El periódico “Granma” es hosco, es tenebroso. El órgano oficial del Partido Comunista también es desabrido, y si hablaran sus pliegos tan exiguos se haría notable su ronquera. El Granma es un “órgano” perturbado en medio de tanta subordinación, es bipolar y turbio en su desempeño; algunas veces resulta “alegremente laudatorio” y en otras es patético, acusador, tristísimo. Confieso que la mayoría de las veces trato de evitarlo pero, como sucede a muchos cubanos, me veo obligado en infinitas circunstancias a usarlo para higienizar algunas partes pudendas, entonces, y antes del estrujado final, le paso la visto, con desgano, desconfiado.
Así, sentado y “evacuando”, me enrolé hoy en la lectura de la edición del viernes 24. Nada trascendente. Dos titulares casi idénticos en la primera página; en uno se advertía del recibimiento que hiciera Díaz-Canel al vicepresidente del Partido del trabajo de Corea, y en el otro se hacía evidente que también Raúl Castro favoreció por un rato al mismo asiático. Y luego no volví a hacer lectura hasta la quinta página, esa en la que descubrí la firma de Abel Prieto, quien fuera ministro de Cultura por unos cuantos años, y que ahora dirige la oficina del programa martiano, a la que se subordinan las instituciones oficiales dedicadas al estudio de la obra de José Martí.
“Famosos” fue el título que escogió Prieto para luego reseñar la vida en cierto “Olimpo” habitado por notoriedades del espectáculo y a quienes, para ponerse a tono con los tiempos, también llama “celebrities”, y en el que agrupa a modelos, actrices, cantantes, deportistas. El autor de “El vuelo del gato” no da nombres aunque se impone reseñar algunos eventos, en los que se han visto envueltos esos innombrables, con el interés de sugerir sus identidades a los lectores, pero su mayor empeño gravita sobre el cuestionamiento de los empeños altruistas de esos famosos que tanto llamaron su atención.
Para probar esas deformaciones del mundo moderno, sobre todo norteamericano, da algunas señales para que seamos capaces de identificar a los “falsos altruistas”. Así se empeña en dar visibilidad a una silla de ruedas bañada en oro de veinticuatro quilates, para que a través de ella califiquemos a Lady Gaga. Más que la enfermedad y la recuperación, más que las potencialidades de su voz y de la proyección escénica de la “yanqui”, le interesan al exministro los centelleos del oro que acompañaron a la artista tras una operación de cadera que la mantuvo inmóvil y fuera de los escenarios por un tiempo.
Él no la nombra, pero la enjuicia, intenta ridiculizarla, mostrar esa supuesta frivolidad que los comunistas aparentar despreciar, esa que atribuyen con mucha frecuencia a los grandes del espectáculo. Abel Prieto olvida el altruismo de la cantante neoyorquina e insiste en los destellos dorados del sillón con ruedas, pero jamás atiende a las potencialidades de su voz ni a su desempeño escénico o al montón de premios que recibió hasta hoy.
Abel Prieto olvida, voluntariamente, que Yoko Ono le entregó el premio “Lennon Ono Grant for peace” y desatiende la ayuda que ofreció la Gaga a los haitianos, y que sacó de su bolsillo, tras el terremoto de 2010, y ni siquiera menciona que fue hasta Londres y visitó la embajada de Ecuador para entrevistarse con el Julian Assange que admiran los comunistas. Tampoco hace notar su ayuda a las víctimas del huracán Sandy. Prieto no se permite comulgar con quien es una destacada defensora de los derechos de los homosexuales. A él lo espanta el glamour de la activista, como también descree de quienes adoptan, por moda y no por inspiración sincera, a niños de “países del sur”, sin dudas está vez la celebridad referida debe ser Angelina Jolie, mujer en extremo visible que no pretende esconder sus deseos de adoptar a niños desamparados que enfrentan la pobreza desde el útero materno.
Abel Prieto desprecia la filantropía de las “celebrities”, y hasta las juzga, asegurando que se contaminan con intereses comerciales; pero Abel Prieto no mira con los mismos ojos esas fiestas que celebran los quince años de niñas con discapacidades internadas en escuelas especiales cubanas. No le llama la atención el hecho de que la televisión esté siempre cuando en esos “planteles especiales” se fiestea y las homenajeadas lucen largos trajes de encaje, supongo que de atrezo, en presencia de las más altas autoridades políticas de la isla y de muchos medios de comunicación.
El articulista es insistente asegurando que muchos de estos célebres benefactores son cristianos, y también hace notar que Jesús se oponía a dar limosnas con “acompañamiento de trompetas”, “como hacen los hipócritas en sinagogas y calles”. Sin dudas el exministro olvida, voluntariamente, que cada día los periódicos de esta isla reseñan las “proezas” de los médicos y otros colaboradores que desandan el mundo exhibiendo las banderas de una falsa filantropía que trae largos beneficios a las arcas del estado.
No hay día en que no se reseñe en este país la vocación solidaria del gobierno comunista, sin atender a lo que se recibe a cambio. Sí, es cierto, Lady Gaga encargó una singular silla de ruedas a Ken Borochov, de la joyería Mordekai. La silla puede reclinarse para que descansara la diva si tal cosa se le antojaba. La silla exhibe también una sombrilla para auxiliarla si el sol se hacía muy fuerte, si la sorprendía de pronto una llovizna. La silla es una silla extraordinaria, carísima, y la pagó con su dinero, ese que ganó en múltiples escenarios del mundo.
No sé por qué Abel Prieto se enfada tanto ante tales muestras de filantropía. ¿Por qué ahora, y en el muy visible espacio que ofrece el Granma, las enfrenta? Quizá tiene que ver con esos empeños individuales que llevaron a unos cuantos cubanos a mostrar su solidaridad tras el tornado que azotó a La Habana hace muy poco, esos días en los que el gobierno aparentó resolverlo todo y negó cualquier posibilidad de ayuda personal y separada de los espacios del poder, aquellos terribles días en los que muchos quisieron dar una ayudita breve, esa que les era posible y que nada tenía que ver con una silla bañada en oro.
Esos empeños individuales fueron rechazados, y lo serán también si en los meses que están por llegar nos azota una cruel temporada ciclónica. En circunstancias como esa no podrá venir Lady Gaga con un sillón de ruedas, ni Angelina Jolie, y tampoco tú, ni yo. Cualquier empeño individual será rechazado, tildado de frívolo. Nada podrá empañar la “generosidad” del gobierno, su poder.
Sin dudas, Prieto no es capaz de reconocer que quizá a Cuba también le han nacido, en los últimos sesenta años, un sinfín de defensores de la frivolidad, y es que ella puede resultar salvadora en medio de ese patetismo que distingue a los comunistas. Nada es mejor que una buena cuota de ligereza para alejar en algo los sufrimientos, las muchísimas tragedias que nos asisten. La frivolidad podría jugar un rol esencial en nuestras vidas, nos alejaría del muy real desamparo cubano, del arroz vietnamita que se ensopa, de los aguaceros sin sombrillas, de los huracanes y tornados y de las casas muy endebles, de los meteoritos y quizá si le damos un espacio real y muy visible a esa ligereza, lleguemos a entender lo que realmente somos, lo que queremos, aunque el Granma y Abel Prieto no lo entiendan.