No es ningún secreto que el presidente estadounidense, Donald Trump, ha designado a muchos aliados incompetentes, y sin la formación adecuada, para ocupar los puestos políticos más importantes. Hace unos meses, mi colega Gail Collins les pidió a sus lectores que la ayudaran a seleccionar al peor miembro del gabinete de Trump. Fue una tarea difícil por el gran número de candidatos que cubrían el requisito a la perfección.
Por cierto, el ganador fue Wilbur Ross, el secretario de Comercio. Ahora parece una opción todavía más adecuada: se dice que su departamento preparó un informe en el que declara que las importaciones de automóviles europeos representan una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos. No solo es una afirmación ridícula, sino también peligrosa, pues le da bases a Trump para arrancar una nueva fase de su guerra comercial que podría causarle un terrible daño económico al país y aislarnos de nuestros aliados. Ah, y por cierto, eso sí afectaría la seguridad nacional.
Sin embargo, hasta hace poco una agencia del gobierno parecía haberse mantenido inmune a la continua invasión de ineptos: la Reserva Federal, la institución más vital para la política económica. En general, los nominados de Trump para la Reserva Federal habían sido economistas sensatos y respetados. Así que lamento decirles que eso cambió el 22 de marzo pasado, cuando Trump declaró que planeaba nominar a Stephen Moore para la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal.
A todas luces, Moore no cuenta con la preparación necesaria para ocupar ese cargo. Es triste, pero la historia detrás de esta decisión va más allá de Moore, e incluso de Trump; se explica por la tendencia del Partido Republicano a preferir charlatanes en vez de expertos, incluso los expertos de su partido.
En el caso específico de Moore, está de más decir que se ha equivocado en todo. No me refiero a que haya tomado alguna mala decisión ocasional, algo que le pasa a cualquiera. No, el hombre tiene un largo historial que incluye haber predicho que las políticas de George W. Bush producirían un auge magnífico, que las de Barack Obama ocasionarían una inflación desmedida y que los recortes fiscales en Kansas favorecerían un auge “casi inmediato” de la economía de ese estado, entre muchas otras cosas. Para colmo, por supuesto, nunca ha reconocido sus errores ni ha reflexionado acerca de los aspectos que contribuyeron a que se equivocara.
Además de lo que ya señalé, Moore tiene un problema con los hechos. Después de imprimir un artículo de opinión escrito por Moore en el que todas las cifras clave eran erróneas, un editor juró nunca volver a publicar su trabajo. En sus escritos y declaraciones, siempre hay una miríada de errores de hecho. La verdad es que son contadas las ocasiones en que Moore ha hecho referencia a un dato preciso.
El problema es que Moore no le llamó la atención de manera aleatoria a Trump. Desde hace mucho ha gozado de una posición destacada dentro del movimiento conservador: ha sido autor de páginas editoriales para el Wall Street Journal, economista jefe de la Fundación Heritage y un orador muy frecuente en el circuito de conferencias de la derecha. ¿Por qué?
Podríamos decir que el Partido Republicano valora más la lealtad al partido que la competencia profesional. No obstante, sería una explicación parcial, pues hay muchos economistas conservadores que cuentan con una formación profesional sólida, y algunos incluso son muy abiertos en cuanto a su partidismo. Varios economistas conservadores distinguidos respaldaron sin dilación las absurdas afirmaciones del gobierno de Trump sobre los beneficios de los recortes fiscales, aunque bien sabían que no eran razonables.
Su partidismo tampoco ha sido moderado y delicado. Muchos todavía lloramos la muerte de Alan Krueger, el economista de Princeton mejor conocido por una investigación (que después han respaldado muchos otros estudios) en la que demostró que los aumentos al salario mínimo por lo regular no parecen reducir el empleo. Pues bien, James Buchanan, el economista conservador ganador del Premio Nobel, criticó a quienes estudiaban esa línea de investigación por considerarlos “una bandada de prostitutas que solo buscan su provecho personal”.
Así que los conservadores podrían, si quisieran, pedirles asesoría a economistas muy leales al partido que por lo menos tuvieran cierta idea de lo que hacen. Pero ese tipo de economistas, a pesar de sus aparentes intentos patéticos de ganarse el favor de los políticos, casi nunca llegan a ocupar puestos clave, que más bien se otorgan a personajes de una incapacidad casi surreal como Moore o Larry Kudlow, el economista jefe del gobierno de Trump.
Muchos han descrito al gobierno de Trump como una kakistocracia —el gobierno de los peores—, y no hay duda de que lo sea. Pero también podría decirse que es una ineptocracia —el gobierno de los ignorantes e incompetentes—. En este sentido, Trump tan solo hace eco de las prácticas normales del Partido Republicano.
¿Por qué la derecha elige incompetentes para gobernar? Quizá solo sea porque un partido de burócratas se siente incómodo cerca de personas que tienen conocimientos reales o gozan de buena reputación por sus propios méritos, independientemente de la lealtad que parezcan demostrar. Después de todo, nunca se sabe cuándo decidirán ser fieles a sus principios.
En todo caso, llegará el momento en que tengamos que pagar el precio. Es cierto, como escribió Adam Smith, que “es mucha la ruina en una nación”. Estados Unidos no solo es un país rico, pacífico, con un poder inmenso y avances tecnológicos. También somos una nación con una larga tradición de servidores públicos dedicados.
Incluso en este momento, como he podido constatar a nivel personal, la gran mayoría de los empleados del Departamento del Tesoro y el Departamento de Estado, entre otros, son ciudadanos competentes y trabajadores que intentan poner sus mejores capacidades al servicio de su país.
Por desgracia, si los trabajos de mayor responsabilidad se otorgan sistemáticamente a los incompetentes, resultará inevitable que se produzca un proceso de corrosión. Ya comenzamos a observar cierta degradación en la respuesta de nuestro gobierno a sucesos como los desastres naturales.
Siento decirles que en el futuro habrá más desastres y con peores consecuencias, y los encargados de resolverlos serán los peores de entre los peores.