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REBELIÓN, HIPPIES, CULTURA
El mundo joven se rebelaba, imponía una nueva moral, y los jóvenes cubanos teníamos que repetir consignas como pericos, y en los más dignos casos, me incluyo, callar.
Estatua de John Lennon en la Habana
Los «hippies» cubanos
Se nos persiguió; nos enviaron a campos de trabajos forzados, la chusma diligente le raspaba la cabeza a los varones, el acabose. A mi me acusaron de diversionismo ideológico, entre otras cosas, porque llevaba saya maxi y sandalias “de churrocitas” como les decían. El Kiko plastic era la consigna.
A Retamar le dieron un mitin de repudio porque llevaba el pelo “largo” en la Velada Solemne.
No tuvimos comunas sino trabajo forzado, ni conciertos, ni “música extranjerizante” sino los infames Pello el Afrokán y “Pastilla de menta” …hasta que comenzó a salvarnos el Grupo de Experimentación Sonora; en aquella época hasta Silvio estaba castigado por el energúmeno de Serguera. Tampoco podíamos vestirnos con la imaginación de contracultura de los adolescentes y adultos jóvenes de todo el mundo; la cosa, con suerte, era a lo Mao, pero no al estilo jipango.
Nada parecido a la Primavera de Praga, ni a Paris, por suerte ni a Tlatelolco.
El mundo joven se rebelaba, imponía una nueva moral. Se protestaba en el mundo contra todo aquello que era injusticia. Los jóvenes cubanos teníamos que repetir consignas como pericos, y en los más dignos casos, me incluyo, callar.
Una breve brisa fresca de juventud acarició y puso patas arribas el statu quo occidental. Un sopor de muerte caía sobre el susodicho Cordón de la Habana para mantener el statu quo de la condición de esclavos.
Aquello quedó como decreto gubernamental en el Congreso de Educación y Cultura.
Cuando la debacle de la zafra del 70, esperada por todos con sesos, se recrudeció la represión, como es siempre el caso del gobierno cubano ante una crisis.
Pero la cosa estaba fea y había que darle una migaja a los peluos. El uniforme chino dejó paso tímidamente a un vestuario mas juvenil. Tampoco así, nada de tye dye ni banderas americanas (que hoy pululan por las prostituidas calles de Cuba). A los varones se les permitió un tímido corte diferente al del Ejército Juvenil del Trabajo. Tampoco así, nada de melenas; esas vendrían después cuando la dictadura estaba pidiendo agua por señas y le deban lo mismo cualquier cosa mientras no se atacara a Juan Carón. Allí fue que surgió la recholata que traería la actual degradación.
Entonces aparecieron Silvio, Pablito (que venia del feeling) et alia. Tampoco así, Pedro Luis Ferrer solo podía cantar en la Casa de la Cultura de Arroyo Naranjo.
Aquel movimiento no tenía nombre y en el totalitarismo todo tiene mayúsculas, La Nueva Trova.
Se permitieron también los cantautores españoles y latinoamericanos. Tampoco así, nada de los ingleses y estadounidenses. Habría que esperar otro milenio para tener un concierto de los Rolling Stones en La Habana.
Hoy día no se reconoce lo que enfrentamos al nivel mundial y al local. Las muchachas no saben que estas viejas inventaron la minifalda, descartaron a las chaperonas y a todo freno a su libertad por derecho propio. Defendíamos a los gays y a todo grupo marginado.
Murió el demonio intelectual, vino Raúl y el yes man de Díaz-Canel, el reguetón la sempiterna hambruna. El ciego sol, la sed y la fatiga en la terrible cola por los pollos/ El cid no cabalga.
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LOS «HIPPIES» CUBANOS (II)
Jóvenes homosexuales desaparecidos en la UMAP
Éramos jóvenes y nos conformábamos con poco en el orden material
La dictadura no podía regirnos nuestro tiempo libre; no éramos mamertos. Teníamos una vida individual y colectiva al margen de los dictámenes del gobierno.
Los “hippies” cubanos, después de todo, nos las arreglamos para pasarla bien. Siempre había un sitio de reunión en algún lugar del espacio que nadie sabía dónde era, pero lo encontrábamos, los peluos, los barbudos, las chicas de melenas por la cintura o cabeza rapada.
Allí iba un muchachito de San Antonio de los Baños, flacucho y con nuez de Adán, con su “No hay nada aquí”, “Narciso el Mocho”, “La familia, la propiedad y el estado” (misógina canción, por cierto), “Canción de invierno” y todas aquellas que iba componiendo aun con solo su guitarra, ni orquestación ni soberbia ni genuflexión ni millones de dólares.
La casa (el sitio, el lugar, el ambiente) apenas tenía muebles y la mayoría nos sentábamos en el suelo. En general el convivio era con agua o nada, salvo el poco ron que algunos llevaban, y la marihuana que me daba mal olor a la ropa, aunque no la fumara, no por santurrona, que para nada lo soy, sino porque no me interesaba.
Si esa fuera la única travesura hubiéramos sido perritos falderos.
El primer frente de ataque era la radio de EEUU. Sabíamos qué canción estaba en el hit parade y muchos hasta aprendieron ingles escuchando por la radio a los Beatles y a los Mamas and the Papas.
Nos prohibían la “música extranjerizante” pero no podían con la sinfónica. Entonces se trataba del concierto a un Carmelo de guachipupa y pan con pasta de ave…rigua, si acaso.
No importaba mucho, éramos jóvenes y nos conformábamos con poco en el orden material. Otras veces era de la cinemateca al Carmelo (siempre íbamos al de Calzada). Lo importante era la tertulia hasta que iban a cerrar y nos sacaban como a moscones simpáticos.
Quedamos en que las ataduras se habían quemado.
—¿Por qué llevas abrigo en octubre?
Se abre la prenda y estaba como Dios la trajo al mundo.
—Porque así no puedo estar y estoy esperando a mi amante.
Esa casa, sitio, Atlántida habanera siempre tenia cuartos disponibles “para las carteras”. Un día fui a buscar mi bolso y me encuentro una pareja en pleno coito que ni se enteró de que yo había entrado.
No solo éramos los habaneros. Una amiga santiaguera hizo el amor con su novio en la Basílica de la Asunción, Catedral de Santiago.
El tercer ejemplo merece un artículo aparte; se los prometo.
Por supuesto, para las mentes estrechas éramos unos pervertidos que no nos bañábamos, robábamos, y éramos homosexuales.
Decía la portera de F y 3era, el edificio de becas de la Facultad de Humanidades:
—Labao sea el Senol, vamo a tener que hablal con lo ministrios. Estos hermosesuales de las escuelas finas tan acabando.
Hace poco una muchacha joven y de pocas luces me espetó:
—¿Tú eras jipi? ¿No te bañabas?
No me baño desde entonces y guarda tu cartera que los jipis fachamos.
Crecimos, algunos envejecieron, otros nos moriremos jóvenes.
Jóvenes homosexuales desaparecidos en la UMAP
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Era una época difícil en Cuba, ya que surgían grupos de hippies por dondequiera y en la Víbora también tuvimos uno: Los Happy Boys. Nos reuníamos a bailar y a cantar y a hacer cosas como todos los jóvenes del mundo, pero la persecución era mucha. Te prohibían tener el pelo largo, vestir a la moda y te inculcaban lo que tenías que pensar.
Del año 1966 al 69 yo calculo que habré caído preso por estas cosas más de 60 veces. La policía te paraba y te llevaba preso para la estación más cercana solo por tener el pelo largo, por tener un disco americano, un pantalón apretado, en fin, por cualquier cosa eras arrestado.
En una ocasión de las tantas, mi hermano Vladimir, utilizando sus influencias, me sacó de una estación de policía a donde fui a parar por tener el pelo largo. Me dijeron que solo saldría si me pelaba. Estas son las cosas con las que tuvo que luchar la juventud de mi época. No me quise pelar en la estación y a la fuerza me agarraron entre 4 ó 5 policías y con tijeras me cortaron el pelo, que parecía un loco acabado de salir de Mazorra. Cuando Vladimir me sacó y me estaban devolviendo mis pertenencias, un oficial me dijo:
-Deberías agradecer lo que te hicimos, pues te ves mejor.
No me gustó la ironía y le fui arriba a golpes empeorando la situación que ya tenía.
Le rompí de un piñazo la cara junto a sus espejuelos y se formó la gorda. Al calmarse todo, mi hermano me dijo que si seguía así me dejaba allí.
Yo le respondí que, después de todo, me alegraba y debería dejarme allí, pues de ese día en adelante el guardia que me pidiera un carnet de identificación, le iba a partir la cara. Y así fue. Cada vez que me paraban en la calle por cualquier motivo, le iba arriba al guardia a piñazos y si podía me escapaba, si no… para la estación otra vez.
Tuve varias causas por escándalo público y en varias ocasiones pasé 2 ó 3 días preso. Ya me estaba acostumbrando a eso. Me conocían en casi todas las estaciones de policía de La Habana.
Siempre que andábamos en grupos de amigos, al salir de alguna fiesta, salíamos caminando y llegábamos a alguna esquina donde nos separábamos, pero siempre nos quedábamos un rato conversando en esa esquina. Eso para los comunistas era un problema. En varias ocasiones se paraba un carro con algún policía o alguien de Seguridad del Estado y te decían que iban a dar media vuelta y que cuando regresaran, no podíamos estar allí. Esas cosas me insultaban de tal forma que el deseo de matar a cualquier comemierda de esos era cada día más grande.
En la época de Machado existia una ley impuesta donde le prohibian a mas de cuatro personas estar en alguna esquina. Eso era inaudito.
Si te agarraban, te metian preso y te acusaban de conspirar.
Todos los amigos me decían:
-Vámonos ya, nos vemos mañana que la cosa está mala.
Yo no acababa de entender eso y fui rebelde siempre.
Un día de tantos nos paró un tipo de Seguridad en una de las esquinas y se puso un poco imperfecto con nosotros.
-Van varios días que los veo aquí a la misma hora y no pueden estar aquí.- nos dijo.
Yo ese día estaba para reventar y le contesté:
-Debe de existir un motivo para que no podamos estar aquí. ¿Cuál es?
-Muy sencillo, aquí mando yo y si les digo que se tienen que ir, lo tienen que hacer. Fue la respuesta del tipo.
-Pues puedes dar las vueltas que quieras que no me voy a ir a ningún lado. No estamos cometiendo ningún delito y esto es un país libre y me paro donde me de la gana.- le grité.
-¿Tú te crees muy guapo?...-empezó a decir y haciendo ademán de sacar la pistolita como para intimidar, cosa que hacían casi todos.
No lo dejé terminar. Lo estaba cazando y cuando menos se lo imaginaba, le propiné una buena patada en los huevos que casi lo dejo sin respirar. Con la misma, le fui arriba dándole golpes y le quité la pistolita. Lo dejamos tirado en el piso y nos llevamos el carro del oficial y su pistola.
Eso en Cuba era tremenda candela. Mis amigos no querían salir conmigo. Decían que yo era muy violento y que siempre estaba buscando líos y me pusieron el nombre de “Animal”.
Yo no buscaba problemas, lo único que me cansé de tanto abuso y fui después un poco independiente con los amigos. Ellos eran testigos de que yo no tiré la primera piedra, pero como casi todos los cubanos, tenían el alma de corderos y se doblegaban ante cualquier comemierda que tuviera un carnet de policía o del DSE (Departamento de Seguridad del Estado)
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