En una de las mejores escenas de El Padrino (I) —Francis Ford Coppola, 1972—, un sabio y retirado Vito Corleone (Marlon Brando) aconseja a su hijo, Michael (Al Pacino), sobre un presunto dialogo a que podrían convocarle los enemigos tras asumir las riendas de la famiglia. Es una especie de testamento no escrito, e interpretado al más puro método Stanislavski, Brando dice a su hijo dos veces —como para que no lo olvide— que quien le proponga esa conversación es el traidor dentro de su gente. Es en el entierro del Godfather donde se revela la identidad del ingrato: Sal Tessio. Las últimas palabras del caporegime antes de ser ejecutado son paradigmáticas: “dile a Mike que siempre me simpatizó, fue solo una cuestión de negocios”.
Como si la realidad superara la ficción más original, el dialogo emerge, una vez más, en el conflicto venezolano. Todos recordamos los intentos, frustres, anteriores. Para quien escribe, el más doloroso porque parecía una burla mutuamente aceptada, fue aquel que convocó Nicolás Maduro en Miraflores con un autoderrotado Henrique Capriles y un grupo de la oposición en Octubre de 2014. Se hizo una trasmisión en directo para todo el país e internacional. Suscitó mucho interés —y esperanzas— porque Capriles dijo que “iba a temblar Miraflores al escuchar la verdad”. La verdad fue oída y, desgraciadamente, nadie tembló. Por el contrario: a Maduro no le tembló el pulso para reprimir con violencia en los siguientes años de mandato.
Ese encuentro hubiera bastado para aprender dos cosas. Primera: Nicolás y su gente controlaban ya una parte importante del poder político y militar y no iban a compartir ni un milímetro de ambos; tal era su arrogancia y la de sus adeptos, delatada por sus muy groseras formas de comportarse en aquella mesa. En particular fue infame la participación del Psiquiatra, suerte de Goebbels latino —no por casualidad, como el ministro de propaganda del III Reich, hoy encargado de las comunicaciones del régimen bolivariano. Allí hizo un diagnóstico falaz: quienes estaban en la oposición parecían alucinados, presos de un delirio que les impedía ver la realidad, el apoyo mayoritario del pueblo. Segundo aprendizaje, igualmente perdido: de ahí en adelante, toda conversación con el régimen sería para ganar tiempo y enfriar la calle, como sucedería en los años por venir.
El último intento por salvar el escorado barco madurista ha sido relanzar la posibilidad de un diálogo con el disfrazado concepto de mediación. Para quienes no lo saben, o lo saben y desean engañar, mediación y diálogo pueden ser cosas distintas. En el diálogo —logo, palabra, día, dos— hay un intercambio de palabras y juicios entre dos entidades diferentes. Si no son diferentes por sus opiniones o juicios de valor, entonces estamos ante un monólogo. En un diálogo no necesariamente se discuten procedimientos para la resolución de conflictos, como sucede en la mediación.
Por esa razón, no todos los diálogos son mediaciones. Pero toda mediación requiere un diálogo previo y continuado. Aún más, la mediación requiere que ambos se consideren iguales en deberes y derechos, acepten las reglas del juego, que es estar de acuerdo en discutir los reclamos del contrario. Es por eso que algunos conflictos antológicos, como el israelí-palestino no acaban de solucionarse: el diálogo impide, paradójicamente, llegar a la mediación. No hay nada para mediar cuando solo hay dos monólogos que se excluyen mutuamente.
En el caso venezolano es justo señalar que la oposición se ha enfrentado a un fenómeno desconocido, cualitativamente distinto. Las democracias occidentales que no han sido vacunadas contra el totalitarismo no pueden siquiera sospechar hasta donde podrían llegar sus contrarios. No basta que se lo cuenten. Hay que vivirlo. Adolf Hitler, un perspicaz político y por eso mismo uno de los criminales más grandes de todas las épocas, decía que el problema real para el nacionalsocialismo alemán era la Unión Soviética; sus soldados y jefes luchaban con una convicción fanática, amoral: eran capaces, como ellos, de hacer cualquier cosa para retener el poder.
Sin embargo, y he aquí el dilema, es difícil que haya abandono de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres sin un proceso de dialogo entre las partes. Algo más importante: no solo se trataría de una conversación entre dos, sino de hacer felices a más de cuatro. Los actores no son solo Nicolás y Juan. Las tres potencias más grandes y poderosas del planeta se están repartiendo el mundo de nuevo, y ese es el verdadero dialogo. Vladimir, Xi y Donald a esta hora están jugando sus cartas. Los primeros, y quizás con toda razón, quieren garantías para sus miles de millones invertidos en la minería y el petróleo venezolano. Donald, en cambio, necesita limpiar su patio trasero de narcos, terroristas y del muy antinorteamericano Socialismo del Siglo XXI.
Precisamente porque Maduro y su banda no entienden de negocios —y son mala paga—, el apoyo internacional al presidente encargado Juan Guaidó debe ir en aumento. La entrada de ayuda humanitaria a Venezuela podrá ser un punto de inflexión. Si el régimen acepta de manera pacífica y de consenso la ayuda, ese podría ser un buen paso para evitar la escalada del conflicto. Pero si el madurismo, en una de esas perretas de balcón decide impedir el ingreso de medicinas y alimentos, o ataca a los líderes de la oposición, rusos y chinos no solo sabrán que no hay nada que hacer por su protegido. Serán ellos, probablemente, quienes rompan primero con el inmaduro régimen bolivariano.
En todo este jelengue Cuba permanece inmóvilmente ansiosa. No es fácil el tornado que se aproxima. Hasta el momento, no se habla de evacuación de civiles y militares. Es como si hubiera la certeza de que en Venezuela nada grave va suceder. O quizás sea una maniobra para serenar a ambos pueblos, sumidos en la miseria y la desesperanza. La prensa poco habla de la marcha de la zafra, de las inversiones, del turismo escaso. El gobierno norteamericano ha puesto un stop payment politico —suspensión de pagos— con la posibilidad de activar el Titulo III de la Ley Helms-Burton.
Nicolás debería leer correctamente el mensaje de Vladimir —conocemos su dislexia política. Hay muchas millas de Moscú a Caracas aunque dos aviones antiguos hayan hecho un propagandístico vuelo ininterrumpido. En medio, una Casa Blanca deseosa de hacer caer la Cortina de Bagazo para dejar un legado parecido al de la caída del Muro de Berlín. La mediación propuesta por los rusos debe estar libre de monólogos. Sería una conversación, no para ganar tiempo sino para encontrar una salida ventajosa para ellos; una invitación, real, a comenzar la transición a otro gobierno que les garantice sus inversiones. Estabilidad social, económica y política. Con Maduro, lo saben hace tiempo, eso es imposible. Vladimir y Xi, al estilo del Padrino, podrían decirle en breve a un contrariado Maduro: siempre nos caíste bien Nicolás, pero esto es solo una cuestión de negocios.
FRANCISCO ALMAGRO DOMÍGUEZ, MIAMI- FEBRERO 2019