El final de la investigación que durante 22 meses ha realizado el fiscal especial Robert Mueller, en torno a una presunta connivencia de Donald Trump o de miembros de su campaña con el Gobierno ruso para vencer en las elecciones presidenciales de 2016, es una prueba de solidez de la democracia estadounidense y de sus instituciones y de la importancia que tiene la justicia independiente en los regímenes democráticos. En absoluto ha sido una vergüenza, como aseguraba anteayer Trump. Todo lo contrario. En sus conclusiones, Mueller, quien es respetado por ambos partidos y goza de una reputación profesional indiscutible, señala no haber encontrado pruebas de una conspiración en la que participara el hoy presidente de EE UU para influir en el resultado electoral, aunque advierte de la existencia de injerencia rusa en el proceso.
La investigación, que ha puesto sin cortapisas el foco directo sobre el cargo político electo más poderoso del planeta, ha servido para sacar a la luz una serie de delitos que de otro modo hubieran quedado ignorados con un total de 32 personas imputadas. Entre los casos derivados destacan los de seis exasesores de Trump. De esta cascada legal destacan las condenas derivadas de Michel Cohen, quien fuera mano derecha del mandatario, y de su exjefe de campaña Paul Manafort. El primero tendrá que cumplir tres años de cárcel por fraude y por mentir, mientras al segundo le corresponden siete años y medio de prisión por fraude y conspiración.
Como no podía ser de otra forma, Trump ha cantado victoria política por el cierre de un proceso que le ha seguido desde que accedió a la Casa Blanca, que le ha forzado a remodelar su Gabinete más de una vez y que ha llevado a un enfrentamiento inédito entre el presidente de EE UU y algunos de los servicios de seguridad del país. Pero conviene que el árbol no impida ver el bosque. Lo que hizo de Trump un candidato inadecuado y ahora un presidente inadecuado es su inaceptable concepción del fenómeno migratorio, su agresividad con México, su desprecio hacia las instituciones europeas, su minusvaloración de la OTAN, su desdén por Naciones Unidas, su negacionismo sobre el cambio climático o su provinciana concepción del papel de EE UU en el mundo. Todos esos factores siguen ahí tras el informe de Mueller.
Cuando queda año y medio para las elecciones presidenciales, el Partido Demócrata ha de centrarse ahora en su estrategia para elegir una candidatura sólida que comience a hablar de los problemas que preocupan a los estadounidenses y que Trump no ha sido capaz de solucionar pese a los discursos grandilocuentes.