Se publica un decreto impensable por todas partes, comenzando porque todo el mundo podía vender, al estado por supuesto, previa tasación de los autorizados para ello, sin tener que mostrar propiedad o titularidad del objeto a vender, perdonando a todos los que no habían declarado poseer una obra de arte al Fondo Cubano de Bienes Culturales, pero solo hasta el momento en que terminara el período estipulado en el decreto. El Estado compraría estas obras de arte con valor artístico o histórico y en particular objetos de oro y plata a cualquier ciudadano cubano mayor de edad.
Esto atrajo a mucha gente que poseían valiosas reliquias familiares las que vendieron a la Casa del Oro y la Plata por una pequeña fracción de lo que realmente valían.
La esencia de aquella medida estaba en que gracias al genial Ernesto Che Guevara cuando lo pusieron de dedo Presidente del Banco Nacional, tomó medidas que todavía hoy, sesenta años después la moneda cubana no tiene valor como divisa porque no tiene respaldo en oro, ni en nada. Por eso buscaron la manera de recolectar todo el oro y la plata que pudieran obtener con cosas que la gente no podía tener y anhelaba, como grabadoras, relojes digitales, televisores a color, jeans y calzado de marcas reconocidas, y toda la pacotilla habida y por haber que sólo se veían en los filmes que ponían en la película del sábado.
Es cierto que había artículos como el radio VEF o el Selena, el ventilador Orbita5, la lavadora Aurika, el televisor Electrón, Rubin, Caribe o el Krim 218 en blanco y negro, los refrigeradores Minsk, el reloj Poljot o Raketa, la plancha rusa y la batidora rusa, que cumplían su cometido y no estaban asociadas a la rotura, eran equipos atrasados tecnológicamente pero fabricados como casi irrompibles y eternos y así pasaban de la mano de una generación a la otra. Pero eso no era el desarrollo y había muchas cosas que no estaban al alcance del pueblo.
Para hacer mayor la estafa y el engaño, fueron contratados tasadores que falseaban el peso y buscaban el mínimo precio para ellos también embolsarse algo. La gente se vio ante la disyuntiva de deshacerse de sus joyas, algunas reliquias de familia, adornos finos, cubiertos de plata, y cosas de mucho valor, incluyendo un mecanismo de las máquinas antiguas de coser Singer y todo ello aun sabiendo que los estaban timando y dándole una miseria por cosas valiosas y después le cobraban en exceso por lo que podía adquirir.
La “fiebre del oro” llegó a Cuba nuevamente, no como la de los conquistadores españoles en sus trueques, ni obligando a los naturales a sacar oro de los ríos, sino mediante una estafa institucionalizada a la población, explotando y aprovechando sus carencias y anhelos. Ello provocó una ola de asaltos a los que andaban con cadenas, aretes y relojes de oro, saqueo en las tumbas y robos en museos y en casas que se suponía tenían objetos de arte o joyas.
Y no era nada sencillo el trámite, había que hacer colas de varios días, a veces hasta de una semana, tanto para valorar y finalmente aceptar sabiendo que te estaban timando, lo que los tasadores oficiales determinaran y así entregar, como si se tratara de artículos de un bazar de mala muerte, en la Casa del Oro y la Plata tasaron y compraron relojes, anillos, pulseras, aretes, cadenas, crucifijos, dijes, piedras preciosas, joyas de todo tipo, pieles de animales, óleos de pintores reconocidos, cubiertos de plata u oro, vasos y copas de bacará o cristal de Bohemia y hasta monedas conmemorativas por el natalicio de José Martí (1853-1953) cuando el valor de la plata estaba a la alza. Todos los relojes suizos y hasta los Slava y Raketa eran de oro o con baño de ese metal por lo que se volvieron muy preciados.
A cambio se recibían los denominados “chavitos” para comprar en las tiendas que hasta entonces eran sólo accesible a extranjeros y a los escasos turistas existentes entonces. Pero allí todo tenía altos gravámenes y el procedimiento sirvió como una prueba para que después cuando fue despenalizada la tenencia de divisas, se hiciera común establecer un impuesto del 240 por ciento para fijar el precio de venta.
Llegaba entonces el momento de ejercer el derecho a comprar en una de las tiendas casi secretas para ello y donde nos enteramos de las ofertas una vez dentro de ella y donde la gente por lo regular gastaba por temor todo el monto asignado. En Tercera y Cero, Miramar, ofertaban comida, ropa y electrodomésticos que no existían en ningún otro comercio y eran el gancho y los efectos electrodomésticos tenía una garantía increíble: 72 horas.
Por suerte allí compramos nuestro primer televisor a color, un Sanyo del que puedo mencionar dos grandes ventajas: una fue que ese mismo día lo probamos y vimos que en el se podían ver una pléyade de canales de Miami, lo que duró un buen tiempo, y la otra es que ese televisor, 32 años después, se sigue viendo.
Como hacía su padre en la finca de su propiedad en Birán, donde pagaba a los obreros agrícolas con fichas sólo válidas en la bodega de su propiedad, Fidel Castro estableció una modalidad de compraventa no como las usuales en el libre mercado, sino como una expresión de las reglas del feudalismo. El Señor Feudal era el Estado Socialista con el comandante detrás disponiendo y los siervos de la gleba los cubanos.
En 1968 la Ofensiva Revolucionaria la ola de expropiaciones había llegado hasta a los pequeños comercios, y ahora se buscaba saquear a los objetos personales gracias a la incesante crítica al consumismo y la negación a un mundo al que todos aspiraban y al que solo accedían los marineros, los extranjeros, los escasos entonces visitantes de la llamada “comunidad cubana en el exterior”, o los privilegiados de la nueva clase que tenían acceso a las llamadas “diplotiendas”.
Lo cierto es que deben haber aumentado considerablemente las reservas de oro gracias a los millones de cubanos que lo entregamos a cambio de humo y espuma, y que el metal debe haber sido derretido y fundido en lingotes y almacenado en las bóvedas del Banco Nacional. Pero el peso cubano sigue sin tener valor en el mercado internacional, así que lo más probable es que esta fortuna haya sido empleada en otros destinos, ninguno para beneficiar el nivel de vida del pueblo cubano, y además ha ido creciendo en los más de veinticinco años que el cubano paga gravámenes inmensos a los productos de primera necesidad y en el que se gasta prácticamente las grandes remesas de los cubanos en el exterior. A esta ganancia extraordinaria se suman los ingresos por la venta de servicios médicos a otros países y de las que los galenos cubanos reciben una miseria, y sin contar todos los negocios ilegales que realiza cuba con la reventa del petróleo, las ventas ilegales de patrimonio y hasta otros negocios turbios que nadie duda que dejaron de hacerse a pesar del revuelo de la Causa No. 1 y el fusilamiento del General Ochoa.
No en balde se hizo popular un chiste de la época relacionado con la cola interminable, que no avanzaba para la tasación, era que en aquella cola se habían encontrado José Martí y Mariana Grajales, y al preguntarles qué hacían allí, respondieron que para tasar La Edad de Oro y el Titán de Bronce.
Las subastas ilegales
Era insospechado que en manos privadas existieran tantas obras de arte, muchas patrimoniales, pero no todas terminaron en museos o en el Fondo de Bienes Culturales, sino que fueron comercializadas en otro negocio muy lucrativo: las subastas.
Ellas se realizaron en dos casas en el reparto Atabey de forma ilegal y casi clandestina y con acceso seleccionado de personal diplomático y residentes extranjeros, curadores, millonarios extranjeros especialmente invitados y altos oficiales de las FAR y el MININT y artistas cubanos reconocidos internacionalmente. Y no era una simple subasta, aquello era otro mundo, había un banquete y hasta una cena de gala y se vendía lo más selecto del arte que había sido comprado en la Casa del Oro y la Plata a precios ridículos. El subastador era un conocido presentador de la televisión y la actividad se amenizaba por un grupo de cuerdas. No era la casa de subastas más importante del mundo, pero actuaba como si se tratara de Sotheby’s, Christie’s o Bonhams, las famosas subastadoras londinenses.
Como la gente no soltó todo lo que tenía, sobre todo de obras de arte valiosas, en años sucesivos y hasta la actualidad se han seguido realizando subastas, destacando la llamada Subasta Habana, que se celebra en el Hotel Nacional y se dedica fundamentalmente a obras de la plástica cubana. Ahí se han vendido obras de propiedad privada de autores como Wifredo Lam, Servando Cabrera Moreno, Víctor Manual, René Portocarrero, Eduardo Abela, Mariano Rodríguez y Loló Soldevilla y la subasta tiene un objetivo internacional y le cobra un impuesto por ingresos personales con una bonificación del veinte por ciento, así será de grande la tajada del Consejo Nacional de Artes Plásticas.
Medios de pago diferentes al Peso Cubano
Ya existían desde la década de 1970 los Certificados A, B, C y D, de ellos los artistas, deportistas y marinos mercantes y algunos dirigentes utilizaban los C en tiendas de la Cadena CUBALSE (Cuba al Servicio del Extranjero), pero no sobrepasaban de unos dos mil cubanos. En 1981 se emiten las fichas Intur para que los extranjeros cambiaran las divisas para comprar en Cuba. De ello compramos una vez un ventilador americano y un reloj digital Citizen. El ventilador existe todavía funcionando y el reloj Citizen duró diez años con la misma pila.
Después surgieron los Certificados en Divisas, para personal del campo socialilsta, cubanos de la comunidad en el exterior, extranjeros residentes en Cuba, estudiantes y becarios extranjeros y cubanos con condiciones especiales.
Mientras tanto en 1993 se despenaliza la tenencia de dólares y se autoriza su empleo en la red comercial, hasta que entró en circulación el Peso Convertible, el famoso CUC que el que no lo posea está al borde del abismo.
Y para el Oro y la Plata se inventó el PANGOLD o Cheques CIMEX, único válido para esas tiendas, imitando algo similar que existía en la Unión Soviética. En mi visita a la URSS tuve acceso, como extranjero, a los comercios de venta en este tipo de certificados, donde se ofertaban productos japoneses y norteamericanos exclusivamente. Usted podía comprarse un televisor Krim o de otras varias marcas soviéticas, pero la gente anhelaba tener un SONY o un PANASONIC. Una prueba la ví cuando llevaba puesto un jean Lee que había comprado en la Casa del Oro y que en la URSS en su equivalencia valía casi el doble del precio inflado que ya había pagado por él, de ahí que la gente lo viera con tanta admiración.
Hay que recordar que no ahora que está bajo el tentáculo de los militares cubanos, sino entonces, CIMEX (Contra Inteligencia Militar en el Exterior) era la más poderosa corporación económica cubana y fue creada por el convicto y fallecido Ministro del Interior José Abrahantes y su presidente fue el fusilado coronel Antonio de la Guardia, y formaba parte del Departamento MC (Muralla Comercial). Llegó a dominar nacionalmente la comercialización de efectos electrodomésticos y se hizo extensiva a casi todas las áreas económicas, trayendo recursos a través de terceros países y empresas fantasma.
MC fue vinculada con Pablo Escobar y el Cartel de Medellín, así como el contrabando de diamantes, marfil y maderas preciosas y sufrió un colapso, pero se recuperó y llegó a ser propietario de 80 empresas con presencia en todo el país, y a operar cualquier tipo de negocio, perteneciente a CIMEX navieras, bancos, casas financieras, compañías aéreas, cadena de tiendas y supermercados, servicentros Cupet, servicios gastronómicos, inmobiliaria, zona franca, turoperadores, servicios de autos rentados, marcas propias de productos como ron, café, refrescos, paquetería internacional, acuñaciones, estudios de grabación y productora musical, joyería y otros. Un verdadero monopolio.
No podía ser otra sino CIMEX, la encargada de “tumbarle” el oro y la plata a los cubanos. Y el peso cubano ha seguido siendo, gracias al increíblemente casi santificado Che Guevara, un hermano pobre, más bien miserable.
Lo que trajo la estafa
La gente iba a la Casa del Oro en La Habana desde todas las provincias y eran capaces de pasar semanas en esta gestión, por lo que valía la pena estudiar este fenómeno. Estaban nuevamente desvalijando a Cuba de sus metales preciosos, en esta ocasión algo que no se ha visto en otra parte del mundo después de la conquista de América, excepto cuando los nazis despojaban a los judíos de absolutamente todo, acto realizado por la fuerza, pero el caso cubano era absolutamente voluntario y encima de ello deseado con mucha energía, aún sabiendo que se trataba de un fraude.
Esa estafa gigantesca trajo una lección política que el gobierno no pudo desoír: el triunfo del consumo sobre la austeridad y la uniformidad socialista. Las carencias del socialismo, tan criticadas en los países socialistas, en particular en la Unión Soviética con sus contrastes inmensos de que ponían naves en el espacio pero no podían hacer un pantalón decente, se repetían con mucha más fuerza en Cuba y esto creaba un nuevo dilema, porque ya la gente no tenía más oro ni plata ni obras de arte para canjear.
Pero en la moda en particular, la Casa del Oro, que por lo regular ofertaba ropa y calzado de dudosa elegancia, hicieron que proliferara el mal gusto, pero a la gente no le interesaba eso, sino que habían tenido acceso a algo que fuera diferente de lo llamado “tostenemos”, o sea, un jean, pullovers o tenis de marca o artículos electrodomésticos japoneses, considerando que con ello habían logrado el acceso a un pedacito del mundo del que nos decían todo era malo, pero que para los cubanos se vestía de largo como son los valores de lo prohibido.
El socialismo había prometido el reino de la libertad y lo que hizo fue suprimirla y además crear el imperio de la necesidad. Una sociedad totalitaria como la existente en Cuba niega el mercado y el consumo para las masas pero no para sus dirigentes, la Nueva Clase.
Probablemente la Casa del Oro haya sido otra notable contribución del gobierno cubano al realismo mágico. Seguramente mis hijos recuerdan, como el comienzo de Cien Años de Soledad de García Márquez, cuando el padre de Aureliano Buendía lleva a su hijo a conocer el hielo, cuando entraron a aquella tienda de Tercera y Cero y quedaron cegados como los indios al ver los espejitos de los españoles o como cuando Aureliano tocó el hielo.
En días recientes he visto un filme alemán titulado Ballon, o Globo y traducida como “Vientos de Libertad” y trata de uno de los tantos intentos de los ciudadanos de la extinta República Democrática Alemana de pasar a la tan difamada República Federal Alemana. Al margen del miedo en que se vivía con las delaciones y la STASI, la Seguridad de la RDA, se muestran los deseos de contar con un nivel de vida superior (en lugar de un Wartburg tener un Mercedes, en lugar de una bicicleta común una BMX), pero sobre todo tener libertad para elegir su destino.
El Oro en Cuba hoy
Ya casi nadie en Cuba tiene oro o plata, salvo los anillos de compromiso o unas pocas joyas de tan gran valor sentimental que no tienen precio por lo que no se venden, pero en Cuba han aparecido los compradores ambulantes de pedacitos de oro, joyas partidas, espejuelos antiguos, relojes rusos, pedazos de cadena, lo que sea. Junto a los compradores de pomos vacíos de perfumes de marca y los que se dedican a rastrear las playas y encuentran monedas, anillos y cadenas, de los que me alegraría encontraran la sortija con mis iniciales CRB que se me perdió en Guanabo en los años sesenta. Es una fiebre silente del oro, otro recurso para sobrevivir el gran sector de la población que no tiene acceso a la moneda convertible, imprescindible para vivir en la Cuba actual.
Estas historias de usureros, que hacen parecer aburrida la mejor película de piratas de Errol Flynn o Burt Lancaster o lo que conocemos de los joyeros y prestamistas judíos. Todos mordimos el anzuelo consumista y no precisamente para acumular objetos, sino porque no los teníamos, y no nos dimos cuenta de que un barbudo con una pata de palo y un gancho por mano y con una gorra con una estrella de comandante, lo había lanzado, como tantas cosas que nos lanzó en su nefasta existencia.
Pero ha historia, la anterior y la actual, nos ha enseñado que el sistema político en el poder desde hace más de medio siglo no es totalmente el causante de las desgracias del cubano. Somos nosotros mismos los verdaderos culpables, porque regímenes tan crueles y represivos han sido derrocados por la acción del pueblo en muchos puntos de la geografía mundial, y nosotros en lugar de ello hemos optado por abandonar el país. En algún lugar leí una frase que se le atribuye a tanta gente que prefiero calificarla como anónima y que decía que los pueblos tienen el gobierno que se merecen. Es por eso que nosotros nos merecemos que nos sigan explotando y que nos hayan tratado como aborígenes en este triste episodio del oro y la plata.