El narrador y periodista Carlos Antonio Montenegro Rodríguez uno de los más importantes renovadores de la literatura cubana a partir de la década de 1930, nació Galicia, 27 de febrero de 1900, de padre español y madre cubana, a los siete años emigró a Cuba junto con su familia. Autor de la novela magistral Hombres sin mujer (1938) y otras narraciones, marchó al exilio en México al triunfar la revolución de Castro y hacia 1963 se avecindó en Miami. Aquí fechó el 4 de junio de 1979, para el Dr. Antonio Rafael de la Cova, una carta sobre el Primer Congreso de Intelectuales Cubanos Disidentes (París, 1979), la cual está disponible en la página digital que el portal Latinamericanstudies.org dedica al finado escritor.
Lucidez octogenaria
Al filo de los 80 años, Montenegro escribía la novela “El mundo inefable,” que dejó inconclusa, pero varios pasajes que leyó en la peña de los esposos Pérez Crespo (Librería SIBI) fueron muy elogiados. Y en la precitada carta dejó claro: “A mí solo me ha quedado lo que siempre tuve: un inclinado amor por la libertad, lo justo y la disidencia.”
A este último respecto contó que Uva Clavijo “me llamó por teléfono y me contó lo de París, disfrazándomelo como una inocente actividad puramente artística aunque para justificarla se le darían ciertos visos políticos, siempre anticastristas. Me dijo que yo era de los seleccionados para ir a París y que mis gastos serían cubiertos. Me decía que tal paseíto estaba organizado por ella con la ayuda ‘del gran Montaner,’ y me pedía mi firma. Accedí a lo último, pero me negué al viaje. ‘Solo —le dije— lo haría en carácter de observador y pagándome yo los gastos, para conservar mi total independencia para dar mi opinión sobre lo que viera allí.’ Era mi manera de negarme aunque solo tuviera, en ese momento, sospechas...”
Montenegro agregó: “En lo de País no tuve fallo.” El 12 de abril de 1979, la nota del Herald “Intelectuales cubanos dicen no pronunciarse por la propaganda” citaría a Miguel Sales: “Precisamente acusamos a Castro de obligar a los escritores a ser instrumento del Estado. Sería inaceptable que nosotros hiciéramos lo mismo.” Y a continuación: “La poetisa Uva Clavijo estuvo de acuerdo con esa posición y dijo que todo artista o escritos tiene derecho a decidir si toca o no temas políticos.”
Según Montenegro, en el congreso se formó un escándalo, las cinco ponencias a discusión fueron rechazadas y la declaración final sería “humildemente titulada ‘Noticia de París’ sin firma alguna.”
Tesitura histórica
Al regreso de París, Clavijo llamó a Montenegro, quien respondió indignado. Ella repuso que el corresponsal del Herald, Theodore Langer, había interpretado como quiso lo que se le dijo. Montenegro replicó: “Lo dicho por el enviado del Herald está dicho entrecomillado. Solo creeré que ha sido mal interpretado si Sales y tú lo desmienten públicamente.”
Luego recibiría un manifiesto en francés, atribuido a los disidentes contra el comunismo, pero Montenegro contestó: “No solo no lo firmo, sino que firmaré contra ustedes cualquier declaración.”
Montenegro abundó en que “aquí nuestros periodiquitos la han atacado [a Clavijo] ferozmente, pero sin buenos argumentos. Estarían esta gente fracasada, pero lo grave es que detrás de ellos está la política de Carter. No me extrañaría que el próximo viaje de este grupo sería a La Habana.”
Clavijo viajaría ocho veces a La Habana entre enero de 1999 y febrero de 2005. Como subdirectora adjunta del Instituto de Investigaciones Cubanas (CRI) de la Universidad Internacional de la Florida (FIU), se encargó del curso “Humanidades en Cuba” con ánimo de ofrecer a los estudiantes “las mejores oportunidades para que estén expuestos a todos los aspectos de la nación cubana.”
Dejó inéditos varios textos, entre ellos la novela El mundo inefable -donde narraba sus antiguas peripecias en la cárcel mexicana de Tampico-, en la que llevaba trabajando varios años. Calificado como el Gorki cubano por los integrantes del Grupo Minorista, Carlos Montenegro desarrolló una obra narrativa que se caracterizó por un marcado carácter realista y testimonial, por el empleo de un lenguaje popular y por el reflejo de conflictos sociales. La objetivación de las narraciones de Montenegro y su interés por representar la realidad de la manera más fiel posible han sido identificados por la crítica como rasgos naturalistas. Sin embargo, aunque su obra presenta contactos con el naturalismo, aquellos rasgos se deben más a lo que aportaron las propias experiencias vitales de Montenegro y no a su afinidad con determinada concepción estética.
Prisión
Cuando tenía diecinueve años de edad, Montenegro mató a un hombre en el puerto de La Habana, y por ello fue condenado a catorce años, ocho meses y un día de prisión en el Castillo del Príncipe, donde estaba ubicado el Reclusorio Nacional. En la biblioteca de la cárcel comenzó a estudiar con intensidad, y conoció a varios intelectuales y estudiantes revolucionarios, entre ellos a Pablo de la Torriente-Brau y José Zacarías Tallet, quien trabajaba allí como contador.
En la cárcel también escribió sus primeros cuentos; en 1924 consiguió publicar algunos de ellos en la revista Renacimiento, que era el órgano de la penitenciaría. También tuvo acceso a las páginas de la revista Social, donde publicó algunas de sus poesías. En 1928 obtuvo, por votación popular, el primer premio en un concurso convocado por la revista Carteles con el cuento “El renuevo”, tras lo cual varios escritores y amigos se interesaron por su obra y por su situación, y gestionaron su indulto. Antes de que se le concediera, Montenegro había sido trasladado al Presidio Modelo de la Isla de Pinos, por la amplia influencia que estaba ejerciendo sobre el mundo intelectual habanero, aún tras las rejas.
Su Majestad Carlos Montenegro
-¿Fuiste a los Ingresos hoy?.. Dicen que ha entrado una clase de rubito que parte el alma.
La prosa que Carlos Montenegro urde y explaya en su novela Hombres sin mujer, abraza ciertamente las convenciones del realismo por sus consecuencias representacionales, pero en definitiva se adhiere a la fisiología de la estética expresionista. Montenegro, testigo inmediato y rememorador imaginativo de la cárcel, llega a esa prosa por dos caminos: la desdramatización estilística de la ferocidad humana y el cuidadoso balance entre los detalles -donde prosperaba una parte de la fisiología del viejo naturalismo literario- y los grandes planos del debate sentimental que el argumento encierra.
Hay una estructura sobre la que se asienta la fábula de Hombres sin mujer, una estructura que es hija de la meditación contemporánea: el vínculo de la represión (carcelaria o de la vida que se religa microscópicamente en la cárcel) con el cuerpo falocéntrico y homosexual. Me refiero a un cuerpo reproductor de un Narciso (muy varonil y muy defensor de la varonía) con tendencia a eso que en el siglo XIX se llamó conducta uránica. Ese Narciso venido a menos, tan alejado de la atmósfera arcádica que envuelve a los mitos clásicos, repudia a la loca cubana -tocada por un frívolo pathos dramático y por los grandes gestos sentimentales- y constituye, acaso, una estocada a la experiencia homosexual in vitro, o sea, la que decadentemente -en la literatura de un movimiento que se autodenomina Decadentismo- se genera como búsqueda de los límites en el espacio del instinto cultural y como resultado de un hastío dentro del que todo se re-genera.
En otras palabras: se trata de un Narciso que desecha el sentimiento, admira la potencia de su cuerpo y se coloca por encima -en términos genéricos y hasta sicológicos- de ese espécimen llamado loca, una tipología de la que se nutren las chicas del penal, llamadas las leas en la novela de Montenegro. Un Narciso callejero y realista, que desprecia (sin prescindir de él) el amaneramiento del sexo estetizado -el que promueven la Morita, o la Duquesa- y que, como es lógico, reprueba el erotismo artificioso, lleno de presunciones y recelos, aunque se involucre en él.
Al referirme así a Hombres sin mujer, estoy pretendiendo subrayar algo que Montenegro nos induce a hacer, o más bien a repetir, pues es él quien lo hace primero, aunque de modo inconsciente: la vivisección del cuerpo homosexual desde la perspectiva de una eticidad que anhela trascender los espacios del crimen, la coerción y la violencia. Pero entendámonos: la eticidad equívocamente falocéntrica del presidiario en estado de ignición sexual.
Si un texto nos hace concebir una estructura paralela que explique una zona central de su significado, y si nos damos cuenta de que esa estructura va amoldándose -como un dispositivo articulable- en su diálogo con públicos variados a lo largo del tiempo, entonces estamos en presencia de un tipo de escritura proteica, que muta siempre alrededor del problema que obsede a su ejecutor. En relación con la sexualidad en un ámbito periférico, el de la cárcel -donde el sujeto redefine constantemente lo sexual desde la óptica del deseo, y se enmascara y desenmascara para la sobrevivencia somática y sicológica-, una novela como Hombres sin mujer no ha dejado de trasmitir sus pulsiones por medio de arquetipos socioculturales que se refieren no sólo al sexo, la sexualidad y los roles de género, sino también al sentimiento amoroso, al deseo, y al estatuto de la compañía y su nexo con el erotismo.
Obra narrativa más relevante
La obra narrativa más relevante de Montenegro es Hombres sin mujer, de 1938, una novela en que se expone con singular talento la tragedia sexual de los presos cubanos, y en particular el conflicto afectivo de uno de ellos.
Montenegro explora con minuciosidad los movimientos anímicos de sus personajes, atraídos mutuamente en una relación trágica cuyo desenlace se anuncia desde el comienzo de la obra. Hombres sin mujer focaliza su atención en la lujuria y la bestialización de los personajes que viven en la cárcel, donde, lejos de reformarse, se convierten en seres obsesionados por instintos y por bajas pasiones. Ya en 1936, en las páginas del tercer número de Mediodía había aparecido un capítulo suyo titulado El baile del guanajo, el cual había causado tanto revuelo que la revista sufrió suspensión durante tres meses y se le llevó a proceso judicial bajo la acusación de pornografía y propaganda subversiva. Pero, según aclaró luego en el prefacio de la novela, el objetivo de Montenegro era denunciar toda la crueldad de las condiciones de vida en el presidio. De ahí el carácter documental de Hombres sin mujer, donde el espacio carcelario queda caracterizado por la violencia de un lenguaje que muchas veces se ofrece a partir del diálogo directo. Por otra parte, también el tiempo aporta a la significación de la novela, puesto que parece detenido, absorbido por el espacio en que se repiten las mismas rutinas y donde inevitablemente ocurren una y otra vez las mismas tragedias. La crítica ha considerado que Hombres sin mujer es una de las más fuertes novelas cubanas de todos los tiempos.
Hombres sin mujer se publicó por primera vez en México en 1938. Obra de acontecer veloz y de una intensidad casi sin parangón, debe su fuerza a la propia realidad del presidio y, por supuesto, a la desenvoltura que poseía Montenegro como narrador experto en entrar en varios registros y salir de ellos sin contaminar unos con otros. El estilo de Montenegro dibuja muchas voces y muchos sentimientos que las acompañan, pero jamás esa diversidad se resuelve en las mezclas. La brillantez de Hombres sin mujer es la de un mundo resuelto sobre la base de pinceladas que crean un efecto de claroscuro sin fundidos. Montenegro escribe como pintaba un Signac, o un Derain. Hoy sabemos que muchos de sus personajes eran reales, que detrás de ellos había una historia vivida más allá de la mera imaginación, pero no es menos cierto que el autor sabía muy bien cómo redactar un párrafo para aumentar la tensión del lector, o cómo suprimir los adjetivos suprimibles sin alterar el lirismo -salvaje y prudente- de las nupcias no fonocéntricas de Andrés y Pascasio. Nupcias en secreto, a salvo del lenguaje.
Porque el lenguaje no les sirve a esos personajes reducidos a la pulsión del deseo. Montenegro maneja caracteres que se resisten al lenguaje como explicación del mundo interior. Todo el tiempo tenemos la impresión de que dicho mundo es una especie de abismo que ellos no quieren explicarse. Se limitan a sentirlo, a experimentarlo. Nada más. Mirar ese abismo supone que el abismo los mire a ellos. La cárcel repudia los espejos. Aludo a caracteres que temen al resbalón del significante contra el significado, una metafórica fuga sin escape que daría lugar al corrimiento lingüístico, donde querer expresar una verdad del sentimiento implica decir otra verdad, más complicada y acaso más peligrosa, cuando no letal.
En Hombres sin mujer se nos dice que el sexo está en todo, pero no caemos in media res como lo hacen los lectores de un Jean Genet, en cuyas principales novelas –Milagro de la rosa y Santa María de las Flores, por ejemplo- los presidios se transforman en infiernos paradisíacos. Para Genet los reclusos, bañados por la violencia -sangre lírica, músculos líricos, dolores líricos-, son pequeños dioses paganos martirizados que se entregan a una sensualidad bárbara.
Cierto ángulo de mira supone, en la cárcel cubana, la revocación despreciativa de todas las formas de la masculinidad. Por obra y gracia de esa mirada obnubilante -que escapa de un Ojo interesado en cambiar los atributos del Objeto-, un cuerpo masculino puede devenir cuerpo de mujer. El proceso imaginal al que acceden casi todos los personajes de Montenegro constituye el relato de una ocultación y la historia de una sensibilidad escindida por un estímulo raro, perturbador: el macho que desea ver formas de hembra en otros machos.
El subproducto mujer surge en la novela como resultado de esa obnubilación del Ojo interesado. Ese es el Ojo ávido que se complace en detectar a la Morita, por ejemplo, en el pretérito invisible de la trama. El mismo Ojo que metamorfosea a Andrés bajo la mirada de Pascasio. El negro Pascasio, antes cortador de caña y ahora fregador de peroles en la cocina del penal, es ajeno a ciertas violencias cotidianas y está lleno de una valentía que le permite asomarse a su abismo. Pascasio se encuentra, sin embargo, contaminado por el Ojo, sólo que en él la contaminación no es inficionante, sino liberadora. Extrae de sí su mejor parte. Pascasio, no hay que decirlo, carece de los poderes del doctor Jekyll, que sucumbe al error científico cuando se transforma en el señor Hyde, pero que, si la novela de Stevenson fuera otra, habría podido sacar de sí al Bien Absoluto. ¿Pascasio saca de sí a un yo mejor mientras alimenta su nexo con Andrés? Cierto. Sin embargo, ese yo viene en compañía del crimen pasional. No pueden separarse. Y aunque los últimos actos de Pascasio son monstruosos, no dejan por ese motivo de ser bellos a su manera.
Pascasio embellece su alma por medio de los sentimientos que Andrés le inspira -es más: el alma se le hermosea incluso a través de la muerte del chico-, pues este, cautivo recién ingresado en el penal, es un objeto de deseo y, al mismo tiempo, un compañero para ciertas dosis de un platonismo somatizado. Pero esa condición es incompatible con el medio del penal y resulta insostenible. Pascasio y el lánguido Andrés crean un equilibrio de amistad erótica demasiado frágil.
Narrador gallego en Cuba
La vida de Carlos Montenegro parece sacada de una de sus novelas y, por ello, fue real: dramáticamente real. Poco conocido en Galicia, Montenegro es uno de los principales narradores cubanos del siglo XX. Sus libros están marcados por sus intensas vivencias. Nos acercamos a su vida y a su obra a través de las siguientes líneas.
Carlos Antonio Montenegro Rodríguez nació en la Pobra do Caramiñal el 27 de febrero de 1900. Su padre, Ramón Montenegro Domínguez, fue oficial del ejército colonial español en Cuba. Su madre, Mercedes Rodríguez Pacheco, era natural de La Habana. En algunos de sus cuentos Montenegro recreará su infancia. Así, en el relato La mar es así escribe:
"Si no ha crecido en mi memoria, aquel era el mayor espectáculo de la naturaleza; era en verdad el más hermoso. Desde los acantilados sobre la mar infinita se imponía un paisaje que aún da a mi espíritu, en ocasiones difíciles, una enorme fuerza. Hacia el oriente todo era piedra, mar profunda y luz. A veces la mar, espantosamente bravía, lo borraba todo en su superficie, arrojando después a la playa restos minúsculos de madera y en ocasiones un ahogado, el rostro duro y moreno, un poco hinchado el vientre, que en seguida se veía rodeado de muchachos mudos y mujeres sollozantes. A veces la mar estaba asombrosamente apacible. “La mar es así”, decía mi padre."
Las penalidades de la vida de Carlos Montenegro comenzarían enseguida. La ruina del negocio pesquero del padre lleva a la familia a seguir el camino de la emigración. Así, en 1907, siendo aun un niño, llegó a Cuba. Con su familia se instala en Guanabacoa (provincia de la Habana), donde cursó estudios en el colegio de la orden de San Vicente de Paúl. En este centro de enseñanza comenzaría la difícil vida de Carlos Montenegro, pues enseguida fue expulsado por una falsa acusación de malos tratos.
Los negocios tampoco marchan bien en Cuba y, en 1914, la familia se traslada a la Argentina. En el país austral se instalaron en la provincia de San Luis, donde vivía un hermano del padre. La experiencia argentina sólo duró once meses. Ya de vuelta en Cuba, Montenegro se alista como grumete en un barco de cabotaje y hace vida marinera en diversas compañías de navegación del Continente. Desempeña numerosos oficios en México y en los EE.UU. En México sufriría su primer ingreso en la carcel al verse implicado en una reyerta. Esta experiencia le serviría más tarde para la redacción de la novela El mundo inefable, que permanece inédita.
En 1918, en uno de sus regresos a la Habana, se ve implicado en un asesinato que lo llevará a ser condenado a 14 años de prisión. Cumple su condena en el Castillo del Príncipe, prisión donde conoció al poeta José Zacarías Tallet, que trabajaba allí como funcionario. Este poeta resultó decisivo en la posterior vocación literaria de Montenegro y para su vínculo con la importante publicación Revista de Avance. Aun en prisión publica en 1929 el libro El renuevo y otros cuentos. También en 1929 casó con la poeta Emma Pérez Téllez.
En 1931, tras salir en libertad, comienza a dedicarse al periodismo. En 1933 se afilia al Partido Comunista y comienza a trabajar en el diario Hoy, vinculado a este partido y del cual llegaría a ser jefe de redacción en 1936. En 1934 publica el libro de relatos Dos barcos. Fue también coeditor de la revista Mediodía, en el desempeño de este cargo también tuvo problemas con la justicia cubana. Así, en 1936 fue juzgado por pornografía luego de que publique en la revista un capítulo de su novela Hombres sin mujer. De la revista Mediodía fue corresponsal en España en los años de la Guerra Civil. En efecto, de sus experiencias como corresponsal de guerra en España son fruto sus obras Aviones sobre el pueblo (1937) y Tres meses con la fuerza de choque (División campesino) (1938).
En 1938 publica en México su novela Hombres sin mujer, libro que surge de sus experiencias en prisión. Junto con Nicolás Guillén, Juan Marinello, Rafael Marquina y otros, en 1938 formó parte de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. En 1942 publica Los héroes. En 1945 por disputas internas abandona la redacción del diario Hoy y su vínculo con el Partido Comunista.
En la década de los cuarenta fue uno de los escritores que más estimularon la narrativa cubana basada en las gestas independentistas, la de 1895 en especial. En 1944 sería galardonado con el premio "Hernández Catá" por su cuento Un sospechoso. En 1953 viajó a la Pobra do Caramiñal. Fruto de su visita a su villa natal fue el relato El regreso.
Tras el triunfo de la revolución en 1959 marcha primero a México y más tarde a Costa Rica. En 1963 se estabelece en Miami, donde vivió el resto de su vida. Falleció el 5 de abril de 1981.
Coda
Montenegro estaba plantado en el anticastrismo beligerante y guardaba muchas reservas. “Por ejemplo, no acabo de ver claro la posición de Tony Cuesta [indultado el 21 de octubre de 1978], un hombre que quedó ciego y manco peleando contra Castro. En el periódico Diario las Américas Rasgo (sic) o Rasco [José Ignacio Rasco, fallecido el 19 de octubre de 2005] ya se declara francamente por el diálogo con Castro.
Así Montenegro replanteó a los intelectuales disidentes —y de paso a los disidentes intelectuales— el problema de qué hacer para, perdida ya la guerra a sangre y fuego contra el castrismo, continuarla racionalmente por otros medios. Y han pasado más de tres décadas desde aquel congreso que Montenegro repudió, sin que se vea ninguna luz espiritual o ideológica al final del túnel.