. De estos, habrían muerto durante el conflicto cerca de 2.000, de los cuales el 40% eran naturales de Cuba según las listas de fallecidos consultados por este historiador y publicadas por el Ministerio de la Guerra.
Si extrapolamos este porcentaje al total de integrantes de esta milicia, resultaría que unos 32.000 cubanos llevaron el uniforme de los voluntarios y combatieron a favor de seguir manteniendo los lazos con el Gobierno de Madrid. Si a este número sumamos los bomberos «negros», los criollos que se alistaron al Ejército y los más de 30.000 guerrilleros originarios de la isla que lucharon contra los separatistas, se puede concluir con seguridad que, como defiende Tone, entre 1895 y 1898 hubo más cubanos luchando por España que por la independencia.
Recordemos que los separatistas nunca superaron los 40.000 combatientes, aunque el historiador americano Donald H. Dyal los rebaja hasta los 30.000 en «Historical Dictionary of the Spanish American War» (1996). De ahí que solo empezaran a vislumbrar la posibilidad real de ganar la guerra cuando recibieron el apoyo de Estados Unidos a principios de 1898, tras la falsa acusación del hundimiento del famoso acorazado Maine.
Voluntarios a favor de España
Este importante cuerpo de Voluntarios —creado en 1855 para aligerar de carga al Ejército regular y reforzar la defensa de la isla frente a los ataques de Estados Unidos, empeñados estos en anexionarse la isla— tuvo una importancia capital para el devenir de los diferentes episodios de la Guerra de Cuba. A pesar de ello, la atención que han recibido de los historiadores ha sido escasa. En el siglo XIX, autores como José Joaquín Ribó y Luis Otero Pimentel analizaron su papel en la Guerra de los Diez Años (1868-1878) en diferentes obras. «La mayoría son ciudadanos de modesta fortuna, que viven de su profesión o trabajo corporal, del cual depende también la subsistencia de sus familias», escribía este último en 1876, cifrándolos en 18.000 solo en La Habana. En épocas más recientes se han publicado otros estudios, no muchos, sobre el tema, como el de la española María Dolores Domingo (1996) y el de su homóloga cubana Marilú Uralde Cancio (2011).
De estos últimos trabajos, solo algunos se han replanteado la visión que tradicionalmente se tenía de la milicia de voluntarios y guerrilleros. Entre ellos está el citado John Lawrence Tone, que se ocupó, a mediados de la década pasada, de analizar su papel como defensores de España en la última guerra. En ellos se aporta un punto de vista novedoso: el españolismo más militante en Cuba no fue fenómeno surgido o desarrollado únicamente en las áreas urbanas ni, tampoco, protagonizado exclusivamente por personas llegadas de la Península. Entre los voluntarios había una importante representación de hombres nacidos en Cuba e, incluso, algunos de los llamados «de color» entre ellos. Es decir, negros y mulatos —o «pardos y morenos», según el lenguaje de la época— sin ningún lazo de sangre con España o Europa.
Baste como ejemplo un dato aportado por Joan Casanovas Codina. Entre los 2.932 voluntarios de Matanzas contabilizados por este historiador catalán, 710 eran cubanos, lo que confirma, efectivamente, que no fueron solo españoles los que combatieron en el Instituto de Voluntarios durante la Guerra de los Diez Años. De la misma forma que otros muchos isleños participaron también en la guerra del 95 del lado de España. Su contribución a este Ejército fue del 25% de los oficiales y el 30% de las tropas aportadas por la Península, Baleares y Canarias, a los que habría que sumar, como defendía Tone, los guerrilleros, criollos y bomberos.
Las «tropas de color» del Ejército español
Según estimaba también el historiador militar y biógrafo del capitán general Weyler en 1997, Gabriel Cardona, hubo más de 80.000 cubanos, entre voluntarios y soldados de reemplazo, en el Ejército español. También se alistaron por iniciativa propia a favor de Madrid algunos otros combatientes sin ningún lazo con la península, como una serie de batallones puertorriqueños.
El jefe del imbatido regimiento de caballería Pizarro, el general Figueroa, por ejemplo, era cubano de nacimiento. También lo eran los 30 «bomberos negros» que formaban la escolta de Weyler, con los que el general quiso recuperar la fidelidad que esta raza había mantenido con España en la Guerra de los Diez Años, formando la «unidad de élite de voluntarios de Valmaseda». El mismo capitán general de Cuba entre 1896 y 1897 dedicó una serie de párrafos muy elogiosos en sus memorias, reeditadas en 2004 por la editorial Destino, a estos voluntarios cubanos: «A los pocos días de mi llegada a la isla, fui designado para organizar un batallón y un escuadrón de voluntarios. La recluta se hizo rápidamente, acudiendo a ella un buen número de cubanos blancos y de color, así como algunos extranjeros de diversos países de Europa [...]. Todos estos soldados se batían con gran valor, sin excepción alguna [...]. Era tan intenso el espíritu de ofensiva de aquellos voluntarios, y tanta su fe y confianza en el mando, que ni uno solo flaqueó en el ataque. Su bravura de aquel día me ha dejado imperecedero recuerdo, constituyendo la confirmación más plena del alto concepto que formé entonces de las tropas de color. Justo es consignar que, a mi gratitud y confianza, correspondieron siempre con inquebrantable lealtad».
Lo que no cuenta Weyler es que, en la parte oriental, durante los años 60 y 70 del siglo XIX, el papel de estos voluntarios no era solo el de proteger a las poblaciones de los cada vez más incipientes ataques de mambises, sino también aterrorizar desde el principio a los partidarios de la independencia para mantener un férreo control de las ciudades.
Después de la Guerra de los Diez Años, más concretamente entre 1890 y 1893, las principales revistas de temática militar, como «Ejército» y «El Correo Militar», publicaron una serie de artículos donde se proponía convertir a estos voluntarios en una especie de reserva colonial del Ejército, como había ocurrido en Australia, Nueva Zelanda y Argelia, con el objetivo de rebajar la tensión que este cuerpo había mantenido con las autoridades españolas en años anteriores. Esto, sin embargo, no habría cambiado mucho el papel que desempeñaban desde su creación en 1855: reforzar el sistema defensivo de la isla con la ayuda de los civiles. En 1889, también se planteó la posibilidad de otorgarles el voto, pero fue rechazada por las Cortes.
Los lazos entre los voluntarios y Madrid
Estos amplió el desencuentro que en otros años se había producido entre estas personas ajenas al Ejército que daban su vida a cambio de nada y el Gobierno español. Hombres que, además, se encontraban con el problema de compaginar la obligada formación militar con sus propios trabajos —los que realmente daban de comer a sus familias— como comerciantes, cocheros o campesinos. Esa marginación política durante el periodo de entreguerras minó la cohesión que debía haber entre los 60.000 voluntarios que había en ese momento y el capitán general que debía dirigirlos. una situación que podría acarrear muchos problemas si tenemos en cuenta que los soldados regulares eran entonces de tan solo 15.000.
La explosión del Maine en La Habana y la entrada de Estados Unidos en la guerra contra España, en abril de 1898, aceleró el final del conflicto. Durante las ocho semanas que restaron de campaña se incrementaron las deserciones de voluntarios, sobretodo de los naturales de Cuba. Esto convirtió la cifra de cubanos luchando por la independencia en mayor de lo que realmente había sido en los cuatro años anteriores. Y es que, a pesar del tono triunfalista de la prensa española en el verano del 98, pocos se creían ya las posibilidades reales de triunfo de Madrid frente al poderío naval del gigante del norte.
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