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General: Efebos, los bellos y jóvenes pasivos de la Antigua Grecia
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De: libreconderechos  (Mensaje original) Enviado: 25/08/2019 12:45
HISTORIA
LA HOMOSEXUALIDAD EN LA ANTIGUA GRECIA
Las relaciones entre hombres maduros y chicos jóvenes estaban bien vistas en la antigua Grecia. No era el caso del lesbianismo

Efebos, los bellos y jóvenes pasivos de la Antigua Grecia
Por Yet Akatzin Almazán 
En su significado más literal, efebo quiere decir ‘adolescente’. Sin embargo, los efebos en la Antigua Grecia este término solía ser utilizado para los jóvenes de entre 14 y 18 años. Igualmente, de manera oficial, los jóvenes efebos eran aquellos a los que se instruía en la efebeia, una especie de servicio militar. Pero, para aprender el arte de la guerra, la supervivencia y la filosofía, los efebos necesitaban un mentor. El mentor, por lo general era un hombre maduro, con buena reputación entre la aristocracia griega y grandes habilidades en el combate y en las estrategias de guerra.
 
Sin embargo, pocas veces las relaciones entre efebos y mentores se limitaban a la enseñanza. Normalmente estos entablaban una relación sexual y de aprendizaje (aunque no siempre era bien visto que también fuera romántica). Esta solo terminaba una vez que al efebo le crecía una barba completa, representando que había dejado la juventud para convertirse en adulto.
 
Nadie toque a los niños
Los tutores y padres de niños que estaban a punto de entrar a una edad efeba los protegían con recelo. En la escuela, los maestros de los niños tenían que haber cumplido 40 años para poder ejercer, una edad venerada en la Antigua Grecia. Los maestros eran sumamente estrictos con el contacto que otros hombres tenían con sus alumnos. Además, muchas veces los padres contrataban a un mentor privado o mandaban a un esclavo para que siguiera a los niños y evitara cualquier contacto con hombres maduros.
 
Cuando el joven alcanzaba la edad de 14 años, todo cambiaba. En lugares como Atenas, los padres y los mentores relajaban las restricciones de los jóvenes y les permitían comenzar a recibir regalos de hombres que buscaban ser sus mentores. Porque, para que un joven fuera instruido en la efebeia por un hombre adulto, primero tenía que haber un cortejo que respetara el linaje y el honor del joven.
 
El cortejo
Los efebos en la antigua Grecia no podían aceptar fácil ni rápidamente una proposición de mentoría. Tenían que esperar y hacer el cortejo un poco difícil para el hombre, considerado un erastés, un amante. A los efebos, por otro lado, se les llamaba por el término ‘erómenos‘ o amados.
 
Este tipo de cortejos por parte de los erastés hacia los efebos era más común y mejor recibido en los círculos aristócratas de Grecia que en el resto de la polis (o sea, del resto de la población). Además, entre mejor reputación tuviera el hombre cortejando al joven erómenos, más honrada se sentiría la familia. El efebo, por su parte, tendría un lugar con más privilegios dentro de la sociedad griega si su amante tenía más veneración y respeto en sociedad.
 
En tierras como Creta, por otra parte, el cortejo incluía un rapto y persecución falsas. Un hombre, con consentimiento de los padres, raptaba al joven efebo. Parientes y amigos ‘perseguían’ a los amantes, aunque siempre los dejaban escapar. Durante dos meses los amantes acampaban en el bosque. Comenzaban las primeras enseñanzas en el arte de la guerra, al mismo tiempo que la pareja se conocía de una manera más íntima.
 
Al regresar, el erastés regalaba a su amado diferentes cosas: su primer atuendo militar, un buey para sacrificar a Zeus y una copa para beber vino.
 
Que un efebo sintiera deseo por su maestro no estaba bien visto. Al contrario, tenía que sentir profunda veneración y agradecimiento a su mentor por elegirlo. Con los erastés era muy diferente, pues se celebraba a aquellos que eran persistentes durante el cortejo. El erastés se encargaba, por un lado, de mostrarle las diferencias entre el amor vulgar, aquel que solo se dejaba llevar por el deseo, y un amor sublime, el cual perseguía un sentimiento profundo y duradero. Se consideraba que este amor sublime solo podía ser experimentado entre hombres, debido a que las mujeres eran vistas como seres inferiores y de menor calidad humana. Pero, además de eso, el mentor también tenía que enseñarle a su joven amante a controlar sus impulsos para poder llegar a ser un ciudadano correcto.
 
En las relaciones sexuales, el efebo normalmente era el que hacía el rol del ‘pasivo’. Esto debido a que se consideraba un joven todavía en entrenamiento para volverse un ciudadano. El erastés hacía del activo, el dominante y el guía.
 
Debido a que un erastés era un hombre maduro y reconocido dentro de su comunidad, hacer del rol pasivo en el acto sexual no era bien visto. Debido a que el erastés tenía el rol del mentor, que este dejara al joven efebo tomar el rol activo en la relación sexual era leído como la pérdida de poder.
 
Además de aprender el arte de la guerra de su mentor, también aprendía sobre la democracia y los movimientos políticos de Grecia. Además, asistían juntos a los banquetes y al ágora (la escuela de lucha griega). Cuando el efebo lograba tener una barba completa, comenzaba a reconocérsele como hombre. Desde ese momento él mismo podía convertirse en un erastés para nuevos efebos. Esto con el fin de continuar transmitiendo los conocimientos prácticos y la sabiduría de generación a generación.
 
Esta relación homoerótica entre los efebos de la Antigua Grecia y sus maestros no era más que temporal. Además, no se consideraba una relación romántica, sino una de enseñanza. Aún con esto, conocer sobre este tipo de relaciones homoeróticas nos permite ver que nada es natural o antinatural. Todas las relaciones e interacciones humanas no se basan más que en estructuras sociales. No podemos asegurar que exista un tipo de pareja o relación ‘natural’, porque dejamos la naturaleza atrás una vez que comenzamos a darle más importancia a las estructuras sociales en turno.
 
La homosexualidad en la antigua Grecia
Todo el romanticismo que los grie­gos escatimaban a sus esposas quedó volcado en la poesía ho­moerótica del siglo VII a. C. Se suele hablar con ligereza de la homosexualidad en la antigua Grecia, pero, en realidad, los helenos no aplaudían el amor entre hombres, sino la pederastia. En nuestra cultura, esta palabra tiene connotaciones extremadamente negati­vas, pero para los griegos era una etapa indispensable de la educación de los jó­venes, al menos entre aristócratas.
 
De efebo a hombre
En Creta, que era una sociedad paramili­tar no muy distinta de la espartana, exis­tía un curioso rito de iniciación. Un hom­bre adulto elegía a un muchacho y lo raptaba con el consentimiento de los pa­dres. Parientes y amigos fingían perse­guirlos, pero finalmente les dejaban huir. Secuestrador y secuestrado pasaban dos meses juntos de acampada, cazando y conociéndose mejor. A su regreso, el rap­tor colmaba al adolescente de regalos: su primer conjunto de ropa militar, una co­pa para beber vino y un buey para sacrificar a Zeus. Si había sufrido violencia, la ley permitía al joven vengarse de su secuestrador, pero raramente lo hacía. Ser raptado se consideraba un honor, que ga­rantizaba al escogido una posición social aventajada durante toda su vida.
 
En Atenas la pederastia era un asunto más refinado. No había secuestros, sino flirteo, y este debía ceñirse a unas nor­mas estrictas de galantería. La ley prote­gía hasta cierto punto a los chicos dema­siado jóvenes: los maestros de escuela y los directores de coros debían tener 40 años cumplidos, una edad venerable para la época, y se comprometían a no permitir que nadie se acercara a sus pu­pilos durante las clases. Algunos ado­lescentes, además, iban a todas partes acompañados de un pariente mayor o de un esclavo que les hacía de carabina.
 
A partir de los 16 años, aproximadamente, la cosa cambiaba. Los tutores aflojaban su férrea vigilancia y empezaban a dejar que los jóvenes recibieran regalos de admira­dores. Si uno de ellos era lo bastante in­sistente y generoso, el muchacho acep­taba y se convertía en su protegido, pero nunca demasiado pronto. No esta­ba bien visto ponérselo fácil.
 
Eran relaciones desiguales. El adulto, erastés, era el amante; el adolescente, llamado erómenos, el amado. Un eróme­nos debía ser atractivo, inteligente y vir­tuoso. No se esperaba de él que sintiera deseo hacia su protector, sino afecto y agradecimiento. Era el erastés quien per­día la cabeza: los poemas suelen presen­tarle como un juguete en manos de Eros.
 
No obstante, también era un mentor que enseñaba a su amado a refrenar sus im­pulsos y comportarse como un ciudada­no respetable. Acompañando a su aman­te a los banquetes y al ágora, los jóvenes aprendían las bases de la democracia y los entresijos de la política. Cuando al erómenos le crecía completamente la barba, pasaba a ser adulto y podía con­vertirse en erastés de un adolescente.
 
Los papeles de amante y amado estaban tan definidos que los eruditos atenienses de la época clásica ya discutían sobre la re­lación entre Aquiles y Patroclo en la Ilía­da. Aquiles era, obviamente, el más fuer­te y dominante, pero también, según Homero, el más joven. ¿Quién era el eró­menos y quién el erastés?, se preguntaban. Es probable que las normas de la pederastia aún no estuvieran codificadas en tiempos de Homero. ¿Eran amigos o amantes? La polémica sigue viva.
 
Piropos en la pared
Los griegos sentían una gran admiración por los cuerpos atléticos. Casi toda la es­cultura clásica es un canto a la belleza masculina. Y si había un lugar en la polis donde regalarse la vista, ese era la pales­tra. Allí los jóvenes exhibían sin pudor sus atractivos, despertando la admira­ción de los mirones: en las ruinas de los gimnasios de Nemea y Tera se han halla­do grafitis con textos como “Akrotatos es guapo” o “Mi Miísto es encantador”. Los fans no siempre se contentaban con mi­rar: “Por Apolo Delphinios, aquí Crimon montó a un muchacho, el hermano de Baticles”, reza otra inscripción. Está cla­ro que el gimnasio era un buen sitio para ligar. Tal vez por eso las leyes de Atenas prohibían abrir la palestra antes del ama­necer y después del anochecer.
 
Amor sáfico
La innovación erótica que los griegos atribuían a los habitantes de Lesbos no era el sexo entre mujeres, sino la fela­ción. De lo que nosotros llamamos les­bianismo existen muy pocos testimonios. En los coros femeninos de Esparta, las cantantes solían alabar la belleza de la solista, pero podría tratarse de una tácti­ca para promocionar a una amiga como futura esposa, más que de una expresión de erotismo.
 
Cuando los autores mascu­linos abordan el tema de la homosexuali­dad femenina en la antigua Grecia, lo hacen con desagrado. “Señora de Cipris, maldice a las que esca­pan de ti y del lecho nupcial”, suplica en un verso el poeta Asclepíades (s. III a. C.). Se refiere a dos muchachas que “no quie­ren moverse en vaivén, como indica Afro­dita, y se abandonan a otras prácticas que no son buenas”. Como las mujeres no recibían la misma educación que los hombres, difícilmente podían dejar testi­monio escrito de sus sentimientos hacia otras mujeres.
 
La gran excepción, por su­puesto, fue Safo de Lesbos. Los poemas de Safo, que vivió a caballo entre los siglos VII y VI a. C., gozaron de una popularidad enorme en toda Gre­cia durante siglos. Compuso, sobre to­do, himnos de boda, pero es famosa por los versos que dedicó a aquellas muje­res de las que se enamoró.
  


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