Y por supuesto el cambio de tecnología incluyó el incremento del pasaje de seis centavos a ocho, lo que trajo protestas interminables.
Pero para mí era una maravilla ir hasta el Café Colón en Marianao desde la esquina de Calzada del Cerro y Palatino y después coger una ruta 50 que iba hasta Jaimanitas, a donde íbamos a la playa, después de ver un paisaje hermoso de La Habana en esos años con las avenidas cubiertas de árboles en ambos lados. ¿Qué iba a importarme que la guagua fuera de palo?.
Los “cubanos” sobrevivientes o fallecidos en el Titanic.
Cuba era un país a donde la gente quería emigrar, no como ahora que es un país al que nadie emigra y de donde ha emigrado una quinta parte de la población y otra buena parte no lo ha hecho porque no ha podido. Es por eso que ahora se puede encontrar a un cubano en cualquier parte del mundo.
Conozco de cerca a gente que se ha ido a vivir a lugares tan lejanos como Australia o Kazajastán, a Corea del Sur y a Rusia. Y en Estados Unidos somos casi dos millones y en cualquier estado, incluyendo Alaska, puedes encontrar cubanos. En Canadá, México, España y otros países son miles, decenas o cientos de miles. Pero eso tiene un origen político y económico, por eso es que antes de la revolución los cubanos podían estar en muchas partes, pero principalmente como turistas, porque no muchos emigraban. Para qué, si Cuba era, con todos sus problemas, uno de los mejores países del mundo para vivir. Y suerte que los cubanos no somos muchos, porque adonde llegamos, imponemos nuestro estilo de vida, nuestras costumbres y casi nos adueñamos del lugar.
Hay muchas reseñas periodísticas sobre cubanos en el Titanic, uno que se murió ahogado, otro que se salvó y está enterrado en el Cementerio de Colón en La Habana.
Lo cierto es que los relacionados con el Titanic eran cubanos naturalizados, pero asturiano uno y catalán el otro.
Entre los cientos de víctimas del Titanic estuvo Servando José Florentino Ovies y Rodríguez, residente en la ciudad de La Habana, Cuba, un asturiano que estaba de vacaciones en Francia y al que se le ocurrió regresar vía New York aprovechando el viaje inicial del Titanic, tan anunciado con bombo y platillo. El Titanic, tras salir de Southampton en Gran Bretaña, fue al puerto de Cherburgo (el de los paraguas de Michel Legrand que todos los cubanos recordamos) y que fue el lugar donde abordó Servando.
Su boleto de primera clase no lo salvó de la muerte en tan trágico suceso y su cadáver congelado fue recuperado con el número 189 en la relación de occisos en el desastre marítimo más mortífero y recordado de todos los tiempos.
Y hubo otro, un natural de Barcelona, Julián Padró, nacionalizado cubano, que se salvó en el naufragio.
Quince días después del hundimiento llegaron a La Habana Julián Padró, chofer de 26 años, también arribaron Emilio Pallás, un panadero de 29 años y las hermanas Florentina y Asunción Durán, de 30 y 26 años, de Lérida, los que fueron recogidos por el buque Carpathia y llevados a New York donde las naviera les costeó el pasaje hasta Cuba, en donde declararon que nunca más se subirían a un barco, promesa que cumplieron.
Padró viajaba con el fin de residir en Nueva York e intentar prosperar, pero se vio envuelto en el desastre y habló con detalles sobre la batalla campal entre los pasajeros por abordar los botes salvavidas y que en medio del pánico reinante, se deslizó por una soga y cayó sobre uno de los botes que ya se alejaba del Titanic.
Hizo su vida en La Habana, obtuvo la ciudadanía cubana y falleció en 1968, yaciendo en el Cementerio de Colón. Siempre hablaba de que se había salvado de milagro, porque el protocolo de salvamento fue un relajo y de los 2224 pasajeros y tripulantes solo se salvaron 705, entre los que estaba Padró, porque el destino así lo había decidido.
Como los cubanos tenemos presencia en todo lo importante que acontece en el mundo, se dice que el 11 de septiembre de 2001, cuando el ataque terrorista a las Torres Gemelas en New York, pocos minutos antes había pasado por allí un guajiro pinareño invitado por su familia que vivía en New Jersey y que libró de los atentados por pura suerte.
Todo es factible, porque los cubanos estamos, como Dios, en todas partes.
La terminal de helicópteros de La Habana.
No voy a hablar de La Habana de los años cincuenta, ni de La Habana Vieja, para no desgastar el tema, pero si vuelvo a decir que probablemente no vuelva a haber otra ciudad tan linda, tan atractiva y tan llena de vida.
Aunque el centro de las actividades económicas y culturales comenzaba a trasladarse hacia el Vedado, La Habana Vieja en los cincuenta mantenía todo su esplendor y era el sitio preferido de los turistas, en particular los norteamericanos. Nadie había superado todavía al Floridita y al Sloppy Joe’s, ni al Prado, ni a los alrededores del Capitolio.
Grandes hoteles con casinos se alzaban por doquier y se construían otros en la zona de la Rampa, haciendo de La Habana una de las ciudades más deslumbrantes de América.
Yo trabajaba en la calle Chacón y Cuba y más tarde en Obispo y Aguiar, y por mis tareas hube de conocer al detalle toda la Habana Vieja y gran parte de la capital. Sin duda uno de los lugares más atrayentes y cosmopolitas era la calle Obispo y justo en ella surgió la idea de construir una terminal para helicópteros en pleno corazón habanero.
Para construir el helipuerto se escogió el espacio que ocupara el antiguo Convento de Santo Domingo, en la manzana que conforman las calles de Obispo y O’Reilly, San Ignacio y Mercaderes, justo al fondo del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, donde fuera fundada en 1728 la primera universidad cubana, la Real y Pontificia Universidad de San
Jerónimo de La Habana, que estuvo allí hasta 1902 cuando se convirtió en una ciudadela o solar, convirtiendo las celdas de los frailes en cuarterías sin servicios sanitarios ni cocina, hasta 1957 cuando el gobierno de Batista pretendió construir una terminal para helicópteros al servicio del turismo. En ese convento había funcionado por primera vez la Universidad de La Habana por lo que su demolición para construir la terminal aérea, fue objeto de protestas por parte de personalidades políticas y de la cultura.
No obstante el gobierno comenzó a construir un gran edificio para oficinas en cuya azotea estaría el helipuerto y cotidianamente pasaba por allí y veía el tráfico interrumpido, la suciedad predominando en todos los alrededores y la desaparición de inmuebles históricos que se merecían mejor suerte.
Se creó una empresa llamada Terminal de Helicópteros SA, a la cual el Banco Nacional de Cuba traspasó la propiedad y que contaba con un capital de dos millones de pesos, toda una fortuna para la época.
El edificio se comenzó a construir, pero el proyecto no estaba a tono con el entorno y con la llegada de la revolución, el edificio a medio construir y con la desaparición de los casinos, el juego y la convulsión social que trajo el cambio político, el turismo desapareció y los inversiones se fueron de Cuba.
El inmueble fue expropiado por el gobierno, se concluyeron las oficinas y fue destinado a Ministerio de Hacienda y más tarde al Ministerio de Educación, con un considerable deterioro constructivo hasta que la Oficina del Historiador de La Habana lo rescató y lo incorporó nuevamente como sede a la Universidad de San Gerónimo, adjunta a la Universidad de La Habana y atendida directamente por la Oficina del Historiador de La Habana, sin cuya acción La Habana Vieja se hubiera caído literalmente a pedazos.
Pude presenciar su construcción y terminación, pues trabajaba a pocas cuadras de distancia y pasaba a diario por allí, pero llegó la Revolución y cayó dentro del inmenso y sin fondo saco de cosas que el comandante mandó a parar. En este mundo contemporáneo donde el helicóptero es algo corriente, en Cuba deben quedar dos o tres del ejército y uno de la policía, que amigos míos camarógrafos de la televisión han montado para hacer reportajes ante eventos especiales o el paso de un ciclón y han contado que están amarrados con alambres y que es un milagro que no se hayan caído.
Titina escandalizó a La Habana al montar en bicicleta
Cuando era muchacho había un dicho popular que decía:
“Titina, oh Titina, montando en bicicleta
y al doblar una esquina, se le ponchó una teta…”
En esos tiempos “teta” era una mala palabra y había que decir el verso bien bajito para que ningún mayor nos escuchara. Pero ninguno de nosotros sabía de dónde había salido esa expresión.
La primera vez que se vio en La Habana a una mujer manejando un automóvil, Macorina, el escándalo fue tremendo, pero también el día en que se vio recorrer a una mujer en bicicleta las calles de la Habana el alboroto resultó colosal.
Fue el 12 de noviembre de 1894 cuando los transeúntes habaneros se quedaron estupefactos ante el espectáculo extraordinario de una mujer montando en bicicleta, pero pocos sabían que un año antes en la revista Fígaro había sido publicado un artículo con un grupo de muchachas matanceras, entre ellas Julia Bosch, la primera fotografía de tal suceso, que montaban bicicletas, más cuando Antonia Martínez se atrevió a pasear en dos ruedas por la Habana, ahí sí se armó el escándalo porque esa era una actividad eminentemente machista.
Antonia era conocida como Titina y su atrevimiento se convirtió en la comidilla de todos y a lo largo de su recorrido en bici recibió todo tipo de burlas, groserías insultos, pero la galleguita, no solo de España, sino de Galicia, porque los cubanos les decimos “gallegos” a todos los peninsulares. Pero al igual que Macorina, Titina se hizo famosa e inmediatamente le sacaron el versito que cité anteriormente. La fama no fue por su valentía de hacer algo que estaba reservado, no se sabe por qué, a los hombres, sino por el versito alusivo a que se le iba a ponchar una teta por atrevida.
Al cesar la dominación española, nuevos aires de progreso llegaron al país y la influencia de la mujer norteamericana, más moderna, civilizada y liberal que la cubana y las costumbres coloniales españolas que le habían impuesto hizo que un gran número de mujeres comenzaran a pasear por toda la ciudad en bicicleta, a lo que siguió el cabello corto, usar blusas sin mangas más adecuadas a nuestro clima y hasta a enseñar el tobillo
Al final Titina no solo fue valiente al perturbar los preceptos machistas y provocar la ira de la sociedad conservadora, sino que fue una precursora que dio pie para que las mujeres tuvieran tanto derecho como los hombres a disfrutar todos los espacios públicos. La galleguita no era ninguna beligerante ni tenía aires feministas, sino que hizo lo que cualquier persona debía hacer si realmente es una persona libre.
Seguramente Titina se rió y se sigue riendo de aquellos que le desearon un ponche, y no precisamente de una rueda, cuando doblara una esquina.
La bicicleta durante muchos años fue un medio de transporte empleado por mensajeros, repartidores de periódicos, transportadores de rollos de cintas de películas y otros oficios, así como recuerdo a un hombre muy gordo que vivía por Palatino y trabajaba en La Habana Vieja y que el médico le recomendó mucho ejercicio y pedaleaba incesantemente y bajó muchas libras en poco tiempo, por los muchachos y muchachas en su adolescencia, los que adornaban las bicicletas Niágara con rabos de zorra y timbres para anunciar su presencia, hasta que fue cayendo en desuso hasta que se masificó nuevamente durante el período especial cuando la gente iba en bicicleta al trabajo o a pie, o hasta el relativamente nuevo invento del bicitaxi, remedo de la rickshaw popular en China, Japón e India que conocimos en las obras de Julio Verne y de Emilio Salgari.
Titina tiene su puesto en la historia de Cuba, sin duda.
ACERCA DEL AUTOR
Carlosbua: Cubano, Ingeniero Industrial que vive en México con experiencia en el área de la Informática la economía y la administración.