El 21 de octubre del 2002, Fidel Castro anunció la caída de la industria azucarera empleando un eufemismo, como ha ocurrido con la mayoría de los procesos socioeconómicos e históricos que ha vivido Cuba. Eligió entonces llamar “reestructuración” al cierre y desmantelamiento del 70 por ciento de los centrales.
Esta decisión tiene resonancia en la actualidad, cuando el actual gobernante Miguel Díaz Canel llama “coyuntura” a la nueva crisis de desabastacimiento que enfrenta la isla.
En el mismo discurso en el que hizo el anuncio, Castro dijo: “En nuestro país no ha sido una tragedia tener 50 centrales sin funcionar en el año 2002. Ningún trabajador quedó sin protección, sus ingresos, no le faltó nada”.
A casi dos décadas, la afirmación ha sido desmentida gracias al quehacer investigativo de escritores, cineastas y académicos, que dentro y fuera de la isla han documentado el impacto que tuvo esta reducción de la industria en las comunidades cuya existencia giraba en torno al cultivo de la caña y la producción de azúcar.
“El vacío del cual hablamos tiene un impacto económico, pero también cultural, identitario, se puede hablar de un trauma colectivo”, dijo la profesora Deborah Gómez, que dedicó su tesis de doctorado a estudiar este y otros aspectos de la historia del azúcar en la isla.
Sus hallazgos los recoge en el libro Azúcar agridulce, memoria, discursos y paisajes azucareros en la nación y la cultura cubana, que presenta el sábado 5 de octubre en Books and Books, en un evento coordinado por el Instituto de Investigaciones Cubanas (CRI) de FIU.
De 156 centrales solo quedaron 50 en producción, y también se redujeron las tierras dedicadas al cultivo del azúcar, dijo Gómez, indicando que los más afectados fueron los zafreros y sus familiares, y aquellos que ejercían oficios vinculados a la industria, como la reparación de piezas.
“Hubo personas que cayeron en estados depresivos, que se suicidaron, que se convirtieron en alcohólicos, que murieron de tristeza”, dijo Gómez.
Su afirmación halla equivalente en la literatura en las palabras de la escritora Maylán Álvarez: “Pregúntenle a este enmudecido terraplén / a qué sabe el azúcar de la desmemoria”, que Gómez incluye como introducción a uno de los capítulos de su libro.
Alvarez, autora de La callada molienda, presenta la situación de su Matanzas natal, donde quedaron cuatro centrales.
Gómez menciona además otras obras críticas de la reestructuración y sus consecuencias, como el documental DeMoler (2004) de Alejandro Ramírez; la película Melaza (2012), de Carlos Lechuga, y los grabados de Marcel Molina.
Este artista plástico recreó la desolación del paisaje después que cerraran centrales importantes alrededor de su pueblo, Cruces, en la provincia de Cienfuegos. Entre ellos se incluyen el Mal Tiempo, que antes de 1959 se llamaba Andreíta, y fue en algún momento el tercero del país en producción.
La reestructuración de alguna manera no ha terminado, porque en el 2019 la zafra solo llegó a 1.3 millones de toneladas, según informaron medios de la isla.
Fue precisamente en un viaje a Cuba con una beca universitaria, cuando Gómez, que preparaba su tesis en la Universidad Internacional de la Florida, decidió ahondar en este tema que el oficialismo insistía en que se olvidara.
El libro, sin embargo, abarca mucho más que el llamado proceso de reestructuración, ya que se remonta al siglo XVIII, e incluye desde el despegue hasta el florecimiento de la industria azucarera.
“Es una especie de arqueología del azúcar en Cuba, una breve historia, aunque aun con muchos eventos por incluir. Sobre todo mi intención es que se lea como una continuación de la obra de Fernando Ortiz, Antonio Benítez Rojo y Manuel Moreno Fraginals”, expresó Gómez.
Se incluye así el discurso proazucarero de la sacarocracia colonial y la poesía antiazucarera de la era republicana. También los horrores de la esclavitud como los recogió Cirilo Villaverde en Cecilia Valdés y la ignorancia de las difíciles condiciones de trabajo de los esclavos en los ingenios y los cañaverales, que no se reflejan en las litografías de Eduardo Laplante para El libro de los ingenios, el cual representaba el punto de vista de quienes impulsaban el desarrollo de la agroindustria cañera.
“Siempre ha habido dos posturas antagónicas en torno al azúcar, es la esencia agridulce que ha tenido la gramínea en la nación. Es algo de lo que ya se ha hablado y que amplío”, señaló Gómez, quien imparte clases de español y literatura en Florida Memorial University.
“Hay también un marcado interés por rescatar las historias que han sido silenciadas, sobre todo a partir de 1959 donde la zafra se vendía como ‘la zafra del pueblo’, cuando había gente que fue obligada al corte de caña, cuando las propias UMAP eran una continuación de los horrores que sufrían los esclavos en las plantaciones azucareras”, dijo Gómez.
Las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) fueron los campos de trabajo forzados donde el gobierno cubano envió, entre 1965 y 1968, a homosexuales, religiosos y a todos los que consideró se oponían al sistema.
Cuando piensa en las frases que se popularizaron en Cuba en torno a la zafra, a Gómez le viene a la memoria “Sin azúcar no hay país”.
“Históricamente ha sido verdad, porque el régimen ha acabado con el país, con su prosperidad, al eliminar el azúcar”, concluyó porque hasta el día de hoy Cuba no ha podido encontrar un sustituto en la economía para lo que representó el azúcar.