Un escritor cubano que se agiganta en el devenir de los años, ante la decrépita dictadura que lo encarceló y ante la medianía, mayoría de intelectuales que entusiasmados se sometían, censuraban y aplaudían.
Reinaldo Arenas, (Cuba, 1943- Nueva York, 1990), es uno de los escritores latinoamericanos más prominentes del siglo XX. Su obra y su vida son un grito ansioso de libertad y rebeldía, pero también la indomable voluntad de construir el espacio imposible donde esa libertad pueda existir. Fue perseguido y encarcelado como artista y homosexual enemigo de la dictadura castrista. En 1980 consigue huir a Estados Unidos, aprovechando la crisis del Mariel. Sin embargo, como corresponde a su autoproclamada condición de desafortunado, en el exilio, donde pensaba encontrar comprensión para su condición artística y sexual, encontraría “las múltiples ofensas // típicas de la vileza humana” (Autoepitafio), y la enfermedad. En 1987 fue diagnosticado de SIDA, enfermedad sin tratamiento para aquel entonces y que lo incapacitó al punto de que, en 1990, se quitó la vida.
En su autobiografía, Antes que anochezca libro de singular fuerza y belleza, Arenas hace el inventario de sus infortunios de hijo abandonado por su padre, homosexual perseguido y despreciado en su entorno, artista censurado por la dictadura y exiliado político; pero, por encima de todo, testimonia su exuberancia vital y el triunfo de la escritura por encima de la vileza que continuamente intenta segar su voz. También es el triunfo de la voluntad de ser y la sexualidad irreverente por encima de la muerte, incluso después de que el autor tenga determinado su suicidio. “Siempre he considerado un acto miserable mendigar la vida como un favor. O se vive como uno desea, o es mejor no seguir viviendo.”, dice en la introducción de Antes de que anochezca.
Esta terquedad de la voluntad de vivir con fidelidad a sí mismo es lo que tal vez mejor define a Reinaldo Arenas, y es el crisol donde se fragua la médula dura que lo hizo prevalecer más allá de los poderes que querían aplastarlo. Muy a despecho de lo que pretendían sus censores de ayer y de hoy, la obra y la vida de Reinaldo Arenas siguen hablando de esa voluntad que se concretó en nombre y rostro a través de la palabra y la sexualidad, ambas de incontenible manifestación, goce y sinceridad. Reinaldo Arenas supo constituir literatura y sexualidad en un único manifiesto, con frecuencia burlón, que se rebela contra todo tipo de tributo:
DE MODO QUE CERVANTES ERA MANCO
De modo que Cervantes era manco;
sordo, Beethoven; Villon, ladrón;
Góngora de tan loco andaba en zanco.
¿Y Proust? Desde luego, maricón.
Negrero, sí, fue Don Nicolás Tanco,
y Virginia se suprimió de un zambullón,
Lautrémont murió aterido en algún banco.
Ay de mí, también Shakespeare era maricón.
También Leonardo y Federico García,
Whitman, Miguel Ángel y Petronio,
Gide, Genet y Visconti, las fatales.
Ésta es, señores, la breve biografía
(¡vaya, olvidé mencionar a san Antonio!)
de quienes son del arte sólidos puntuales.
Pero más allá de la irreverencia propia de sus gestos lúdicos, Reinaldo Arenas tuvo que defender con riesgo de su vida, cárcel, tortura, censura y exilio su necesidad de libertad. Lograría publicar una única novela en su Cuba natal, en 1967, Celestino antes del alba, ganadora de la Primera Mención del concurso anual de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 1966. Su segunda novela, El mundo alucinante, ganadora de la misma Mención el año siguiente, tuvo que ser sacada clandestinamente de Cuba y publicada en Francia. Esta burla del sistema de censura castrista le valió a Arenas la marca como enemigo peligroso del régimen y sus manuscritos se convirtieron en material subversivo:
Yo sufría ya por entonces, en el sesenta y nueve, una persecución constante de la Seguridad del Estado, y temía siempre por los manuscritos que, incesantemente, producía. Metía todos aquellos manuscritos y los poemas anteriormente escritos, es decir, todos los que no había podido sacar de Cuba, en un enorme saco de cemento y visitaba a todos mis amigos buscando alguno que, sin hacerse sospechoso para la Seguridad, pudiera guardarme los manuscritos. No era fácil encontrar quien quisiera hacerse cargo de aquellos papeles; a quien se los encontraran podía estar años en prisión. (Antes que anochezca)
Sin embargo, el aparato represor que ejercía su peso sobre la isla, intentó un modo más siniestro de acallar su voz: entre 1974 y 1976, fue encarcelado en [El Morro], acusado de violación, entre otros crímenes sexuales; asesinato y espionaje. Pasó a ser así, oficialmente, un criminal preso y no un escritor homosexual cuya voz y exigencia de libertad resultaban peligrosas para la reputación internacional del régimen. Posteriormente, fue coaccionado a firmar una confesión, que era también una promesa de conversión sexual e ideológica a favor del castrismo. Pagaba pues, de ese modo, crímenes políticos, entre los cuales se contaban importantes denuncias hechas por comunicados suyos ante la Cruz Roja Internacional, la ONU y la UNESCO, entre otras organizaciones de defensa de los derechos humanos.
Posteriormente sería pasado a una prisión de rehabilitación de la cual saldría en 1975.
El compromiso hecho con la Seguridad del Estado apuntaba a aniquilar la médula del ser de Reinaldo Arenas, apuntalada en su palabra y su sexualidad. Sus obras y su vida dan constancia de cuan acertada estaba la política de represión en su caso. Ya desde la primera de las más de treinta obras que escribió, su alter ego, el personaje Celestino, en Celestino antes del alba, resume con hermosa nitidez su ser esencial:
¡Pobre Celestino! Escribiendo, escribiendo sin cesar, hasta en los respaldos de las libretas (…) En las hojas de maguey y hasta en los lomos de las yaguas (…)
Escribiendo. Escribiendo. Y cuando no queda ni hoja de maguey para enmarañar. Ni el lomo de una yagua. Ni el respaldo de una de las libretas del abuelo: Celestino comienza a escribir entonces en el tronco de las matas.
«Eso es mariconería», dijo mi madre cuando se enteró de la escribidera de Celestino. Y esa fue la primera vez que se tiró al pozo.
«Antes de tener un hijo así, prefiero la muerte.» Y el agua del pozo subió de nivel.
A bordo del San Lázaro, y luego de casi naufragar en el Golfo de México, llega a Cayo Hueso y es recibido como exiliado. La suerte no le sonreirá, pues la dictadura tiene brazos largos e innumerables amigos entre los intelectuales de todo el mundo, bien por su afección a la dictadura, bien por encandilada ceguera erudita. Aún así, y no obstante su frágil posición política, Reinaldo Arenas reconoce con extremada lucidez su realidad en una de sus primeras declaraciones al salir de Cuba:
La diferencia entre el sistema comunista y el capitalista es que, aunque los dos nos dan una patada en el culo, en el comunista te la dan y tienes que aplaudir, y en el capitalista te la dan y uno puede gritar; yo vine aquí a gritar.
Reinaldo Arenas defendió con gran valentía y con fuerza superior su derecho y el de todos los escritores y homosexuales a vivir en libertad. A elevar la Voluntad de vivir manifestándose, incluso después de la muerte, incluso después de que los enemigos lo entierren y bailen sobre su tumba; incluso después de ser comido por los gusanos.
La enfermedad lo llevó finalmente al suicidio el 7 de diciembre de 1990.
Su carta de despedida es su último gesto vital de lucha contra la dictadura que tiranizó.
CARTA DE DESPEDIDA, PARA SER PUBLICADA
Queridos amigos: debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida. En los últimos años, aunque me sentía muy enfermo, he podido terminar mi obra literaria, en la cual he trabajado por casi treinta años. Les dejo pues como legado todos mis terrores, pero también la esperanza de que pronto Cuba será libre. Me siento satisfecho con haber podido contribuir aunque modestamente al triunfo de esa libertad. Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me rodean están comprometidas en esta decisión. Sólo hay un responsable: Fidel Castro. Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país.
Al pueblo cubano tanto en el exilio como en la Isla los exhorto a que sigan luchando por la libertad. Mi mensaje no es un mensaje de derrota, sino de lucha y esperanza.
Cuba será libre. Yo ya lo soy.
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