Solo 22 días después de triunfar la revolución cubana, el líder comunista aterrizaba en Caracas convencido de que recibiría ayuda para su régimen del primer presidente democrático del país vecino. El comandante cubano esperaba obtener de nuevo el respaldo político para su régimen y, sobre todo, un acuerdo para un suministro estable de petróleo en condiciones favorables.
El día que Venezuela pidió elecciones en Cuba: si no, no hay petroleo
« Batista ha abandonado Cuba», podía leerse en la portada de ABC el 2 de enero de 1959. La noticia de la entrada triunfal de Fidel Castro en La Habana con su ejército de barbudos daba la vuelta al mundo. En páginas interiores, todo tipo de detalles: «Castro ha dirigido un ultimátum por radio a la guarnición de Santiago de Cuba en el que dice que, si esta no se rinde a las 18.00 horas, sus fuerzas tomarán también por asalto esta ciudad». Y añadía después el líder de los rebeldes: «La guerra no ha terminado, porque los asesinos siguen todavía armados».
Apenas 21 días después, Castro aterrizaba en Caracas. El jefe del gobierno revolucionario elegía Venezuela como destino de su primer viaje al extranjero como dirigente de Cuba, con el objetivo de agradecer el apoyo que había recibido del presidente Rómulo Betancourt durante sus días de guerrilla en Sierra Maestra. De él había recibido armas y dinero, pero sobre todo, y más importante, respaldo político. «He sentido una emoción mayor al entrar en Caracas que la que experimenté al entrar en La Habana. A este pueblo bueno y generoso, al que no le he dado nada y del que los cubanos lo hemos recibido todo, le prometo hacer por otros pueblos lo que ustedes han hecho por nosotros. Prometo no considerarnos con derecho a descansar en paz mientras haya un solo hombre de América Latina viviendo bajo el oprobio de la tiranía», aseguraba el líder comunista en su discurso ante las cien mil personas que reunidas en la avenida Bolívar, la mayor concentración política vista en la capital hasta entonces.
Lo que no se imaginaba Castro es que aquella visita a Betancourt –primer presidente democrático de Venezuela tras la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958– acabaría en desastre. El comandante cubano esperaba obtener de nuevo el respaldo político para su régimen y, sobre todo, un acuerdo para un suministro estable de petróleo en condiciones favorables. Pero la respuesta de su homólogo fue rotunda: No. Y se excusó con los problemas económicos que sufría Venezuela y bajo el argumento de que la dinámica de la industria petrolera de su país le impedía ayudarle en esos momentos.
Si quieren petróleo, tendrán que pagarlo
El acceso al «oro negro» venezolano era un deseo que Cuba compartía con sus aliados soviéticos. Con aquel movimiento, Castro se quería anticipar al bloqueo que le impondría Estados Unidos con la crisis de los misiles tres años después. Pero Betancourt lo tendía claro: si querían petróleo, tendrían que pagarlo. De ahí que en los años sucesivos, tanto la URSS como Castro desearan el derrocamiento del Gobierno de Caracas a manos de los comunistas. De hecho, seis meses después de aquel encuentro, el presidente venezolano sufrió un brutal atentado terrorista en la capital. Una bomba colocada en un coche aparcado en la Avenida Los Próceres estalló al pasar los vehículos oficiales. El jefe de la Casa Militar, el coronel Ramón Armas Pérez, murió. Betancourt sufrió quemaduras severas y su rostro quedó desfigurado.
A lo largo de los años, las especulaciones que se tejieron en torno a este encuentro son tantas como las que se produjeron en 1822 con la reunión entre los libertadores Simón Bolívar y José de San Martín en Guayaquil. En 1959, tanto Castro como su homólogo venezolano tenían algunas conexiones ideológicas pasadas y alguien pudo pensar que la colaboración podría haber fructificado. Ambos había surgido de la izquierda y venían de los ambientes intelectuales universitarios. Y ambos habían compartido en el pasado la idea de producir un cambio drástico en América Latina, poblada de dictaduras militares. Once años antes, en abril de 1948, Fidel Castro incluso había viajado a Bogotá con la intención de reunirse con, entre otros, Betancourt. El encuentro no llegó a producirse y ahora el presidente de Venezuela había cambiado su posición.
No hay que olvidar que, en los años 30, cuando era miembro destacado del Partido Comunista Costarricense, ya había manifestado públicamente su rechazo a la injerencia de la URSS en los países europeos. Esa es la razón por la que Betancourt recomendó a Castro en aquella visita que hiciera lo posible por no caer bajo el influjo de la Unión Soviética y, sobre todo, que convocara elecciones lo antes posible. En aquel momento, el presidente venezolano estaba todavía en contra del imperialismo estadounidense, pero también del imperialismo soviético. Y aunque había defendido en el pasado una revolución desde la izquierda, al igual que el líder cubano, él siempre pensó que esta debía llegar junto a unas elecciones generales y totalmente democráticas, con el objetivo de que el pueblo eligiera a su jefe de Estado. Mientras eso no se produjera en Cuba, el apoyo de Venezuela bajo su mandato no se produciría. Y así fue, incluso tras su salida del Gobierno en 1964, hasta la llegada de Hugo Chávez, primero, y la continuación de Nicolás Maduro, después, a pesar de que en 60 años Cuba no ha podido elegir a su presidente en las urnas.
Un encuentro «no tan afortunado»
Rómulo Betancourt también estaba convencido de que cualquier Estado que se precie debía romper sus relaciones comerciales y diplomáticas con los gobiernos que llegaran al poder a través de golpes de Estado, independientemente de si estos eran de derecha o de izquierda. Nunca aclaró si se refería a un golpe de Estado contra regímenes democráticos o también contra dictaduras, pero fue suficiente para que las relaciones entre aquel primer Gobierno democrático de Venezuela y el recién instaurado régimen castrista comenzaron a tensarse.
No trascendió ninguna fotografía ni prácticamente detalles de aquella reunión. En la cronología publicada por la Fundación Rómulo Betancourt se limita a relatar escuetamente: «Su encuentro con el candidato electo venezolano no ha sido tan afortunado: la falta de empatía fue manifiesta desde el primer momento y, posteriormente, las relaciones entre ambos gobiernos se dificultarán hasta llegar a la ruptura». En su libro « Poder y Delirio» (Tusquets, 2008), el escritor e historiador mexicano Enrique Krauze le dedica quince líneas a lo ocurrido: «No sólo los estudiantes revolucionarios militan contra Betancourt. También Fidel Castro. El 24 de enero de 1959 viaja a Caracas y visita a Betancourt para pedirle petróleo. Betancourt le responde que el pueblo venezolano no regala el petróleo, sino que lo vende, y que no hará una excepción en ese caso. El encuentro, según los pocos testigos, es breve y áspero. Betancourt lo cala y sabe que Castro será, a partir de entonces, su enemigo mortal. Las ejecuciones que se practican en la isla lo alejan más. En noviembre de 1961 Cuba y Venezuela rompen relaciones. Agraviado por su expulsión de la Organización de Estados Americanos, aprobada a iniciativa de Betancourt en enero de 1962, Castro tiene sus puestos en Venezuela y en su petróleo».
A Betancourt no le importó oponerse a las peticiones de Castro a pesar del recibimiento apoteósico con el que el rebelde cubano fue recibido en las calles, la universidad y el Parlamento de Caracas en enero de 1959. Incluso un sector de la juventud venezolana se fue poco después a la montañas, a combatir el sistema capitalista que se fue imponiendo en Venezuela, animado primero por el ejemplo castrista y hasta apoyado después desde La Habana.
Las relaciones quedaron oficialmente rotas en 1961. Ese mismo año Kennedy visitó Venezuela y Betancourt apoyó abiertamente a Estados Unidos en la crisis de los misiles de 1962, oponiéndose al comunismo. El Gobierno de Caracas llegó a movilizar dos destructores y un submarino por si la URSS atacaba desde Cuba en aquella amenaza de holocausto nuclear que se produjo en plena Guerra Fría. En febrero de 1963, el presidente de Venezuela viajaba a Washington y se reunía de nuevo con Kennedy, nueve meses antes de que este fuera asesinado en Dallas. «Con su muerte, Estados Unidos pierde a uno de los mejores Jefes de Estado que ha tenido en lo que va de siglo. El mundo, a un adalid de las causas justas, y en América Latina, al presidente de los Estados Unidos que mayor esfuerzo haya hecho por contribuir a la solución de sus problemas económicos y sociales. Los demócratas del mundo estamos de duelo», expresó Betancourt en un comunicado.
Castro no se imaginó en 1959 que tendría que esperar cuarenta años para conseguir su tan deseado petrolero en Venezuela.
Israel Viana, Madrid 2019
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