El escritor jamaicano Marlon James ha hablado públicamente sobre el exorcismo al que se sometió en su juventud para intentar dejar de ser homosexual, en una entrevista concedida a BBC Radio. El autor ha revelado como, en su deseo de integrarse en la sociedad jamaicana, trató por todos los medios de alterar su orientación sexual con la ayuda del pastor de una iglesia evangélica a la que acudió durante un tiempo.
Marlon James, de 48 años, ha publicado hasta ahora cuatro novelas. En 2015, se convirtió en el primer jamaicano en obtener el premio Man Booker por su tercera novela Breve historia de 7 asesinatos, inspirada en el intento de asesinato de Bob Marley a mediados de los setenta, y en la que incluyó personajes homosexuales, según sus propias palabras, para reflejar «la hipocresía en Jamaica». Su último libro, Black Leopard, Red Wolf, acaba de ser publicado en Estados Unidos.
Hijo de detectives y abiertamente homosexual, James decidió abandonar su país —uno de los más homófobos del planeta— en 2007 para instalarse en Mineápolis (Estados Unidos), en busca de un lugar menos hostil. «En mi adolescencia, antes de ir a la universidad, pasaba casi todo el tiempo en mi habitación. Pasé tanto tiempo allí que mis vecinos pensaron que hice la escuela secundaria en Estados Unidos. Iba a clase y luego desaparecía. Básicamente, venía a casa para cenar, dormir y dibujar cómics. Tenía pocos amigos», contaba en una entrevista con The Guardian.
Sus años en Jamaica supusieron toda una evolución personal. Se graduó en Lengua y Literatura. A principios de los noventa, encontró trabajo en una agencia de publicidad y, poco después, comenzó a asistir a una iglesia evangélica de Kingston, en busca de respuestas a ciertas preguntas existenciales que se hacía. James, que ya estaba en la treintena, había visto a otros feligreses recibir exorcismos, y pensó que él también necesitaba uno.
«Los libertadores recitaron versículos de la Biblia y rechazaron las mentiras de James en el nombre de Jesús. James, traumatizado, comenzó a vomitar. Finalmente, gritó: ‘Veo a dos hombres follando cada vez que cierro los ojos para rezar’. Los libertadores le sacaron el espíritu de la homosexualidad, el de la blasfemia y el del espíritu de incredulidad. Le dijeron que habían oído ocho demonios dentro de él. Después de un rato, dejó de llorar y ordenó a sus demonios que se fueran. La mujer sostuvo su rostro en sus manos y le dijo que estaba libre». Así describe la periodista Jia Tolentino en un reciente artículo para The New Yorker las sensaciones de James en aquel momento.
Durante unos pocos meses, James se sintió libre de luchas internas. Poco a poco, sin embargo, comenzó de nuevo a consumir pornografía. Afortunadamente, su vida dio un vuelco el día que se sintió liberado de culpa y comprendió que sería más fácil cambiar sus creencias sobre la homosexualidad que reprimir su sexualidad. «Un día, súbitamente, lo pensé: ‘¿y si me deshago de la iglesia?’. Y funcionó de forma radical. Soy demasiado raro para ser un ateo, pero no creo que tenga fe ya», señaló en su entrevista radiofónica. Su asunción como hombre gay, sin embargo, le condenaba en la que posiblemente es una sociedad tan homófoba como la jamaicana. «Ya fuera en avión o en ataúd, sabía que tenía que salir de Jamaica», escribía él mismo en 2015 en The New York Times.
Jamaica, un infierno para las personas LGTB
Que Jamaica es posiblemente la sociedad más homófoba de América no es un secreto, y no solo porque las relaciones homosexuales masculinas sigan siendo delito. En el pasado hemos recogido noticias verdaderamente espantosas sobre la situación social en la que viven las personas LGTB en la isla. En diciembre de 2010 era asesinado un activista gay que, según informó entonces la organización J-FLAG, había sido previamente amenazado, y en junio de 2012 eran asesinados otros dos hombres gais. A finales de ese mismo año, dos jóvenes descubiertos manteniendo relaciones sexuales en los baños de la Universidad Tecnológica de Jamaica caían en manos de una muchedumbre enfurecida y uno de ellos era golpeado brutalmente por los guardas de seguridad.
En septiembre de 2013, conocimos otro caso de un joven que escapó milagrosamente de un linchamiento homófobo. Poco después cuatro hombres homosexuales que compartían vivienda vieron cómo un grupo de agresores le prendían fuego. Esa misma casa había sido también el último lugar en el que vivió Dwayne Jones, una joven adolescente transgénero asesinada pocas semanas antes por una turba de personas que descubrieron su condición.
En marzo de 2015 dábamos cuenta del brutal linchamiento a un joven gay, a manos de una turba furiosa, que lo mató a pedradas. En 2016 se producían dos nuevos asesinatos de posible motivación homófoba. Y en septiembre de 2017, el activista Dexter Pottinger era apuñalado hasta la muerte en su domicilio.
Son solo algunos de los casos que trascienden las fronteras de Jamaica. Muchos otros ni siquiera llegamos a conocerlos, entre otras cosas por la falta de confianza y la pasividad de los cuerpos y fuerzas de seguridad ante estos casos. La violencia y el miedo, de hecho, no son episodios aislados sino que forman parte de la vida cotidiana de las personas LGTB jamaicanas, bien reflejados en el completo informe de 86 páginas que en 2014 publicó sobre Jamaica la organización Human Rights Watch.
Ello no impide que incluso en un ambiente tan hostil surjan valientes activistas, que de hecho en 2015 celebraron por primera vez varios actos con motivo del Orgullo LGTB, sin convocar, eso sí, una manifestación como tal. Algo que por supuesto sí pueden hacer los homófobos. Una de estas llamativas muestras públicas de homofobia fue la que recogimos en 2014, cuando cientos de personas, convocados por una coalición de líderes religiosos, salieron a las calles de Kingston coincidiendo con el Orgullo para protestar contra lo que denominaron la «creciente amenaza de la homosexualidad».