¿A quién le importa que los candidatos estadounidenses hablen español?
En los meses que lleva en campaña, Beto O’Rourke se ha empeñado en dejar algo claro: que no es un pendejo. Sin importar si las personas en el público comprenden o no la palabra (que equivale a idiot en inglés), ahora es una parte rutinaria de su discurso de campaña: “No queremos que nuestros hijos miren en retrospectiva a nuestra generación dentro de 40 años y digan: ‘¿Quiénes eran esos pendejos?’”.
Durante el primer debate presidencial demócrata, O’Rourke usó su español con entusiasmo en el horario estelar.
“Necesitamos incluir cada persona en nuestro democracia”, dijo como respuesta a una pregunta sobre impuestos con tintes de inclusión.
El senador Cory Booker intervino para demostrar que él también podía comunicarse en español, que aprendió principalmente en México y Ecuador. Pete Buttigieg, el alcalde de South Bend, Indiana, ha dado a conocer que no solo habla noruego, sino también español, pues ha realizado entrevistas bilingües en Telemundo.
Luego tenemos a Julián Castro, quien dio cierre al debate de la semana pasada al declarar en español: “Me llamo Julián Castro, y estoy postulando por presidente de los Estados Unidos”. Con una gramática imperfecta, Castro les recordó a los hispanohablantes exactamente quién es: el nieto de un inmigrante mexicano que fue criado en idioma inglés en una ciudad de mayoría latina.
En los eventos de campaña, Castro suele omitir el español. Su relación con el idioma, ha afirmado, es algo tensa. Ha tomado cursos, pero aún se siente incómodo hablando español frente a grandes multitudes o sin un guion.
En ese aspecto, representa a muchos electores latinos. Solo el trece por ciento de los latinos que están registrados actualmente para votar en Estados Unidos hablan español como primera lengua, según el Centro de Investigaciones Pew.
Entonces, ¿a quién va dirigido todo este español en el periodo de campaña?
Más de 40 millones de personas en Estados Unidos hablan español, lo cual la convierte en la segunda lengua más hablada en el país, luego del inglés. Sin embargo, la historia del español en esta nación, y quién se siente cómodo hablándolo, es complicada.
La biografía de Castro aclara un poco esta complejidad. De niño, solía acompañar a su madre, una prominente activista chicana, a reuniones y mítines políticos. Ella le contaba historias de cómo la habían humillado por hablar español hasta que la obligaron a dejar de hablarlo. A pesar de que escuchaba el idioma en televisión y entre sus abuelos, rara vez lo hablaba. Cuando Castro fue elegido para el concejo municipal de San Antonio, buscó a un tutor privado.
“Esto tiene su ironía”, dijo en una entrevista. “Hay mayores expectativas de que hable en español porque soy latino. Mucha gente que no pertenece a las comunidades de segunda o tercera generación de latinos no conoce la historia de los esfuerzos para erradicar la lengua española en las familias”.
Incluso conforme la población latina en Estados Unidos sigue creciendo, y una mayoría de los que son padres ahora habla en español con sus hijos, en las encuestas los latinos dicen que no les parece que el español sea una parte esencial de la cultura.
Cerca del 28 por ciento dice que la capacidad de hablar español es un requisito para alguien que se identifica como latino, de acuerdo con Pew. Una encuesta reciente realizada por UnidosUS, un grupo activista latino, reveló que la habilidad de un candidato para hablar español era el último punto en la lista de prioridades de los votantes latinos, muy por debajo de “valorar la diversidad” y “estar dispuesto a trabajar con ambos partidos”.
Nada de eso ha frenado a O’Rourke. Incluso cuando no se sabe si hay hispanohablantes en la audiencia, él alterna el inglés y el español.
Durante un recorrido reciente por Carolina del Sur, O’Rourke mostró su conocimiento del español en prácticamente todas las paradas de su campaña, lo cual sí tuvo un impacto en algunos electores. Tras un foro en Sumter, donde los hispanos conforman un tres por ciento de los 40.000 residentes, una mujer se acercó apresurada para agradecerle. Dijo que él era el primer político que había escuchado hablar en español desde que llegó de México hace casi 20 años.
A pesar de que nació bajo el nombre de Robert, durante la mayor parte de su vida O’Rourke ha adoptado el apodo de Beto, que se usa comúnmente en español para abreviar el nombre de Roberto. Relató que cuando era niño en El Paso, en la escuela pública a la que asistía tomaba clases de español dos veces a la semana, y que tomó cursos de literatura española en la Universidad de Columbia. Tomó unas cuantas clases privadas cuando regresó a El Paso y reforzó sus habilidades lingüísticas antes de postularse para el concejo municipal.
“Creo que los latinos en este país, incluso los que hablan español, han sido marginados y olvidados, si es que alguna vez fueron recordados o conocidos”, declaró en una entrevista. “Así que pienso que es muy importante que todos sepan que no solo son bienvenidos, sino que estamos contando con ellos”.
Tanto O’Rourke como Castro son originarios de Texas y han hecho de la inmigración y sus experiencias en la frontera mexicana un elemento central de sus campañas electorales. La relación que tienen con el español ha moldeado sus identidades políticas y las maneras en que se conectan con los votantes.
O’Rourke es capaz de hablar español de manera casual con una soltura que le parece encantadora a la gente en sus eventos. Castro por lo general se encuentra bajo un mayor escrutinio, pues a menudo le preguntan por qué no habla tan fluido. También ha tenido cuidado de no retratarse como un candidato que atiende únicamente a los votantes hispanos.
“Si vas masacrar el idioma, mejor apégate al inglés”, opinó Arturo Vargas, oficial ejecutivo en jefe de la Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Electos y Nombrados. El grupo organizó un foro presidencial en Miami en junio, en el que ocho candidatos hablaron con varios cientos de personas.
En privado, Castro se ha mostrado furioso por el escrutinio de su español. En 2016, negó con vehemencia un reportaje en las páginas de chismes de The New York Post que aseguraba que estaba “atiborrándose de cursos de Rosetta Stone”, cuando Hillary Clinton estaba meditando sobre quién escoger como su posible compañero de campaña. Al final, eligió al senador Tim Kaine, que es bilingüe.
Durante la campaña de las elecciones primarias republicanas de 2016, Ted Cruz y Marco Rubio, que son cubano-estadounidenses, se enfrentaron para ver quién conocía el idioma realmente. Donald Trump atacó a Jeb Bush por hablar en español, haciendo eco de un argumento que planteó Tom Tancredo, un republicano que se postuló a la presidencia en 2007. En ese entonces, Tancredo boicoteó un debate en español de los candidatos presidenciales republicanos cuando dijo que no había lugar para esa lengua en la contienda electoral porque los ciudadanos naturalizados deben saber hablar inglés.
De entre los estados que votan primero, el español tiene más importancia en Nevada, donde casi el 20 por ciento de los presentes en el caucus demócrata de 2016 eran hispanos.
“Es muy diferente poder contar tu historia sin un traductor”, explicó Astrid Silva, activista de inmigración en el área de Las Vegas. “Así puedes conectar”.
Buttigieg contó que su educación formal del español terminó después de dos años en la preparatoria y que es “muy poco fluido”. Aun así, no ha dudado en aceptar invitaciones para entrevistas en español. “El punto no es impresionar a la gente, sino hacerla sentir incluida”, aclaró.
Tras los debates de la semana pasada, el alcalde de la ciudad de Nueva York, Bill de Blasio, se presentó en el aeropuerto de Miami para mostrar su apoyo a los trabajadores que estaban en huelga. Con micrófono en mano, gritó en español con entusiasmo una de las frases más conocidas en la historia latinoamericana: “¡Hasta la victoria siempre!”.
Es una frase que hizo popular el Che Guevara, el guerrillero argentino que ayudó a Fidel Castro a dirigir la revolución comunista en Cuba. Cientos de miles de personas huyeron del régimen, muchos hacia el sur de Florida, donde pocas figuras históricas son tan despreciadas como Castro y Guevara.
Como respuesta a la reacción negativa inmediata, De Blasio emitió una disculpa unas horas después, diciendo que no conocía la historia y solo estaba usando las palabras con un significado literal.