El totalitarismo tiene ese doble filo: el signo del discurso triunfalista sobre la burbuja de la distorsión y lo abstracto. Un signo invertido; un signo, por lo tanto, tramposo.
"Entrenamiento para enfrentar cualquier problema", "desempolvar medidas eficaces que se usaron en el Período Especial", "nos va a dar experiencia", "austeridad y ahorro", "cerrar el año con un crecimiento del PIB", "conducta humana", "sensibilizar", "convertir este desafío en oportunidades". Estos son algunos sintagmas que tomé al vuelo mientras nuestro actual presidente comparecía en la Mesa Redonda. Nótese aquí el tono redentor, un lenguaje que si acaso ha mutado en su entonación, dado que Fidel Castro tenía las ínfulas del orador predicador evangélico. Miguel Díaz-Canel, en cambio, solo posee la monotonía de la voz del funcionario que acaba durmiendo a la audiencia.
La dictadura se mantiene sobre un rebaño sumiso y, a estas alturas, hasta conformista. Porque ya han sobrevolado sobre la hipnosis nacional muchos destellos de cruda realidad y esperanzas fallidas.
Díaz-Canel dice "hablo como un ingeniero", para explicar la crisis que caerá en nuestras cabezas, y sonríe. Suscribo aquí palabras de Octavio Paz, tan oportunas para la ocasión:
"La dificultad para definir el fenómeno totalitario consiste en que no se le pueden aplicar las antiguas categorías políticas, como tiranía, despotismo, cesarismo y otras por el estilo. De ahí la frecuencia del término ingeniero en la época de Stalin. La razón es clara: el Estado Totalitario fue, literalmente, el primer poder desalmado en la historia de los hombres".
Resultados: fuera de todo el eufemismo, colapsa un sistema económico dependiente. No hay cómo abastecer a un país entero por la falta de petróleo, se paraliza lo que pueda estar industrializado, se limita el transporte público, cierran las universidades, existe un supuesto enemigo de antaño que es el pretendido causante de todo el mal, devienen medidas basadas en el esfuerzo y la solidaridad ciudadana. Se exhorta al pueblo a una sensibilidad, a entender, a cooperar, a soportar, a mantener.
¿Acaso el "ingeniero ejecutor" se sensibiliza o entiende a quien no está de acuerdo en soportar ninguna crisis porque entiende ya de antemano que la raíz del problema radica en un sistema insostenible que se aferra a permanecer a toda costa, así se lleve consigo a una isla entera? ¿Acaso el "ingeniero ejecutor" se sensibiliza, incluso, con los que sí están en la disposición de cooperar, ya fuese por conformismo, por oportunismo o por ignorancia.
Solamente hay algo que trasluce de toda esa apología de la ortodoxia revolucionaria, el "ingeniero ejecutor" está sembrado sobre las bases de la continuidad; por tanto, no cambiará nada ni mejorará nada. Mientras, el pueblo, parte de ese engranaje desperfecto, debe sostener la voluntad del comité-amo. La persona singular en desacuerdo con tal doctrina, padecerá de la mutilación de su individualidad y, si se resiste, perecerá.
Y así llevamos una crisis "permanentemente momentánea", cual vacas dispuestas hacia el matadero, con la conciencia tranquila de saberse ganado vacuno para la producción y no con el derecho de libertad que supone cada animal de este planeta.