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De: CUBA ETERNA (Mensaje original) |
Enviado: 11/08/2019 15:26 |
Cuatro días en Panamá (1ra. parte)
Las rigurosas normas aduanales en Cuba permiten importar en pesos (cup) solo en el primer viaje del año. En el resto de los viajes que hagas en el transcurso del año, debes pagar en pesos convertibles (cuc), una moneda que el régimen le ha otorgado mayor capacidad adquisitiva que al dólar estadounidense, a pesar de que solo circula dentro de la Isla.
Las ‘mulas’ cubanas ya trazan nuevas rutas de viajes
El martes 23 de julio, un día antes de que el gobierno de Panamá suspendiera la emisión de tarjetas de turismo a los cubanos, Luis Ángel, su esposa y dos hijos a la seis de la mañana llegaron al Aeropuerto Internacional José Martí, a quince kilómetros del centro de La Habana, en un viejo Chevrolet remozado que un vecino del barrio alquila a precios más baratos que los taxis arrendados por el Estado.
En el salón de la terminal aérea, con cientos de compatriotas esperando por el chequeo, la falta de climatización agudiza el calor. Una vez realizados los trámites aduanales, a cada miembro de su familia Luis Ángel entregó un bocadito de jamón y queso y un pomo plástico con jugo de mango. Un desayuno-merienda que les permitiría aguantar hasta que llamaran para abordar el vuelo de Copa Airlines rumbo a Ciudad de Panamá.
Con diez años de experiencia como ‘mula’, Luis Ángel dice que “la primera regla es ahorrar todo el dinero que puedas. Si un taxi te cobra treinta chavitos (cuc), debes gestionar uno más barato. No gastar un centavo en el aeropuerto en desayuno o merienda, tampoco en comprar agua, jugo, refresco o cerveza. Es mejor traerlo de casa. Los dólares que hayas podido reunir son para gastar en Panamá, donde también debes buscar la manera de ahorrar. Ahora están volando ‘mulas’ inexpertas que no tienen la menor idea de qué cosa es un negocio de importación y tu los ves en Panamá bebiendo cerveza y especulando. Cada viaje a Panamá dura entre tres y cinco días. Debes alojarte en hostales baratos y comer en sitios de precios módicos. Comprar también es un arte. No te puede ir con la primera bola”, explica y añade:
“A los grandes malls y las boutiques se va a comprar cosas para consumo propio o si tienes una lista de clientes que compran por catálogo y te lo han encargado. En la zona franca de Colón debes examinar bien la mercancía y saber regatear, porque a lo hora de vender, los comerciantes panameños son unos bichos. Una regla de oro es tener conocimiento del mercado y de los negocios locales, moverte en Uber y viajar con otras personas, preferentemente de tu familia, para poder traer la mayor cantidad de carga acompañante”.
Las rigurosas normas aduanales en Cuba permiten importar en pesos (cup) solo en el primer viaje del año. En el resto de los viajes que hagas en el transcurso del año, debes pagar en pesos convertibles (cuc), una moneda que el régimen le ha otorgado mayor capacidad adquisitiva que al dólar estadounidense, a pesar de que solo circula dentro de la Isla.
Aunque las enmarañadas normativas aduanales solamente te permiten traer cinco pares de zapatillas deportivas y dos televisores de pantalla plana y te otorgan una puntuación determinada, según el valor de las mercancías que traigas, es casi una hazaña que con tantas trabas para comerciar, los miles de cubanos que se dedican a importar pacotillas vendan a precios más bajos que las cadenas de tiendas por divisas administradas por empresas militares que compran a precios mayoristas.
Mientras Luis Ángel ha diseñado una cadena de ventas que abarca precios económicos y precios de lujos, y en la cual él, su esposa y sus dos hijos venden a un sector determinado de cubanos, de acuerdo a su poder adquisitivo, Miriam y su hermana viajan a Panamá enfocadas en el sector de la peluquería y los cosméticos. “Lo ideal es viajar con cinco o seis mil dólares, cantidades que te permiten hacer buenas compras. Cuanto más puedas comprar, más dinero podrás ganar. Pero nosotras no tenemos mucho capital. Nos dedicamos exclusivamente a comprar cosméticos, productos para el cabello y pinturas de uñas. Por ejemplo, si gastamos 700 dólares en esas compras, luego con sus ventas recuperamos el dinero gastado y ganamos alrededor de 150 dólares cada una”, indica Miriam.
Nivaldo, una ‘mula’ que alterna con su labor como ingeniero, considera que cada persona que viaja a Panamá debiera ir con guión previo trazado. “Lo razonable es cada mula tenga un grupo específico de clientes y que la mayor parte de los encargos después los puedas vender lo más rápido posible. Por cada mil dólares gastado yo gano entre 200 y 300 dólares. A mi regreso vendo la mercancía al por mayor. Eso me permite viajar diez o doce veces al año”.
La Compañía Panameña de Aviación, más conocida por Copa Airlines, realizó su primer vuelo el 15 de agosto de 1947. Actualmente desde Cuba salen ocho vuelos diarios a Panamá. “Hay más vuelos de Copa a Panamá que salida de ómnibus de La Habana a Santiago de Cuba”, comenta de forma jocosa Ignacio, quien se dedica a importar teléfonos inteligentes de marcas exclusivas.
Cada ‘mula’ suele viajar con dos maletas grandes casi vacías. “Tienes que viajar con lo mínimo y dentro de las maletas poner maletines, que luego regresan llenos. Eso sin contar la carga que llega a Cuba en barco y demora entre dos y tres meses”, expresa Luis Ángel.
Al aterrizar el Boeing 737 en el Aeropuerto Internacional de Tocumén, después de los habituales aplausos de los pasajeros cubanos a la tripulación, las decenas de ‘mulas’ se aprestan a realizar los trámites aduanales. Todas desconocían que las autoridades panameñas han puesto luz roja al frenético comercio.
En la fila de la Aduana, funcionarios de migración panameña separan de forma aleatoria a varios cubanos. Los llevan a un área del aeropuerto donde algunos viajeros chino y africanos esperan para ser deportados.
Idalmis, oriunda de Villa Clara, cuenta que después de un registro minucioso querían saber la cantidad de dinero que llevaba consigo y el hotel donde se alojaría. “Hubo dos cubanos que no tenían un dólar encima. Ellos alegaron que sus parientes se lo girarían posteriormente desde Miami por la Western Union. Ni así entendieron. Les cancelaron sus tarjetas de turistas y en el próximo vuelo los mandaron para La Habana. Nunca había visto tan nerviosos y rigurosos a los guardias de inmigración en Panamá”.
A la mañana siguiente, cuando Luis Ángel y su familia desayunaba huevos revueltos y jugo de papaya en un hostal chino huevos, por WhatsApp se enteró que Panamá suspendía temporalmente la tarjeta de turismo a los viajeros cubanos. “Esto es culpa del gobierno cubano. Seguro que Díaz-Canel amarró con el presidente panameño pa’ tumbar los viajes de las ‘mulas’. Se conoce que ellos (los del régimen) quieren montar una zona franca comprándole directamente a Panamá y quitarse del medio a las ‘mulas’. Pero el Estado nunca es eficiente. Si no podemos comprar en Panamá buscaremos otros países”, dice indignado Luis Ángel.
Las ‘mulas’ cubanas ya trazan nuevas rutas de viajes.
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Cuatro días en Panamá (2da. parte)
A los cubanos se les conoce a una legua en Panamá. Por dos razones. Siempre andan en grupos y suelen hablar gritando. Javier es de ésos. Viajó con cuatro amigos del barrio y ahora, mientras remueve con una cucharilla plástica el azúcar de su cortadito, su voz de trueno se escucha en la cafetería del Aeropuerto de Tocumen.
“Asere, ya pasé el control aduanal, los espero en la puerta cuatro”, grita por whatsapp con su teléfono utilizado al estilo de una bocina. Luego de reunirse los cinco amigos, valoran dos opciones para viajar al centro de la ciudad: tomar un bus, el medio de transporte más barato, o un Uber.
“Desecha los taxis pintados de amarillos. Te cobran 25 o 30 dólares. A veces más. La guagua cuesta un dólar y pico y tiene aire acondicionado y wifi. Un vacilón. Para coger Uber tienes que tener tarjeta de crédito. Casi todos los que somos viejos lobos en el bisne de las ‘mulas’ tenemos tarjetas de crédito, pero otros”, aclara Javier.
Durante el trayecto, los rascacielos asoman en el cielo nublado. La capital de Panamá es la ciudad con más rascacielos de América Central. Tiene tantos como Miami. Cuenta con un metro moderno, pero sus autopistas necesitan más señalizaciones. Las calles y aceras están limpias, aunque algunas necesitan reparación.
Osvaldo, panameño de 56 años que en su tiempo libre labora como taxista de Uber, explica que “como en cualquier país, los políticos de Panamá también roban el dinero del erario público. Quizás no tanto como El Salvador o Guatemala, pero meten la mano en el saco. Se inventan unas licitaciones que siempre gana el que le pasa un billete por debajo de la mesa. Con Nito (Laurentino Cortizo), el nuevo presidente, ya estamos pensando tirarnos a la calle para protestar por la subida de impuestos”.
A los cubanos que viajan en el Van no les interesa las interioridades políticas. Quieren saber si han abierto un nuevo negocio mayorista en la ciudad o donde encontrar alquileres baratos. La habitación de un hotel de calidad en Panamá fluctúa entre 40 y 80 dólares. Pero los cubanos que se dedican a importar pacotillas conocen lugares que cobran menos. Y se dirigen al barrio antiguo de Panamá, una plaza de edificaciones coloniales remozadas.
“Ahí vive un cubano casado con una panameña que no es tan apretador. Cobra 15 dólares diarios y 4 por el desayuno. En cada habitación podemos dormir dos personas. Y ahorramos dinero”, comenta Javier.
Al día siguiente, bien temprano en la mañana, a pesar de la llovizna tropical, Javier, sus cuatro amigos y un matrimonio de cubanos que se dedican al negocio de las ‘mulas’, por 70 dólares, alquilan entre todos un microbús hasta la zona franca de Colón. Antes, recorren tiendas en el centro financiero de Panamá. Por diversos protocolos establecidos en las redes sociales, conocen cuándo hay grandes rebajas. En unos almacenes mayoristas, calurosos y extensos, compran vaqueros y copias piratas de calzados deportivos de marca.
En Albrook, el Mall más grande de Panamá con 700 tiendas, más de 100 restaurantes y cafeterías, bancos, cines, farmacias y salas de juegos, entre otras muchas ofertas, los cubanos siempre hacen una parada. Por whatsapp se enteraron de que rebajaron freidoras de aire y ropa de hombre. Como una tropa élite bien entrenada, se despliegan por el Mall. Es tan descomunal, que si demoras diez minutos en cada establecimiento, demorarías 56 horas en recorrerlo.
Maricela, residente en Pinar del Río, y una amiga se dirigen por GPS a la tienda. Un grito desmesurado se escucha desde el segundo piso. “Oye, Maricela, sube pa’cá que ya me separaron las compras”, vocifera su amiga. Allá va el escuadrón criollo, a comprar bermudas de mezclilla, a 5 dólares cada uno, un precio regateado por aquéllos que van a adquirir una o dos docenas. Javier hace un trato con el dependiente y adquiere todo lo que queda en el almacén, alrededor de ochenta bermudas, a 3.50 dólares cada uno. “En Cuba se pueden vender a veinte cañas (cuc) y te vuelan”, afirma y mentalmente saca cuentas de las futuras ganancias.
A los panameños, por lo general, les agradan los cubanos. “Casi todos vienen a comprar. Dejan aquí un montón de dinero. Aunque siempre hay un frijol podrido que arma bronca cuando se da dos tragos. El único defecto que le veo a los cubanos es que muchos no son muy bien educados. Yo pensaba que después de tantos años de revolución y la fama de tener una educación de primera, eran más cultivados. Hablan gritando y gesticulan como simios. Otros son fanfarrones. Pero son buena gente”, expresa Anselmo, sobrecargo de Copa Airlines.
Cuando el microbús donde viajan Javier y sus amigos llega a la zona franca de Colón, los cubanos vuelven a desplegarse y recorren los grandes almacenes mayoristas que venden a precio de bulto cualquier cosa.
En la lejanía se divisa el fabuloso Puente de las Américas que cruza el Canal de Panamá, una de las más grandes obras de ingeniería humana que permitió acortar los viajes a Europa y Asia gracias a una serie de diques y transvases que conecta el Oceáno Pacífico con el Atlántico.
Mientras el grupo de cubanos recorre los almacenes, Ricardo, empresario panameño, considera que no “es buena idea suspender los viajes de los cubanos. Esa gente deja millones de dólares en Panamá. Es cierto que la investigación se abrió debido a la denuncia de algunos empresarios, pues un grupo de cubanos había montado negocios paralelos en casas de la zona de Colón. Compraban toda la mercancía que necesitaban sus compatriotas y luego se la revendían un veinte o treinta por ciento más cara. A los que hay que sacar del país es a esas personas que violan las normas de negocios. No prohibir que los cubanos sigan viniendo. Se rumora que el presidente Nito Cortizo cuadró con el de Cuba para que el Estado sea el que compre al por mayor y en una zona especia revender los productos. Los cubanos son bien bichos. Tienen instinto para los negocios, como los judíos. Es una pena que vivan en una dictadura”.
Un análisis publicado en agosto de 2018 por The Havana Consulting Group planteaba que alrededor de 2,390 millones de dólares salen de Cuba cada año. Una parte va a parar a las líneas aéreas ($426 millones) que transportan a los cubanos a Estados Unidos, Panamá, México, Guyana, Haití, República Dominicana, Ecuador y Rusia, entre otros destinos. Otra parte queda en manos de los dueños de las tiendas y almacenes ($1,008 millones) donde los cubanos hacen las compras de mercancías para después enviarlas a Cuba. Otra queda en manos de las agencias que empacan los productos ($58 millones) y las que se encargan de la logística ($52 millones) para el envío de la mercancía a la isla. Otra en manos de hoteles, hostales, dueños de apartamentos, casas, restaurantes y taxis ($472 millones), que brindan hospedaje, alimentación y transporte a los cubanos durante el tiempo de estancia en los países donde gestionan o realizan sus compras.
Cuando cae la tarde, los cubanos regresan a Ciudad Panamá cargados de paquetes. En el horizonte aparecen cientos de rascacielos. Javier confiesa que le gusta Panamá. «Es un buen sitio para vivir», dice. No hay un alto grado de delincuencia y el salario promedio ronda los 700 dólares mensuales. Después de la derogación de la política de pies secos, pies mojados por Barack Obama, muchos cubanos han optado por emigrar a Panamá.
“Si vienes con miles de dólares eres bien recibidos. Si llegas sin un centavo, las autoridades te quieren echar. Como en cualquier país, excepto Estados Unidos. En ningún lugar quieren a los muertos de hambre”, opina Sergio, un cubano que lleva ocho años en Panamá y regenta una licorera en una zona de clase media.
Otros, sin un dólar en el bolsillo, viven en albergues de la iglesia, a la espera de normalizar su situación. Llamémosle Armando. Llegó hace siete meses y baila reguetón con dos calaveras en los semáforos, intentando sobrevivir con las monedas que le dan. La meta de la mayoría de los cubanos ilegales en la patria de Rubén Blades era Miami. Panamá es lo que más se le parece. Pero si de algo están seguros es que a Cuba no vuelven.
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CUATRO DÍAS EN PANAMÁ (3ra. parte y final)
Panamá exige nuevamente visas a los cubanos aunque tengan tarjeta de turismo
El miércoles 24 de julio el cielo amaneció encapotado en Ciudad Panamá. Toda la madrugada llovió sin parar y en el horizonte incesantemente estallaban relámpagos.
Cuando amaneció todavía continuaba lloviendo. A la hora del desayuno, desde un hotel en la Avenida Argentina, un grupo de cubanos, bajo la lluvia, se fue caminando hasta una cafetería administrada por un matrimonio chino que apenas habla español. Antes, pasaron por una licorera y compraron dos botellas de ron El Abuelo y varios pomos de agua mineral. El dueño y la cajera también son chinos y hace cuatro años llegaron a Panamá.
No muy lejos de la cafetería, en la oficina de un viejo almacén, cercano a un puente que conecta el centro financiero con el barrio viejo, se puede divisar la retirada del mar, algo inusual para habaneros como Javier y sus tres amigos. Luego de observar el fenómeno marino, los cuatro fueron atendidos por un empleado de origen chino, quien se encargó de registrar y cobrar la carga acompañante que en dos meses un buque transportará rumbo a La Habana.
Curioso, Javier le pregunta: “Amigo, ¿por qué hay tantos chinos en Panamá? Parece que estoy en Macao en vez de un país de América Central”. El empleado no sabe qué contestar. Se ríe con un tic nervioso y se encoge de hombros.
Aunque solo domina un puñado de palabras y expresiones en castellano, consigue explicar que hace siete meses llegó a Panamá, trabaja trece y catorce horas diarias, registrando y cobrando cargas. Duerme en un galpón al fondo del almacén. Un pariente le consiguió el trabajo. Un buen día, en el aeropuerto internacional de Shanghai tomó un vuelo con destino a Panamá y por ahora no tiene previsto fecha de regreso.
En el lobby del hotel Best Western Plus, una periodista panameña aporta más información sobre la presencia china en su país. “La migración china tiene más de 165 años en Panamá. El primer grupo fue de 750 personas y llegaron para la construcción de ferrocarriles. En 1914, durante la construcción del Canal, hubo otra oleada importante. Eso se ha mantenido así a lo largo del siglo XX y el XXI. Según un estudio, de los cuatro millones de habitantes de Panamá, puede que hasta un nueve por ciento tenga orígenes chinos”, expresa la reportera y añade:
“Contrario a los negocios estadounidenses y europeos que se establecen en el país, pero contratan personal panameño, debido al auge de la economía, China aumentó considerablemente el número de empresas e inversiones en Panamá así como el número de chinos para trabajar en la construcción y en los negocios que se creaban. Son tan fuertes los nexos con la República Popular China, que por presiones del régimen chino, el anterior gobierno tuvo que romper las relaciones con Taiwán. Las autopistas, muchos de los rascacielos, el metro y decenas de obras, son financiadas por China. Se prevé construir un tren bala que costaría más de 4 mil millones de dólares. Eso preocupa al sector empresarial panameño. El nuevo gobierno presidido por Laurentino Cortizo, que tomó posesión el pasado 1 de julio, congeló numerosas inversiones chinas que formaban parte de la llamada Nueva Ruta de la Seda. La idea es no poner todos los huevos en el mismo canasto y diversificar las relaciones económicas con el resto del mundo. Si preguntas en la calle, los panameños te dirán que ellos prefieren los negocios con Estados Unidos y Europa, porque son democracias consolidadas. Los negocios administrados por chinos apenas dejan beneficios a sus trabajadores, los salarios no son buenas y trabajan mayor cantidad de horas. Para no violar las leyes laborales panameñas, los empresarios chinos prefieren traer personal de su país”.
El silencioso imperio chino ha invadido sin disimulo a Panamá. El régimen de Xi Jinping ha reconocido el rol ‘estratégico’ de Panamá en su penetración en América Latina. Cientos de firmas chinas tienen publicidad en las calles panameñas. En un pequeño establecimiento en el centro financiero, un amable dependiente chino insiste a varios emprendedores cubanos, conocidos como ‘mulas’, que con descuento compren teléfonos inteligentes ZTE, OPPUS y Huawei. Raisa, oriunda de Matanzas, provincia a 100 kilómetros al este de La Habana, dice a Diario Las Américas que ella se especializa en la compra y venta de celulares de alta gama.
Al dependiente chino, que entiende bien el español, Raisa le explica que «en Cuba, aunque la gente no tenga que comer o el techo de la casa se le esté cayendo encima, a los cubanos les gusta alardear y por eso compran smartphones de iPhone o Samsung. No quieren las marcas chinas, a pesar de que Huawei y otros móviles son buenísimos y más baratos. Es que los cubanos son pro yanquis. De toda la vida han soñado con el modo de vida americano y se desviven por todo lo que diga Made in USA”. Entonces el dependiente chino le trae a Raisa varios modelos de iPhone y Samsung.
El viernes 26 de julio, mientras el presidente designado Miguel Díaz-Canel ofrecía su aburrido discurso en Bayamo, capital de la provincia Granma, exaltando a Fidel Castro y culpando al embargo estadounidense de las penurias en la Isla, cientos de cubanos, antes de pasar por la revisión aduanera, pesaban sus bultos en el Aeropuerto de Tocumén.
Para poder comprar mayor cantidad de ‘pacotillas’, Julio, de 56 años, viajó a Panamá con una hija veinteañera. Antes de pagar el exceso de equipaje, protegieron los bultos que menos pesan con envolturas de nailon. “Los que menos pesan son cinco y contienen ropa, zapatos y electrodomésticos. Lo pesado, dos motos eléctricas, una lavadora, cuatro televisores y un refrigerador llegarán a Cuba en barco. Por concepto de sobrecarga tuve que pagar 200 dólares. Pero esos gastos se recuperan con las ventas”.
El negocio ha sido tan exitoso para Eusebio que ya tiene pasaporte panameño y suele volar en clase ejecutiva. “Aquello en Cuba está en candela. Si las cosas siguen así, me quedo en Panamá donde tengo una jevita y estoy pagando un piso”, confiesa y de almuerzo en primera clase pide salmón y cerveza clara.
El Boeing-737 despega sin dificultad a pesar del exceso de equipaje. De manera improvisada, las ‘mulas’ cubanas han montado su propia ruta de la seda. Y erigido una estructura económica paralela que funciona con mayor eficacia que la precaria economía estatal cubana.
Dos horas y cuarenta minutos después, en el Aeropuerto de La Habana, superado el exhaustivo registro de la aduana, cogen un taxi. Ya en su casa, sin descansar, comienzan a gestionar sus ventas. Es lo que habitualmente hacen las ‘mulas’: tratan de vender todo enseguida y volar de nuevo a Panamá, a realizar otra ronda de compras.
Pero de momento tienen que quedarse quietos en la Isla. Las autoridades panameñas le han puesto luz roja a los emprendedores cubanos. Hasta nuevo aviso.
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