La historia oficial, esa que proporciona largos puentes festivos y fotos de las autoridades delante de una bandera o un monumento dedicado a un hecho terriblemente sangriento, suele olvidar en sus libros a las personas subalternas, especialmente a las mujeres (así, en general) , a las personas racializadas y a aquellas que practicaron otras formas de amar y de ser y más concretamente a la comunidad LGTB.
La historia de la comunidad LGTB no encaja en los relatos oficiales no sólo porque ha sido reprimida y silenciada siendo sus documentos quemados por familias avergonzadas y amantes discretos, sino también porque, en parte, es también una historia de los sentimientos y los afectos algo que choca con los grandes melodramas históricos masculinos, que si una guerra por aquí, que si un genocidio por allá. Hoy propongo que hagamos arqueología sentimental y con un pincel y una rasqueta nos introduzcamos en el maravilloso mundo del lesbianismo decimonono inglés y descubramos a nuestras ancestras.
Amigas decimonónicas con derecho a roce.
El lesbianismo decimonónico encontró un cierto espacio de discreta libertad en la creciente separación de esferas que introdujo el capitalismo inglés del S.XIX. En este esquema, la calle era el mundo del hombre, de los negocios y la política, y dejó al hogar como espacio femenino por excelencia donde la mujer se dedicaba a cultivar sus sentimientos.
La creación de espacios exclusivamente femeninos, como el de las escuelas, la exaltación de la sentimentalidad de la mujer y el aspecto diferencial de este hecho que decía que la mujer era un ser sentimental y no sexual, hizo que apareciera de forma normalizada entre mujeres (mujeres de clase alta, se entiende) el concepto de “amistad romántica”. Este tipo de amistades, que algunas veces eran de larga duración y que por ser no extrañas en una zona de Estados Unidos, eran conocidas como “Boston marriages”, podían convivir con relaciones heterosexuales e incluso con matrimonios con hombres. Las historiadoras del lesbianismo que han estudiado las numerosas cartas que este tipo de relaciones generaron ponen en duda su “blancura”, explicando que si bien no podemos llegar a saber qué tipo de intimidad mantenían esa legión de mujeres entre ellas, sus cartas denotaban un cierto anhelo de contacto físico.
Las damas de Langollen: ¿las lesbianas más famosas del S.XIX?
Si bien el paraguas de un término tan amplio como “amistad romántica” permitió el establecimiento de parejas públicas y de larga duración como la de la pintora Rosa Bonheur con Nathalie Micas –la hija de su patrón quien bendijo la unión antes de morir– también existía el peligro social de ser consideradas transgresoras y condenadas al ostracismo. Entre esos dos extremos se movieron Eleanor Butler (1739–1829) y Sarah Ponsonby (1755–1831) , dos irlandesas que vivieron públicamente durante años como pareja manteniendo la fachada de castidad y que celebrando su excentricidad irlandesa fueron criticadas, conocidas y reconocidas como “Ladies of Langolles” hasta producir la primera línea de souvenirs lésbicos de la historia en forma de grabados, platos y vasos con su efigie.
La prensa, las escritoras y las diaristas de la época explicaban que la pareja vivía de manera respetable pero excéntrica en su retiro de Gales, en el Valle de Welsh –por cierto, actual destino de turismo lésbico– donde construyeron una modesta casita en el estilo neogótico tan a la moda del momento. Sin embargo, pese a esa fachada neogótica y casta, la historia de la pareja lésbica más conocida del SXIX estaba llena de todos los elementos que nos fascinan: hijas de sendos terratenientes irlandeses que vivían relativamente cerca sellaron su amor en un momento de alta tensión dramática.
Butler, la rata de biblioteca, estaba bajo presión materna para ingresar en un convento después de décadas de soltería y Ponsonby estaba reteniendo los avances de su guardián que esperaba la muerte de su mujer (suena música dramática) . Ambas llevaron a cabo rocambolescos planes para escapar de esa economía basada en los matrimonios, se echaron a los caminos e intentaron cruzar los mares vestidos de hombres para poder viajar con mayor seguridad, fracasando en sus fugas. A pesar de ello, fue tal su ímpetu que las familias desistieron de los planes reservados para ellas y les ofrecieron una pequeña paga para que se retiraran al campo, tal y como explicaba un familiar lacónicamente en carta: “ No había caballeros involucrados en la huida, solamente parece un caso de amistad romántica”.
Después de pasar unos años conociendo mundo, va a ser en el retiro del valle de Welsh donde la pareja empezará a ser conocida, recibiendo la visita de viajeros y convirtiéndose en representantes de un estilo de vida que combinaba el estudio académico, la castidad, el retiro rural y la vida piadosa. Su aspecto andrógino de viejos solterones completaba una estampa que era reproducida en grabados para audiencias masivas como ejemplo de vida disparatada pero aceptable. Eran tan conocidas que los periódicos de la época y del entorno recogían sus recetas naturales, sus actividades por horas, sus cuidados jardines y sus intereses de estudio y ellas, conscientes de su fama, escribieron profusamente sobre sus tareas cotidianas. Viviendo ese estilo de vida plácido pero austero, ya que la paga no parecía dar para muchas alegrías, la pareja parecía ser conservadora en todo excepto en su relación, ya que por sus diarios sabemos que despidieron a mujeres que estaban a su servicio por motivos como embarazos no deseados o enfermedades venéreas.
¿Cuál era su relación? Parece claro que utilizaban apelativos cariñosos como “my sweet love” y “my better Half”, también parecía evidente para los visitantes que pernoctaban en su casa que compartían dormitorio, pero cualquier elemento sexual parecía estar más allá de lo aceptable… al menos públicamente. Una de las escritoras del momento que las visitó, Thrale Piozzi, las describía en un texto como “fieles y nobles reclusas”. Sin embargo en sus diarios personales cambiaba un poco el retrato y las calificaba de “malditas sáficas”, jurando y perjurando que jamás pasaría una noche en aquella casa a no ser que estuviera en compañía de un viril irlandés. Otra de sus visitantes, Anne Lister, también se preguntaba por la naturaleza de su relación pero esta vez con la esperanza de haber encontrado un modelo.
Anne Lister, la primera lesbiana moderna
La historia del lesbianismo contemporáneo tiene su gran documento inaugural en los diarios de otra latifundista inglesa, Anne Lister de Yorkshire (1791–1840) . Esta mujer culta y soltera que tuvo el coraje de manejar y aumentar los negocios familiares, conocida por ella como “Caballero Jack”, fue también la autora de una cantidad ingente de diarios, de unos cuatro millones de palabras, que presentaban unas interesantes partes escritas en un código que era una mezcla de álgebra y griego.
Cuando una historiadora los descubrió a mediado de ochenta y descifró esas partes, la comunidad científica simplemente no la creyó por lo explícitos que eran y por como subvertían la imagen de las mujeres de la época: registros de sus aventuras sexuales con mujeres, enfermedades venéreas y anotaciones sobre la menstruación. Esos diarios contaban sus relaciones con mujeres casadas, la desesperanza que ello le producía y la esperanza de que los maridos murieran, sus viajes a París, su modo de ligar hablando de literatura griega y, por supuesto, los eufemismos sexuales.
De todos, mi preferido es el que habla de la relación sexual completa como “going to Italy ”, mostrando como en la Inglaterra de la época el nefando vicio era un invento e importación italiana, aunque “kiss” para referirse al orgasmo, es también bastante bonito. La Señora Lister acabó enrollada con una latifundista vecina con la que vivió tranquilamente salvo algún escándalo puntual por ser vistas besándose en los alrededores de la finca y con la que viajó profusamente –la señora Lister era una escaladora aventajada–. Falleció de fiebres en uno de esos periplos.
Una vida tan bonita mereció, por supuesto, una película titulada The Secret Diaries of Miss Anne Lister (2010) , que tiene un punto Jane Austen pero con pasiones lésbicas desatadas y nada metafóricas (nada de caballos corriendo bajo la lluvia) . Anne Lister es considerada la primera lesbiana moderna, la primera de la que tenemos constancia históricamente, por el modo en el que explica sus deseos, por el reconocimiento personal y consciente de ellos, por el modo en el que los conecta con la cultura, que no están presentes, por ejemplo, en muchas de sus amantes. Al hablar de lo que llamaba “connection with the ladies” en sus diarios empezó a generar una voz propia que siglos después será compartida colectivamente.