Mientras espera se retoca los labios, se ajusta el moño y le pregunta a otra mujer que aguarda a su lado si es la primera vez que viene. A las afueras de La Condesa, una prisión para extranjeros a 50 kilómetros de La Habana, varias mujeres llegan para la visita matrimonial. La mayoría son esposas de reclusos pero también hay algunas como Margarita, que ofrece sexo por dinero a reos que están lejos de su país.
Margarita lleva semanas preparándose para el Pabellón como se conoce popularmente a la habitación donde los presos reciben a sus parejas. "Traigo un mosquitero para ponerlo encima de la cama y tener algo de privacidad porque nunca se sabe si están mirando por algún hueco, además toallitas húmedas para la higiene, comida y café", cuenta a 14ymedio. "Este cliente me ha salido bueno porque ya llevo como tres años con él y me dan 50 CUC cada visita".
La mujer, que prefiere esconder su nombre real, visita en la cárcel a un inglés procesado por tráfico de drogas. "Busco presos que tienen condenas largas porque así me duran más y porque al final se establece una relación de pareja casi como si fuera un esposo", explica. "He tenido suerte, todas las veces que he hecho esto porque me han tocado hombres serios y no violentos".
El actual Reglamento del Sistema Penitenciario, actualizado en diciembre de 2016, regula la frecuencia con la que un recluso puede disfrutar del Pabellón Conyugal en dependencia de un régimen penal rigurosamente estratificado en diferentes grados de severidad y que contempla además si el recluso es "primario, reincidente o multirreincidente".
El preso puede verse beneficiado entonces con el Pabellón cada 30 días como mínimo y cada cuatro meses en el peor de los casos. En una nota aclaratoria el Reglamento especifica que la duración de la vista es de tres horas, independientemente del régimen en que se encuentra ubicado el recluso, "con derecho a ingerir alimentos durante la misma", pero a veces "los guardias se hacen de la vista larga y te pueden dejar hasta 12 horas", aclara Margarita.
La mujer, de 46 años, está casada y su esposo sabe que se gana la vida visitando presos extranjeros. Al principio él no lo entendía muy bien y montaba algunas escenas de celos cuando ella regresaba de las visitas a la cárcel, pero después comprendió "que el que llena la mesa es el yuma", dice categórica. Ahora, cuando le llega la paga a Margarita a través de unos amigos del inglés, el marido sale de la casa mientras dura la transacción.
El beneficio carcelario de las visitas matrimoniales existe en Cuba desde 1938 cuando entró en vigor el Código de Defensa Social, donde se incorporó la obligatoriedad del trabajo y del estudio en prisión y el Pabellón Conyugal como una forma de aliviar las consecuencias de los encierros prolongados que padecen los presos.
En el caso de los reclusos extranjeros cuyas parejas no están en condiciones de viajar a la Isla frecuentemente se les permite una pareja que cobra. La manera de encontrar a estas damas de compañías son muy variadas, pero normalmente se hace a través de la confianza y la recomendación de una mujer que ya está visitando a otro recluso.
Muchas de las mujeres que se dedican a estas labores han ejercido la prostitución en las calles. Son jineteras a las que el paso de los años o el acoso de la policía les hizo buscar un sector "más seguro" para seguir ganándose la vida. Otras se inician en la cárcel en el intercambio de caricias por dinero y se declaran "madres de familia" necesitadas de una entrada adicional.
Margarita vio por primera vez una cárcel cuando fue a visitar a su hermano en la prisión de Canaleta en la provincia de Ciego de Ávila. Uno de los reclusos le dijo directamente: "Si me haces el pabellón te voy a mejorar". Ella no entendió el significado de la propuesta hasta pasados diez años cuando una amiga le contó que había un italiano que le podría dar 50 dólares si ella asistía a su Pabellón Conyugal.
"El hombre no era mal parecido y pagaba la mitad por adelantado", explica Margarita. Cada mes le hacía llegar el dinero y todo terminó cuatro años más tarde cuando el italiano, que cumplía una condena de diez años, conoció a otra mujer más joven y que le cobraba menos. "Por suerte encontré este inglés que tengo ahora con el que me va muy bien, es cariñoso y en pocos años lo liberarán y a lo mejor me puede ayudar a sacar a mi hijo del país", agrega.
Algunas deciden cambiar de prisionero porque no les gusta el que han elegido o porque les ofrecen un precio más alto. Según las reglas no escritas, para cambiar el nombre de la persona que participa del Pabellón conyugal, el recluso debe dejar pasar al menos seis meses entre una visitante y la otra, además de dar una buena justificación a las autoridades penitenciarias. Pero como todo en las cárceles cubanas, depende de lo que decidan los guardias.
El Reglamento penitenciario no considera al Pabellón como un derecho inalienable, sino que está sujeto a la conducta de los internos, el régimen y el tiempo cumplido y entre las sanciones contempladas ante determinadas violaciones de la disciplina se incluye la suspensión de este beneficio.
Yolanda es lo que se dice "una mujer de carácter" por eso se negó firmemente a servir de informante de la policía cuando la llevaron a una oficina para proponerle que colaborara. "Ellos le meten el pie a todas las mujeres, sobre todo a las que han sido fichadas antes como prostitutas. Si el preso dejó algún cabo suelto en la investigación, los guardias hacen cualquier cosa por sacarle información, pero conmigo que no cuenten para eso".
Según explica Yolanda, para que un extranjero reciba una visita al Pabellón Conyugal tiene que presentarle a los jefes de la prisión todos los datos de la mujer. "Entonces ellos te citan y te hacen un millón de preguntas. ¡Ni se te ocurra mencionar algo de dinero!", aclara a todas las que comienzan nuevas en el negocio. En su caso, también lleva alimentos y medicinas al reo que "atiende".
El detalle de los alimentos introduce un renglón adicional. Como ha sido frecuentemente denunciado, en las cárceles cubanas se pasa hambre. Cuando un extranjero preso en la Isla consigue establecer un nexo estable para disfrutar del Pabellón, suele extenderlo de forma paralela al programa de visitas donde se incluye la jaba, o sea una bolsa llena de comida.
Como estas visitas se alternan con el Pabellón y tienen una frecuencia regulada bajo los mismos patrones, el recluso satisface varios apetitos a través de la misma persona, el gastronómico, el sexual y en no pocos casos el emocional.
Yusimín vive en concubinato con su marido cubano pero está legalmente casada con un canadiense que podría ser su abuelo. Para hablar del tema ella pidió hacerlo sin la presencia de su pareja. "Él sabe que estoy casada con un preso extranjero y cuando se acercan los días en que me corresponde el Pabellón se pone celoso. Cuando regreso se pasa días sin siquiera tocarme, pero después se le pasa".
El canadiense, cumple su condena en una prisión en La Condesa, una edificación que originalmente fue concebida como una de esas Escuelas en el Campo donde debería haberse formado el hombre nuevo. Las habitaciones donde se hace el Pabellón "no están mal" según el criterio de Yusimín. "Es un cuarto con de todo, colchón de muelles, ventiladores, cerrado con una sola puerta y hay que abrir dos rejas antes de entrar".
Lo que no sabe su pareja cubana es que el plan de Yusimín es irse con el canadiense cuando este cumpla su condena. "Éste yuma me ha salido buenísimo y su familia me hace llegar muchas cosas para darle y una parte también para mí", aclara. Al condenado le quedan dos años en Cuba y la joven ya le ha enseñado las fotos de su pequeña hija con la que pretende emigrar.
Le ha pasado los datos de otro preso a una prima que acaba de cumplir los 30 años y ya tiene dos actas de advertencias por ser jinetera. "Si sigue en las calles la van a meter en una granja de reeducación y ya le he dicho que el lugar más seguro ahora mismo para ella es trabajar en una cárcel", explica, pero no sabe si pasará los controles para poder dedicarse a "este negocio". Es la gran paradoja: conseguir un trabajo en la cárcel para no caer presa.