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De: Joseybittar (Mensaje original) |
Enviado: 18/08/2019 17:29 |
UN GENIO DE LA MÚSICA CUBANA
El músico cubano, que revolucionó todo lo que tocó gracias a una desmedida intuición artística, inspira un documental, libros y un disco de Omara Portuondo con motivo del centenario de su nacimiento.
Benny Moré, el bárbaro del son
Si la música es el alma de Cuba, Benny Moré sería el corazón de la música popular cubana. Por eso no es difícil entender el porqué de tantas celebraciones en la isla este verano, cuando Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez cumpliría 100 años, el 24 de agosto. Le apodaban el Bárbaro del Ritmo, y para homenajearle se ha programado un aluvión de actividades en todo el país: exposiciones, conciertos, concursos, documentales, presentaciones de libros y hasta un disco de la gran dama del Buena Vista Social Club, Omara Portuondo, quien a sus 88 años ha querido grabar 10 canciones que hicieron famoso a Benny, empezando por aquella que compuso al comienzo de los años cincuenta cuando arrasaba con Dámaso Pérez Prado en los salones de baile, Bonito y sabroso, que decía aquello de “pero qué bonito y sabroso / bailan el mambo las mexicanas / mueven la cintura y los hombros / igualito que las cubanas”.
Por aquel entonces lo llamaban en México el Príncipe del Mambo, aunque esa era una sola de sus múltiples facetas, recuerda Portuondo. La de sonero mayor empezó a trabajársela desde niño en el poblado cienfueguero de Santa Isabel de las Lajas, donde vivía con su madre y 17 hermanos, todos ellos descendientes de esclavos congos. Desde pequeño cantaba y se acompañaba con el tres, y su tono era tan afinado que llamó la atención del gran Miguel Matamoros, que le abrió un hueco en su trío y se lo llevó a trabajar con él en 1944, cuando ya su voz flaqueaba. Con don Miguel Moré grabó su primer disco, que incluía temas tan pegajosos como La penicilina, que hablaba de los remedios para el mal de amores.
Con los Matamoros, Bartolo —pues todavía era así conocido— hizo una larga gira por México, tan larga que al final se casó con la enfermera Juana Bocanegra Durán y por consejo del guitarrista del conjunto, Rafael Cueto, se cambió de nombre. “Aquí a los burros los llaman Bartolo, así que ya sabes”, le dijo. Moré no se lo pensó mucho y eligió Benny por el jazzista Benny Goodman, de quien era admirador, y bien escogido estuvo el alias pues enseguida se le abrieron más puertas. Durante su estancia en México trabajó con varias agrupaciones, hasta que un día le presentaron al matancero Pérez Prado, por su aspecto bautizado Cara de Foca, con quién desarrolló una corta pero intensa colaboración, cuajada de éxitos de caja.
El mambo triunfaba allí donde se presentaba, también en el cine, y al igual que Pérez Prado, Moré apareció en varias películas mexicanas de la época al lado de la rumbera cubana Ninón Sevilla, ataviado con sus pintorescas chaquetas con sobretalla y sus pantalones anchos, un look que pronto pondría de moda. 1949 y 1950 serían años de intensa actividad para ambos músicos, cuando grabaron juntos varios discos muy logrados y nutritivos en lo económico, con temas redondos como Anabacoa, Rabo y oreja, Ensalada de mambo, A romper el coco y María Cristina. Por aquellos tiempos la fama de Moré crecía sin parar y las orquestas se lo rifaban, como la del saxofonista santiaguero Mariano Mercerón, el Feo que Toca Sabroso, con quien regresaría a la isla al comenzar los cincuenta, cuando todavía el mambo no acababa de ser aceptado en la radio y la televisión cubana, si bien contaba con defensores tan ilustres como el escritor Alejo Carpentier. “Es la primera vez que un género de música bailable se vale de procedimientos armónicos que eran, hasta hace poco, el monopolio de compositores calificados de modernos, y que, por lo mismo, asustaban a un gran sector del público”, dijo el autor de El reino de este mundo.
Cuarenta años después de la muerte de Pérez Prado —en 1989 en México—, el debate sobre la paternidad del mambo todavía persiste (algunos insisten en que su verdadero creador fue Arsenio Rodríguez, otros aseguran que fue Orestes López, autor del danzón Mambo en 1939). El mismo Benny Moré, desde un disco grabado en 1949, intervino en la polémica cantando: “¿Quién inventó el mambo que a las mujeres las vuelve locas? / ¿Quién inventó esta cosa loca? / ¡Un chaparrito con cara de foca!”.
Poco después de regresar a Cuba con Mercerón, el Bárbaro del Ritmo se presentó en La Habana con la orquesta de Bebo Valdés y en 1953 fundó su famosa Banda Gigante, con la que arrasó en Cuba y en América acompañado de músicos de gran relieve, como el trompetista Alfredo Chocolate Armenteros, el batería Rolando Laserie, el cantante Fernando Álvarez y el trombonista Generoso Jiménez, con quien escribió numerosos arreglos para su legendaria big band. Moré no había estudiado música ni sabía leer una partitura, por lo que a lo largo de su carrera se apoyó siempre en sus músicos para transcribir al pentagrama sus geniales intuiciones.
Desde la primera presentación de la Banda Gigante, a la que Benny Moré llamaba “mi querida tribu”, el éxito fue absoluto. Su peculiar forma de dirigir y las fabulosas orquestaciones de su conjunto descomunal, integrado por decenas de artistas de primera línea que en el escenario se guiaban tan solo por las improvisaciones y el instinto de Moré, revolucionaron el panorama musical de la época. Benny sintetizaba todos los géneros, la trova tradicional, el son montuno, el guateque, la tradición folclórica, la serenata, la descarga, el club, el cabaret... Cada disco era un verdadero palo, y entre los más sonoros estuvo Pare… que llegó el Bárbaro (1958), con aquella canción dedicada a una camarera que le volvía loco: “Sírveme, un trago de ron / y toma tu cerveza, junto a mi corazón / tú eres la camarera de mi amor”.
En 1963, en la última entrevista que dio al diario Revolución un mes antes de morir prematuramente, a causa de una cirrosis hepática de tanto beber ron, el músico enseña al periodista un corral con carneros, pollos, puercos y otros animales a los que había bautizado con el nombre de artistas famosos… “Ven acá, Elvis Presley, ven acá a comer con papi”, le dice a una chiva… Muchas de estas historias y otras anécdotas aparecen en los libros, ensayos, colecciones de fotos y también en el documental Los últimos días de Benny Moré, que se presentará el 24 de agosto en Cuba coincidiendo con el día de su natalicio.
Pero nada como las letras de sus canciones en la interpretación de Omara Portuondo. Siempre tu voz es el título del disco e incluye un evocador repaso por la cintura y los hombros de las mujeres de México y La Habana (Bonito y sabroso), por “la feliz noche en que los dos supimos nuestro amor” (¡Oh vida!) y también por “la pasión que sintió mi corazón cuando te vio junto al mar” (Hoy como ayer). No podía faltar “Déjame pensar en el fracaso que tuviste en el ayer / Deja de soñar con el pasado que no puede ya volver” (Te quedarás), ni el son afrocubano Mata Siguaraya, que habla de un árbol sagrado que en Cuba alberga a divinidades como Changó, dios del trueno, de la belleza viril y de la música en la religión de la santería. En fin, que aunque hayan pasado 100 años, pare usted, que llegó el Bárbaro.
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¿Cómo habría juzgado una ridícula comisión de evaluación al Benny, que no estudió música, no sabía leer una partitura, y tenía que tararear las melodías que se le ocurrían?
Este 24 de agosto se cumple el centenario del nacimiento, en 1919, en Santa Isabel de las Lajas, en la entonces provincia Las Villas, de Benny Moré (Maximiliano Bartolomé Moré era su verdadero nombre).
Todos los homenajes resultarán insuficientes para celebrar el aniversario tan redondo del que sin dudas es el más grande cantante que haya dado la música cubana.
Se suele exagerar con el calificativo de genio, pero no es el caso del Benny. Si alguien fue genial fue él, que, sin haber estudiado música, solo a fuerza de sentimiento y de su innato sentido musical, fue el mejor intérprete del son, el bolero, la guaracha y el mambo. Nadie ha podido superarlo en fraseo e improvisación. Su talento era sobrenatural, como si le hubiese sido concedido como don por los dioses de sus antepasados africanos.
Había que verlo, luego de dar tres patadas en el piso, dirigiendo con sus gestos, con todo su cuerpo, aquella prodigiosa orquesta que creó a su medida a mediado de los años 50, la Banda Gigante, una jazz band de vendaval, con percusión afrocubana, que sonaba como un conjunto sonero y que no le constreñía su libertad, sino que le permitía adelantar y atrasar el tiempo, cambiar de tono a su antojo y a la que agradecía cada proeza sonora con un “anjá”.
No abundo más sobre la importancia del Benny en la música cubana. Muchos lo hacen mejor que como yo pudiera hacerlo. Por ejemplo, Faisel Iglesias, abogado y escritor cubano residente en Puerto Rico, en Oh vida (Ediciones Unos & Otros, 2019), un libro que acabo de leer y que me ha dejado fascinado por la visión que da del Bárbaro del Ritmo y su música.
Prefiero elucubrar un poco y suponer qué habría sido de Benny Moré y cómo hubiese sido su vida de no haber muerto de cirrosis hepática, a los 44 años, el 19 de febrero de 1963.
¿Pueden imaginar cuán desolado se sentiría cuando de la noche a la mañana se fueron del país, huyendo del huracán revolucionario, Celia Cruz, Olga Guillot, Rolando La Serie, Rolando Contreras, y muchos otros soneros y boleristas amigos suyos?
Si Benny se quedó en Cuba, en El Conuco, como llamaba a su casa en el barrio La Cumbre, cerca de San Francisco de Paula, fue porque su salud estaba demasiado deteriorada, no porque simpatizara y se sintiese a gusto con el régimen. De haber vivido unos años más, hubiese tenido muchos problemas. Una persona tan libre como él, por muy querido que fuese por el público, no hubiese encajado en la rígida sociedad instaurada por Fidel Castro. Dudo que los mandamases hubiesen podido domeñarlo.
¿Cómo habría juzgado una ridícula comisión de evaluación al Benny, que no estudió música, no sabía leer una partitura, y que, en vez de anotarlas en papel pautado, tenía que tararear las melodías que se le ocurrían?
No puedo imaginar a Benny Moré, por muy humilde y sencillo que fuese, como empleado de una empresa artística estatal que se apropiara de la mayor parte de sus ganancias y le ordenara qué hacer y cómo, luego de asignarle turno en una larguísima cola, que podía demorar años, para grabar un disco en la EGREM.
¿Pueden imaginarlo componiendo por encargo oficial, cantando en un coro al estilo de “We are the world”, junto a reguetoneros y timberos tracatanes, para homenajear a Fidel, los CDR, el MININT o el 26 de julio?
Era tan impuntual que en el cartel del Alí Bar lo anunciaban como “Benny Moré, si viene…” Y si venía, con horas de atraso, llegaba tambaleándose y dando tropezones, aunque no por ello dejase de cantar como siempre, con el alma, como si le fuese en juego la vida…
¿Hubiesen podido contar con él para animar las tribunas y los guateques fidelistas? Con el mal carácter que tenía, con unos tragos de más encima (que era casi siempre), y peor si había fumado marihuana, ¡ay de los funcionarios que se hubiesen atrevido a ir a regañarlo y amenazarlo con imponerle sanciones disciplinarias!
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