No son raros. Son diferentes. Cuando leen el periódico impreso es para conocer la cartelera cultural y los eventos deportivos. Los aburridos noticieros de la televisión nacional les parecen patéticos. Prefieren tener 1.000 seguidores en las redes sociales o conectarse varias horas a internet que charlar cara a cara.
Lo de esta generación de cubanos son los videojuegos, el lenguaje audiovisual y los seriales al estilo de Juego de Tronos [Games of Thrones]. Fidel Castro y la carretilla de consignas y jergas de los burócratas del Partido Comunista les parecen un relato absurdo. Suspiran por el capitalismo, hacer dinero y usar ropa, calzado y perfumes de marcas reconocidas.
“La revolución es cosa de viejos”, dice un adolescente con un peinado estrafalario sentado a la entrada de un preuniversitario en la zona sur de La Habana. “Mis abuelos son los que están enchufados en los temas políticos. Ni a mis padres ni a mí nos interesa lo que dice Díaz-Canel en una de las innumerables reuniones con sus ministros”.
Prefieren el fútbol antes que el béisbol. CR7, Messi y Neymar forman parte de su santuario religioso. Ser del Barcelona o del Real Madrid es signo de buen gusto. Visten con pantalones estrechos, zapatos de puntera afilada y gafas onda retro. Las canciones de Benny Moré y los boleros de Olga Guillot o Vicentico Valdés los consideran música del siglo pasado. Lo de ellos es el rock, el pop, el rap y el reguetón a toda mecha. Rihanna, Maluma y Chocolate MC figuran entre sus preferidos.
La patria es cualquier lugar donde se viva bien y cada persona pueda complacer sus gustos. Sueñan con manejar el automóvil del año y poder comprarse el último modelo de móvil de Samsung o iPhone. La situación del país, la crisis económica, el desabastecimiento en tiendas y mercados y el descontento social les resbala.
Estos chicos viven en otra dimensión. Como la inmensa mayoría de los cubanos, fingen cuando tienen que fingir. Firman donde haya que firmar. Votan Sí a la hora de votar y antes de iniciar una marcha de las antorchas, juran lealtad a la "revolución de los viejos", de la misma que se burlan y en la cual no creen.
Su auténtica pasión es revisar su cuenta de Facebook e Instagram. Hacerse selfies y subirlos a la red. Chatear por messenger o Whatsapp. Leer a García Márquez, Carpentier o Vargas Llosa se les antoja un castigo.
Sus códigos comunicacionales son otros: la tecnología, el sexo, la diversión. Fiestas salpicadas con ron, sicotrópicos o un cigarrillo de marihuana. “El mundo es bastante complicado. Y la actualidad de Cuba es una puesta en escena paranormal. Supongo que cuando nos empiecen a salir canas y comencemos a envejecer, nos interesará la política y escuchar a Arsenio Rodríguez y la Orquesta Aragón”, expresa Leandro, alumno de onceno grado.
Yanira dejó la carrera de Historia en la universidad y empezó a trabajar en un negocio privado. Para ella, lo de la gente joven es disfrutar y no coger lucha con lo que está pasando, porque no lo van a cambiar. "En La Habana, los millennials (el nombre se deriva de milenio en inglés y se le llama así la generación que creció con la tecnología y la cultura popular surgida entre 1980 y el 2000, año que marca el inicio del tercer milenio) nos agrupamos en bandas como los Iluminati, Toa’Correcto y Toa’Unicornia. Intentamos crear nuestro propio estado de confort. Cuando nos reunimos nos sentimos en familia. Ni nuestros padres ni la sociedad nos entienden. Siempre nos están dando órdenes. Nunca nos preguntan nuestra opinión. Todo es 'haz esto y punto'. Eso cansa. El pasotismo que existe entre la juventud cubana es una manera de evadir la dura realidad que vivimos. No hay comida, no hay dinero para comprar ropa a la moda o una tableta. Nunca hay nada. Se habla de bienestar en el futuro, jamás de prosperidad en el presente”.
Ana Carla, psicóloga, explica que tiene varios pacientes adolescentes que se deprimen mucho, pues no acaban de encontrar su sitio en la sociedad. "El lenguaje y los símbolos existentes les parecen anacrónicos. Opto por charlar con los padres. Los millennials, como cualquier grupo humano, necesitan un espacio. Quieren reconocimiento. Piden a gritos que se les respeten sus puntos de vista y sus preferencias”.
Dalia, madre de una adolescente de 15 años, cuenta que no siempre dispone de tiempo para sentarse a hablar con su hija. "Pero noto que esta generación vive en un limbo. No les interesa nada. Son egoístas. Solo piensan en ellos mismos. Mi hija no hace nada en la casa. Ella desconoce el sacrificio y el estrés cotidiano que se sufre para poner un plato de comida en la mesa. Quieren cosas materiales sin saber el contexto en que viven. De verdad que no los entiendo”.
Isabela, estudiante de primer año de Arquitectura, confiesa que “a veces me siento presa dentro de un sistema y un país que no quiero ni deseo”. La única forma que tienen de rebelarse ante la aberración ideológica, el disparate económico y el surrealismo político es emigrar. Miami, Madrid o Santiago de Chile. Da igual.
IVÁN GARCÍA, LA HABANA, CUBA 2019