El sábado 11 de mayo en la Habana Vieja sucedió, ante el asombro de muchos, quizás la primera marcha cubana auténticamente espontánea, y a la vez numerosa, sin la aprobación del gobierno ni de ninguna institución asociada. Fue una marcha LGBT. Es apenas una fisura, si se quiere, pero no un hecho menor.
Esa mañana, alrededor de las siete, el joven activista Jancel Moreno salía entre somnoliento y ansioso rumbo al trabajo. Minutos después una patrulla de la Policía Nacional Revolucionaria se estacionó en su calle. Los agentes realizaron una breve visita a su casa e intimidaron a su madre. Al mediodía, Jancel encontró a su madre con los ojos llorosos, hecha un manojo de nervios, acompañada por su hermana de ocho años. Le advirtieron que su hijo no podía salir de casa, mucho menos al Parque Central, donde se reuniría un grupo de contrarrevolucionarios.
La primera reacción de Jancel fue postear el incidente en Facebook. Responsabilizó al gobierno cubano por la salud de su mamá y de su hermana. Le respondieron decenas de personas: se compadecían, se solidarizaban, algunos cuestionaban que decidiera no participar en la marcha, otros lanzaban exabruptos contra el gobierno. Jancel se lamentaba ante la situación, pero dejaba claro que la salud materna era lo primero.
Finalmente decidió salir. Explicó que iría a una fiesta, no a una marcha, y que esa fiesta la organizaba el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), dirigido por Mariela Castro Espín. No habría problemas.
Mientras tanto, el Parque Central y sus zonas aledañas se iban llenando de policías. Uno cada 50 metros. Algunos estaban acompañados de perros. Otros, según sabríamos después, merodeaban la zona vestidos de civil.
Desde 2008 el Cenesex organiza algo llamado Conga cubana contra la Homofobia y la Transfobia en el marco de las Jornadas cubanas contra la Homofobia y la Transfobia, pero justo este año, cuando grupos religiosos evangelistas encabezaron una campaña que demonizaba a toda la comunidad LGBT (lo que provocó la supresión del artículo 68 del proyecto de Constitución, en el que se prometía el matrimonio igualitario por primera vez en la isla), se cancelaba el único evento a través del cual esta vapuleada minoría podía irrumpir en el espacio público.
Los argumentos resultaron indescifrables. El lunes 6 de mayo el Cenesex, a través de su página de Facebook, justificaba la cancelación con frases del tipo la «actual coyuntura que está viviendo el país» o «determinadas circunstancias que no ayudan a su desarrollo exitoso». Luego se podía leer una justificación como esta: «Las nuevas tensiones en el contexto internacional y regional afectan de manera directa e indirecta a nuestro país y tiene impactos tangibles e intangibles en el normal desenvolvimiento de nuestra vida cotidiana y en la implementación de las políticas del estado cubano».
También resaltaban el aumento de los espacios académicos durante la Jornada, y reconocían el apoyo del Partido y del Gobierno, así como de los medios de comunicación masiva. Apenas unos días antes esos medios de prensa se vanagloriaban de la amplia convocatoria de la marcha por el 1de Mayo.
Horas más tarde comenzaría a difundirse a través de las redes sociales la convocatoria para una marcha que, evidentemente sin autorización, se realizaría a las cuatro de la tarde del sábado 11.
Visiblemente preocupados por la convocatoria independiente, el Cenesex publicó el 9 de mayo otra nota no menos imprecisa. Ahí mencionan la situación política por la que atraviesan Cuba y Venezuela y la reciente aplicación del capítulo III de la Ley Helms Burton, lo que, según ellos, «ha envalentonado a grupos que si bien ya existían, en los últimos tiempos intentan con más fuerza tergiversar la realidad de Cuba y para ello pretenden utilizar nuestra Conga para desacreditar, dividir y sustituir el verdadero sentido de esa actividad».
Acto seguido piden calma a quienes por convicciones honestas se sienten contrariados por esta decisión. Apelan a la madurez política de la población LGBT y a los avances que se han logrado en temas legislativos.
Cierran con el siguiente párrafo: «Exhortamos, entonces, a hacer de estas Jornadas un espacio para la unidad, en la defensa de la Revolución y el socialismo, como el único proyecto social que defiende la inclusión verdadera de todas las personas».
En los días previos numerosos activistas recibieron amenazas con el objetivo de que no participaran de la marcha. Algunos las reportaron a través de las redes sociales, otros decidieron reservárselas tal vez por no provocar miedo en los potenciales asistentes. Nadie se hacía responsable por la convocatoria, pero varios aseguraban su presencia.
Mariela Castro, quien ha liderado la causa LGBT durante más de una década, veía cómo su popularidad se iba resquebrajando, y el Cenesex, la institución que dirige, comenzó a rumorar que la marcha independiente se organizaba con apoyo de Miami.
El ambiente en Cuba por estos días es contradictorio. Una crisis de desabastecimiento de productos alimenticios crispa los ánimos de una buena parte de la población. La llegada y expansión de la conexión a internet a través de datos móviles facilita mecanismos de articulación y comunicación a la ciudadanía. La situación política del máximo aliado, Venezuela, presagia un período de dificultades en el horizonte más próximo. Y más: la muerte de Fidel Castro, la falta de liderazgo de Díaz-Canel, la aplicación del capítulo III de la Ley Helms Burton, de nuevo los fantasmas de la Guerra Fría.
El jueves 9 de mayo la Asamblea Nacional del Poder Popular publicó una declaración en la Gaceta Oficial de la República en la que anunciaban el «total apego a los postulados de la Ley de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba, Ley No. 88 de 1999». La Primavera Negra de 2003, en la que 75 activistas políticos y periodistas independientes terminaron en la cárcel, se llevó a cabo justo con la implementación de esta ley.
Y en medio de un ambiente tan enrarecido, el movimiento LGBT, históricamente degradado, aislado y humillado, desafía a las autoridades y propone una marcha multitudinaria en el corazón de la Habana Vieja.
Los primeros en llegar al Parque Central fueron los corresponsales de la prensa extranjera. Pasadas las 3:30 aparecieron tres activistas. Los fotógrafos comenzaron a disparar sus flashes. Había tensión, algunos pensamos que solo las cámaras podían evitar las detenciones. Los primeros instantes parecían decisivos. Algunos jóvenes posaban con banderas arcoíris. En ese entonces no sumaban más de diez y los corresponsales los triplicaban fácilmente.
El escepticismo crecía. La marcha no prometía muchos participantes. Frente a la estatua de José Martí comenzaron las entrevistas. Se fueron acercando los curiosos. Ciudadanos, principalmente jóvenes, que se sumaban a la causa. Veinte minutos después los principales activistas seguían dando declaraciones a la prensa. Aún no eran suficientes para comenzar la marcha. A lo lejos aparecieron, como mensajeras divinas, dos ruidosas motocicletas ondeando banderas arcoíris. Los fotógrafos corrieron a su encuentro.
Minutos más tarde, sobre las cuatro y veinte, comenzó la caminata hacia el Paseo del Prado y ya eran más de 100 personas. Jancel Moreno, uno de ellos.
A sus 20 años Jancel conoce las amenazas de la Seguridad del Estado. La primera vez fue en enero, cuando organizó una besada frente a la Iglesia Metodista de 25 y K, por lo que recibió una citación en la que le aseguraron que de participar sería expulsado de la Universidad donde cursaba la carrera de Medicina.
En esa ocasión todo se desvaneció. Esta vez no. Se resigna a perder la única oportunidad durante el año en que pueden irrumpir en el espacio público junto a un colectivo.
—Perder esta oportunidad de salir a la calle es difícil y doloroso —explica—. No nos podemos quedar de brazos cruzados cuando las razones de la suspensión de la conga nunca quedaron claras. Y la Jornada contra la homofobia sin la conga no es más que una serie de eventos cerrados dentro de instituciones.
Uno de esos eventos es la popular Fiesta por la Diversidad, que debía celebrarse en la tarde noche del sábado 11 en el Círculo Social José Antonio Echeverría, pero en una lamentable jugada estratégica fue cambiada para las cuatro de la tarde, la misma hora en que comenzaría la marcha.
—Este es un hecho que demuestra que nos subestiman, creen que la comunidad LGBT prefiere la fiesta que la marcha —dice—. Pero lo que hacemos hoy es muy importante. Demostramos que preferimos marchar y solo después ir a la fiesta, porque la prioridad es exigir nuestros derechos. Y también demostramos que la comunidad LGBT está viva, más viva de lo que muchos piensan.
La marcha avanza por el Paseo de Prado. La policía no interviene, pero se muestra. Los manifestantes corean su deseo de una Cuba diversa, plural, que no juzgue a los ciudadanos por sus preferencias sexuales. El matrimonio igualitario ha sido una de las luchas de esta comunidad, y por un momento se pensó que la nueva Constitución incluiría ese derecho.
Ahora pasan por delante del Palacio de los Matrimonios, donde la unión de dos personas de un mismo sexo continúa siendo un pedido aparatoso, la cantinela de un montón de gays heridos en su orgullo. Siguen Prado abajo, hacia Malecón, muy rápido, irisando, agitando banderas entre las fotografías de la Bienal de Arte, entre los vendedores aledaños que sacan sus teléfonos y toman fotos.
Antes, los curiosos se habían arrimado al Parque Central, cuando los organizadores daban entrevistas. Querían saber a santo de qué tantas cámaras, tantas grabadoras, y luego, al saber el motivo, hacían un gesto de desprecio —sonidos con la boca, una mano que se iba por encima de la cabeza—, en particular los curiosos cubanos.
La vida de una persona que rompe el molde heteronormativo no debe ser nada sencilla, menos aun con las desventajas de haber nacido en un país caribeño que arrastra una cultura machista, donde es una afectación yanqui o europeísta concebir el piropo a una mujer como acoso callejero, un poder totalitario que además legitimó el desprecio por el hombre que amara hombres o la mujer que amara mujeres. El régimen los llevó a la cárcel o a campos de trabajo forzados, con la venia incontestable de los líderes históricos, Fidel o Raúl. Sufrir bullying en las escuelas, rechazo social en los trabajos, maltrato de la policía, y una larga lista de hostigamientos, en la calle o por sus propias familias.
Era de esperarse, pues, que en la marcha de Prado aflorara un poco de todo eso. Que la custodiaran hombres intrigantes, con la inconfundible pinta de agentes del Ministerio del Interior vestidos de civil, tomando fotos de un lado a otro. Que sobre el final, a la vera del hotel Packard y frente a la construcción de otro hotel de lujo, empezaran los arrestos, o que uno de los agentes —luego de que se le negara a la marcha continuar hasta el Malecón, obstruir por un momento la vía pública— dijera en tono provocativo, intimidante, que se cuidaran de chistar, porque él había venido hoy con la mano suelta, quiere decir, con la mejor disposición de golpear. El sujeto es larguirucho, cara larga, extremidades largas, una oreja contrahecha, un pulóver con el cuello mordido y una mirada de violencia, violencia rústica, como mal tallada.
Para cortar el desfile, han movilizado más fuerzas de lo que se pudiera esperar, en vistas de la actitud pacífica de la marcha. Ninguna consigna contra nadie, apenas una referencia burlona a los avestruces.
Sin embargo, hay aquí, al menos, unos seis coroneles. Es decir, unas dieciocho estrellas en los uniformados. Algunos viejos, la mayoría patéticos, y no entienden las frases sarcásticas que a veces los marchantes sueltan en inglés. Ustedes mandan, les dicen. Ya han detenido y golpeado a las figuras más prominentes del grupo, y uno de los coroneles —espejuelos mínimos, rostro más bien reposado— se acerca y pide que entiendan lo que ha sucedido en cuestión de minutos, esa tromba que cargó a Ruiz Urquiola, por qué han actuado de ese modo.
Tenían que cuidar el espacio público y el paso al Malecón traía una descolocación para el tráfico. Dice que esta marcha no ha sido autorizada, y nadie repone que la marcha autorizada fue suspendida y que especialmente por eso están ahí. Dice que esto que ahora se empeñan en hacer no tiene sentido, ya que se anunciaron otras actividades, aunque ninguna, desde luego, con la valía de un desfile.
Le dicen que cuando el tornado asoló una buena parte de La Habana, no se suspendió la marcha de las antorchas, por qué entonces esta sí se podía. El coronel responde que entren en razón, no se puede porque no se puede porque no hay autorización para que se pueda, y no hay más que discutir, tendrían que abandonar sin más el Paseo del Prado, o habría consecuencias.
Le gritan que a qué consecuencias se refiere. Le gritan que el Paseo no lo abandonarán. El coronel habla con algún representante próximo, le dice que por ese camino no van a lograr nada. Igual, son pocos los que retroceden, puede que nadie, es una chispa de consistencia que pocas veces se atestigua en Cuba, donde la palabra de los altos oficiales suele ser acatada por las multitudes sin mucha osadía.
El coronel se retira. Los marchantes ahora son grumos comentando lo que ha sucedido o lo que podría suceder en adelante. Los rodean algunos personajes del operativo. De vez en cuando echan una mirada retadora, pero no ocurre nada más de momento en el plano del contacto físico, a excepción de los besos que se dan unas parejas y que otros perpetúan con fotos.
Un manto de preocupación cubre a los participantes. El rostro del joven Oscar Casanella ensangrentado que no captan las cámaras de los periodistas. Ariel Ruiz Urquiola llevado en volandas por los agentes vestidos de civil mientras se aferra a la cintura de otro activista, Yasmanny Sánchez Pérez, que también es apresado. Iliana Hernández, otra valiente activista, arrastrada por dos agentes de aspecto desencajado que quién sabe qué delitos están purgando con tanta violencia. La imagen congelada de Boris González, periodista de Diario de Cuba, gritando «Libertad» en medio del desconcierto. Omara Ruiz Urquiola abrazada a un joven que le entrega el sombrero de su hermano.
Lo que fue una de las acciones más alentadoras que haya firmado la sociedad civil cubana termina en un anticlímax. Hay fotografías idílicas, hay fotografías infernales. Las redes sociales revientan. Los policías vestidos de policía lucen nerviosos. Los vestidos de civil, envalentonados.
Jancel quisiera quedarse, la fortuna lo ha acompañado por un lapso de tiempo razonable. Mejor desandar el camino a su casa de Alamar. Siente que este bello gesto ha terminado en catástrofe. Le hubiese gustado que todo terminara en fiesta, en el Echeverría, sumándose a la celebración oficial.
Ocurre una pausa. Un shock. Unos se van, otros se congelan.
Es difícil saber en qué momento la marcha terminó. Los marchantes van Prado arriba, pero la policía, una veintena o más, y los oficiales, los conducen en zigzag. Los marchantes piden explicaciones. Otro de los coroneles, viejo y delgado como una rama seca, habla por los altoparlantes de un Geely. Exige que despejen ya la vía pública, que la actividad recreativa (sic) ha terminado, que deben pararse a treinta centímetros del borde de la acera, no hay nada más de qué hablar. Quien no lo entienda, será conducido a una estación policial, amenaza el Coronel. Algunos de los marchantes se ríen. Siempre tildados de flojos, exagerados o raros, han encarado públicamente al poder.
Al rato, en una de las céntricas intersecciones del Parque Central, un conductor ignora la luz roja del semáforo y cruza por delante de un carro de bomberos que pedía preferencia con la sirena puesta. Unos policías ven pasar al Lada infractor a toda velocidad, lo ven de reojo, y nada dicen, y nada hacen. Y Mariela Castro, después, publicaría que la marcha fue resultado de los planes intervencionistas de Estados Unidos. Y así todo vuelve a ser lo que ha sido, hasta este momento.
Autores: Mario Luis Reyes y Maykel González González