'La Policía, humillada, quería matar'
Cuando las 'abejas reinas' de Stonewall plantaron cara a la homofobia
«The Village Voice» no dudó en referirse a los protagonistas de Stonewall, en Nueva York, como «afeminados» y «locas domingueras». Los artículos de esta prestigiosa revista cultural se centraron en su estética y omitieron cualquier acto que pudiera representar valor o asociarse con luchar por los derechos homosexuales. Y por su parte, el diario local «Dady News» titulaba: «Redada en un nido de homos, las abejas reinas están que pican». ¿Se imaginan adjetivos similares en los periódicos actuales? Imposible, ¿verdad? Pues así fue como informaron muchos medios estadounidenses de los disturbios que prestaron su fecha, hace hoy cincuenta años, para que se celebre hoy el Día de Orgullo Gay en muchas ciudades del mundo: el 28 de junio.
En aquel momento, la homosexualidad se consideraba todavía un «desorden mental» y bailar con un compañero del mismo sexo era ilegal. Todos los estados del país, a excepción de Illinois, penalizaban el sexo homosexual. Y durante las décadas de 1950 y 1960, los psiquiatras todavía usaban la terapia emética, la hipnosis, la terapia de electroshock, las lobotomías y hasta la castración para intentar «curar» a los gays y las lesbianas. Como apuntaba el historiador David Carter en su libro sobre los disturbios –« Stonewall: The Riots That Sparked the Gay Revolution» (2004)–, «un adulto acusado del crimen de tener sexo con otro adulto de manera consensuada, y en la privacidad de su casa, podía tener una multa o llegar a pasar cinco, diez o veinte años en prisión. En 1971, veinte estados aún mantenían leyes sobre “sexo psicopático”, las cuales permitían la detención de homosexuales por esa única razón».
Así estaban las cosas cuando se produjeron los hechos en un pub frecuentado por homosexuales de la calle Christopher, el The Stonewall Inn, que se convirtió en el escenario que marcó el nacimiento del actual movimiento LGTB y el despegue definitivo de la lucha por los derechos de esta comunidad. Unos disturbios que también conmemoran las fiesta del Orgullo de medio mundo, y que este año en Madrid se inauguran con el pregón de la cantante Mónica Naranjo, el 3 de julio, en la céntrica plaza de Pedro Zerolo.
Judy Garland
En la madrugada del 28 de junio de 1969, cientos de personas acudieron al famoso club neoyorquino. Durante años se dijo que fueron para rendir homenaje a la actriz Judy Garland, un icono de la cultura gay desde la década de los 60 cuyo funeral se había celebrado una semana antes. Sin embargo, ninguno de sus protagonistas recuerdan haber hecho ninguna referencia a la estrella de Hollywood y tampoco es mencionada en los informes más fiables de la época. «Me saca de mis casillas que digan que su muerte tuvo algo que ver con los disturbios. Les importaba un comino Judy. Estamos hablando de chicos de 14, 15 o 16 años, y Garland era querida por los gays de mediana edad de clase media. Me enfada porque lo trivializa todo», aseguró Bob Kohler, uno de los pioneros en la lucha por los derechos de los homosexuales.
Sea como fuere, el Stonewall era un club habituado a las redadas por parte de la Policía, que alegaba siempre que el bar carecía de licencia para vender licores. Una excusa. Al parecer, la mafia responsable del local pactaba con la los agentes una cuota de arrestos, los cuales se producían, por lo general, los martes o miércoles. El objetivo es que los fines de semana los dueños pudieran forrarse cómodamente, pero manteniendo un ambiente de miedo.
Esa noche no fue diferente y seis agentes entraron en el club a la 1.20 horas y exigieron la identificación a todo el mundo, como habitualmente. A los jóvenes de aspecto masculino los dejaban ir y trataron de llevarse a los travestis que no oponían resistencia. Pero aquella noche, los clientes decidieron no soportar lo que siempre habían considerado una humillación, la misma que se repetía semana tras semana, y 200 de ellos los rodearon amenazantes.
La Policía entonces apagó la música, encendió las luces y bloqueó las puertas. Algunos intentaron escapar, sin éxito, por las ventanas de los baños, asustados por la legislación vigente contra su condición sexual. «Las cosas pasaron tan rápido que te quedabas sin saber nada. De repente había policías por todas partes y nos dijeron que formáramos una fila y tuviéramos lista nuestra identificación para que nos llevaran fuera», recordaba uno de los asistentes en el libro de Carter. La tensión fue en aumento y, al cabo de unos minutos, comenzaron a llover botellas de cerveza, ladrillos y todo tipo de objetos del mobiliario.