Me encontraba con un familiar a bordo de un taxi un mediodía a finales de 1983. Mientras subíamos por la calle 26 de la Ciudad de la Habana, el chofer encendió la radio para saber las últimas noticias sobre Granada. Los noticieros de la mañana hablaban de fuertes combates entre “civiles” cubanos y tropas norteamericanas en torno al aeropuerto de Point Salines. Era la primera vez que chocaban directamente tropas de los dos bandos. De pronto, el locutor de Radio Reloj, leyó, emocionado, la nota: los últimos cubanos se han inmolado abrazados a la bandera cubana. El familiar a mi lado, nada proclive al régimen, comenzó a llorar. Le dolía la pérdida de compatriotas en tierras ajenas.
Después supimos que nada de eso era cierto. Todo era muy confuso. Gracias a la desinformación y la mentira, armas de la Revolución, nunca supimos qué sucedió realmente allí. Vimos bajar del avión a un coronel Tortoló vivo, muy vivo, y después a cientos de trabajadores que construían el aeropuerto en disputa —el Presidente Reagan insistía en su probable uso militar. Tortoló desobedeció la orden de morir combatiendo junto a civiles que en toda su vida solo habían tenido en la mano una pala de albañil. Del coronel degradado no se supo mucho más. Se le aplicó la pena capital comunista: muerte social.
En aquellos años, y quien haya cumplido “misión” lo sabe, la orden a los médicos, ingenieros, obreros, asesores deportivos y culturales era combatir, no evacuarse, no rendirse. En esos lugares recibíamos entrenamiento militar; teníamos hasta un Domingo de la Defensa como si estuviéramos en Cuba. En las brigadas de cooperantes se almacenaban uniformes, fusiles, granadas y parque suficiente para “resistir”. Por azares o la providencia, Granada no volvió a repetirse, ni siquiera cuando el Frente Sandinista perdió estrepitosamente las elecciones. Hubiera sido una pérdida de vidas innecesaria: a los sandinistas casi nadie los quería, pues ellos eran la guerra.
Han pasado 36 años de la temeraria epopeya granadina, y salvando las enormes distancias de tiempos y actores, Venezuela empieza a dibujarse como el próximo escenario donde el enfrentamiento directo entre cubanos y norteamericanos podría tener lugar. Se calcula que hay más de veinte mil colaboradores civiles en ese país, sin contar asesores militares y de inteligencia en una cifra considerable. Es la mayor cantidad de cubanos en otra nación después de las experiencias en África —Angola y Etiopía— y América-Nicaragua.
Lo que sucede o pueda suceder ahora en Venezuela debe preocupar a todos los compatriotas, no solo por el final sangriento a que están conduciendo los mandamases bolivarianos el país, sino porque Cuba, como antes fue en Granada, puede verse implicada en un conflicto de proporciones incalculables. Todo está preparado en la Isla para que así sea: no hay información veraz, real, de cómo están las cosas allí; ocultan que más del 80 por ciento del pueblo rechaza a Nicolás Maduro; no trasmiten la masividad de los actos contra el régimen; mienten sobre el apoyo creciente a nivel internacional para la transición y celebrar elecciones libres; no mencionan que hay un cuarto de millón de venezolanos dispuestos a traer la ayuda en sus propios brazos desde la frontera.
Preparado así el terreno comunicacional, la matriz sociológica para una próxima aventura extraterritorial —como si Cuba fuera una potencia hegemónica—, no sería extraño pensar que de La Habana la resolución sea “resistir hasta el último hombre” —fue la orden dada a los cubanos el día 25 de octubre de 1983 en Granada. Del mismo modo que está en manos del Palacio de la Revolución buscar una salida de ganar-ganar, difícil a esta altura, pero no imposible, está la de repetir el doloroso papelazo donde murieron 25 cubanos defendiendo lo que no era suyo —no, el petróleo de Venezuela tampoco es suyo.
El mundo de hoy es más comercial que ideológico, algo que no han aprendido los mandantes cubanos, quienes a veces parecen vivir en los días de la gloria internacionalista. Por eso intentaron el viejo truco del diálogo, que no funciona porque nadie cree en los interlocutores, ni siquiera el apocado Papa Francisco. El último amago ha sido enviar “ayuda humanitaria” para competir con la enviada por otros países, como si la Isla famélica no necesitara la urgente infusión de todo lo imprescindible. En estas maniobras dilatorias hay una falta de creatividad peligrosa, preocupante. Una escasez de cerebro que asusta por su osadía.
No por casualidad, son cubanos quienes parecen “tener la llave” del conflicto. La política hacia Venezuela y su régimen, está asesorada, en ambos bandos, por cubanos o sus descendientes. A los de La Habana asiste el instinto de sobrevivencia, un fuerte motivo, pero no del todo racional y que los puede llevar a cometer errores lamentables. A los de Washington los asiste, además de la razón, una vieja deuda, familiar y espiritual, con la tierra de sus mayores.
Eso de “tener la llave” es una referencia a la barriada del Cerro, en Cuba: el Cerro tiene la llave. Por ese municipio discurría la Zanja Real, el primer acueducto construido en 1592, y después todos los canales del Acueducto de la Ciudad de la Habana. Un cierre del suministro de agua marchitaría la ciudad entera. Cuba no es solo la figura geográfica, Llave del Golfo, estampada en su escudo nacional. Cuba, la del exilio y la de la Isla, puede ahora ser la “llave” para resolver al menor costo posible el conflicto venezolano.
FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ, MIAMI 2019