Soviets, Lenin, Burocracia
Una regla de oro que ha sido ignorada por los supuestos seguidores de Carlos Marx, desde Vladímir Ilich Lenin hasta Fidel Castro. El modelo comunista era, por su propia naturaleza, una verdadera incubadora de miserias desde que el propio Lenin convirtiera a los soviets en aparatos burocráticos bajo el férreo control de un partido único.
Fidel Castro y Nikita Jrushchov, 1962
¿Por qué ha fracasado el «comunismo»?
¿Por qué ha fracasado en todas partes donde se ha aplicado, este modelo de centralismo monopolista de Estado que sus dirigentes llaman “socialismo” y que el vulgo califica, peyorativamente, como “comunismo”?
Este modelo era, por su propia naturaleza, una verdadera incubadora de miserias desde que el propio Lenin convirtiera a los soviets en aparatos burocráticos bajo el férreo control de un partido único. Los soviets (cuyo significado es “junta” o “consejo”), nacieron en 1905 durante la primera revolución rusa, de forma espontánea entre los trabajadores, a partir de un desarrollo de los comités de huelga, algo semejante a lo que en 1955 fueron los consejos de los rebeldes húngaros. Y a pesar de que dieron por terminada la huelga debido a la situación paupérrima en que llegaron a verse las familias de los huelguistas y a las concesiones hechas por los patrones, incluso a pesar del fracaso de la revolución, los soviets no se disolvieron, sino que crearon el Soviet de Diputados Obreros. Cada diputado representaba a 500 obreros y el número de diputados era 562.
Con el derrumbe del zarismo en febrero de 1917, se creó una dicotomía de poderes: el Soviet y un gobierno provisional formado por una junta de partidos antizaristas: liberales, social-revolucionarios y mencheviques, estos últimos, surgidos en 1912 del ala derecha del Partido Obrero Social-Demócrata Ruso durante la Conferencia de Praga. El ala izquierda, los bolcheviques, encabezados por Lenin, no formaba parte de esta junta. Cuando los trabajadores lanzaron la consigna de “¡todo el poder para los soviets!”, Lenin se opuso a que fuera adoptada por los bolcheviques, puesto que tampoco contaban con la mayoría dentro de los soviets, a pesar de que era el único grupo político importante que no apoyaba al gobierno provisional. Cuando finalmente obtuvieron la mayoría, dio luz verde a la consigna, y al mes siguiente, con el apoyo de los soviets, dio el golpe de Estado al gobierno provisional. Ya con el poder en sus manos, Lenin convirtió a los soviets en aparatos burocráticos del Partido Bolchevique.
Este resultado final explica la gran decepción sufrida por muchos revolucionarios de buena fe, comenzando por la líder revolucionaria alemana, Rosa Luxemburgo, quien en 1918 escribió desde la cárcel esta dura crítica: “Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo. Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía inagotable y experiencia ilimitada. Entre ellos, en realidad dirigen sólo una docena de cabezas pensantes, y de vez en cuando se invita a una élite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por unanimidad las mociones propuestas… una dictadura, por cierto, no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del gobierno de los jacobinos… esas condiciones deben causar inevitablemente una brutalización de la vida pública: intentos de asesinato, caza de rehenes, etcétera”.
Este fue el modelo que se instauró en Cuba, país que ha sufrido, por más de cinco décadas, una crisis estructural permanente, esto es, provocada por la propia naturaleza del sistema. Esta naturaleza crítica es debido a una concepción basada en premisas que bloquean la fuerza motriz de la creatividad y la productividad, principalmente una falsa concepción de la igualdad entre los seres humanos.
Es una gran ironía que una dirigencia que oficializó una filosofía calificada de “materialista” por considerar los intereses económicos como factor fundamental de la sociedad, basara el camino de la prosperidad del país en una conciencia de la colectividad. Carlos Marx, que en base a sus experiencias directas con los viñateros de Mosela, donde todas las instituciones sociales, como las leyes, los partidos políticos y hasta la Iglesia, se inclinaban a favorecer a los grandes intereses terratenientes de esa región, concluyó que todas esas instituciones constituían una superestructura que se subordinaba a los intereses económicos predominantes en la base económica de la sociedad. Dicho de otra manera, el ser social —o sea, las necesidades existenciales de los seres humanos—, determinaba sobre la conciencia. Federico Engels lo había resumido así en los funerales del propio Marx: “el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.”.
Se trata, pues, de una regla de oro que ha sido ignorada por estos supuestos seguidores de Carlos Marx, desde Lenin hasta Fidel Castro, lo cual genera una grave contradicción: Se proclaman “materialistas” en la teoría, pero en la práctica son idealistas, al confiar en la conciencia de los trabajadores como factor preponderante para la productividad, mientras que no se tiene en cuenta las necesidades materiales de esos trabajadores.
Partiendo de ese principio, Marx suponía que cuando los trabajadores controlaran directamente los medios de producción y satisficieran todas sus necesidades, contarían con el control político, es decir, no sólo se incentivaría la creación de riquezas, sino que además, se generaría en ellos una conciencia de la necesidad de respaldar un sistema social que fomenta las libertades fundamentales y una prosperidad sin precedente. No hacía falta ni propaganda política ni coerción para convencer a los trabajadores de apoyar tal modelo económico, porque las cómodas viviendas, las buenas vestimentas y los platos colmados de alimentos decorosos, son más convincentes que todos los manuales juntos de marxismo-leninismo. Pero erró en un punto: creía que para que esos medios de producción pasaran a manos de los trabajadores, se requería de un Estado obrero capaz de expropiar a la burguesía para luego traspasarlos a las manos de los trabajadores, sin percatarse de que ese Estado expropiador —obrero o no—, una vez en control de esos medios, generaría nuevas relaciones de producción con una nueva contradicción social: entre burócratas y operarios. En otras palabras, los medios de producción nunca pasaron a manos de los trabajadores sino a las de un nuevo estamento dictatorial y explotador. Fue justamente lo que sucedió, en Rusia y en todas partes donde esta vía se impuso, como habían previsto algunos teóricos ácratas, así como las consecuencias posteriores vaticinadas por otros pensadores como Herbert Spencer y José Martí sobre una “futura esclavitud”.
Como nunca hubo interés económico por parte de los trabajadores —sin alimentos, abrigos y techos no puede haber conciencia política—, no hubo estímulo productivo, ni un respaldo sincero a ese sistema, sino desesperanza y miedo en medio de una miseria y un aparato de represión y vigilancia sin precedentes.
Si los trabajadores y en general, todo el pueblo, tuvieran conciencia de algo, sería de la ineficacia de ese modelo, de las pésimas condiciones de vida a la que los ha llevado, y, por tanto, de la necesidad de cambiar esas condiciones, ya sea mediante éxodos masivos, o de multitudinarias manifestaciones, como lo fue la gran marcha de estudiantes húngaros en octubre de 1955, las huelgas masivas de millones de obreros polacos en 1981 o la rebelión de Timisoara en la Rumanía de 1989.
Ariel Hidalgo, Miami 2019
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