Galileo Galilei, su supuesto “y, sin embargo, se mueve” y los cubanos. Las últimas medidas del régimen cubano parecen ir la dirección de anular toda capacidad de movimiento ideológico, de pensamiento responsable y futuro, de movimiento social hacia dónde camina toda la Humanidad, con sus luces y sus sombras incluidas.
Digamos que existen dos tipos de mentes poéticas:
Una apta para inventar fábulas y otra dispuesta a creerlas. Galileo Galilei
Por Francisco Almagro Domínguez
Atrapado entre el ridículo y la abjuración, la frase “y sin embargo se mueve” supuestamente dicha por Galileo Galilei para escapar de las llamas, ha pasado a la historia como una perspicaz manera de negar y afirmar una cosa en el mismo contexto. El inmortal Cantinflas lo diría en un tono menos doctoral, más chota: ni esto ni lo otro, sino todo lo contrario. No existe una constatación histórica de que Galileo hubiese dicho tal cosa a su antiguo amigo Maffeo Barberini, convertido en Urbano VIII. Tampoco que haya sido en plena confesión de culpabilidad por el astrónomo.
Lo que sí sabemos es que más allá de la discusión científica sobre si la Tierra era el centro del Universo y estaba inmóvil, o giraba sobre su eje como un planeta más —ojo, un dilema filosófico: la inmovilidad frente a la movilidad—, el sabio toscano ridiculizó al Papa en una de sus obras. Y eso no se lo perdonaron. Pero ni Urbano VIII era tan intolerante pues lo había defendido en su época de cardenal, ni Galileo era tan bravo como para desafiar los instrumentos, y su conclusión final, la hoguera purificadora. De hecho, el castigo pudo ser muy cruel para un hombre tan famoso: su confinamiento en solitario. Aún condenado al fallecimiento social, Galileo Galilei siguió trabajando hasta su muerte, convencido, como estaba, de que la Tierra no era el centro del Universo, la iglesia institucional no tenía la razón, y que todo se mueve, indefectiblemente, a pesar de la voluntad de los hombres.
Esa certeza se intenta anular en los regímenes totalitarios modernos, copias ralentizadas de los peores días de la Iglesia medieval y los imperios de la antigüedad. Trasmitir a los hombres la idea del no movimiento, del cambio para no cambiar o gatopardismo, es básico para mantener el poder ad infinitum. El método para conseguirlo no ha cambiado en esencia durante miles de años. Una mezcla de represión —si es velada, desde las sombras, mejor, como en el caso de Galileo—, y el bloqueo de cualquier idea alternativa, que haga vacilar, mover el entendimiento. Silogismo liberador cartesiano: si dudo, pienso, y si pienso, existo.
Las últimas medidas del régimen cubano parecen ir la dirección de anular toda capacidad de movimiento ideológico, de pensamiento responsable y futuro, de movimiento social hacia dónde camina toda la Humanidad, con sus luces y sus sombras incluidas. Esas roscas izquierdas han tenido en la Constitución inconstitucional, y en el Decreto 349 su máxima representación. También han surgido otras regulaciones no menos restrictivas, como la que pretende normar el transporte particular o los llamados boteros, la entrada de productos por la Aduana —Cuba es el único país donde pesan las maletas para salir del aeropuerto—, y alguna para los cuentapropistas, esta última, con enmiendas para potabilizarlas.
Ha sido la Calle, con mayúsculas, quien sí se ha movido, y a pesar de un Trancón aparentemente fallido, quien ha detenido en seco otras medidas complementarias que harían aún más invivible la Isla. No importa que algunos almendrones salieran de sus escondrijos donde se abastecen de gasolina por la izquierda, o que los afiliados a una Desunión cultural no apoyaran un documento lo suficientemente confuso como para consagrar artistas y prohibir no-artistas por decreto. La calle cubana ha empezado a moverse como no lo había hecho en seis décadas, y el Finado Líder lo sabía muy bien: la calle es de los revolucionarios… o no es de nadie.
En realidad, la calle cubana, esa que reunía en la Plaza de la Revolución a cientos de miles de almas sin anotarse en ninguna lista, y que los domingos subía a los camiones para ir al trabajo productivo o el Día de la Defensa, no existe hace un buen rato. Ahora, en las redes sociales, pueden verse manifestaciones espontáneas, desorganizadas y atomizadas por el ninguneo de la prensa, la radio y la televisión oficialista. Pero con toda seguridad quienes otean las calles con ojos policiales y fines ideológicos deben haber notado un cambio cualitativo, como diría la dialéctica, en la forma y en el contenido de las quejas.
¿Hasta cuándo el régimen podrá mantener esa atomización ciudadana? ¿Podrá con tanta desorganizada organización que genera la falta de cosas tan simples como la harina para hacer pan, el agua potable y un techo decente? No solo de pan vive el hombre. Pero de consignas tampoco.
La situación interna parece complicarse aún más por el descenso del turismo, la inversión extranjera que no llega —¡animal asustadizo ese millón de dólares!— y la retirada de los médicos de Brasil, presagio en los futuros contratistas de que La Habana solidaria y desinteresada es una anciana que no solo vive de sus medallas. Chinos y rusos hoy tampoco comen consignas. Es muy sencillo excamaradas cubanos: hay que producir, dedíquense solo eso.
Barack Obama intentó seguir el aforismo científico de que no se puede esperar un cambio cuando se repiten los mismos pasos en el experimento. Entonces, haría crecer la Torre de Pisa hasta que se cayera por su propio peso; creía que al quitarle presión a un sistema cuya estabilidad ha estado, precisamente, en existir bajo presión externa, este se desvanecería. Si el problema era la inanición de capitalismo, la Doctrina Obama sería darle capitalismo hasta que el régimen muriera de obesidad. Pero sabio para detentar el poder a toda costa, el Difunto supo leer la segunda ley de la termodinámica —la estabilidad del desorden entrópico— y el mismo se encargó de matar la criatura reconciliatoria poco después de nacer.
Desde el principio, la Administración Trump ha caminado en reversa. No hizo nada para resucitar la criatura, que, por cierto, nació clandestina, de espalda a ambos pueblos. Para quienes asesoran al presidente, la mejor manera de lograr un cambio en Cuba es no hacer nada para aumentar el embargo o disminuirlo. Acaso sanciones a las empresas militares, las cuales dominan de una u otra manera, más del 70 % de las divisas que entran a la Isla. A muchos del lado de acá no solo les pareció infectivo, sino un ridículo gatopardismo trompista.
Pero ahora el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos (USCIS, por sus siglas en inglés) ha dado un paso de consecuencias imprevisibles en el corto y mediano plazos: el cierre permanente de su oficina en Cuba. Eso significa que las visas para residencia permanente de cubanos en Estados Unidos podrían afectarse. Los solicitantes tendrían que viajar a México —con todas la implicaciones consulares y financieras que ello requiere—, y acudir a una cita donde no hay seguridad de ser aprobados. Sobre el Programa Cubano de Parole de Reunificación Familiar solo han comentado que “se están determinando los arreglos para procesar las solicitudes”.
La razón esgrimida por el gobierno norteamericano son los supuestos ataques sufridos por sus funcionarios en suelo cubano. Se escribe supuestos porque el error, el ataque intencional, o lo que haya causado víctimas norteamericanas y canadienses —incluyendo niños, quienes no tienen por qué mentir—, no ha tenido una explicación del qué, el cómo y el por qué, suficiente para que los ejecutores sean declarados not guilty en cualquier tribunal norteño.
Muy pocos han reparado que el anuncio fue hecho el 10 de diciembre, día de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Parece tratarse de un muy bien pensado plan para tapar la válvula migratoria hacia Estados unidos. La medida recuerda con demasiada sutileza el cierre parcial, hará pronto 58 años, de los servicios consulares en la Habana; un cuello de botella que demoró las visas urgentes de miles de cubanos. Las salidas ilegales, a veces de manera violenta, desencadenarían más tarde el primer éxodo masivo por la bahía de Camarioca. En esos días, y volvería a suceder con el Mariel y Guantánamo, el régimen podía dar la ilusión de que Cuba no se movía y que todo el Mundo giraba alrededor suyo.
¿Qué pasará cuando la válvula trompista cierre, poco más o menos, el vapor migratorio que ha permitido al régimen expulsar aire viciado y respirar oxígeno verde? Volverán las familias cubanas a esperar largos años tras separarse, porque las causas de la estampida, como en Venezuela, no son los cantos de las sirenas de Esther Williams, sino el tedio y la hambruna de los seguidores de un Ulises que jamás encontrará Ítaca. Está perdido, girando en círculos. Mientras, cree que puede, desde su silla gestatoria, detener el movimiento del Universo.
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