Es una suerte de poligamia, una unión marital de tres. Durante sus años de convivencia intentaron formalizar su peculiar estado civil. Y sólo la muerte de uno de ellos y la lucha por su pensión lograron lo que siempre soñaron: la trireja que constituyeron Alejandro, Manuel y Álex ya tiene la bendición de los tribunales.
Desde principios de siglo compartieron casa, cama, gastos cotidianos, tristezas y alegrías. Hasta que Álex Zabala, que trabajaba en la empresa de salud (IPS Universitaria), murió de cáncer el 16 de abril de 2014. Sus dos viudos reclamaron la pensión, al igual que hizo la madre del difunto. La aseguradora llevó el caso a los tribunales y los maridos decidieron emprender una batalla legal contra la progenitora para exigir lo que consideraban suyo. No era dinero lo que buscaban, cuentan, puesto que ambos trabajan y era un salario mínimo que dividirían entre dos. «No lo necesitamos pero estábamos hablando de la dignificación de Álex, del reconocimiento de la familia», puntualiza Manuel.
Y esta semana lograron su objetivo. La Sala Sexta de Decisión Laboral del Tribunal Superior de Medellín emitió la sentencia que anhelaban. Confirmó el fallo anterior de la juez del Circuito de Medellín, de mayo de 2017, y ordenó el pago de la pensión a Alejandro Rodríguez, bailarín profesional, y Manuel Bermúdez, periodista y docente universitario, incluyendo el retroactivo por los montos que dejaron de percibir desde que Álex falleció. Lo retroactivo suma unos 6.300 euros y a cada viudo le corresponde una pensión mensual de 110.
«Es una relación poliamorosa que tiene los componentes de permanencia y comunidad. Supone el acoplamiento de una identidad como familia que se sustenta en la búsqueda común de los medios de subsistencia, en la compañía mutua o en el apoyo moral, y en la realización de un proyecto compartido que redunda en el bienestar de cada uno de los integrantes de esa familia y en el logro de su felicidad», reza un aparte del fallo. Porque los jueces no se limitan a citar artículos y acopiar jurisprudencia, también trazan a pinceladas su manera de entender el mundo actual.
«Por más de 7 años compartieron techo, lecho y mesa, presentándose ayuda mutua y una convivencia estable entre los tres, ininterrumpida y hasta el momento de la muerte, asumiendo el reto de vivir en triada, teniendo las mismas obligaciones de la vida en pareja», fallaron los jueces.
Alejandro y Manuel hubiesen querido agregar en la demanda a Víctor Prada, maestro en arte dramático y el último en llegar a sus vidas. Pero sólo se incorporó a la familia 12 meses antes de perder a Álex, periodo insuficiente de convivencia para que la justicia colombiana reconozca una relación de hecho.
Antes del fallo y del cuarteto que terminarían formando, ya eran reconocidos en el mundillo de los activistas LGTB porque a Manuel le encanta disertar sobre su causa y narrar sus experiencias sin tapujos: «Soy una loca gritona», dice a Crónica. Relata con orgullo que fue el primero en Colombia en acudir a una notaría para oficializar la unión con Alejandro, cuando proponer matrimonio homosexual resultaba escandaloso.
Naturales de Medellín, una de las ciudades más tradicionales de Colombia, de familias extensas -Manuel es el menor de 15 y el único gay-, no encontraron eco entre los notarios locales para llevar a cabo sus planes. Les vinieron a decir, firmamos un papelito pero nada de fotos ni shows, un acto cuasi clandestino. Declinaron el ofrecimiento y viajaron a Bogotá donde todo es más abierto. Sellaron un acta simbólica con una reconocida feminista por madrina, la francesa Florence Thomas. «Nos vamos a querer toda la vida», se dijeron aquél 3 de noviembre de 2000. Y cuando eran felices los dos, surgió el tercer amor. «Fue el primer elemento del poliamor», rememora Manuel.
«Cuando empecé con Alejandro era un peladito (chaval) de 18 que apenas terminaba el colegio, mucho más joven que yo. Le dije: yo he vivido todo, pero para vos soy el primer hombre, es injusto que empiece a vivir a mi sombra. Sea libre. Si alguien te mueve el corazón, conversemos sobre el tema», agrega. «Como en el año 2004 conoció a Álex en el coro de la Universidad. Alejandro y yo ya llevábamos cuatro años juntos, habíamos tenido otras aventuras sexuales, pero nada serio».
En esa ocasión, sin embargo, su pareja le confesó que se había enamorado de Álex pero que le seguía queriendo a él. «Fue fundamental que no me dejó de querer. Soy un libertario y tampoco quería repetir el modelo de divorcio caótico de los heterosexuales», explica Manuel. «Me di un tiempo para desprenderme. Pero Álex era encantador, silencioso, y nos enamoramos desde la palabra, un amor de conversación. Y un día cualquiera Álex le dice a Alejandro: yo me quedo también con él porque es lo que uno se sueña para el resto de la vida».
DE TRES A CUATRO
Compraron una cama de matrimonio más grande donde cupieran los tres, se acoplaron a la nueva situación en donde todos eran iguales, ninguno llevaba el mando, y siguieron sus vidas sin ocultar primero la triada y después el cuarteto. Así lo confirmaron testigos en el juicio por la pensión. Varios amigos aseguraron a los jueces que siempre les conocieron viviendo y yendo juntos a todas partes, sin disimular su múltiple unión. «Un día apareció Víctor, que tenía 23, como una aventura de Álex y nos conquistó como familia», recuerda Manuel, el mayor. «Terminó siendo el cuarto de la relación. No fue complicado añadir uno más».
Quizá lo más complejo resultó explicar al mundo, comenzando por sus respectivas familias que no terminaban de digerirlo bien, que lo suyo era una unión tan normal como las demás.
Y fue en la audiencia judicial donde asomó el rechazo que algunos hermanos de Álex sentían por el poliamor. Marlenys Zabala declaró que no reconocía a Manuel, Alejandro y Víctor como compañeros permanentes de su hermano «porque se entiende que unión marital de hecho es de dos personas y no de cuatro». Y Albeiro y Jabeth Zabala agregaron que siempre creyeron que su hermano vivía con unos amigos de la universidad.
Pese a esas y otras críticas que han recibido, Manuel, Alejandro y Víctor están convencidos de que son pasajeras. «Cuando nos conocen, los fantasmas desaparecen», aseguran. «El morbo, el bacanal, se van al suelo. Somos una familia muy bonita».