Pedro Sánchez llegará a Cuba y pondrá fin a un largo período de 32 años en el que la isla no ha recibido la visita oficial de un presidente del Gobierno de España. La otrora Madre Patria espera así reafirmar su presencia empresarial y reconquistar el terreno que ganó Estados Unidos con el deshielo diplomático. Sin embargo, la visita proyectada como un paseo de sonrisas y apretones de mano tiene muchas posibilidades de fracasar.
En su estancia en La Habana, Sánchez estará entre tres fuegos cuyas llamas le apuntan desde diferentes posiciones. No hay manera de que no resulte quemado, o al menos chamuscado, en este viaje, pero sería bueno que conozca la envergadura del incendio antes de adentrarse en él.
Si el mandatario español ha elegido Cuba por ser una plaza aparentemente cómoda que le evita llegar a naciones más cercanas con las que hay demasiados temas pendientes, como el caso de Marruecos, puede pagar caro su error. Al igual que en 1898, este puede ser el lugar donde se hunda la flota de sus ilusiones. Especialmente porque llega en un momento en que su visita puede generarle más resquemores que beneficios.
Uno de los fuegos en el que arderá el jefe del Ejecutivo español será el del todopoderoso Gobierno. Un verdadero maestro en la coreografía diplomática, que conoce cada paso para que el visitante no se aparte de una agenda milimétricamente diseñada. Ese itinerario tiene un claro fin: mostrar las bondades del sistema cubano y, de paso, meter mano en el bolsillo del huésped para que otorgue créditos blandos a la renqueante economía de la isla.
Miguel Díaz-Canel exhibirá la visita como un espaldarazo a su Gobierno y un éxito del recién estrenado mandato. Si Madrid “santifica” a este presidente elegido a dedo es muy probable que le sigan otros dignatarios europeos que no quieran quedarse sin su alfombra roja en La Habana. A fin de cuentas, muchos de ellos opinan que Cuba es un país de playas hermosas y gente sonriente donde hace falta “mano dura” para mantener las cosas bajo control.
Ministros, funcionarios y apparatchiks rodearán a Sánchez y, con un gesto de la mano o de las cejas, dejarán caer la idea de que pronto, muy pronto, el país entrará en una senda de reformas profundas y que todo lo que hoy son deficiencias serán logros mañana. Vestidos de cuello y corbata o de la tradicional guayabera, le venderán el espejismo de un cambio que está a la vuelta de la esquina y para el que solo hace falta un poco más de dinero.
Quizás le toque un apretón de mano con Raúl Castro quien, aunque ya no se sienta en la silla presidencial, sigue moviendo todos los hilos de la nación desde su atalaya de secretario general del Partido Comunista. Con una reforma constitucional a punto de concluir, el octogenario general tal vez intente levantarle el brazo a Sánchez con el puño en alto, como camaradas de ruta. Un gesto que ha realizado con otros.
Para exorcizar los demonios de la manipulación de sus palabras, Sánchez debería demandar, a la manera en que lo hizo Barack Obama, una oportunidad para hablarle directamente al pueblo de Cuba en vivo y en directo. No la intervención típica de una conferencia de prensa, donde los periodistas oficiales coparán el espacio pidiéndole que se pronuncie contra el embargo norteamericano, sino una alocución sin censura ni intermediarios.
Huir del excesivo protocolo y de las visitas guiadas será otro de sus retos. En ese caso también podría beber de la experiencia del expresidente estadounidense que atemperó su agenda más formal con algunas escapadas a varias zonas tras las cortinas de la propaganda. Lo que verá allí no se parece a las postales turísticas pero le dejará una impresión más auténtica de nuestra realidad.
La otra brasa ardiente que tendrá Pedro Sánchez frente a sí es la oposición política y el activismo. Hasta el momento no se ha informado de que vaya a reunirse con ningún opositor y tampoco si la prensa independiente podrá cubrir algunos de los actos en que participe. Tal vez esa información no se haya revelado todavía para evitar incomodar a los susceptibles anfitriones oficiales, pero no anunciarlo genera fuertes críticas que valdría la pena atajar.
Si el avión presidencial despega de esta isla sin que el mandatario haya escuchado otra versión de Cuba que la del Palacio de la Revolución, este habrá sido un viaje inútil y parcial.
De voz de los disidentes podrá enterarse Sánchez de la persistencia de la represión, ahora enmascarada en subterfugios como el de condenar a los opositores por “atentado a la autoridad” o “desacato”, tipificados como delitos comunes. Ellos podrán detallarle también cómo en los últimos años muchos activistas han sido “regulados”, un eufemismo burocrático que esconde la prohibición de salir de la isla. Eso, unido a la vigilancia y el fusilamiento de la reputación de los críticos, siguen siendo prácticas comunes en este país.
Pero no acaban ahí las llamas. Sánchez aterriza en una nación donde más de 150.000 ciudadanos se han nacionalizado españoles gracias a la llamada ley de Nietos. Los cubañoles también están esperando respuesta a sus demandas sobre temas que asumen como derechos. Ayudas económicas, un mayor soporte en alimentos y medicamentos para los más ancianos o que interceda para que la plaza de la Revolución reconozca finalmente la doble nacionalidad.
Esa comunidad de cubañoles, de los cuales la gran mayoría nunca ha viajado a la Península y han pasado toda su vida en la ínsula, no le hablará a Sánchez como se le habla a un visitante extranjero que llega por breve tiempo y al que se trata de no incomodar, sino como quien se dirige a un representante, a un servidor público de una nación que le debe respuestas, protección y soluciones.
Fuera de esas tres lenguas ardientes, Sánchez tampoco tendrá reposo. Cada acuerdo comercial que firme durante su visita, cada crédito que conceda y cada deuda que condone al Gobierno cubano contrastará con la segregación económica y empresarial a la que están sometidos los ciudadanos de este país.
Según la legislación vigente está prohibido que un grupo de vecinos, entre los que puede haber desde prósperos propietarios de paladares (restaurantes privados) hasta dueños de casas de rentas para turistas, inviertan en arreglar la pavimentación de la calle donde viven. Sin embargo, si un lejano asturiano, vasco o gallego desembarca en esa misma cuadra para erigir un hotel, se lo permitirán.
Sánchez llega en el momento en que la piñata ya se ha hecho añicos y la cúpula gobernante se ha repartido los pedazos más suculentos de la economía nacional, en componenda con inversionistas extranjeros que cierran los ojos ante la falta de derechos de sus empleados o la ausencia de equidad de oportunidades para los nacidos en esta tierra, bajo el argumento de que “si no invertimos nosotros ya invertirán otros”.
En esa Cuba fracturada en lo económico y en lo político, sería un verdadero milagro que esta visita presidencial no termine en más críticas que aplausos. El fuego de la opinión pública aguarda para hacer leña de ese árbol.
Yoani Sánchez es periodista cubana y directora del diario digital 14ymedio.