Este domingo, como desde hace días, intentaron que me sintiera arrepentido, que me creyera indigno. Muchos fueron los cubanos que opinaron frente a las cámaras de televisión sobre deber y decoro en el instante de votar. Nada resultaba más meritorio que dar apoyo a la “nueva constitución”. Este domingo se habló de dignidad, de decencia, de vergüenza. Durante toda la jornada, como desde hace meses, se hicieron múltiples los reclamos al Sí.
Y llegada la hora hice el camino hasta el colegio electoral que me correspondió, y que se levanta sobre la Calzada del Cerro, entre las calles Prensa y Colón. Caminé hasta la mesa electoral y firmé el registro electoral, y ya con la boleta en la mano, ante la mirada del pionero que me alcanzó el lápiz, me incliné sobre un cajón brevemente levantado del suelo. Así, sin el resguardo de cortinas, dejé en claro mi decisión por un No que terminé depositando en la urna cuidada por otros dos niños con uniforme y pañoleta.
No recuerdo que otras veces me mortificara tanto la presencia de los niños en farsas como esta. Me afligió mirarlos de pie y erguidos junto a una urna de cartón, levantando la mano para advertir entonces que yo, y cada uno de los que depositaba su boleta, había votado. Me resultó desconsiderado que esos muchachitos malgastaran toda una mañana de domingo en una tontería que nada tiene que ver con la ingenuidad de sus infancias. Lo mejor para un niño que ha pasado la semana en la escuela es levantarse tarde ese día y enredarse luego en sus juegos preferidos.
Injusto es el país que reclama el sacrificio de sus infantes en un día de descanso. Nunca me asistió la duda; muy bien reconocí el sitio en el que trazaría la cruz, pero mi negativa se hizo más fuerte cuando miré a esos chiquillos custodiando la urna, sirviendo a sus mayores cuando lo más justo es que sucediera lo contrario. Ese gobierno que los empleó como guardianes debió ocupar su tiempo en procurarles los mejores esparcimientos, juguetes, y una alimentación decorosa.
No merece reconocimiento el gobierno que hace política con sus niños y que es capaz de robarles sus sueños, que impide sus juegos. ¿Qué tiene que hacer un infante en una urna, un domingo? ¿Por qué un chiquillo tiene que pensar en parecerse al Che? Triste es el país que los enrola en sus delirios en lugar de procurarles un rotundo bienestar. Si no me bastaran todas esas razones que me llevaron a decidirme por el No, y que dejé bien claras en cubaNet en los días previos a la votación, esta desconsideración habría resultado más que suficiente.
Y este lunes se harán saber los “resultados”, y como cada vez llegará esa relatoría de sucesos, de historias de compromisos y agradecimientos, y yo volveré a recordar la imagen “dominguera” del “futuro de la patria”. Una y otra vez pensaré en los deseos frustrados de tantos infantes cubanos que sueñan con una tableta electrónica, con un peluche gigantesco o quizá tan pequeño que pueda llevarse en el bolsillo o ponerlo debajo de la almohada. Una Barbie será siempre una buena opción para el domingo de una niña, y un cubo de Rugby para cualquiera.
Los niños cubanos, más que urnas y constituciones, precisan de Power Rangers, aunque no se enteraran de que ya no están muy de moda. Los niños son felices con el PlayStation, con Spiderman, con una muñeca Elsa o un Nintendo. Los más chicos precisan de un domingo para retozar e ir a zoológico, para ser felices, no para jugar al comunismo y mucho menos para convertirse en sus custodios.
Muy pronto se harán visibles los “resultados”, los que sin dudas fueron predecibles desde siempre, y quizá muchos padres se arrepientan, se mortifiquen, al descubrir que sus hijos no tienen ganas de ir hoy a la escuela porque perdieron, inútilmente, todo el domingo, sin juguetear y levantándose muy temprano, en lugar de quedarse en la cama un poco más, para jugar luego. Puede suceder que muchos padres crean, cuándo miren a sus hijos caminando hacia la escuela, que eligieron mal, que decidieron lo peor para sus hijos y el país, que en lugar de votar debieron botar.