Incluso ahora, que la gente llega buscándola con curiosidad desmedida, Yusimí está triste. Nació así, lamentablemente morirá así. Nada le dará un vuelco a su desolación. Le tocó una vida difícil y su angustia no la deja disfrutar —como tal vez el resto de los avestruces en Cuba— de su momento de fama.
Yusimí teme a los flashes y huye de quienes se agolpan del otro lado de la cerca y la llaman —como a los otros tres avestruces del Zoológico de La Habana— para brindarle pequeños ramilletes de hierbas, galleticas dulces, barquillos de helado, pan con pasta, pastelitos de guayaba, maníes, a cambio de un retrato suyo o, mejor, de posar junto a ella para hacerse un selfie.
Anda sola, siempre lejos del bullicio. Se entretiene comiendo marpacíficos y, cuando termina, va y se sienta en la caseta de guano o en medio del establo. A veces corretea junto a los antílopes.
Julito, su pareja, es todo lo contrario. Desde que la vida les cambió, a ellos, los avestruces, no deja de pintarles gracias a los visitantes. Mete la cabeza entre las rendijas de la verja, abre el pico y las alas, emite una suerte de sonido nasal, come sin parar lo que le brinda la gente y, en ocasiones, posa para las fotos. Dicen los técnicos veterinarios que Julito es otra ave «desde que el público se ha interesado por ellos».
En 80 años que tiene el Zoológico de La Habana —el más viejo del país— nunca antes tantos visitantes se interesaron por los avestruces. Siempre fueron de las especies menos atractivas. Por eso, quizás, es que los han ubicado, junto a los antílopes, en un cerco que se encuentra en un extremo del parque.
Ni siquiera los carteles guías de la entrada indican dónde encontrarlos. Leyéndolos uno sabe dónde hallar el único casuario que hay en la isla, el estanque de los cocodrilos, el rinoceronte, la jaula de los chimpancés, el foso de los leones, la cueva del oso, pero no dónde están los cuatro avestruces del Zoológico.
A Yusimí, Julito y los otros dos —que no tienen nombre— nadie les prestaba demasiada atención; si alguien se acercaba por allí era porque ya iba de salida, en busca de una de las puertas traseras, o porque buscaba algo de comer en la cafetería cercana.
Niños junto al avestruz en el Parque Zoológico de La Habana/Foto: Abraham Jiménez Enoa
Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, todo cambió: los leones dejaron de ser la máxima atracción, los cocodrilos posan con la boca abierta para menos visitantes, las cebras corretean y levantan polvo a solas, los chimpancés tienen que hacer más monerías que antes para llamar la atención, y los trabajadores del Zoológico solo deben responder una pregunta: ¿Dónde están los avestruces?
El último día de la semana de receso escolar —que otorga cada mes de abril el Ministerio de Educación— llovió en la mañana. Eso no impidió que miles de niños, adolescentes y padres hicieran una fila enorme bajo el agua para entrar al Zoológico. Varias familias, guarecidas bajo paraguas, llegaron hasta allí para visitar a los avestruces.
—Míralo ahí, mamá, parece un dinosaurio —dijo luego un niño, mientras se acercaba al establo.
—Bueno, pues en unos meses vas a comer dinosaurio —respondió la madre.
Este abril la palabra más buscada por los cubanos en Google fue «avestruz». Según Google Trends, una plataforma que estudia las tendencias de búsquedas, el ave africana suscitó mayor interés que el término «visa» —en un contexto marcado por las recientes modificaciones del gobierno de Trump para limitar el visado a nacionales cubanos— y que el propio «Díaz-Canel», quien arribó este mes a su primer año como Presidente.
Tal repentino interés lo despertó el Comandante de la Revolución Guillermo García Frías, a sus 91 años. El también director de la Empresa Nacional «Flora y Fauna» compareció hace algunas semanas en el programa de televisión Mesa Redonda para explicar ciertas alternativas que el gobierno estudia para hacer frente al desabastecimiento alimentario en la isla.
Con el regreso a la política de mano férrea de Estados Unidos hacia Cuba y la crisis sistémica por la que atraviesa Venezuela, lo que ha provocado una reducción de las importaciones de crudo, el país ha vuelto a los tiempos duros: las tiendas y mercados se encuentran desabastecidos y encontrar alimentos básicos es una odisea. «La situación pudiera agravarse en los próximos meses», dijo recientemente Raúl Castro, primer secretario del Partido Comunista de Cuba.
Ante las cámaras, Guillermo García explicó que, previendo lo que se viene, el gobierno llegó a la conclusión de que la dieta de los cubanos podría basarse en la carne de jutía, cocodrilo o avestruz.
De esos tres exóticos animales, el avestruz fue en el que más énfasis puso el Comandante: «produce más que una vaca», y agregó: «Un avestruz produce 60 huevos. De los 60 huevos, estamos teniendo la experiencia ya que se gozan (sic) 40 pichones. Esos 40 pichones tienen cuatro toneladas de carne, a 100 kilos cada pichón… Mientras la vaca pare un ternero y al año es un añojo, que no tiene ese peso, esa cantidad de carne».
Según García Frías, en el país existen siete granjas destinadas a la cría de avestruces, y tienen la intención de abrir alguna más.
Esta no es la primera vez que, en tiempos de crisis, el gobierno cubano intenta paliar la situación con experimentos alimentarios. En la década de los 90, luego de que se desplomara el Campo Socialista en Europa del Este y, en consecuencia, Cuba perdiera sus prebendas comerciales y se contrajera su Producto Interno Bruto en un 36 por ciento, Fidel Castro sacó a su ingenio a pasear.
Comenzaron a venderse pollitos en las bodegas estatales y pronto la mayoría de las casas cubanas albergaron, en los patios o en los rincones de las habitaciones, cajas de cartón donde un bombillo incandescente calentaba a las criaturas. Se habló —no se llegó a ejecutar— de la cría doméstica de vacas enanas que facilitarían el consumo de leche en los hogares. La claria, un pez de agua dulce que es capaz de sobrevivir en tierra, fue introducido en el país por su rápida reproducción. Y Fidel Castro, en sus últimos años de vida, llegó a decir de la mata de moringa que sus cualidades nutritivas igualaban las de la carne, el huevo y la leche.
Cuba era otro país en los años 90. La urna de cristal en la que vivían enclaustrados los cubanos se ha ido resquebrando, sobre todo, después de la llegada de la Internet pública en 2014 como parte de un paquete de reformas socioeconómicas que implementó Raúl Castro. Hoy, a pesar de las altas tarifas, el 56 por ciento de los cubanos tiene vida en la red y eso cambió por completo el escenario.
De ahí que las declaraciones del Comandante García Frías se hayan vuelto la comidilla del mes en la isla y provocasen un alud de burlas y memes en las redes sociales. El avestruz como protagonista. El avestruz como nueva ave nacional sustituyendo al tocororo. El avestruz vestido con la chamarra militar y los grados de Guillermo García. Fidel Castro bajándose de un tanque de guerra con forma de avestruz.
Incluso, en Revolico, el sitio online de clasificados más popular entre por los cubanos, se puede leer un anuncio que dice: «GANGA, Vendo avestruz macho y hembra traídos del Congo, tiene carne y huevos garantizados para el nuevo período especial, te lo dejo en 1 peso cubano, con transporte incluido (los llevamos en el carro de zoonosis). Tenemos otras ofertas: sobres de polvos de uñas de jutía conga, rico en calcio, etc. Gracias. Si solicitas nuestro servicio no te arrepentirás. El cubanito».
Todos pensaron que era un desequilibrado o que era alguien a quien el tiempo le sobraba y por eso se entretenía en llamar por teléfono cada día de la semana para fastidiar. Hasta que un día tocaron a la puerta y, cuando abrieron, un hombre les dijo: «Yo soy el que tiene un avestruz en su casa». Miguel y Julio no supieron qué responder. Solo atinaron a escanear con la vista al recién llegado, y se dijeron para sí mismos que al menos pinta de loco no tenía.
Miguel y Julio son técnicos veterinarios del Zoológico de La Habana. Hoy, Miguel se ocupa de los monos, mientras que Julio, jefe de la clínica del lugar, atiende las aves. Pero nueve años atrás ambos se encargaban específicamente de los avestruces y fue entonces cuando aquel hombre, de quien no recuerdan el nombre, ni la dirección exacta de su casa, se presentó ante ellos en las oficinas del parque.
El hombre quería donar su avestruz. Miguel y Julio le dijeron que pasara, que se sentara, y le brindaron un vaso de agua. Después del último sorbo, dijo: «Necesito que me ayuden, no puedo más, todas estas heridas me las ha hecho el avestruz». Tenía brazos y pies marcados con arañazos. Algunas heridas parecían recientes, una de ellas supuraba sangre y pus a la vez. Mostrando las fotografías del animal, les contó la historia.
La vida del hombre no iba del todo bien: se había divorciado, estaba desempleado y acababa de sufrir una fractura en la muñeca izquierda después de rodar por las escaleras del edificio de sus padres. Para sacarlo de la depresión, unos amigos lo invitaron a una boda en La Hiedra, un círculo social del Ministerio del Interior.
El lugar de la fiesta era un patio enorme al aire libre con algunas hamacas y varios parquecillos con aparatos de juegos infantiles. Por todo aquel terreno pasaban corriendo de vez en cuando avestruces. En un momento de la boda el hombre se fue a caminar solo con una cerveza en la mano y se topó con unos huevos enormes. Entonces le vino a la mente el consejo que le había dado un excompañero de trabajo practicante de la región Yoruba: «Pásate un huevo por todo el cuerpo, límpiate; y verás que todo lo malo se va».
El hombre se cercioró de que nadie anduviera cerca, tomó uno de los huevos y se largó de la boda sin despedirse de sus amigos. Cuando llegó a casa, se arrepintió. Se dijo que eso de la brujería con él no funcionaría pues era completamente ateo. No tenía ánimo para regresar a La Hiedra y devolver el huevo a su nido; no iba a cometer el crimen de botarlo en la calle y no conocía a nadie que viviera en el campo y pudiera querer un avestruz. Decidió colocarlo en un cuarto de la casa hasta que se le ocurriera qué hacer.
Miguel y Julio cuentan que semanas después el hombre entró en la habitación y vio cómo el huevo se movía; se acercó y cargó los casi dos kilogramos que ya pesaba. Minutos más tarde, el cascarón comenzó a rasgarse y un polluelo asomó la cabeza. El hombre terminó de sacarlo y, cuando tuvo al animal en sus manos, sintió que no podía deshacerse de él. El comienzo de una vida lo conmovió.
Despejó el cuarto de todo estorbo y lo acondicionó para el ave. Buscó un veterinario y le pidió consejos sobre cómo alimentarlo y cómo evitar enfermedades. El veterinario le dejó una lista de tareas que debía cumplir, y en una visita, tiempo después, le dijo que el avestruz era hembra. El hombre la llamó Yusimí. Miguel y Julio no le preguntaron por qué.
Cuando Miguel y Julio llegaron a la casa del hombre, en el municipio Cerro, sintieron miedo. Nada más entrar escucharon unos potentes golpes que venían del fondo. Era Yusimí que se lanzaba contra la puerta cerrada de su cuarto. Llevaba casi tres años encerrada entre aquellas cuatro paredes.
En varias ocasiones el hombre había recibido picotazos y salvajes laceraciones con las pezuñas, y fue por eso que decidió buscar en las Páginas Amarillas de la Guía Telefónica el número del Parque Zoológico de La Habana.
«Era como si un monstruo estuviera enjaulado», recuerda Miguel su primera impresión. El cuarto tenía una ventana que daba a un pasillo, por donde el hombre le echaba la comida al avestruz. El enclaustramiento volvió a Yusimí un animal en extremo violento.
Por la ventana Julio lanzó una cuerda y le enlazó las dos patas. Yusimí cayó al piso y quedó casi inmovilizada. Miguel entró y le amarró el pico plano con otra soga. Junto al dueño cargaron a Yusimí y la subieron a una carretilla que un carro transportó hasta el Zoológico.
Cuando ya los técnicos veterinarios se marchaban del Cerro, el hombre les suplicó: «Por favor, solo les pido que no le cambien el nombre».
«Ese pobre animal no sabía lo que era el mundo más allá de ese cuarto. Iba impresionado en esa carretilla, lo miraba todo, su cuello estaba estirado hasta más no poder. Giraba la cabeza de un lado a otro como preguntándose qué es esto que estoy viendo. Por primera vez respiraba aire libre», rememora Julio.
Miguel cuenta que la gente en la calle se les quedaba mirando y, cuando paraban en los semáforos, les preguntaban sobre aquella impresionante ave que transportaban.
De haber tenido tiempo, ellos habrían respondido que se trataba del ave más grande y pesada del mundo (hasta 180 kilogramos, y tres metros de altura); que no vuela, pero que puede alcanzar velocidades de hasta 90 kilómetros por hora durante 30 minutos. Que es un animal mayormente herbívoro pero que en ocasiones presenta otros comportamientos alimentarios. Y no solo eso…; habrían dejado atónitos a la gente en las calles de La Habana al contarles que tan solo uno de sus huevos equivale a unos 24 de gallina.
En el Zoológico Yusimí vio por primera vez a otro ejemplar de su especie, y también pudo estirar sus patas y desplegar sus zancadas para correr. «No paraba de moverse, husmeaba todo, pero no se relacionaba con los demás avestruces; les huía», dice Miguel.
«Todo ha sido muy abrupto en su vida. Nació en un ambiente antinatural y sin siquiera recibir el calor de sus padres. Es totalmente entendible que su conducta sea agresiva y que sea un ave huidiza, solitaria», comenta Julio.
Algún tiempo después un grito apartó a Julio de las faenas burocráticas en la oficina. Miguel lo llamaba, desesperado. Julio salió a ver qué sucedía. Observó a la distancia que Miguel estaba a unos metros del establo sentado encima de una piedra. Con las dos manos sostenía su cabeza. Julio caminó hasta allí. «¿Qué sucede?», preguntó. «Esto es increíble; mira para allá», respondió Miguel.
Julito, el avestruz que había sido bautizado con el nombre de su veterinario, estaba echado sobre sus patas. Desde la tierra abría sus alas como un abanico y elevaba la cola y la contoneaba a un ritmo acompasado. Su cuello se movía en zigzag como si fuese la danza de una cobra. Yusimí presenciaba el cortejo nupcial. Miguel y Julio se emocionaron. Estuvieron observando aquel ritual hermoso durante los diez minutos que duró. Cuando los dos avestruces iban a comenzar el coito, Miguel le dijo a Julio: «La niña se nos hizo grande».