La fe y admiración de Hugo Chávez por Fidel Castro y la revolución cubana eran tan grandes que les confío su vida, cuando trató de salvarla en un hospital de La Habana. Ese credo en el comandante, el marxismo leninismo y el partido único para impartir justicia, explica la profunda imbricación de los cubanos en Venezuela, desde la inteligencia policial y militar a los servicios médicos, pactada en vida del caudillo bolivariano y respetada por su albacea, Nicolás Maduro, pésimo administrador de la herencia.
Ningún país participa tan intensamente en el manejo de la crisis venezolana como Cuba, que se juega mucho, y cuya pericia batallando con EE UU ha puesto al servicio del chavismo. El asedio norteamericano arrancó en 1960, cuando el Congreso autorizó el embargo comercial de la isla. Un año antes, los milicianos de Sierra Maestra se habían estrenado como Gobierno con la reforma agraria que nacionalizó la United Fruit Company y otros latifundios yanquis.
Avezados en el arte de debilitar al enemigo fracturando su unidad, no cabe duda de que los cubanos están coordinados con sus pares venezolanos. El sitio incluye una sucesión de iniciativas para poner a prueba la cohesión de los cuarteles y la lealtad de las barriadas populares, cantera electoral de chavismo. Más allá de las multitudinarias concentraciones antigubernamentales y de la reveladora decadencia de las oficialistas, sólo una sublevación masiva y volcánica, con epicentro en los ranchos de Caracas y Maracaibo, cuartearía la unidad castrense.
Los cubanos pueden ayudar a diseñar maniobras de resistencia y ganar tiempo aprovechando las vulnerabilidades de la oposición y el rechazo del militarismo americano, pero difícilmente podrán revocar la sentencia de muerte dictada por la Casa Blanca. Si bien pueden influir sobre la izquierda que entronizó a López Obrador y Tabaré Vázquez y pueden instar al activismo de las organizaciones amigas en el resto de América Latina, no está en su mano paralizar la demolición en curso. Asumiendo que la cetrería anticastrista cabildea a diario en el Despacho Oval, si las bayonetas gringas resuelven la crisis de Venezuela, sobrevolará Cuba la premonición del adagio que aconseja remojar las barbas cuando las del vecino son historia. La fraternidad que intercambia petróleo por asistencia plenipotenciaria responde a un acuerdo de casi dos decenios. El alcance de los contratos no es público, pero sí el sincretismo político ideológico de los contratantes.
“En el fondo somos un solo Gobierno”, admitió Chávez el 14 de octubre de 2007, en su programa Aló, presidente!, retransmitido aquel día desde la ciudad cubana de Santa Clara. La simbiosis se mantiene, al igual que los imponderables sobre la escalada punitiva contra Maduro, que suma movimientos navales y tres aviones del Pentágono cargados con ayuda humanitaria y algo más.
JUAN JESÚS AZNAREZ, FEBRERO 2019