NO DIGAS NADA
Violencia sexual hacia la infancia, una realidad oculta y generalizada de la que apenas se conoce la prevalencia real . El abuso sexual hacia la infancia, un tipo de violencia silenciada. Los testimonios y las historias de cuatro víctimas: "Lo más duro es que me arrancaron la infancia. Y eso ya no se recupera nunca...", cuenta Rosa, que fue abusada de los cuatro a los ocho años por su bisabuelo y su tío.
"Mi padre abusó de mí, pero no dije nada por culpa y miedo a romper la familia"
Atrapada en ese rincón en el que habitan las cosas en las que no queremos pensar. Que horrorizan, que siguen provocando vergüenza y rechazo, que cuestionan pilares sociales, cosas que hablan de culpa, de secreto y de estigma. La del abuso sexual infantil sigue siendo una realidad oculta y silenciada que afecta a niñas, niños, con más o menos recursos, en unas zonas geográficas o en otras. No son casos aislados, pero apenas conocemos la prevalencia real de un tipo de violencia que los estudios disponibles aprecian más generalizada de lo que habitualmente se estima. Los datos, de hecho, son la punta del iceberg.
ABUSO SEXUAL, EL DELITO MÁS COMÚN CONTRA LOS MENORES
Hace unas semanas, el Ministerio del Interior publicó un informe sobre delitos sexuales en el que, por primera vez, los tipos penales aparecen desglosados. El estudio concluye que en 2017 se presentaron un total de 3.041 denuncias por agresión y abuso sexual, con o sin penetración, contra menores de edad –aunque el consentimiento se sitúa por ley en los 16 años, la estadística engloba a denunciantes hasta los 17–.
Es decir, algo más de ocho denuncias cada día y una denuncia cada aproximadamente tres horas. Eso, dejando de lado el resto de delitos sexuales infantiles como exhibicionismo, corrupción o pornografía de menores por presentar características diferentes. El delito más denunciado es el de abuso sexual, con 2.086 denuncias, que según el Código Penal actual no implica violencia ni intimidación.
Aun así, todas las expertas y estudios coinciden en afirmar que las denuncias se corresponden solo con una pequeña parte de la realidad. Los informes disponibles permiten concluir que entre el 10 y el 20% de la población en España ha sufrido este tipo de violencia –uno de cada cinco niños y niñas, cuantificó el Consejo de Europa en 2010– y que, al mismo tiempo, se denuncian menos de un 15% de los casos, según el estudio Ojos que no quieren ver, de Save the Children, que ha puesto en marcha la campaña #Rompoelsilencio. Aunque en los últimos años se ha roto el silencio respecto a los abusos en el seno de la Iglesia Católica, son varios los ámbitos en los que suelen darse. De acuerdo con la literatura científica disponible, la mayoría son perpetrados por personas conocidas del entorno del menor: en la familia, en el colegio, en el deporte o en otras actividades de ocio.
"Al final no le dije nada a nadie. Aprendí a olvidarlo como si no hubiera pasado nada. Lo borraba. Me hacía el dormido y como si no hubiera pasado nada". Joan tenía diez años cuando David, su tutor legal dedicado profesionalmente a la acogida de menores tutelados por la Administración, le puso una película porno y le invitó a que se masturbara. Esa misma noche empezaron los abusos y las fotos, que no acabaron hasta que cumplió los 19. David fue padre de acogida de otros tantos niños, pero todos guardaron silencio durante años, según recoge el informe de Save the Children.
La infradenuncia de este tipo de delito, explica el catedrático de Derecho Penal de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) Josep María Tamarit, "no debe sorprendernos porque hay muchas más razones para no denunciar que para denunciar". El experto asegura que, para que un caso sea denunciado o conocido, es necesario que atraviese numerosos filtros personales y sociales: que los hechos sean reconocidos por el propio niño o niña, que venza la mezcla de sentimientos que provocan los hechos, que cuente con el apoyo del entorno y que haya confianza en el propio sistema de justicia, algo que no suele darse.
"Eso sí, los esfuerzos están teniendo resultados y está aumentando el número de denuncias. No obstante, aún queda muchísimo por hacer", explica Tamarit. Aunque el silencio parece estar resquebrajándose muy poco a poco, lo cierto es que el número de denuncias sí aumenta año tras año. Según el informe hecho público por Interior, las denuncias por delitos sexuales –la evolución no aparece desglosada por tipo penal– han aumentado un 42% desde 2012.
Los abusadores de niños y niñas apenas utilizan la violencia física para someterles. No lo necesitan. De hecho, este tipo de delito suele tipificarse como abuso sexual y no agresión sexual al considerar los tribunales que no media la violencia ni la intimidación. Al igual que ocurre con los adultos, el Código Penal diferencia entre estos dos delitos aunque actualmente la Comisión de Delitos Sexuales del Ministerio del Interior trabaja en una posible reforma para terminar con esta distinción. Frente a la fuerza física, los abusadores suelen utilizar otro tipo de estrategias: manipulación emocional, chantaje, culpabilización, abuso de confianza y amenazas.
En cuanto al género de los menores que aparecen como víctimas, una mayor parte de las denuncias son interpuestas por violencia contra niñas hasta llegar a porcentajes del 79% en el caso de abuso sexual o del 89% en el caso de agresión. Aunque hay consenso en que las menores sufren una mayor prevalencia de la violencia sexual en la infancia, aún no se ha investigado lo suficiente al respecto, así que las expertas prefieren no arrojar datos concluyentes. Sobre el agresor sí se tiene constancia de que en la mayor parte de ocasiones es un hombre. De acuerdo con los datos publicados por Interior, más del 90% de responsables lo son.
Noemí Pereda, licenciada en psicología, especializada en abusos sexuales a la infancia y profesora de Victimología en la Universidad de Barcelona (UB) detalla el modus operandi con el que suelen actuar los agresores, que suelen ser figuras de referencia y autoridad con las que el menor establece un vínculo emocional: "No es un monstruo como suele ser representado, puede mantener un rol aparentemente normal, pero utiliza la manipulación. Están abusando de ellos y al mismo tiempo están intentando generar complicidad, les están diciendo que 'es un juego o un secreto' entre ellos y que les quieren mucho".
De hecho, que el agresor sea alguien de su entorno que ha desplegado su afecto y protección sobre el niño o niña fija las bases idóneas para que el secreto se imponga, que además el propio agresor aplica de manera activa. Un pacto de silencio que conduce a que la mayoría de víctimas nunca hablen y, las que sí, suelan hacerlo en la adolescencia y la edad adulta.
Esto ocurre porque, según las expertas, el menor utiliza un mecanismo llamado de disociación que "lo que le permite es sobrevivir en un entorno en el que está su agresor que, a la vez que abusa de él, le está haciendo regalos", argumenta Pereda. Por ello, el niño no es capaz de asumir esta realidad y "desconecta los sentimientos vinculados al abuso, como si eso no ocurriera". Es cuando son más mayores, cuando de repente les atraviesa toda la experiencia vivida, que "no está olvidada, sino reservada hasta que la víctima pueda afrontarla", describe la psicóloga.
Junto a ello, las víctimas suelen experimentar, en el momento de los hechos y con el paso de los años, un fuerte sentimiento de culpa y de vergüenza por lo ocurrido. Influye en ello, alude el estudio de Save the Children, la forma en que es frecuente que se den los abusos, como una progresión "que desarma al niño o niña que pudo no hablar en un primer momento porque no supo reconocer lo que estaba pasando, y se calla más tarde por la culpa y la vergüenza de no haber sabido reaccionar y por el convencimiento, azuzado por el propio abusador, de que los responsables de lo que está pasando son ellas o ellos mismos".
Sumado a este silencio impuesto por el propio agresor y la naturaleza del hecho, los menores conviven con un silencio social y estructural. "Fallamos en todo, a la hora de prevenir, detectar y reparar el daño de las víctimas. Los abusos y la violencia contra la infancia nunca han sido una prioridad para el Estado" cuenta Carmela del Moral, analista jurídico de Save the Children. El informe Ojos que no quieren ver, de hecho, incide en ello y pone sobre la mesa la ausencia de medidas en colegios y otros espacios frecuentados por niños y niñas. No ser consciente de que los abusos pueden darse "lleva a que ni el ámbito educativo ni la familia les enseñe estrategias necesarias, eficaces y realistas", concluye. Abrir los ojos ante la violencia es el primer paso para que empecemos a ver más allá de la punta del iceberg.
TESTIMONIOS Y HISTORIAS DE CUATRO VÍCTIMAS
Primero empezaron los besos, luego los tocamientos y más tarde fue a más. La forma progresiva en la que suelen darse los abusos sexuales a la infancia garantiza, junto a la manipulación emocional y el desconocimiento de lo que ocurre, el silencio del niño o niña, que no suele contar lo que ha pasado, si lo hace, hasta pasado mucho tiempo. Le ocurrió a Nadia González, que hoy pone voz y rostro a un tipo de violencia sobre el que se desconoce la prevalencia real pero que implica en España una denuncia cada tres horas. Su padre abusó de ella desde los siete a los 12 años, cuando a la vuelta de un campamento en el que se lo contó a una amiga cercana, pudo enfrentarse a él y decirle que no lo haría más.
Dice de sí misma que es una persona feliz. El tiempo y la terapia le han ayudado a superar algo que le ha marcado la vida, pero sigue teniendo miedo. "Yo creo que a mí es en lo que más me ha afectado. Has vivido y crecido en el miedo, así que yo muchas veces lo tengo y no sé por qué es, no está relacionado con la realidad", explica a eldiario.es. Su caso forma parte de la campaña #Rompoelsilencio, con la que Save the Children pretende hablar de este tema y pedir responsabilidades públicas. "Cuando eres tan pequeña no sabes si está bien o si está mal. No te gusta, pero no tienes ninguna capacidad de ir contra la autoridad que supone tu padre. Tú entiendes que tu padre te quiere mucho y cuando va pasando el tiempo, vas siendo consciente".
La instrumentalización de ese cariño y de esa confianza, que no es tal y que disfraza una relación de abuso, es precisamente el modus operandi que emplean los agresores, una inmensa mayoría pertenecientes al entorno cercano de la víctima. De hecho, suele ser una figura de referencia. También le pasó a Miguel Ángel Hurtado, que cuando tenía 16 años sufrió durante todo un año los abusos por parte del sacerdote que dirigía el grupo de scouts de la parroquia con el que salía a la montaña cada fin de semana. "Al principio se me acercaba después de cenar y me decía que habláramos en privado, que me veía angustiado y me quería ayudar", cuenta.
Así, poco a poco, el sacerdote, hoy fallecido, se fue ganando la confianza del joven y llegó a convertirse en un adulto de referencia para él. "Después comenzaron las conversaciones en el dormitorio y empezaba a hablar de temas sexuales. Entonces me metía la mano debajo de la ropa y me tocaba los genitales". A los 17 pudo pararlo diciéndoles a sus padres que no podía seguir yendo al grupo porque tenía que estudiar, pero el cura comenzó entonces a llamar a su casa para insistir en que le convencieran. Decidió entonces decírselo a otro sacerdote, que no tomó medidas y le animó a que no se lo dijera a sus padres, algo que sí hizo finalmente: "Se fueron a quejar, pero lo único que hicieron fue trasladarle a un monasterio y pedirles a mis padres que no interpusieran denuncia", dice Miguel Ángel.
A él, su abusador le decía cosas como que era importante, que le quería y que le iba a ayudar. A Nadia, que estuviera tranquila, que no pasaba nada y que todos los padres lo hacían con sus hijas. El mecanismo de la disociación, es decir, desconectar las sensaciones vinculadas al abuso y hacer como que no ocurre, es el que habitualmente utilizan los menores que sufren este tipo de violencia, al igual que les pasó a ambos.
"Durante mucho tiempo cuando era pequeña no dije nada por la culpa de que mis padres se separaran, el miedo a romper la familia o a que mis hermanos estuvieran tristes", rememora la mujer, que hoy tiene 41 años y tres hijas pequeñas a las que intenta empoderar para evitar que algún día les pueda pasar lo que le ocurrió a ella. Ocho años después de que los abusos finalizaran, a los 20, pudo contárselo a su madre y comenzó una terapia psicológica.
Rosa no se llama así, pero prefiere usar un nombre ficticio porque su entorno laboral no sabe que fue víctima de abuso sexual por parte de su bisabuelo y de su tío. Ocurrió durante los años en los que vivía con sus abuelos, de los cuatro a los ocho, ya que sus padres, que entonces eran jóvenes, no podían hacerse cargo de ella y de su hermano debido al trabajo. Su "salvación" vino cuando la familia tuvo que mudarse de ciudad ante un traslado laboral de su padre. La violencia sexual, recordó años después, estaba instalada en aquella casa de forma habitual: "Yo creo que tienes tanto miedo que lo bloqueas del recuerdo. Pero en la adolescencia, de repente, empecé a rememorar algo que me marcó, y es que mi tío me obligó a presenciar la violación de mi hermano".
Entonces, no era capaz de racionalizar que a ella también le había ocurrido, algo que sí pasó años después, cuando con 25 años se quedó embarazada de su primera hija. "Fue una especie de revelación, yo creo que por el insisto de protección o por el miedo de que a ella le ocurriera algo similar". Acudió entonces a su primera terapia psicológica, que le ayudó a desenterrar lo vivido hasta el día de hoy. Con 39 años, confiesa que aún batalla con las consecuencias brutales de lo que sufrió cuando era pequeña. "Siempre te queda esa sensación de que tú eres la culpable de lo que pasó. Yo sigo sintiendo culpa y vergüenza. Tantos años después me siento todavía sucia, me siento mal conmigo misma, me ha costado mucho aceptarme".
Álex también ha sufrido los efectos en diferentes planos. Su nombre figura en una de las cuatro denuncias por delitos sexuales contra el pederasta confeso Joaquín Benítez que el juez investiga. Desde los años 80, este hombre fue profesor de Educación Física de la escuela Maristas de Sants-Les Corts de Barcelona y su caso saltó por los aires en 2011 a raíz de la denuncia de una familia que motivó decenas de testimonios más y numerosas denuncias, de las que 13 han sido archivadas por haber prescrito. Los hechos por los que será juzgado Benítez, para el que la Fiscalía pide 22 años de cárcel, ocurrieron entre 2005 y 2010, cuando Álex era su alumno.
HABLAR CUANDO YA NO SE PUEDE DENUNCIAR
"Ocurrió un día en el que estaba lesionado por haber jugado a fútbol la tarde anterior. Benítez me dijo que no pasaba nada por no poder dar la clase, pero que acudiera después a su despacho. Le tenía estima y teníamos confianza, así que fui", recuerda este joven que entonces tendría unos 15 años. Entonces, el docente le comenzó a dar un masaje por la zona del muslo en el que tenía la lesión para pasar posteriormente a hacerle tocamientos. "Me quedé completamente en shock, pero me pidió que me desnudara y accedí. Luego reaccioné, le pedí ir al baño y me fui a mi casa. En ese momento sabes que algo ha pasado, pero no lo racionalizas. Yo creo que es un acto de autodefensa", explica.
Todas las historias están marcadas por el silencio mantenido durante años y en algún momento quebrado. Sin embargo, solo Álex ha logrado llevar su caso ante los tribunales. Si hubiera denunciado 12 horas después, el profesor no estaría siendo investigado. Y es que justo presentó la denuncia un día antes de su 23 cumpleaños, cuando ya prescribía el delito. Nadia, Miguel Ángel y Rosa no pudieron hacerlo. Actualmente, la prescripción de estos delitos se sitúa entre los cinco y los 15 años tras las mayoría de edad, dependiendo de la gravedad de los hechos. Esto implica que, como máximo, una víctima de pederastia podrá denunciar hasta los 33 años en los casos más graves.
Por eso, todas las víctimas piden que se alarguen los tiempos de prescripción de los delitos –algo que el Gobierno ya se ha comprometido a impulsar– ya que debido a las características de este tipo de violencia, perpetrada contra menores y mediante la imposición de un férreo pacto de silencio, la inmensa mayoría de las víctimas comienza a hablar cuando ya el sistema no permite la denuncia. Aun así, saben que la vía judicial no es el único frente en el que combatir. Todas rompen el silencio por el fin del estigma, de la vergüenza y de la culpa, para que los abusos sexuales a la infancia salgan por fin de ese lugar oscuro y oculto en el que aún se mantienen. "Lo más duro es que me arrancaron la infancia. Y eso ya no se recupera nunca...", dice Rosa.
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