Su campaña se mueve por todo el país como se extiende un incendio forestal, disparando bengalas incendiarias por todas partes. Hablando en Minnesota ante una multitud de Trumpolocos de sombrero rojo, el presidente Donald Trump dijo que su rival presidencial, el demócrata Joe Biden, fue considerado un buen vicepresidente solo porque “supo cómo olerle el trasero a Barack Obama”. Los locos de Trump vitorearon salvajemente.
Esto es malo en muchos sentidos. Sin embargo, esperen lo peor a medida que la campaña continúe hasta su clímax.
Más allá de eso, ¿cómo caracterizar exactamente esta eyaculación verbal? En un editorial, The New York Times lo describió como una de las “infinitas vulgaridades” de Trump. Cierto, pero eso es genérico.
Charles Blow, un autor de artículos de opinión para el Times, a diferencia de la mayoría de los expertos, detectó los claros matices raciales en la imagen que retrata claramente los peores temores de los racistas blancos, una sociedad donde los términos se han invertido y los hombres blancos sirven a los negros. El estallido de Trump es material para una farsa. Una farsa es “una obra dramática con visos cómicos que utiliza bufonerías y payasadas, y típicamente incluye caracterizaciones crudas y situaciones ridículamente improbables”.
¿Podría haber algo más grosero que la imagen pornográfica de Trump? ¿Existe una situación más ridículamente improbable que Barack Obama, un presidente que disfrutaba de los duros debates con y entre sus subordinados porque sabía que así es como se toman buenas decisiones, aceptara a un lamebotas en su círculo íntimo?
¿Podría haber un bufón más grande que Donald Trump, con su ego como papel cebolla pero grotescamente inflado, su cabello ridículo y sus corbatas demasiado largas, su constante repetición de falsedades como declaraciones autoritarias del cielo?
Hace casi un siglo (1922), en Babbitt, el novelista estadounidense Sinclair Lewis capturó lo que imagino que podría parecer una reunión contemporánea de Trump y sus compinches: “Los hombres se balancearon sobre sus talones, se metieron las manos en los bolsillos de los pantalones, y proclamaron sus puntos de vista con la profundidad en auge de un macho próspero que repite una declaración trillada acerca de un asunto del cual no sabe nada”. Esta reunión, compuesta exclusivamente por republicanos blancos, podría pasar por el actual caucus republicano del Congreso.
La fantasía de Trump acerca de un Biden lamedor de traseros revela otra tendencia psicológica clásica de Trump, la proyección: “La proyección psicológica es un mecanismo de defensa en el que el ego humano se defiende de los impulsos o cualidades inconscientes (tanto positivos como negativos) al negar su existencia en sí mismo mientras se les atribuye a los demás”.
Trump inventa una situación ridícula en la que todo el mundo le huele a trasero a Obama, pero es él, el bufón en jefe Donald Trump, quien tiene una adicción casi patológica a la adulación y la aprobación incuestionable. Es un rasgo de Trump que los medios suelen confundir con valorar la lealtad. De hecho, es solo una señal de inseguridad.
La administración Trump es un clan de los peores y de los más débiles, incompetentes, ignorantes, autocomplacientes y nepotistas. Más que nada, es un gobierno de hombres y mujeres que dicen Sí a todo. Kelly Ann Conway, Sarah Huckabee Sanders, Mick Mulvaney… los lamebotas son casi infinitos. La lista de aquellos que no entendieron cómo olerle el trasero a Trump y han sobrevivido es un conjunto vacío.
El caos y la parálisis actuales en el gobierno son el resultado de subordinados ansiosos por seguir al líder donde quiera que vaya, pero incapaces de pronosticar qué hará en cualquier momento. Hay algunas constantes en el comportamiento de Trump: mentir por defecto, una predilección por la crueldad por sobre la amabilidad, un plan para restaurar la supremacía blanca y hacer que Estados Unidos sea seguro para la plutocracia. Pero en sus giros y oscilaciones cotidianos, Trump debe verse como un electrón en la teoría cuántica, utilizando el principio de incertidumbre.
Es una situación enloquecedora para cualquier servidor público sujeto a reglas. Esto explica, en parte, el juego de las sillas musicales que es esta administración y la furia de quienes renuncian exasperados, así como las acciones de quienes testifican acerca de esto en el Congreso mientras escribo mi columna.
Que esto signifique un estado disfuncional es insuficiente. Esta es una administración surrealista que refleja los delirios presidenciales acerca del nacimiento en el extranjero de Barack Obama, el tamaño de la multitud durante la toma de posesión, el número de “extranjeros ilegales” que votaron fraudulentamente en 2016, la corrupción de la familia Biden (más proyección), los correos traicioneros electrónicos de Hillary Clinton, y muchas cosas más, demasiadas para enumerar.
El resultado es un desastre. Hoy, el principal riesgo para la seguridad nacional de Estados Unidos no son Rusia ni China. Es Donald Trump. La principal amenaza para la democracia no es la izquierda o incluso la extrema derecha. Es Donald Trump.
Durante la saga de Watergate, uno de los principales actores habló acerca de “el cáncer que crece en la presidencia”. Republicanos y demócratas de aquella época se unieron para extirpar el tumor antes de que la metástasis pudiera comenzar. Hoy, la neoplasia maligna ya se ha extendido y los republicanos se han unido para evitar cualquier tratamiento que limite el daño.
Hay dos verdades difíciles que la gente de este país debe aceptar:
Donald Trump, perdedor del voto popular por millones de votos, presidente por obra y gracia del Colegio Electoral antidemocrático y arcaico, beneficiario de la interferencia extranjera en el proceso electoral de Estados Unidos, es un presidente ilegítimo.
El Partido Republicano en su conjunto, en su extremismo e incumplimiento de su deber a la Constitución, se ha convertido en un partido ilegítimo.
A moveable farce
As Donald Trump becomes more aware and alarmed that his presidency and his reelection are in danger, his campaign rhetoric becomes nastier and even more obscene. He becomes more Trump. Like a computer virus, Trump 2.0 is more destructive than Trump 1.0.
His campaign moves across the country as a wildfire spreads, shooting off incendiary flares far and wide. Speaking in Minnesota to a crowd of red-hatted Trumpolocos, President Donald Trump said Democratic presidential rival Joe Biden was considered a good vice president only because he “understood how to kiss Barack Obama’s ass.” Trump’s locos cheered wildly.
This is bad in so many ways. Yet, expect worse as the campaign continues to its climax.
Beyond that, how, exactly, to characterize this verbal ejaculation? In an editorial, The New York Times described it as one of Trump’s “infinite vulgarities.” True, but generic.
Charles Blow, an opinion writer for the Times, unlike most pundits, detected the clear racial undertones in the image that starkly portrays the worst fears of white racists, a society where the terms have been inverted and white men cater to black ones. Trump’s outburst is the stuff of farce. Farce is “a comic dramatic work using buffoonery and horseplay and typically including crude characterizations and ludicrously improbable situations.”
Could there be anything cruder than Trump’s pornographic image? Is there a more ludicrously improbable situation than Barack Obama, a president that relished tough debates with and among his subordinates because he knew that that is how you make good decisions, allowing a brownnoser into his inner circle?
Could there be a bigger buffoon than Donald Trump, with his paper thin but grotesquely inflated ego, his ridiculous hair and his too-long ties, his constant repetition of falsehoods as authoritative statements from heaven?
Almost a century ago (1922), in Babbitt, the American novelist Sinclair Lewis captured what I imagine a contemporary gathering of Trump and his cronies might look like: “The men leaned back on their heels, put their hands in their trousers-pockets, and proclaimed their views with the booming profundity of a prosperous male repeating a hackneyed statement about a matter of which he knows nothing whatever.” This gathering, made up exclusively of white male Republicans, could pass for today’s Republican Congressional caucus.
Trump’s fantasy about a rump-kissing Biden betrays another classical Trump psychological tendency, projection: “Psychological projection is a defense mechanism in which the human ego defends itself against unconscious impulses or qualities (both positive and negative) by denying their existence in themselves while attributing them to others.”
Trump concocts a ludicrous scenario in which Obama is the object of butt-kissing, but it is he, buffoon-in-chief Donald Trump, who has a nearly pathological addiction to adulation and unquestionable approval. It is a Trump trait the media usually confuses with valuing loyalty. In fact, it’s just a sign of insecurity.
The Trump administration is a clan of the worst and the dimmest, incompetents and know-nothings, self-dealers and nepotists. More than anything it is a government of yes-women and yes-men. Kelly Ann Conway, Sarah Huckabee Sanders, Mick Mulvaney, the bootlickers are almost infinite. The list of those who did not understand how to kiss Trump’s bottom and have survived is an empty set.
The current chaos and paralysis in government is a result of subordinates anxious to follow the leader wherever he goes but unable to predict where he will be at any point. There are some constants in Trump’s behavior—lying as the default, a predilection for cruelty over kindness, an agenda to restore white supremacy and make America safe for plutocracy. But in his day-to-day gyrations and oscillations, Trump should be read like an electron in quantum theory—using the uncertainty principle.
It is a maddening situation for any rule-bound public servant. This explains, in part, the game of musical chairs that is this administration and the fury of those who quit in exasperation as well as the actions of those testifying about it in Congress as I write this.
That this makes for a dysfunctional state is an understatement. This is a surreal administration that reflects presidential delusions about the foreign birth of Barack Obama, the size of the crowd during the inauguration, the number of “illegal aliens” who voted fraudulently in 2016, the corruption of the Biden family (more projection), Hillary Clinton’s treasonous emails, and too many other things to list.
The upshot is disaster. Today, the main risk to U.S. national security is not Russia or China. It is Donald Trump. The main threat to democracy is not the left or even the extreme right. It is Donald Trump.
During the Watergate saga, one of the main players spoke of “the cancer growing on the presidency.” Republicans and Democrats of that era joined to excise the tumor before metastasis could set in. Today, the malignancy has already spread, and the Republicans have come together to prevent any treatment to limit the damage.
There are two hard truths the people of this country must come to terms with:
Donald Trump, loser of the popular vote by millions of votes, president by dint of the anti-democratic and archaic Electoral College, beneficiary of foreign interference in the U.S. electoral process, is an illegitimate president.
The Republican Party as a whole, in its extremism and dereliction of duty to the Constitution, has become an illegitimate party.