LGTBQ 2019
Un estudio demuestra que algunos hombres no realizan actividades ecológicas por miedo a parecer homosexuales. Otra prueba de que la homofobia no perjudica solo a las personas de la comunidad LGTBQ.
¿Cómo puede ser que un hombre no recicle por miedo a parecer homosexual?
¿Así que por esto se va a destruir el planeta, porque los hombres heterosexuales tienen miedo de que la gente piense que son homosexuales? Según un estudio reciente realizado por la Universidad Estatal de Pensilvania, algunos hombres evitan realizar actividades relacionadas por el medio ambiente porque temen que si alguien les ve reciclando o llevando una bolsa de la compra reutilizable piensen que están buscando ligar con otro hombre. Así que cuando estos hombres estén revolviendo basura chamuscada por el sol para encontrar comida, o nadando a través de Covent Garden o protegiendo a sus familias de un colapso social estilo Mad Max, al menos podrán consolarse pensando que su preciosa heterosexualidad ha quedado intacta.
Por supuesto que la crisis climática no se resolverá solo con más reciclaje y menos bolsas de plástico, pero el estudio es revelador. Tanto hombres como mujeres ven el cuidado del medio ambiente como un rasgo "femenino", y los hombres asocian el comportamiento femenino con ser homosexuales.
Aquí tenemos un aspecto poco discutido de la homofobia. Sabemos que las principales víctimas de la homofobia son, por supuesto, las personas de la comunidad LGTBQ: desde el impacto para toda la vida causado por el abuso y el rechazo, a la constante amenaza de acoso verbal y físico. Pero la homofobia también puede perjudicar a los hombres heterosexuales, empujándolos a un comportamiento destructivo que afecta a las personas que los rodean.
Desde que son pequeños, a los niños se les enseña que los hombres de verdad pelean, dicen cosas degradantes sobre las niñas y las mujeres, demuestran una gran destreza deportiva, evitan parecer muy estudiosos, no hacen nada que demuestre supuesta "debilidad" emocional y priorizan la competencia sobre la cooperación. Es un regimen autoritario invisible, pero que -como cualquier dictadura- se impone a través de la intimidación y la violencia. Los que son percibidos como disidentes -aquellos que involuntariamente o de forma intencional se apartan de estos patrones de comportamiento- están expuestos a sufrir cualquier castigo, desde ser molestados en el pasillo del colegio a ser golpeados, o algo peor.
El abuso comenzará por ser llamados "niñita" o "maricón", y el mensaje es el mismo: te has alejado de la verdadera masculinidad y debes ser castigado por ello. Esta es la policía del género: la homofobia es la guardia fronteriza del patriarcado.
No pretendo con esto hacerme el santurrón: como el hombre adulto homosexual que soy, puedo recordar haber participado de abusos homofóbicos cuando era un niño. Como dijo Jean-Paul Sartre: "Mitad víctimas, mitad cómplices, como todo el mundo". Lo que hace esta experiencia formativa es instalar un pequeño policía dentro de las cabezas de los hombres, sean heterosexuales o LGBTQ, que les grita "¡No hagas esto o parecerás gay!".
Entre los hombres gays, esta homofobia internalizada puede impedirnos corregir a un extraño que nos pregunta si tenemos novia, porque nos avergüenza decir la verdad. Pero también nos lleva tristemente a rechazar a hombres afeminados, a menudo de formas hirientes y humillantes, como decir que solo nos gustan los "hombres de verdad" o sugiriendo que el comportamiento afeminado atrae a la homofobia, culpando a las víctimas de una forma deprimente. Algunos hombres ponen "solo chicos que parezcan heterosexuales" como condición en las aplicaciones de citas (perdón que os decepcione, pero ningún hombre parece heterosexual cuando está teniendo relaciones sexuales con otro hombre). Esto genera vergüenza y rechazo a uno mismo, lo cual deriva en angustia y puede llevar a la automedicación mediante drogas o abuso de alcohol.
Entre los hombres heterosexuales, existe una sencilla prueba para la policía interna: incluso muchos hombres que defienden abiertamente los derechos de la comunidad LGBTQ se ofenden si alguien piensa equivocadamente que son homosexuales y piden que les expliquen qué comportamiento los llevó a esa conclusión.
Esto puede hacer que hombres adultos se nieguen a echarse atrás o retirarse cuando una discusión se sale de control peligrosamente. Puede significar competir con amigos hombres por ver quién dice lo más degradante sobre las mujeres, normalizando una cultura que termina con niñas y mujeres acosadas y violadas. Y también puede hacer que los hombres que sufren depresión y ansiedad piensen que es poco masculino, o de hecho homosexual, hablar de sus sentimientos. En Reino Unido, el suicidio es la principal causa de muerte de los hombres menores de 45 años. Tenemos aquí a hombres atrapados en el alambre de espino que delimita la frontera de la masculinidad recalcitrante.
Es evidente que el éxito de las campañas por los derechos de la comunidad LGTBI también liberarían a los hombres heterosexuales. Junto con el feminismo, ya han cambiado el significado de ser un hombre. Ahora los hombres hablan más de sus sentimientos que antes, tienen más amigas o amigos gays y dedican más tiempo a la crianza de los hijos, aunque no sea tanto como deberían. Cuando el patriarcado acabe en el desguace de la historia, todo el mundo -hombres, mujeres, no binarios- será libre de ser sí mismo, sin la policía interna. Desafiando a los que protestan frente a las escuelas, ofendidos de que a los niños les enseñen que se puede tener dos madres, nuestro sistema educativo debería hacer mucho más por cambiar las normas opresivas. Quién sabe, quizás algún día los hombres puedan reciclar basura sin importarles que alguien piense que quieren salir con otro hombre.
Traducido por Lucía Balducci
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