Después de despedir a John R. Bolton, el último contrapeso respecto a Corea del Norte, Rusia y los talibanes que quedaba en su gabinete, el presidente estadounidense es libre de dirigir su política exterior por sí solo.
Trump, un presidente que es su propio asesor de seguridad nacional
Por Michael Crowley y Lara Jakes
WASHINGTON — En un asunto de política exterior tras otro, John Bolton fue el escéptico interno que controlaba los instintos menos ortodoxos del presidente Donald Trump. Ya fuera hablar con Corea del Norte, cooperar con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, o invitar a los talibanes a Camp David, Bolton era el asesor de seguridad nacional que decía “no”.
La salida de Bolton del Ala Oeste ocurrida el 10 de septiembre elimina una de las últimas limitaciones relacionadas con Trump y su sentido de lo posible en asuntos mundiales. Ni siquiera ha cumplido tres años en la Casa Blanca y Trump ya ha desplazado a más altos asesores de seguridad nacional y de política exterior que cualquier otro presidente, por lo cual se ha quedado sin los hombres que alguna vez fueron considerados como los adultos a cargo: Jim Mattis, Rex Tillerson, H. R. McMaster, John Kelly y más.
“La partida de Bolton indica que el presidente Trump será su propio asesor de política exterior”, comentó Martin S. Indyk, un investigador del Consejo de Relaciones Exteriores que fungió como diplomático y funcionario del Consejo de Seguridad Nacional durante el gobierno de Clinton.
Además, no importa quién remplace a Bolton, “ya no será un puesto importante… en realidad no habrá mucho proceso con Trump”, mencionó Eliot A. Cohen, quien trabajó para la secretaria de Estado Condoleezza Rice durante el gobierno del presidente George W. Bush.
“Se hará lo que sea más favorable para su reelección”, señaló Cohen.
Trump, quien inició su presidencia con una política exterior completamente inusual que combinaba un aislacionismo instintivo con intentos teatrales para cerrar tratos, ha demostrado su desinterés en trabajar mediante las alianzas que definieron la mayor parte de los últimos cincuenta años de la política exterior bipartidista de Estados Unidos.
Hasta el momento, la diplomacia personal de Trump basada en sus dotes teatrales ha tenido pocos éxitos más allá de una serie de reuniones sin precedentes con el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, y la declaración de la derrota del califato del Estado Islámico en Siria e Irak.
Para avanzar en las negociaciones, lo más seguro es que Trump tenga que suavizar algunas de sus políticas exteriores absolutistas. Esto quiere decir regresar a conversaciones de paz con los talibanes… aunque el 9 de septiembre Trump declaró que el proceso estaba “muerto”.
En Corea del Norte, esto podría significar una retirada por fases de sus capacidades nucleares en vez de una desnuclearización inmediata y total, como lo ha exigido el gobierno de Trump.
Además, en el tema de Irán, los funcionarios estadounidenses tal vez necesiten relajar una campaña de “presión máxima” con violentas sanciones económicas antes de que el presidente Hasán Rohaní acceda a reunirse con Trump, tal vez incluso este mismo mes en Nueva York durante la Asamblea General de las Naciones Unidas que se celebra cada año.
Si siguiera en el gobierno, Bolton se habría opuesto a todas esas medidas. Sin embargo, es poco probable que el secretario de Estado, Mike Pompeo, se oponga a las decisiones del presidente.
No se sabe qué hará Pompeo —o Trump, por ende— para resolver una serie de problemas inextricables, entre ellos un plan de paz entre Israel y los palestinos. Israel celebrará la próxima semana elecciones que podrían determinar el destino del aliado de Trump, el primer ministro Benjamin Netanyahu. La Casa Blanca prometió que después de las elecciones iba a revelar un plan de acción que se ha esperado desde hace tiempo.
Trump tampoco tiene claro cuál será el desenlace de su guerra comercial con China, y debe encontrar un mecanismo para dominar su rechazo a ultranza a dar marcha atrás, pues corre el riesgo de que unos aranceles más altos arruinen el crecimiento económico del que depende en gran medida su reelección.
Pompeo se ha esforzado por garantizar que está marchando al mismo paso que su comandante jefe. La destitución de Bolton —la cual él insiste que fue una renuncia— acentuará aún más la significativa influencia que de por sí tiene Pompeo sobre la política exterior de Trump, incluso con el riesgo de anteponer sus propios impulsos de línea dura.
Pompeo fue el encargado de dirigir y supervisar a un enviado especial que gestionó meses de conversaciones de paz con los talibanes afganos, un proceso que suspendió Trump la semana pasada, pero que aún podría reanudarse. Bolton, por su parte, no percibió que hubiera razón alguna para negociar con el grupo insurgente afgano que dio asilo al líder de Al-Qaeda, Osama bin Laden. Oponerse al esfuerzo de Trump para lograr un acuerdo de paz fue lo que condenó a Bolton.
Bolton “entiende el mundo tal como es y los peligros que amenazan los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos”, señaló en Twitter Lindsey Graham, senador republicano de Carolina del Sur.
Además, a pesar de lo impulsivas e impredecibles que puedan ser sus acciones, el despido de Bolton revela cierta coherencia en la visión del mundo de Trump: aunque se siente atraído por la teatralidad de actos nunca antes vistos como llevar a los talibanes a Camp David o reunirse con Kim, el presidente también es proclive a desconfiar de las acciones militares arriesgadas y tiene un enorme apetito por los acuerdos.
Lo que en verdad quiere Trump de su política exterior es una victoria diplomática mientras se dirige a su campaña de reelección de 2020.
“La diferencia irreconciliable entre Bolton y Trump fue que el primero en esencia no creía en la diplomacia con los adversarios, y el presidente Trump considera la diplomacia con los adversarios como un programa de televisión imperdible”, opinó Jake Sullivan, quien fue uno de los principales asesores demócratas de Hillary Clinton cuando fue Secretaria de Estado y también asesoró a Joseph Biden en la vicepresidencia.
Sullivan señaló que Pompeo “es mucho más deferente hacia el presidente, y está más interesado en cultivar una buena relación con él que apegarse a sus armas ideológicas”.
Dentro del equipo de seguridad nacional de Trump, Pompeo ahora es considerado por muchos como el primero entre iguales.
Al menos tres de los contendientes que se mencionaron el 10 de septiembre para remplazar a Bolton son de los más altos tenientes de Pompeo en el Departamento de Estado: el enviado a Irán, Brian H. Hook; Stephen E. Biegun, representante especial de Estados Unidos para Corea del Norte, y Richard Grenell, embajador en Alemania.
No obstante, si de nueva cuenta Trump busca a un chivo expiatorio en caso de que su política exterior se vaya a pique, Pompeo tiene una estrategia de salida bajo la manga: competir por el Senado en nombre del estado que lo adoptó, Kansas, tal como lo están presionando para hacerlo los líderes del Partido Republicano. Pompeo ha menospreciado la campaña política al decir que permanecerá en el Departamento de Estado el tiempo que desee Trump, pero no ha descartado la posibilidad de contender, de acuerdo con algunos republicanos que han hablado con él sobre su candidatura.
Por ahora, “Pompeo no permitirá que nada se interponga entre él y el presidente”, mencionó Indyk. “Ahora veremos a Trump desenchufado… y solo Dios sabe hacia dónde irá Estados Unidos”.
Michael Crowley es un corresponsal de la Casa Blanca en el buró de Washington, en donde cubre la política exterior del presidente Donald Trump. Comenzó a trabajar en The New York Times en junio de 2019 proveniente de Politico, en donde fue el editor de la Casa Blanca y seguridad nacional, y previamente corresponsal sénior de asuntos exteriores. Un veterano del periodismo en Washington, Crowley también ha trabajado para la revista Time, The New Republic y el Boston Globe.
Lara Jakes es una corresponsal diplomática que trabaja en el buró de Washington de The New York Times. Durante las dos décadas pasadas, Jakes ha reportado y editado desde más de cuarenta países y cubierto guerras y peleas sectarias en Irak, Afganistán, Israel, Cisjordania e Irlanda del Norte.
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