El gobernador Ricardo Rosselló puso la cabeza en la guillotina. Bastó un puñado de mensajes filtrados de la plataforma Telegram y Puerto Rico se ha echado a la calle en una protesta masiva que no entiende de negociaciones. En un intento por aplacar la furia popular, el playboy comenzó por abandonar la presidencia de su partido y prometer que no se postularía a la reelección; pero los puertorriqueños querían que se largara y así se lo hicieron saber con calderos y cucharones, palabrotas, coplas, descargas de trapp y conciertos.
La isla del encanto no se recupera aún del desastre ocasionado por el huracán María, que empeoró la ya severa crisis de infraestructura en los sectores vitales como salud y educación. En medio del descontento popular, las conversaciones filtradas produjeron un cóctel Molotov que dejó a Ricky con ojeras casi tan abultadas como las de Díaz-Canel; aunque el gobernante cubano tiene a su favor que sin importar cuantas veces abra la boca y meta la pata, La Habana permanece en estado comatoso.
Mientras Puerto Rico abraza esperanzado un nuevo amanecer, las ruinas habaneras se engalanan y se preparan las congas sin más ánimo que el de acompañar las borracheras para celebrar el 26 de julio, pomposamente bautizado como “día de la rebeldía nacional”. Todavía se antoja paradójico que el fracaso de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes sea motivo de homenaje; pero pensándolo bien no hay fecha más apropiada para recordarle a los cubanos que todo, de principio a fin, ha sido un naufragio, y la única razón de toda esta algarabía es convertir en victoria, y a la fuerza, el primer gran revés ligado al nombre de Fidel Castro.
Si La Habana fuera San Juan los cubanos habrían reaccionado con algo más que sarcasmo ante la canalla definición del Período Especial como “un momento de extraordinaria creatividad colectiva”, palabras de Miguel Díaz-Canel que ofendieron y lastimaron en lo más vivo a tanta gente que se recuerda atrapada en una miseria profunda, sin poder dormir a causa del hambre y viendo a sus hijos lanzarse al mar con el estómago vacío, alentados únicamente por la ilusión de hallar otra oportunidad en Estados Unidos.
Si los cubanos tuvieran un mínimo de amor propio se preguntarían qué están celebrando hoy 26 de julio bajo un gobierno más corrupto que el de Puerto Rico; pero es preferible dejarse enredar por el golpe de populismo y demagogia que a pesar de tantos palos sigue surtiendo efecto. Doce días de protestas en las calles de San Juan y no solo ha renunciado Rosselló, sino que su posible sucesora, la Secretaria de Justicia Wanda Vázquez, también está en la mira por supuestamente encubrir actos de malversación con los fondos destinados a los damnificados por el huracán María.
No quieren parar los puertorriqueños en este movimiento popular inédito que pudiera o no desembocar en la tan discutida independencia; pero es indudable que tuvo su origen en la democracia, la voluntad ciudadana y la libertad de expresión. Cuba, por el contrario, presume de soberanía mientras viola los derechos civiles y cada año invierte un dineral en la farsa por la rebeldía nacional: tres días de asueto para un pueblo arrodillado que agradece la rebaja del precio de la carne de cerdo en honor a la efeméride, aunque la escasez y los altísimos precios duren el resto del año.
Puerto Rico era un polvorín que Rosselló y su gabinete de maleantes hicieron estallar con comentarios tan inapropiados como insensibles. ¿Qué harían los cubanos si algo así sucediera? Probablemente nada, como quedó demostrado hace algunos meses cuando las redes sociales hicieron público el estilo de vida de ciertos hijitos derrochadores y los cubanos se insultaron un poquito en Facebook, pero siguieron con la cabeza enterrada.
De seguro estos niños ricos que no quieren saber de altruismos, se desternillan de risa cada vez que sus padres y abuelos abren la trampa del populismo y dos tercios de pueblo caen dentro. Hoy estarán vacacionando en la Riviera Maya o en las costas del Mediterráneo, a cientos de millas del país de los pencos que a esta hora se amontonan en los kioscos de venta de pollo refrito y verraco grasiento, con vibraciones de música marginal; en tanto ellos, los poderosos, se arrellanan en ambientes confortables para felicitarse por ser los dueños de Cuba, comer opíparamente y brindar con las bebidas del enemigo, muy seguros de que nada alterará su burguesa rutina porque La Habana no es San Juan.