El primer intelectual en salir del armario en su país es hoy un narrador sólido y prestigioso cuya obra trata de averiguar cómo ser marroquí y homosexual sin dejar de ser ninguna de las cosas.
El escritor Abdelá Taia posa para ICON en la sede madrileña de la editorial Cabaret Voltaire
Abdelá Taia, el niño pobre que despertó la conciencia homosexual en Marruecos
Asegura Abdelá Taia (Salé, 1973) que cuando era niño nunca pensó en convertirse en escritor, pero mucho menos en motivo de escándalo. El primer intelectual marroquí en salir del armario asumió su destino como algo dado. “Ser escritor era un sueño de niño pobre”, explica con motivo de la publicación de El que es digno de ser amado (Cabaret Voltaire), una novela que, como gran parte de su obra, comienza en el Marruecos de su infancia. “Los sueños eran cosas que sucedían en la tele. Sabía que nunca se cumplirían, porque era verdaderamente muy pobre. Incluso cuando, más tarde, conocí a un suizo, ligué con él, terminé mis estudios de literatura francesa en Ginebra, me fui a París y empecé a escribir, seguí empeñado en la escritura, pero sin pensar que pudiera interesar a nadie”.
Todo cambió en verano de 2005. La televisión marroquí produjo una serie sobre artistas marroquíes en el extranjero, y Taia protagonizó un documental de 30 minutos. “Fue sensacional”, recuerda. “La gente en Marruecos vio que era un buen chico, humilde, sin arrogancia, que hablaba bien francés y había escrito un libro. Yo representaba un motivo de orgullo porque en el vídeo salía en París, en el Barrio Latino, paseando por el Louvre… Eso, para los marroquíes, son cosas importantes. Y pensaron que había triunfado. Así que pocos meses después, en enero de 2006, salió mi nuevo libro, fui a presentarlo a Marruecos y dije que era homosexual”. Y entonces el héroe se convirtió en escándalo.
Hace más de dos décadas que Taia vive autoexiliado en París, donde ha escrito y publicado una decena de novelas en francés, la mayoría de ellas publicadas en español en la editorial Cabaret Voltaire. Pero el desgarro, asegura, sigue intacto. “Cuando hice pública mi homosexualidad pasé mucho miedo. Un miedo físico, en las tripas, en la piel. Porque, en mi cabeza, los medios siempre están del lado del poder. En los medios solo hablan los poderosos, los ricos y algunos intelectuales muy asentados que son evidentemente burgueses”, denuncia. “Yo era pobre, hablaba de homosexualidad, de la sociedad marroquí, de supervivencia y de literatura, y de que estaba muy solo. Es cierto que la prensa marroquí estaba esforzándose por hablar objetivamente del tema, pero yo seguía estando solo”.
La situación paradójica de la vivencia homosexual en Marruecos es uno de los temas centrales de su obra. “En mi adolescencia algunas películas de Almodóvar se consideraban como porno soft, así que podían verse en salas de cine erótico a las que todo el mundo iba. Fue ahí donde vi, en programa doble, La ley del deseo y Átame, que fueron muy populares. Incluso recuerdo haber visto La ley del más fuerte de Fassbinder o Les nuits fauves. Películas que hablaban claramente de la homosexualidad. En un cine marroquí, en 1992. ¿Cómo llegaron allí? Es un misterio… pero hoy sería impensable”.
Desde su exilio parisino, Taia ha seguido de cerca la evolución del movimiento LGTB en Marruecos. “Para mí hay dos épocas bien diferenciadas”, explica. “A partir de 2004 o 2005, cuando yo empecé a hablar, hubo un periodo en que se permitió a la gente expresarse. Los periodistas marroquíes hacían autocrítica y comenzaban a hablar de forma objetiva de los homosexuales, la asociación LGTB fundó una revista en árabe y, en cierto modo, había una brisa de cambio que casi siempre procedía de la clase media o baja, a la que yo pertenecía”. El cambio llegó tras la primavera árabe de 2011, una época “de inmensa conciencia política”. “Posteriormente la sociedad evolucionó de otro modo, pero recuerdo que en Marruecos, durante el movimiento del 20 de febrero, una de las cosas que se pedían era la despenalización de la homosexualidad. Estaba en el programa. Hoy estamos en otro periodo en el que ha quedado claro que el poder, en Marruecos, no quiere cambios. Y no hablo del gobierno ni de los islamistas, sino de las estructuras de poder en general. De todos los poderosos. Antes del islamismo ya había una ley que criminalizaba la homosexualidad. Sin ir más lejos, los socialistas marroquíes no hicieron nada para cambiarla cuando gobernaron”.
Sin embargo, explica, la rígida legislación no impide una cierta libertad que ha encontrado un canal natural a través de las redes sociales. “Desde hace unos años hay algunas superestrellas de Youtube que son LGTB. Varios de ellos son transgénero. Para los legisladores, no existen. Pero hablan a millones de personas”. En los últimos tiempos, el activismo de Taia se ha vuelto más intenso. Especialmente desde la publicación, a finales del mes de julio de este año, de una tribuna en Le Monde donde abogaba a favor de la despenalización de la homosexualidad en Marruecos.
De ahí no es difícil saltar a otra cuestión espinosa: la del mito de Marruecos como paraíso homosexual, fomentado durante buena parte del siglo XX por occidentales que acudían al país magrebí atraídos por el la leyenda de la extrema liberalidad marroquí, especialmente de puertas adentro. “No sé si Marruecos es un paraíso homosexual, aunque quizás lo fuera para Paul Bowles, Tennessee Williams o Jack Kerouac”, responde. “Bowles me encanta, pero lo que dice sigue la estela del orientalismo y del colonialismo e incluso de una cierta depravación muy anglosajona que consiste en ir en busca de salvajes para experimentar el paraíso primitivo. Pero esa gente no hizo nada para ayudar a los marroquíes, y mucho menos para ayudar a los homosexuales marroquíes. Iban para tener sexo barato con jóvenes marroquíes y fumar hachís. Así de claro”. Le preguntamos por otro ardiente defensor de la cultura marroquí, Juan Goytisolo, a quien Taia conoció. “Bueno, es que Goytisolo era otra cosa. Siempre defendió la cultura árabe, la defendió por escrito, escribió muchísimo acerca de ella y se le atacó por ello. Y sus libros están tan impregnados de la estructura y la estética de la cultura árabe que creo que conocía la cultura árabe mejor que yo, por ejemplo. Goytisolo no tiene nada que ver con Bowles o Kerouac. Hay que ser justos con él”.
¿Qué hay entonces de esa afirmación de que la homosexualidad, en Marruecos, se practica pero no se menciona? “Todo ser humano tiene la necesidad de follar, y da igual que esté en Sudán o en Austria o en Marruecos o en Chile. Así que uno se las apaña a pesar de la ley, las prohibiciones y los tabúes. Hay tabúes en todas partes, incluso en el mundillo literario de París, donde hay muchos homosexuales casados y en el armario. Los tabúes están mucho más arraigados en el alma humana que la ley. Luego están la ley y el poder, y la gente en Marruecos no es tonta. Sabe que si habla abiertamente va a la cárcel o se expone a las críticas. La ley no les obliga a ser hipócritas, sino a protegerse y a protegerse de la mirada de los otros, que podrían denunciarlos al poder. Así que, en lugar de hablar de sociedades musulmanas homófobas, porque no se puede tratar a toda una sociedad de un modo tan esencialista, hay que señalar a la ley. Y preguntarse por qué el poder no quiere dar la libertad a sus individuos, que deben robarla como pueden. Y no lo digo para defender a Marruecos. Pero un escritor debe profundizar y entender el contexto en el que se mueven las personas. Después de las revoluciones árabes han pasado muchas cosas, y ya no se puede hablar de estas sociedades del mismo modo que antes, desde ese cómodo orientalismo”.
En El ejército de salvación (2006), que él mismo llevó al cine en 2013, Taia narra su llegada como inmigrante a Suiza. En El que es digno de ser amado, la voz del protagonista, Ahmed, ya no es solo la del niño marginado, sino la de un hombre en busca de un arraigo imposible. “Cuando llegué a París, en 1998, no tenía miedo. Deseaba conquistar la ciudad como los héroes de las novelas de Balzac o de Zola. No temía a los burgueses ni a las editoriales. Contacté con todo el mundo, no tenía vergüenza, era casi un arribista. En Marruecos, cuando veía un marroquí rico, me volvía pequeño. Pero en París no me sentía pequeño. Así que pasé de largo por el racismo. El racismo contra los árabes y los musulmanes no me afectaba. La vida no era fácil, a menudo no tenía ni para comer, pero no era grave, porque estaba en París, una ciudad donde incluso podía cruzarme con Isabelle Adjani”, bromea.
“Pero llegó un momento en que la soledad y las dificultades se tradujeron en ataques de pánico”, recuerda. “Si me preguntas, te diría que no me siento un exiliado. A veces me deprimo, pero me acuesto, duermo, me levanto y ya está. Nunca me dura más de dos días. En mi cabeza no soy un exiliado, pero el cuerpo tiene otra consciencia que acaba imponiendo su verdad al espíritu”, apunta. “Mi cultura y mis lecturas de Voltaire o Proust me protegen, pero solo mentalmente. Mi cuerpo sigue vinculado sentimentalmente a la lógica de otra tierra. Y el cuerpo, curiosamente, pide límites, que no son los del racismo, sino los que se experimentaban en la tierra natal”. Ese es el tema central de su novela más reciente, cuyo protagonista, Ahmed, al igual que Taia, ha pasado ya la cuarentena. “Tiene el corazón seco", explica. "Ha ido a la universidad, tiene cultura, habla bien, tiene un novio francés y cumple todos los requisitos para sentirse libre en el sentido francés del término. Y se da cuenta de que para volverse libre ha tenido que matar una parte de él, igual que, en Marruecos, tuvo que sacrificar una parte de sí mismo para que no le violaran o mataran por ser homosexual”. En ese punto no es difícil reconocer en el personaje a un trasunto del propio autor. “Yo, por ejemplo, tuve que dejar de ser afeminado para que chicos no me insultaran”, recuerda. “Para existir tuve que dejar de existir, en cierto modo. Es algo muy propio de la vivencia homosexual, en la que a veces lo esencial no debe ser nombrado y la verdad no debe ser dicha para sobrevivir. A veces hay que inventar un espacio en el que existir sin existir”.
La literatura más reciente de Taia aborda esas cuestiones en un doloroso proceso de examen de identidad que, asegura, no mitiga los dilemas internos. “No por convertirnos en artista o escritor se resuelve todo en nosotros”, responde. “Los problemas, las neurosis, las heridas siguen ahí. El arte no cura las heridas. Roba la vida del artista, pero no la cura. Estoy convencido de ello. Para mí no hay efectos catárticos en la escritura”.
Abdelá Taia
|